El día de hoy, 8 de mayo de 2011, desde distintos puntos del país miles de personas saldremos a las calles para ir en búsqueda de un México distinto al que nos ofrecen la crueldad desorbitante del crimen organizado y la igualmente criminal complicidad que con éste sostiene buena parte de la clase política y […]
El día de hoy, 8 de mayo de 2011, desde distintos puntos del país miles de personas saldremos a las calles para ir en búsqueda de un México distinto al que nos ofrecen la crueldad desorbitante del crimen organizado y la igualmente criminal complicidad que con éste sostiene buena parte de la clase política y el sector empresarial que detentan el poder que de arriba viene, haciendo de la impunidad el que quizás sea el gesto más indignante de una guerra tan estúpida como hipócrita que, como rasgo más ominoso, ha cobrado decenas de miles de vidas de personas inocentes.
Se ha dicho que la gota de sangre que derramó el vaso fue la tortura y el posterior asesinato por asfixia de siete personas, cinco jóvenes y dos adultos, ocurrido la noche del pasado 27 de marzo en Temixco, Morelos, una de las cuales es el joven Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia. De los otros cuatro jóvenes, tres, Julio César Romero Jaime, Luis Antonio Romero Jaime y Gabriel Anejo Escalera, habían sido amigos desde la infancia de Juan Francisco; el cuarto, Jesús Chávez Vázquez, había sido un vecino muy cercano a todos ellos. Los adultos, un hombre y una mujer, eran Álvaro Jaime Avelar y María del Socorro Estrada Hernández, tíos de Julio César y Luis Antonio.
Las explicaciones de por qué éste caso provocó la indignación que otros no, han partido, así lo creo, de una falsa disyuntiva: creer que sólo este caso nos indignó; así lo exponen, al menos, quienes descalifican nuestras acciones públicas y desdeñan nuestra palabra. Sin embargo, el hecho de que ante el multihomicidio de Temixco hayamos salido a las calles como en apariencia no lo habíamos hecho para con otros casos responde, según mi pobre percepción, justo a que ésa fue la convocatoria que nos hizo el mismo Javier Sicilia: tomar la calle, manifestarnos, reactivar la imaginación para encontrarnos de nuevo, recomponer el tejido social, recordar a nuestros amigos y familiares asesinados porque no son meras cifras de «daños colaterales», pensar en voz alta vías para salir del callejón sin salida de la muerte en que está atorado el país.
Indolencia + Estulticia = Mezquindad.
Acusando una mezquindad insultante hay quienes se preguntan por qué Sicilia no convocó igual a tomar la calle en tragedias similares o «peores» anteriores a la suya; amén de que la respuesta le toca exclusivamente a él, quienes hacen dichos cuestionamientos, además de su total falta de compasión (que de suyo ya habla de su calidad moral) dejan de manifiesto su ignorancia o intencionalmente olvidan quién ha sido y quién es Javier Sicilia. Es lógico, ¿cómo saber que quien recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 2009 lleva más de 30 años escribiendo para diversos medios impresos, en especial para la revista Proceso, hablando justamente de la necesidad de caminar junto a las justas causas que abanderan los movimientos sociales de este país?
¿Cómo saber que en 2007 fundó la revista Conspiratio con la intensión de «provocar el replanteamiento de las estructuras sociales y culturales de occidente generando un espacio de reflexión y debate que dé como fruto panoramas alternativos para una sociedad más humana desde una perspectiva que ni la izquierda ni la derecha políticas de México han adoptado», que en 2001 se unió al movimiento que luchó por defender el patrimonio natural y cultural que había en los terrenos del ex Casino de la Selva o que en 1994 (año desde el cual acompaña la lucha zapatista) fundó la revista Ixtus desde donde emprendió su crítica a la modernidad de la mano del Evangelio y la espiritualidad en las enseñanzas de Gandhi, Iván Illich o Giuseppe Lanza del Vasto?
¿Cómo saber que desde la década de los ochenta viene participando muy de cerca con las Comunidades Eclesiales de Base impulsadas por don Sergio Méndez Arceo para incidir en la transformación social y democrática de México y Latinoamérica, y que ello explica en parte que hace 28 años haya sido cofundador de la sección mexicana de Servicio Paz y Justicia, organización no gubernamental defensora de los derechos humanos fundada por Adolfo Pérez Esquivel con la noviolencia activa como premisa?
¿Cómo saberlo si, vaya, ni siquiera leemos poesía; mucho menos a quién se ganó el Aguascalientes 2009? Eso no nos lo anuncian subrepticiamente los actores y actrices de las telenovelas, ni aparece en coquetonas animaciones en las transmisiones de futbol y como que todavía no terminamos de creer que va en serio la mediática invitación a leer con nuestros hijos de quienes a leguas se ve que en su vida han agarrado un libro, incluyendo la secretaria vitalicia del sindicato de maestros, que ni siquiera sabe leer aquello de A/H1N1.
Tienen razón: cómo saberlo. Pero no saberlo no les exime de su dolo y mala fe; ni, mucho menos, de su indolencia y estulticia; de su mezquindad.
En fin, les pido que me disculpen quienes sí sabían todo esto y mucho más; sólo quise medio responder a quienes esgrimen una serie de argumentos varios, incluyendo la puesta en duda de la calidad moral de quienes nos convocan, para intentar descalificar algo cuya razón está en la justeza de sus demandas. Y aprovecho lo que acabo de decir, «quienes nos convocan», para pasar al siguiente punto de este mi chorema: ya no es sólo Javier Sicilia quien nos convoca a tomar la calle, recuperar el espacio público que las «autoridades» cedieron al crimen organizado y habitarlo con nuestra palabra vestida de silencio.
Recuperar al país.
La Marcha-caminata por la Paz con Justicia y Dignidad; es, precisamente, la expresión del dolor de un amplio sector de la sociedad que lleva tiempo diciendo, gritando, escribiendo, exigiendo, pidiendo que se detenga esta sinrazón. Allí están empresarios como los señores Eduardo Gallo y Julián LeBarón, a quienes les secuestraron y asesinaron una hija, un hermano y un buen amigo; están las mamás y los papás del Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de Junio, a quienes la negligencia y el compadrazgo les arrebataron a sus hijas e hijos en la Guardería ABC; están el padre Alejandro Solalinde, quien lucha por los derechos humanos, sobre todo la vida, de migrantes que atraviesan nuestro país rumbo a Estados Unidos y monseñor Raúl Vera, quien hace lo propio por los miles de mineros que son explotados y asesinados en Coahuila; está Olga Reyes Salazar, cuya familia de luchadoras y luchadores sociales ha sido sistemáticamente perseguida y asesinada; están las integrantes de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, familiares de mujeres desparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez, y de la Sociedad Civil Las Abejas, cuyos familiares fueron masacrados en Acteal; está, incluso, Marisela Escobedo (su foto en la vanguardia de la marcha-caravana que va de Cuernavaca a la ciudad de México es conmovedora y, a la vez reveladora), asesinada en Chihuahua por la misma impunidad que asesinó a su hija Rubí… bueno, hasta los multiseñalados por sectarios, las y los adherentes de la Otra Campaña (incluyendo, obvio, el EZLN), estamos sumándonos a la convocatoria inicial de Javier Sicilia y de la Red por la Justicia y la Paz.
¿Cuáles son nuestras motivaciones? Recuperar al país, nada más; pero nada menos.
Para ello, ya lo hemos dicho en cuanto espacio y oportunidad tenemos, estamos exigiendo que se modifique la estrategia (suponiendo que existe una) que el gobierno federal, los gobiernos de los estados y las alcaldías han emprendido para combatir, dicen, al crimen organizado. En principio, porque dicha «estrategia» se echó a andar sin contar con un trabajo serio y a conciencia de los aparatos de inteligencia sobre la magnitud del problema que, insisto: dicen, se quiere resolver. Así, pues, siguiendo en esto de otorgarles el beneficio de la duda, el uso de la fuerza del Estado, expresado en la militarización del país, no parece ser sino un gran error que expone a nuestras fuerzas armadas a quedar a expensas del crimen organizado y que deja a la población civil indefensa ante los abusos de quienes por definición han sido entrenados para asesinar primero y averiguar después.
No obstante, tenemos razones suficientes para suponer que la guerra contra el crimen organizado (que se ha reducido a combate contra el narcotráfico: otro de los graves «errores») no es, precisamente, sólo un error. Los datos que dan cuenta de la complicidad de la clase política de todos los colores y en todos los niveles de gobierno, así como de la asociación por supuesto delictuosa del sector empresarial para con las bandas del crimen organizado son, verdaderamente, espeluznantes. Estamos hablando de policías y militares trabajando para los cárteles de la droga como gatilleros, de funcionarios de los gabinetes estatales y federal que se han enriquecido ilícitamente y protegen a los capos del narcotráfico, de empresarios que están sacando jugosas ganancias del lavado de dinero, de legisladores que regatean la promulgación de reformas en materia política y que rehúyen siquiera el debate en torno a la legalización del comercio de enervantes, de jueces y abogados que integran mal los expedientes de los delincuentes que al cabo de poco tiempo regresan a las calles y terminan encerrando a inocentes para cubrir su cuota mensual de detenidos.
Luego entonces, el gobierno y el Estado mexicanos son uno de nuestros principales destinatarios. Son ellos, los funcionarios de los tres poderes republicanos, quienes juraron cumplir y velar por el cumplimiento de nuestras leyes; a cambio de ello, reciben salarios y dietas tan exorbitantes que son un escupitajo a la cara de quienes sobreviven día con día en la más extrema pobreza. Y, aún así, han faltado a su protesta. ¿No es justo, entonces, que les demandemos que hagan su trabajo y que lo hagan bien, y que si no quieren o de plano no pueden que renuncien?
Paz con Justicia y Dignidad.
El señor Calderón, en su calidad de Presidente de la República (no entremos por ahora en si lo es por producto de un fraude, como sostenemos mucho, o si llegó a la Silla del Águila con todas las de la ley, como sostienen otros) y trepado en su muy particular ¡ya basta!, exige que dirijamos nuestras demandas a «los malos»; «olvida», o quiere olvidar, que quien protestó protegernos, velar por nosotros y por nuestros hijos, fue él, no «los malos». Aún así, la exigencia al crimen organizado es clara: regresen a sus antiguos códigos, si se quieren matar por su estúpida mercancía, háganlo; pero no toquen a la población civil, no lastimen a gente inocente que ni la debe ni la teme.
Desafortunadamente, tal demanda puede ser dirigida únicamente a quien trafica con alguna mercancía porque, a quien trafica con seres humanos o tiene por negocio secuestrarnos, le parecería un contrasentido. Aquí es donde regresamos al punto de partida: nadie tiene derecho a lastimar a nadie, y si alguien lo hace hay (o debe haber) una autoridad que lo debe impedir o, si no lo consigue, sancionar y castigar; no asociarse con ése alguien, no protegerlo, no cuidar que viva como rey en las cárceles del país, no lavar su dinero, no perseguir a sus enemigos comerciales para garantizarle el monopolio de su mercado… en fin, no tantas cosas que sabemos pasan.
Por eso es que la Marcha-Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad del 5 al 8 de mayo de 2011, lo mismo que sus ediciones en todas las entidades del país y en más de diez naciones, es tan importante. Hemos decidido guardar silencio para que se escuche fuerte que queremos paz; pero no la paz de los sepulcros. Una paz que se sostiene a punta de balazos, no es paz.
Una paz construida sobre la base de la insensata explotación de los recursos naturales y la cultura del desperdicio, no es paz.
Una paz con miles de jóvenes sin oportunidades de empleo ni de educación, no es paz.
Una paz con miles de mujeres desaparecidas y asesinadas por el delito de ser mujeres, no es paz.
Una paz con más de un centenar de periodistas cuya voz ha sido silenciada por desaparición o asesinato, no es paz.
Una paz donde los trabajadores del campo arriesgan la vida (y la pierden) al tener que migrar a otro país, no es paz.
Una paz donde a los trabajadores de la ciudad les son esquilmadas sus conquistas laborales de siglos, no es paz.
Una paz donde a religiosos de buena voluntad y defensores de derechos humanos se les persigue y/o asesina, no es paz.
Una paz donde los pocos empresarios honestos tienen que huir del país por temor a ser lastimados en su persona o la de los suyos, no es paz.
Una paz donde se les regatea el reconocimiento de sus derechos colectivos a los pueblos indígenas, reserva moral de nuestras naciones, no es paz.
Una paz que mira sin inmutarse la muerte por negligencia de 49 niños entre 1 y 3 años de edad y se desatiende de más de 70 que aún luchan entre lesiones físicas y del alma, no es paz.
Una paz donde todos los días crece el número de Madres Coraje que buscan a sus hijos e hijas en fosas, anfiteatros, cuarteles, separos, presas, barrancas, tambos con ácido, cárceles clandestinas, no es paz.
Una paz con las fuerzas armadas fuera de sus cuarteles cometiendo innumerables violaciones a los derechos humanos, no es paz; porque, simple y sencillamente, una paz militarizada, no es paz.
En fin, una paz que cancela toda posibilidad de futuro a razón de más de 40 mil asesinatos en un lustro, 40 mil asesinatos que siguen impunes; una paz suicida, pues, no es paz. Porque la Paz, o se construye todos los días de la mano de la Justicia y la Dignidad, o no será.