Si tuviésemos que encontrar un rasgo distintivo de los distintos personajes que se ubican en el espacio conservador de la política nacional, no existen dudas que la cualidad más notoria, al menos en la construcción argumentativa de su discurso, es el de la mediocridad. Por cierto que, esa característica no es fruto de la espontaneidad; […]
Si tuviésemos que encontrar un rasgo distintivo de los distintos personajes que se ubican en el espacio conservador de la política nacional, no existen dudas que la cualidad más notoria, al menos en la construcción argumentativa de su discurso, es el de la mediocridad. Por cierto que, esa característica no es fruto de la espontaneidad; por el contrario, es la resultante de un proceso político-cultural que vino desarrollándose durante décadas y que alcanzo su cenit durante la afamada década de los 90.
La instauración de un discurso único, esencialmente vacío de contenido, que tenía por propósito anular la discusión y el debate de ideas, la apelación a llamativos eslóganes que propiciaban de «moldes» donde se depositaban frases inconsistentes, la recurrente farandulización de la política como herramienta «apta» para entronizar la forma en desmedro de la solidez del pensamiento, sustentada por «la descabellada hipótesis» del fin de la historia; determinó, inexorablemente, una profunda declinación intelectual por parte de quienes pasaron a representar el pensamiento conservador en la Argentina.
Por cierto, la ilusoria creencia de que el sujeto social había sido desplazado definitivamente por el «sujeto individual» inhumando, en consecuencia, los reclamos colectivos; exaltó, hasta límites inimaginables, los corazones de los exégetas del libre mercado.
Pero luego de ese intervalo de fama y de éxtasis, que muchos confundieron con la eternidad, y donde el «dogma neoliberal» se había convertido en una suerte de «best seller» bajo el auspicio de los grandes centros académicos y los Think Tanks creados al efecto; pues, sobrevino lo esperado. Concretamente, la aparición de la realidad. Fue, entonces, como ella terminó fagocitándose a la fama y demostrando, a su vez, la falacia del mentado dogma.
Sin embargo, algunos de los efectos -si bien, menguados en intensidad- del otrora ponderado «dogma», todavía siguen diseminando sus males sobre la estructura económico-social argentina; y lo que es peor aún, también sus consecuencias perduran en las «eclipsadas y frágiles mentes» de quienes abrazaron la moda neoliberal cual si fuese «la verdad revelada». Un claro ejemplo de ello, ha sido (ver «la marcha del 8n, la alienación y el poder de los otros») la promocionada marcha del 8 de noviembre.
No obstante, donde sí se produce una alarmante notoriedad del pensamiento mediocre, es en los miembros del establishment «argentino» que procuran perpetuarse como dueños del país sin reparar en los cambios que, para bien, ha sufrido nuestra sociedad.
Dejemos fuera de nuestro análisis a los amanuenses de la prensa, quienes han demostrado cierta «destreza» para ensimismarse con la mediocridad -si bien, muchos de ellos lo hacen con absoluta naturalidad- en aras de engrosar su patrimonio.
Pero los antiguos «dueños de la argentina», se encuentran muy molestos por el despertar del sujeto colectivo; pues, añoran «la belle époque» de los 90, cuando el pueblo «anestesiado» por los medios de comunicación permanecía impávido ante la destrucción de su futuro.
La reciente entrevista realizada al director del diario La Nación, Bartolomé Mitre, por el semanario brasileño «Veja», pone de manifiesto ese malestar al que estamos haciendo referencia. Veamos algunas de sus expresiones:
-«Cristina utiliza el argumento de la democracia en su favor, pero no es más que una farsa. El gobierno viola la libertad de expresión. En el Congreso hace lo que quiere. Ni el gobierno de Perón, ni el de la dictadura militar llegaba a tanto».
No resiste el menor análisis expresar la burda y falaz muletilla de que «en el país se viola la libertad de expresión». En cuanto a que la Presidenta «utiliza la democracia en su favor»; debe entenderse en favor del pueblo. Hecho éste que irrita sobremanera al «culto y refinado» señor. Es significativo escuchar, entre otras cosas, que «ni la dictadura llego a tanto», máxime atendiendo a que esa misma dictadura militar (y absteniéndonos del programado genocidio ejecutado) suprimió no solo el Congreso, sino las libertades de todo tipo. Pues, hasta los mismos dirigentes de la oposición (muchos de ellos parlamentarios) deberían salir al cruce de tamaña mendacidad. Por otra parte, es entendible, que el director de un periódico que se apropió ilegalmente – junto a su socio de Clarín- de la empresa Papel Prensa, en aquella etapa trágica de la historia argentina, reivindique (o atenúe desde su óptica) el accionar de un gobierno de facto.
– «Vivimos una dictadura de los votos».
Semejante afirmación, pone al desnudo el pensamiento de Mitre. Asociar la dictadura con los votos, es tener una concepción «muy particular» de la democracia. Tal vez, y atendiendo a que su sector no puede apelar como en otras épocas al golpe militar, puede que opte por elogiar la democracia de principios del siglo XX. Aquella que hiciera pronunciar a Uberto Vignart en la legislatura bonaerense, la ilustrativa frase: ¡¡Bendito sea el fraude!!
-«Argentina no es más un país culto. Hay una élite que piensa de una manera y una clase baja que no se informa, no escucha, no toma conciencia y sigue a la Presidenta».
Típica expresión de quienes tienen un concepto muy restringido de «Cultura», a tal punto que revelan una ignorancia superlativa de la verdadera significación del término. Como si la cultura fuese la negación de lo popular. ¿Sería bueno preguntarle, a éste señor, donde ubicó a «la clase media» tan ninguneada por la oligarquía a lo largo de la historia? A pesar de que no pocos de ésta clase, bueno es reconocerlo, tratan de congraciarse con el sector al que éste individuo pertenece.
Por suerte, la clase media se ha duplicado en la Argentina (Banco Mundial, dixit), lo que nos hace suponer que una buena franja de ella, va a ponderar los meritos realizados por el gobierno.
Por lo demás, si el pueblo estuviése plenamente informado; muchos de estos señores se verían obligados a permanecer en silencio para que el pueblo no recuerde sus antecedentes históricos. Que, entre otras cosas, no han sido «muy proclives» a fomentar la grandeza de nuestro país.
En fin, debo confesar que a esta altura uno no alcanza a discernir si sus expresiones están forjadas al calor de sus intereses o en función de su ignorancia. Seguramente ambas cosas deben confluir en «el cerebro» de éste verborrágico hombre; pero de lo que sí debemos estar seguros es que, es la expresión más acabada del auténtico mediocre.
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