«Te tendré que matar de nuevo. Te maté tantas veces, en Casablanca, en Lima, en Cristianía, en Montparnasse, en una estancia del partido de Lobos, en el burdel, en la cocina, sobre un peine, en la oficina, en esta almohada te tendré que matar de nuevo, yo, con mi única vida.» «La mosca» es un […]
«Te tendré que matar de nuevo.
Te maté tantas veces, en Casablanca, en Lima,
en Cristianía,
en Montparnasse, en una estancia del partido de Lobos,
en el burdel, en la cocina, sobre un peine,
en la oficina, en esta almohada
te tendré que matar de nuevo,
yo, con mi única vida.»
«La mosca» es un poema incluido en «Papeles inesperados», el nuevo libro que contiene una extensa colección de textos inéditos de Julio Cortázar. Pero la mosca también es el monstruo más pequeño de todas las pesadillas cotidianas. Quién sabe si en realidad todas las moscas no sean más que una misma mosca que ha vivido a través de los tiempos burlándose de sus pretendidos asesinos. ¡La mosca! ¡Qué problema tan minúsculamente grande es la mosca! ¿Quién no se ha sentido desafiado por una mosca? Y cuando (por fin), con discreta puntería, la logramos derribar, al poco rato vuelve otra y ocupa el mismo territorio de reto del anterior enemigo. Incluso, me ha llegado a pasar que, cuando me acerco al suelo (con la excusa de que se cayó algo), jamás encuentro el cadáver del insecto terrorista.
No tengo la menor duda. Las moscas fundaron el más discreto y sofisticado sistema terrorista. Ellas no tienen otra función sino arruinarnos la vida. Y nos la arruinan casi sin darnos cuenta. A José Saramago le preocupa el indiscreto poder de Silvio Berlusconi; yo pienso que más peligrosas son las moscas que vuelan alrededor del primer ministro italiano. O la mosca que el otro día me paró en la calle y me dijo (con cara de mosca seria): «¡Tú a mi no me engañas; ya sé que esos papelitos que llevas debajo del brazo no sirven para nada!» Eso me recordó que muchos gobiernos fascistas quemaron libros. Y otros gobiernos, menos fascistas, en sus formas, callaron. Hoy, en este siglo XXI del resplandor tecnológico, la mosca sigue volando alrededor de la vida (y de la idea de evolución). Es posible que antes de los humanos estuvieran las moscas. O la mosca. Y que su maniático vuelo tuviera como objetivo milenario alborotarnos la rabia. Y recordarnos la basura (la ignorancia circular, el primitivismo).
Un amigo dice que tenemos un pasado poblado de dinosaurios. Eso es cierto, pero quizá la responsable de la reconocida amargura de los dinosaurios fuese la mosca. Especula una amiga que una mosca se fue persiguiendo a Arthur Rimbaud hasta África. Otra amiga cuenta que Mafalda odia la sopa por culpa de una mosca surfista. La mosca tiene el poder de estar en todos los espacios en un mismo segundo. Como si su misión fuera la de «cubrir de mierda» todos los tiempos. La ciencia debería estudiar el poder omnipresente de la mosca.
Hace poco (como cada cierto tiempo) aparecieron muertos varios mendigos. El cartero asegura que, un minuto antes de la muerte, cada víctima fue visitada por una mosca. Tal vez haya sido la misma mosca que se burló de la única vida de Julio Cortázar y que ahora, en este justo momento del impostergable café, se aproxima, en vuelo suicida, directo a mi consciencia.