Hace sólo días, un artículo en Página 12 despotricaba contra ‘la fiesta’ frívola e irresponsable en que se habría convertido últimamente Argentina, o al menos Buenos Aires. Cómo suele ocurrir en nuestro imprevisible territorio, la pretensión de que se vive un jolgorio colectivo quedó, en minutos, sumamente ajada por el propio transcurso de la realidad.. […]
Hace sólo días, un artículo en Página 12 despotricaba contra ‘la fiesta’ frívola e irresponsable en que se habría convertido últimamente Argentina, o al menos Buenos Aires. Cómo suele ocurrir en nuestro imprevisible territorio, la pretensión de que se vive un jolgorio colectivo quedó, en minutos, sumamente ajada por el propio transcurso de la realidad..
Casi doscientos muertos, la mayoría jóvenes, parte de ellos niños o casi, jalonaron el fin de 2004 en Argentina, en la madrugada entre el 30 y el 31 de diciembre… Los medios proporcionaron las coberturas habituales en estos casos: Cuerpos alineados en la vereda, gritos de desesperación, sobrevivientes o testigos que salvaron a otros de las quemaduras o la asfixia, llanto de familiares, breves historias de vida de algunos de los fallecidos. También reflexiones sobre falta de medidas de prevención, carencia o cierre de salidas de emergencia, habilitaciones faltantes, inspectores coimeados, empresarios inescrupulosos que todo lo someten al lucro, a vender tres mil entradas donde no caben más de mil cuerpos La habitual crítica a posteriori que suele quedarse en la superficie, y por tanto, servir de poco más que de inducido desahogo, de rápido pasaje de regreso hacia la ‘normalidad’ perversa.
Pero con el transcurso de las horas, el cuadro fue cambiando: Los familiares comenzaban a gritar no sólo su pena, sino también su ira, su protesta. Y a señalar no a quienes lanzaron las bengalas que provocaron el incendio, sino más arriba, incluso a los gobernantes. Primero fue la desazón individual o de pequeño grupo, el descontento por la demora de las autopsias, las declaraciones malhumoradas ante los medios pidiendo investigación y responsables. Luego la peregrinación al boliche incendiado, a la Morgue, al cementerio… Hasta que al atardecer del día primero, familiares, amigos y testigos se agruparon y decidieron marchar hacia el centro de Buenos Aires, a la sede del poder, al Gobierno de la Ciudad primero, la Plaza de Mayo después…
Abuchearon al empresario que aparece como dueño del boliche y al Jefe de Gobierno, reclamando responsabilidades y castigos : «Ibarra, Chabán, las tienen que pagar»… cantaban. La marcha era parecida a las de las asambleas populares de las zonas relativamente pobres, a las de protesta por otras muertes, (hace justo tres años), las de los tres muchachos de Floresta segados por la venganza bestial de un policía. El desastre se desencadenó en el concierto de una banda de ‘rock chabón’, llamada Callejeros. Ese rock es el nombre de la música de los barrios, de los jóvenes de mochila y zapatillas, huérfanos del futuro que sus padres soñaban para ellos, menos pobres en promedio que sus coétaneos devotos de las ‘bailantas’, pero todavía bien abajo del vértice de la pirámide social, mirando de cerca el desconsuelo del desempleo, los sueldos bajos, las jornadas largas, las escuelas en derrumbe y las universidades en decadencia; que encuentran en el seguimiento de una banda un consuelo, una diversión, una identidad. Esa misma extracción se refleja en los que marchan y protestan, mayoritariamente con el estilo y la apariencia del lado de debajo de esa aglomeración heterogénea que, por comodidad o pereza intelectual rotulamos ‘clase media’. Y de golpe, la consigna reciente, muerta y enterrada según sesudos analistas, que resurge: ¡¡Qué se vayan todos¡¡ se grita más de una vez. ¿No era que no había quedado nada del 20 de diciembre? Sin embargo, las palabras están allí, y por lo visto también su significado, dispuesto a reaparecer ante la repetición de injusticias e impunidades. Y también otra, ésta interrogativa y flamante, que implícitamente reprocha a quienes pretenden implantar una mirada bizca, que busca clasificar muertos malos y muertos buenos, diferenciando entre ‘nuestros jóvenes’ y los ‘otros’, siempre sospechosos de delito, droga, vagancia o alcoholismo: ¿Y Blumberg, donde está?. Las cuatro palabras constatan secamente que el ‘orden’ y la ‘seguridad’ como todo, también tienen clase social, y que la ‘paz’ de arriba puede equivaler al cementerio para los de abajo. El ‘pueblo’ (esa ‘entidad abstracta’ al reciente decir de J. P. Feinmann) parece no haberse vuelto ‘blumberista’, ycomprende que no forma parte (o ha dejado de hacerlo) de la ‘gente decente’, que es la que vive en los countries y no en las casitas irregulares y los pequeños departamentos que ellos habitan
Y aunque no se escuchó el reproche, también estuvo ausente el presidente Kirchner. El viernes viajó, pero no a Buenos Aires, sino hacia El Calafate, al lado de la cordillera majestuosa y los glaciares deslumbrantes. Seguramente para unir el descanso con la reunión provinciana, a la que la crisis y el azar favorable han trocado en ‘alta política’. Se sumió en el silencio y la distancia, cuando el dolor de muchos exigía sus contrarios, la cercanía y la palabra solidaria. Quizás, acunado por los altos porcentajes de ‘bueno’ y ‘muy bueno’ que le deparan las encuestas de opinión, le temió a los ‘costos políticos’ de la tragedia injustificable. Tal vez no quiso enfrentarse con el dolor infinito de los que perdieron hijos, hermanos y amigos y que, por lo visto, no están dispuestos a echarle la culpa al ‘destino’ o a las ‘pruebas’ que el buen Dios envía para fortalecernos. Posiblemente ocurre que lleva en sí mucho de la estirpe de la ‘vieja política’ que tanto denostó, y la suerte de su cuota de poder le importa más que la de los ciudadanos a los que gobierna. En todo caso quedan los interrogantes; y también la fugaz evidencia de las brasas del ‘que se vayan todos’ dispuestas a avivarse cuando sopla el viento helado de la injusticia y de la brutal indiferencia… Algunos deberían tomar nota de que ciertas ausencias son difíciles de perdonar, y que, como dice la canción de León Gievo, ‘todo está guardado en la memoria…’
2/1/04