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Sobre la detención en una protesta pacífica de la reconocida dirigente social Milagro Sala

La otra parte de la historia

Fuentes: Página/12

¿Quiénes somos, compañeros? -le pregunta Milagro a la multitud desde un pequeño escenario. Los que la escuchan son cabecitas negras en el más literal sentido de la expresión. Son los cabecitas negras y ojos quechuas de lo que entonces, cuando ese acto fue filmado, era un territorio de los que diez años antes, en los […]

¿Quiénes somos, compañeros? -le pregunta Milagro a la multitud desde un pequeño escenario. Los que la escuchan son cabecitas negras en el más literal sentido de la expresión. Son los cabecitas negras y ojos quechuas de lo que entonces, cuando ese acto fue filmado, era un territorio de los que diez años antes, en los ’90, habían sido declarados territorios inviables por las políticas neoliberales de Menem y Cavallo. El documental Milagro en Jujuy es de principios de la década pasada, y fue dirigido, las vueltas de la vida, por quien acaba de ser nombrado al frente de Canal 7, Miguel Pereira, director, antes, de La deuda interna. Por ese entonces, mientras este país estallaba, en Jujuy había una organización que ya tenía diez años de vida, y de vida agitada, convulsionada, de pelea y lucha permanente. Desde el primer día Milagro había estado al frente.

-¿Quiénes somos, compañeros? -grita ella.

-¡Tupac Amaru! -le contesta la multitud.

-¿Quiénes somos, compañeros? -vuelve a preguntar ella a las largas columnas profusamente embanderadas de blanco que colmaban el centro de San Salvador.

-¡Tupac Amaru! -vuelve a gritar la multitud.

-¿Qué queremos, compañeros? -sigue Milagro su rito entre los suyos.

-¡Trabajo, educación, salud! ¡Trabajo, educación, salud! -se escucha el bramido popular desde la plaza.

Había visto el documental de Pereira, pero él fue muy gentil al cederme el material en crudo para que yo pudiera observar más. Fue en 2009, cuando comencé el trabajo que me llevó varias veces a Jujuy para escribir un libro sobre la historia de la Tupac Amaru (Milagro Sala, Jallalla), una organización enorme que a pesar de que ya tenía una larga historia, había crecido en silencio, ignorada, no reflejada en los medios de comunicación. Necesitaba rastrear ese tipo de materiales, de los que había muy pocos, porque Milagro casi no hablaba. Poco antes había llegado hasta su casa de Cuyaya, la misma donde ayer la detuvieron, creyendo que me encontraría con una dirigente dispuesta a narrar los hechos que la habían colocado en ese lugar, al frente de esa organización, pero no.

Esa tarde Milagro no bajaba. Tomábamos mate, y más mate y más mate con su marido Raúl y algunos compañeros, y ella no aparecía. Cuando ya era evidente que algo pasaba, vino ella y me encaró. «Si querés hacé el libro. Andá, mirá, conversá con el que quieras. Pero yo no quiero hablar. No soy mediática», me dijo. En uno de los viajes posteriores finalmente me dedicó una hora de grabación, pero eso fue todo. Así que el material en crudo de Pereira me permitió ver escenas del pasado, cuando la organización recién se consolidaba, y cuando miles y miles de jujeños de los bolsones de pobreza más duros del país ya empezaban a darle forma a lo que Milagro los empujaba: la organización social.

Todo vuelve, todo es circular, todo es espeso. Aquel libro surgió después de una denuncia contra Milagro del entonces senador radical Gerardo Morales, el gobernador que ahora prohíbe por decreto la protesta. En ese momento estas cartas ya estaban echadas: Morales denuncia a Milagro por crear un «estado paralelo». Justamente él, un miembro del gobierno de la Alianza, uno de los promotores del Estado ausente para los pobres.

Todo vuelve, todo es circular: el núcleo original de la Tupac Amaru, empezando por la propia Milagro y los primeros que pusieron en marcha la organización, habían sido empleados públicos a los que los ajustes neoliberales habían dejado en la calle. Esos ex miembros de ATE se habían quedado sueltos y solos. A principios de los ’90 el hambre corroía sus estómagos. Nadie se movía del barrio porque al centro de la ciudad no tenían ni cómo ir, ni a qué. La pobreza profunda había quedado escondida, y una de las irreverencias de Milagro fue exponerla, mostrarla, organizarla, darle cauce, en un movimiento solitario durante muchos años en los que en este país había una grieta, pero los que estaban del lado oscuro eran invisibles.

Milagro pudo tener otro destino, porque fue abandonada por su madre y adoptada por una familia de clase media. Tenía padre, madre y hermanos. Pero no pudo soportar que le hubiesen ocultado su origen, y cuando se enteró, adolescente de catorce años, se fue de esa casa a vivir en los barrios. La primera noche cuando se fue de su casa la pasó durmiendo en una camilla en el Hospital Pablo Soria, que era donde la habían abandonado.

Pasó unos años en la calle. Se juntó con pibes que vendían cocaína. La metieron presa junto con ellos, ocho meses, aunque después terminó absuelta. A lo largo de todos esos años se endureció, pero por un trasfondo personal más profundo que el político. Tenía la herida abierta de la mentira de su madre adoptiva, que le había inculcado que no está bien mentir. Incluso después de ser ella misma madre, cuando se ganaba la vida vendiendo cañitas voladoras en un puesto callejero, en las fiestas, se encerraba a llorar por esa herida. Se preguntaba siempre lo mismo: «¿Quién soy yo, de dónde vengo, por qué no conozco a mi mamá?». Lloraba unas horas, y después volvía a salir, a veces a lustrar zapatos en la estación de micros, otras veces a vender helados.

Después consiguió trabajo en la administración pública, y todavía muy joven fue delegada de ATE. Jujuy ya ardía. El luchador social conocido en esos años era el Perro Santillán, que representaba a los municipales. La provincia fue un laboratorio del ajuste, una prueba de cuánto un pueblo era capaz de soportar. La conflictividad social iba en constante aumento. La pobreza allí era estructural, pero en ese momento se abrió una nueva grieta y por ella caían miles y miles diariamente en la indigencia. El desempleo había trepado en diez años del 5,8 al 16,4 por ciento. La subocupación arreciaba. Los niños se desnutrían.

Peronista desde su infancia, Milagro reencontró a Nando Acosta, un dirigente histórico de ATE que le consiguió trabajo y del que nunca se separó. Se conocían de antes, pero él militaba en una unidad básica del centro, y Milagro en una de un asentamiento. Y entonces, cuando el ajuste ya escupía indigencia a destajo y la política estaba envenenada de bipartidismo tramposo, una noche discutiendo con Nando en el local de ATE qué se podía hacer, resolvieron que él se iba a quedar en el sindicato y que ella iba a volver a los asentamientos, pero para organizar. «La ventaja era que la vagancia ya me conocía, y que me respetaba», dice ella. En esa decisión estaba el embrión de la Tupac Amaru, que en los primeros años Milagro piloteó en esos barrios con los pibes que tenían como ella antecedentes penales. Ella sabía lo que era eso, sabía que daba vergüenza y que muchas veces esa vergüenza se volvía complejo y furia. Ninguno de esos pibes, y con algunos he hablado, esperaba que alguna vez llegara alguien a convocarlos para organizar copas de leche para los chicos del barrio.

No había un peso, así que los largos años en los que la Tupac Amaru fue desarrollándose como una organización barrial cuya principal actividad era organizar y coordinar las copas de leche para los niños de los bolsones de pobreza más duros de Jujuy, todo se hacía con pequeñas donaciones de los vecinos. No recibían donaciones como las que uno puede ver ahora que se acumulan en las catástrofes, porque el hambre de los niños en este país estuvo durante décadas naturalizado, y no se lo consideraba una catástrofe. Eran tarritos de azúcar, puñados de yerba para hacer el mate cosido, grasa o harina para los bizcochos.

Recién después llegaron los centros comunitarios, donde instalaban roperos para que los desarrapados tuvieran qué ponerse sobre el cuero duro de sus cuerpos. Peleaban por los planes que entonces sí eran indefectiblemente manejados por los punteros radicales. Peleaban por las bolsas de comida, que después se abrían en sus propios centros para distribuirlos. Y no alcanzaba nada. Los niños que habían alimentado al principio ya habían crecido y querían trabajo. No había. Los que la acusan del «Estado paralelo» no se habían olvidado de ellos: los habían contemplado así, hundidos, sometidos, como parte de la normalidad de la provincia. Para ese entonces Milagro ya había aprendido política con Germán Abdala, ya tenía en mente las cooperativas, pero pasó todavía más tiempo atendiendo urgencias hasta que un gobierno popular hizo posible el crecimiento de sus barrios, con sus casitas pintadas del color de los cerros. Hizo posible la creación de sus centros sanitarios. En uno de ellos instalaron el primer tomógrafo de la provincia. Hizo posible la creación de sus escuelas, donde desde el principio una de sus materias fue «Autoestima».

No van a poder con ella. Milagro es fuerte, ha peleado toda su vida contra distintas adversidades, y siempre, por mujer, por colla, por negra, por pobre, por atrevida, la han repelido. Los que la van a defender son los que han crecido sanos y nutridos, instruidos y preparados, los que han nadado en las innumerables piletas que, como una fijación, Milagro ha multiplicado por todas partes. Ella les ha enseñado a nadar en la adversidad, y si hoy los juntara a todos, a los miles y miles que han tenido una vida digna gracias a su lucha colectiva, y les preguntara qué quieren, ellos contestarían lo que cualquier pobre del mundo: salud, trabajo, educación.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-290517-2016-01-17.html

 

Revancha

Por Marta Dillon

Hay una palabra, una sola palabra que resuena al mismo tiempo que presiona la impotencia como agua de inundación acumulada contra el muro de una represa: revancha. Revancha contra esa negra, esa india, esa mujer a la que tantas veces se nombró así en los medios locales pero entre comillas como si no fuera digna de la categoría, la «ultrakirchnerista», esa persona diminuta pero tan aguerrida y con tanta determinación que fue capaz de imaginar y crear universos propios para los suyos y las suyas.

Revancha, de clase, ideológica, revancha misógina, una retaliación anunciada con la que seguramente Gerardo Morales ha soñado como se sueña con una amante. Milagros Sala está detenida y el gobernador de Jujuy se jacta de que la acusación no será sólo por «incitación a ilícito y tumulto» sino que también se prepara para acusarla por robo «al Estado y los pobres». ¿Cómo se atreve esa mujer? ¿Cómo se le ocurre? ¿Cómo es que se animó no sólo a soñar sino a hacer casas, fábricas, escuelas, becas para educación terciaria, plazas junto con otros negros como ella, indígenas como ella, esos nadies que de pronto organizados también querían clubes, piletas de natación y hasta su propia marcha del orgullo lgbti con tantos colores y alegría que no son propios de esas caras color tierra?

A una lustrabotas que pasó la adolescencia drogándose en la calle, robando al menudeo, salvada de ese circuito por la protección de «las mujeres de Azopardo», ni más ni menos que las putas del barrio humilde donde creció antes de conseguir un trabajo en el Estado y convertirse en dirigente de ATE, de seguir al Perro Santillán en los cortes de ruta, de poner el cuerpo al calor de las gomas quemadas a sabiendas que no había otra forma de reclamar, no había otra herramienta cuando el país bajaba la cuesta de una de las peores crisis de su historia al filo del tercer milenio. No, no le iban a perdonar el tamaño de su atrevimiento, no es sólo el hartazgo por los cortes de ruta a los que la organización que Sala lidera acostumbró a la provincia de Jujuy; es más que eso, es relamerse porque al fin se acaba ese orgullo de clase que la animó durante este tiempo, el tiempo en que encontró recursos para hacerse fuerte entre los más vulnerables, ahí al pie de los cerros en Alto Comedero. Porque, vamos, detener a alguien por acampar en una plaza pública para hacer un reclamo cuando el mismo presidente se mostró en plena campaña antes del ballottage en las carpas que durante meses se mantuvieron en plena 9 de Julio para hacer visibles los reclamos del pueblo Qom es por lo menos un insulto a la inteligencia de todos y de todas. O una acción ejemplificadora frente a la movilización constante de quienes no piensan dejar pasar los decretazos de cada día, el cierre de programas, los despidos masivos, la brutal transferencia de recursos a los sectores más poderosos mientras el salario adelgaza y se acusa a trabajadores y trabajadoras de ser la grasa que sobra en el cuerpo del Estado. Algo de eso hay, sin duda, pero no se puede ocultar el tamaño de la violencia de esta detención, el gusano de la revancha que se come rápidamente cualquier otro argumento, el modo en que se la presenta como ese ser amenazante, por negra, por mujer, por indígena y no solamente por eso. O mejor, por ser todo eso y haberse atrevido no sólo a reclamar para sí y para los suyos los derechos básicos sino también el derecho al goce, el derecho a una vida en la que se pueda soñar más allá del destino de trabajo de sol y a sol y de la vivienda como el techo para las aspiraciones.

La Tupac Amaru y Milagro Sala fueron más allá y pusieron animales de fantasía en sus plazas, lugares de recreo, rosedales, piletas de natación con rampas para rehabilitación de personas discapacitadas, crearon escuelas secundarias y también becas para sostener la formación universitaria. Y hasta su propio método para evitar la violencia patriarcal poniendo en jaque a los agresores, yéndolos a buscar a sus propias casas sin esperar más que la denuncia de las víctimas. La Tupac Amaru y Milagro Sala, con su pelo siempre recogido, su nula elegancia, la parquedad de sus gestos, su pasado doliente y su capacidad de recuperación reclamaron para sí todo lo que parecería, para las autoridades que ahora tenemos, le corresponde a otros, a los blancos, a los que se superan a sí mismos de uno en una, a los que no militan en organizaciones, a los y las que van detrás del objetivo personal como burros detrás de la zanahoria. Todos los demás, sean lo que sean, son un mal a extirpar, grasa que cortar, no importa quien hayas sido ni cuál sea tu trayectoria laboral, si perdiste el trabajo ya dijo el presidente que habrá rutas que construir, andá a agarrar la pala. Milagro Sala la agarró en su momento, pero no lo hizo para ella sola, y no lo hizo solamente para sobrevivir. Esa mujer, esa negra indígena lo hizo para vivir, para vivir con otros, para asaltar el cielo de los goces compartidos, para mostrar que las revoluciones son posibles aquí y ahora. Por eso la revancha. Y por eso también esta impotencia que late, que presiona y que también busca su cauce en la calle; la misma a la que con estos actos se intenta disciplinar.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-290514-2016-01-17.html