El poder se personifica, descansa en sujetos particulares, que parecen dotados de características superiores a los demás. Las clases dominantes se representan como inteligentes, valientes, trabajadoras, guapas y seguras. En esta representación también descansa su poder. La dominación se afianzas por medio de esta personificación, ya que legitima la desigualdad por medio del mérito individual. […]
El poder se personifica, descansa en sujetos particulares, que parecen dotados de características superiores a los demás. Las clases dominantes se representan como inteligentes, valientes, trabajadoras, guapas y seguras. En esta representación también descansa su poder. La dominación se afianzas por medio de esta personificación, ya que legitima la desigualdad por medio del mérito individual.
Las clases dominantes cuentan con un arsenal de instrumentos para mostrar su diferencia y su poder, servidumbre, ropa fina, asistentes, choferes, guaruras, carros, helicópteros y mucho dinero, todo ello repercute en su confianza de superioridad. La cultura de masas también está llena de estas representaciones de las élites. Basta con observar la actuación de los políticos, tecnócratas y gran burguesía como «poderosos». Se presentan como expertos, únicos capaces de opinar y decidir sobre lo público, como dotados de una inteligencia superior a partir de la cual han sobresalido o, también, como los más trabajadores y esforzados. Su lugar privilegiado se justifica a partir de su naturaleza, el ser «especiales».
¿Qué sería de las clases dominantes sin todo la parafernalia que traen consigo? Hombres normales, comunes y corrientes. La desigualdad no se encuentra en los sujetos, sino en las estructuras sociales. Es el sistema social, desigual e injusto, el que crea la diferenciación y la desigualdad. Algunos se ubican, por factores estructurales, en un lugar privilegiado en la sociedad. Pobres y ricos, pueblo y élite, somos iguales, homo sapiens en el planeta Tierra.
La personificación del «poderoso» funciona para la dominación y entraña relaciones de subordinación. Produce admiración, temor y reverencia, al poderoso se le habla de usted, la mejor forma de marcar distancia. La personificación eleva al poderoso mientras subestima al dominado, esto desemboca en falta de autoestima, inseguridades y aceptación de la dominación por parte del pueblo.
Un paso para la concientización política es mostrar el engaño, reconocer que esta aura de seres superiores que tienen las clases dominantes es un invento. Los poderosos no son diferentes a todos los demás, son tipos comunes, con suerte y ocupando un lugar particular en un sistema clasista y opresivo. El lugar que los poderosos en esta sociedad no es por méritos individuales, es por una estructura de privilegios que urge cambiar.
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