«Estamos navegando en una sociedad donde una mentira contada mil veces se vuelve verdad. Es penoso» Jorge Sampaoli, DT Selección Argentina de Fútbol (4/IX/17) El Presidente se instaló en el presídium del plenario con algunos papeles en sus manos. Traje de alpaca bebé negro, con aplicaciones de aguayos aymaras hilados a mano y coloreados con […]
Jorge Sampaoli, DT Selección Argentina de Fútbol (4/IX/17)
El Presidente se instaló en el presídium del plenario con algunos papeles en sus manos. Traje de alpaca bebé negro, con aplicaciones de aguayos aymaras hilados a mano y coloreados con tinturas naturales. No carraspeó antes de arrancar su discurso ante otros cien mandatarios.
El lugar en el que se realizó la convención de Jefes de Estado de países productores de petróleo de ese año no fue un hemiciclo como el que acostumbra a usarse en los grandes eventos de los organismos del sistema de Naciones Unidas; tampoco tuvo el despliegue floral que suele instalar el protocolo de eventos de ese porte en el centro del espacio. Tres filas de mesas cubiertas con carpetas blancas rodeaban la cabecera y un techo con estructura de caños y una malla de metal desplegado remataban el escenario.
Con seguridad, la decena de traducciones simultáneas no lograron transmitir el sentimiento que cargaban las palabras pronunciadas en un castellano limpio, con cadencia de voceos originarios. Sin embargo, logró inquietar a su audiencia al decirles que él «descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años» estaba ahí para «a encontrar a los que la encontraron hace solo quinientos años».
Acababa de presentarse como Evo Morales, quien venía «a encontrar a los que celebran el encuentro», alguien «venido de la noble tierra americana», a quien «el hermano aduanero europeo» acababa de reclamarle una visa «para poder descubrir a los que me descubrieron», y denunciaba que «el hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme».
Cuando comenzaron los primeros indicios de incomodidad entre los jerarcas del petróleo, el Indio afirmó que para los europeos «toda deuda se paga con intereses, aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento», mientras que él puede «reclamar pagos» e intereses ya que todo «consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma. Solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América», que «deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios».
Tras denunciar la guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la medicina, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización; las batallas de Lepanto, las armadas invencibles, los terceros reichs y otras formas de exterminio mutuo, como así también el uso irracional de aquellos fondos, exigió «la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado sólo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia».
Se preguntó «¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?» esas riquezas adeudadas a estas tierras ahora llamadas «americanas» y finalizó su discurso después de afirmar que «Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar».
Y a despertar pueblos se dedicó. No en salones elegantes sino en tierras de pobres y excluidos.
Que todo es mentira
Nada de lo escrito hasta acá sucedió. Ni la reunión petrolera, ni el traje de «alpaca baby», ni el discurso maravilloso que parecía escrito por Eduardo Galeano o por el García Márquez de «La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada», aquella historia que sirvió -hasta al entonces inmortal Fidel Castro- para amenizar el análisis del pago de la impagable deuda externa latinoamericana y caribeña hace un cuarto de siglo.
Con todo respeto por Don Luis, ni siquiera es confiable la versión que dice que la autoría del texto pertenece al escritor, ensayista, dramaturgo e historiador venezolano Luis Britto García, bajo el título «Guaicaipuro Cuatemoc cobra la deuda a Europa», publicado por el diario El Nacional de Caracas, en octubre de 1990, con motivo del Día de la Resistencia Indígena, conmemorado como contracara del «Descubrimiento» que no fue el 12 de octubre de 1492.
Parte de la biblioteca histórica hasta niega la existencia del cacique. Sin embargo, el «Jefe de Jefes» existió; vivió al promediar el siglo XVI, organizó una coalición indígena contra la ocupación, la explotación minera y la esclavización de sus hermanos por parte de los españoles en el territorio de la actual Venezuela, en el que pretendían apropiarse del oro encontrado en la zona de Los Teques. Los derrotó una y otra vez, hasta que la fuerza de la Conquista exterminó a su pueblo y sus esfuerzos.
Alguien -tal vez Don Luis- decidió darle voz a Guaicaipuro para adversar a los acreedores del Siglo XXI y lo transportó a la Barcelona, o la Sevilla -tampoco es claro-, del 8 de febrero de 2002, día en que instaló una «Reunión de Jefes de Estado de la Comunidad Europea» que nunca sucedió.
Que nada es verdad
Corren las últimas semanas de invierno en el hemisferio Sur, que no por dependiente, endeudada y empobrecida deja de ser una región conectada. Los celulares abundan, los mensajes que se transmiten, alienan, engañan, confunden y, una vez, por una vez, transportan la palabra libertaria de un cacique.
«Me suena como si ya lo hubiese leído», dice un Hombre Blanco en Asunción.
«Pero nunca en boca de un Indio que es Presidente de su país», le replican desde una playa del Atlántico Sur.
«Es maravilloso» exclama un psicoanalista desde la capital Argentina.
Rema y rema y navega y navega; el discurso que nunca existió surca el mundo de las «redes» como un delfín esquivando corales. Se hace verdad la mentira y estalla en miles de miles de pantallas de 5.5´ y todos saben que hay un cacique vivo que preside un país soberano.
La bola no para de girar y, en uno de los pocos bares de Buenos Aires en los que las mesas de café comparten espacio con billares de antaño y la política se consume tanto como los maníes, el autor de esta nota le cuenta la historia a su editor, quien se asombra y afirma que «hace años publiqué el discurso de Guaicaipuro en la contratapa de Question», la revista venezolana dirigida por Aram Aharonian.
Por una vez, la mentira fue de beneficio para todos. Los dueños de las palabras llamaron «posverdad» a la mentira, algo que tiene mala prensa. Para ellos, como para los que manejan el mundo desde Washington, Brasilia, París… o Buenos Aires, importa más el discurso que los hechos, que solo importan a los que tienen hambre y no tienen trabajo. Importan las consecuencias de los dichos, aunque falsos.
Por una vez, la consecuencia fue recordar que la deuda pesa a cada uno con el mismo peso que la cruz de aquel hombre que nació en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes y que hay caciques que se enfrentan junto a su pueblo a los invasores con banderas de cualquier color.
Carlos A. Villalba. Psicólogo y periodista. Investigador argentino asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (www.estrategia.la)
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