Art Spiegelman, que ya hizo guardias en peores garitas, no estaba dispuesto a que cualquier Billy el Niño disfrazado de líder mundial le contara la Historia a su manera. Así que decidió contarla él. Por eso, y porque estaba harto de cómo la prensa estadounidense daba cuenta del horrendo 11-S y de sus no menos […]
Art Spiegelman, que ya hizo guardias en peores garitas, no estaba dispuesto a que cualquier Billy el Niño disfrazado de líder mundial le contara la Historia a su manera. Así que decidió contarla él. Por eso, y porque estaba harto de cómo la prensa estadounidense daba cuenta del horrendo 11-S y de sus no menos horrendas consecuencias («fueron muy cobardes», apunta desde el otro lado del hilo telefónico en su estudio neoyorquino) retomó su abandonada faceta de autor de cómics y plasmó en el majestuoso libro Sin la sombra de las torres (Casterman/Norma Editorial) sus recuerdos de la pesadilla.
Un libro que su autor quiere ver «mucho más como algo emocional que como algo político». Y es que Art Spiegelman estaba allí.En las calles del Bajo Manhattan. Aquel 11 de Septiembre.
Spiegelman ha hecho con su historia, con la Historia, más o menos lo mismo que ya hizo hace 17 años, cuando -dejando de lado películas y libros y versiones de segunda o tercera mano- evocó en el estremecedor Maus el calvario de su padre en Auschwitz. Maus sigue siendo hoy el único libro de cómic que ha ganado el Premio Pulitzer (1992).
Spiegelman forma parte hoy de la avanzadilla de iracundos creadores que, desde las filas de la izquierda estadounidense -existe, sí- marcan desde hace tiempo, y más en este período preelectoral, el paso de George W. Bush. Una avanzadilla en la que se confunden él, Michael Moore, Bruce Springsteen, Michael Stipe (de REM), Tim Robbins y Susan Sarandon o Noam Chomsky, entre otras moscas cojoneras.
«Bueno, la verdad es que, de todos nosotros, es Michael Moore quien más daño puede hacer al poder», explica Spiegelman. «Moore trabaja en un medio, el cine, que es visto por millones de personas…no es comparable a un libro, y ya no digo nada de un libro de cómics. Sus películas son pensadas y realizadas como armas…y actúan como un arma».
Y hablando del poder de las viñetas -sobrevalorado por unos pocos, ignorado por la mayoría- el ex portadista estrella de The New Yorker (biblia absoluta de la gauche caviar del SoHo y el East Village) sostiene: «Sólo los estúpidos entran en el debate de si el cómic es un arte o tan sólo una forma de distracción, de evasión. A veces es arte y a veces es evasión, punto. A mí, en concreto, me sirve para contar emociones. Lo utilicé en Maus y lo he vuelto a hacer ahora en Sin la sombra de las torres.Después del desastre del 11-S necesitaba entender lo que estaba ocurriendo a mi alrededor, y no encontré mejor forma de hacerlo que a través de estas páginas, que yo calificaría de diario comprimido y parcial».
Para que no haya dudas, el ilustrador puntualiza: «Este trabajo no quiere ser una visión de conjunto de lo que ocurrió… porque todavía está ocurriendo. En EEUU no contamos aún con la perspectiva necesaria para examinar lo que pasó el 11-S, porque estamos todavía en medio de las consecuencias de todo aquello».
Art Spiegelman estalla en una carcajada cuando se le sugiere que algunos de los pasajes de Sin la sombra de las torres pueden ser contemplados como insólitos actos de patriotismo; de un patriotismo, evidentemente, un poco distinto del defendido por George W. y sus chicos. «¡Bueno, sí, pero en todo caso estaríamos hablando de un patriotismo de barrio! Porque yo soy un patriota no de EEUU, sino del Bajo Manhattan. Para que lo entienda: mi patriotismo, que lo tengo, por supuesto, está más relacionado con mi calle y con ciertos lugares de Europa y del resto del planeta que con algunas zonas y algunas personas de Estados Unidos».
«Al día siguiente de lo ocurrido», explica, «ya pensé en contarlo todo en forma de cómic. Pero en ningún momento pensé en un libro, sino en páginas sueltas; en aquellos momentos sólo pensaba que el mundo se estaba acabando… y aun hoy, a menudo lo sigo creyendo.No quería nada que implicara idea de posteridad o de futuro, y un libro implica eso; sólo quería hacer páginas sueltas con la aspiración de sobrevivir y verlas publicadas así, una a una».Al principio, lo hizo en varias publicaciones europeas, como Die Zeit o Courrier International, «no en EEUU, porque, desde el 11-S, yo empecé a vivir una especie de exilio interior».
Y concluye Spiegelman evocando a sus viejos amigos los chicos de la prensa: «Mi principal indignación no va contra la Administración Bush -aunque sé que es realmente peligrosa- sino contra la totalidad de los medios de comunicación de EEUU, excepto alguno de la izquierda.No han hecho su trabajo, han sido muy cobardes en su relato de lo que pasó el 11-S y de sus conscuencias, y más que el cuarto poder parecen la quinta columna del poder político. El único que salva el honor de la profesión es Paul Krugman en su columna de The New York Times. Es muy poco».
De ‘Maus’ a ‘The New Yorker’
‘Sin la sombra de las torres’ retrata en dibujos y textos el estado de ánimo de Art Spiegelman en las horas posteriores, los días posteriores y los meses posteriores a la tragedia: tres años exactos tardó el ilustrador en plasmar en viñetas el horror.Bien podría ser el estado de ánimo de tantos y tantos neoyorquinos, nativos, arraigados o de paso, de su neurosis, de la psicosis ante el terror. Pero Spiegelman ya sabía lo que era adentrarse, a través del cómic, en los peores arcanos de la Historia. ‘Maus’, que logró el Premio Pulitzer en 1992, era un desolador relato de la experiencia vivida en Auschwitz por su padre (Spiegelman es judío). Un relato en el que los prisioneros judíos eran ratones y los nazis y sus esbirros, gatos. Es, sin lugar a dudas, uno de los cinco o seis títulos imprescindibles en la historia del cómic, no tanto por su concepción gráfica como por sus condiciones de gestación y desarrollo, basadas en interminables conversaciones entre el autor y su padre. Mucho antes, en 1977, Spiegelman y su mujer, Françoise Mouly, fundaron la revista ‘Raw’, un islote en el vacío de las publicaciones de ilustración y cómic que entonces se daba en EEUU. «Felizmente, ya no es necesario un nuevo ‘Raw'», explica el ilustrador. «Françoise y yo estuvimos editando la revista durante más de una década, a finales de los 70 y principios de los 80, pero lo hicimos por defecto… es decir, porque no había nada de nada en el campo de los cómics. Ahora no es lo mismo». Pero Art Spiegelman alcanzó el estrellato gracias a sus portadas en el semanario ‘The New Yorker’… hasta que la línea editorial mantenida por el editor David Remnick respecto a la Guerra de Irak consumó el divorcio. Spiegelman pegó el portazo, aunque sigue colaborando con la revista esporádicamente.