Enrique González Duro, psiquiatra a contracorriente del hacer oficial, ha dedicado sus conocimientos profesionales a tratar de manera digna a los enfermos y a procurar cambios en el campo del tratamiento de tales personas, y aunque es conocido por ello, quizás una buena forma de acercarnos a sus tareas sea disponer de los libros en […]
Enrique González Duro, psiquiatra a contracorriente del hacer oficial, ha dedicado sus conocimientos profesionales a tratar de manera digna a los enfermos y a procurar cambios en el campo del tratamiento de tales personas, y aunque es conocido por ello, quizás una buena forma de acercarnos a sus tareas sea disponer de los libros en que ha reflejado su pensamiento: «Represión sexual, dominación social»; «Las neurosis del ama de casa»; «Historia de la locura en España»; Franco una biografía psicológica»; «La sombra del general o Biografía del miedo»; «Los psiquiatras de Franco»; y este «Las rapadas. El franquismo contra la mujer». En este último título vemos cómo la clase dominante y sus colaboradores, en el camino de la guerra contra el pueblo trabajador tomaban como punto de partida la barbarie más absoluta, y lo ejemplifica mostrando las escenas que se vivían en las ciudades y pueblos que asaltaban: fusilaban en las plazas públicas con hora señalada y puestos de bebida, comida y banda de música para celebrar los asesinatos, e impedían a los familiares que se acercasen a los cadáveres que cargaban en camiones para echar en fosas comunes. González Duro hace relación de los lugares de tales ejecuciones. A partir de diversas escenas nos muestra todo el sistema franquista para la destrucción de toda mujer que hubiese tenido algo que ver con el mundo de la República; los franquistas pusieron en marcha la máquina de destruir su condición humana desde la esencia. Comienza por la figura de la miliciana como objeto principal de los fascistas porque era exponente máximo de la mujer rebelde, de aquella que aspiraba a cambiar la situación de las de su género.
González Duro recupera documentos que nos ponen al día del ideario fidedigno de los golpistas, por ejemplo aquel en que el psiquiatra fascista vallejo nájera pone negro sobre blanco lo que piensa de la mujer, dice que tiene «labilidad psíquica», que «le falta equilibrio mental», que «no controla su personalidad», que «es impulsiva y poco sociable», que «su conducta anormal la lleva a estados psicopatológicos».
Los franquistas tomaban represalias sobre las mujeres por ser familiares de republicanos o conocidas republicanas, sospechosas o combatientes, y generalizaron la violación y la tortura, las rapaban la cabeza y las cejas, a algunas las dejaban un mechón del que colgaban banderines monárquicos y las obligaban a beber aceite de ricino, produciéndolas vómitos y diarreas, y las exponían en público en las peores condiciones posibles, y las sacaban por los pueblos y las ciudades mientras una banda de música tocaba para llamar la atención conforme eran obligadas a cantar el himno falangista «Cara al sol» con el brazo en alto, a saludar la bandera borbona, la de la falange y el retrato de franco; así hacían de estas mujeres una imagen inasumible por el resto. Con esos espectáculos callejeros, además de buscar el escarnio entre los vecinos, pretendían implicar a la población en su conjunto. Para producir el rechazo general y el miedo a las republicanas y negar su condición de mujeres, el lenguaje común que implantaron lo formaban términos que mezclaban el desprecio y la acusación, que las rebajaban, las humillaban, las deshumanizaban, como putas, rojas, rapadas, peladas, pelonas, sucias, feas, etc. En Santagurda fusilaron a tantos hombres que le llamaban «el pueblo de las viudas», y a ellas las apresaron y raparon: «Dos barberos se encargaron de la tarea, y uno de ellos les cobraba por raparlas. Las bromas y las burlas completaban el escarnio, que aumentó a obligarlas a desfilar, conminándolas a que gritaran «¡Abajo las putas! ¡Viva la Guardia Civil!». Y a las viudas les saquearon sus casas, las insultaron y les incautaron tierra y alimentos». vallejo nájera, el psiquiatra de franco declaraba que ellos tenían sangre inquisitorial y que iban a hacer que se instaurase otra vez la inquisición, y llevaron la represión hasta los rincones más ocultos de la sociedad, pero en el caso de la mujer tomaban venganza aunque nadie la señalase, como vemos en el ejemplo que González Duro transcribe: «castigo por derecho de representación» a cinco mujeres que eran las esposas de los cinco responsables políticos de Miranda de Ebro; varias de ellas fueron sentenciadas a muerte, condenas conmutadas por las penas inmediatamente inferiores. Fueron encarceladas en la prisión de Burgos, donde permanecieron largos años».
Terminada la guerra y pasados los primeros años «La violencia no era ya un arma de la soldadesca de las tropas mercenarias, sino algo más sistematizado y programado con la ayuda de los asesores de la Gestapo, como se ha visto en algunos casos. Pero se seguía violando en la Dirección General de Seguridad, en las comisarías de policía, en los centros de detención falangistas, en los cuarteles de la Guardia Civil, e incluso en las cárceles, con tanta o mayor impunidad que antes. Los nuevos dueños del poder sabían que toda estructura jurídica del orden público estaba en sus manos y a su servicio: las rojas, a menudo rapadas, podían seguir siendo violadas sin ningún problema, aunque a veces la violación formaba parte de la tortura científicamente aplicada». La sumisión y el miedo estaba sembrada en el conjunto social por todos los represores, entre los que destacaba la iglesia católica, el objetivo era reconducir a las gentes en lo que el fascio llamaba «reeducación».
A pesar de todo la solidaridad y la autodefensa crecía entre la población reclusa y trabajadora, y en las cárceles las presas y presos políticos mantuvieron un alto grado de disciplina organizativa y de ayuda común, en formación política, limpieza personal y solidaridad, y los trabajadores en organización sindical, política y resistencia ante el fascismo. Si la guerrilla antifascista resistió hasta la década de 1960, las huelgas adquirían cada vez más importancia, y González Duro menciona en concreto la huelga de Abril y Mayo de 1962: «La minería asturiana fue la que llevó la iniciativa en un movimiento que se difundió pronto por gran parte del territorio nacional y que afectó a miles de trabajadores. … Desde el momento en que se iniciaron las huelgas, las mujeres de los mineros y demás trabajadores intervinieron activamente en ellas,… Lo que inicialmente había sido una protesta aislada de carácter social se transformó en un conflicto político de gran envergadura que, alentado y propagado por el PCE, llegó a socavar los cimientos del régimen… Entre Abril y Mayo de 1963, hubo 356 detenciones de mineros, muchos de los cuales fueron encarcelados durante varios meses, deportados, sus domicilios registrados y sus mujeres acosadas policialmente». Entre tanto la información de la lucha en Asturias discurría de boca en boca, en escritos clandestinos y en medios informativos situados en el extranjero; a la actividad desarrollada se sumaron recogida de firmas de intelectuales que se solidarizaban.
Conocida la Historia ¿qué pasa hoy?: la interpretación fascista sigue vigente, no se retiran los monumentos al fascismo, no se recupera a quienes defendieron la legalidad democrática, siguen en las fosas comunes desperdigadas por todo el estado español, y los gobiernos no aprueban la condena del golpe de estado, ni cumplen las indicaciones de la ONU en lo que se refiere al derecho de las víctimas y sus familias, y no permiten investigar sobre lo que hicieron. La última acción del gobierno zapatero, continuada ¡cómo no!, por el gobierno rajoy, fue/es no permitir la desclasificación de miles de documentos militares relacionados con el golpe de Estado con la participación de las potencias extranjeras, entre ellas la Italia de Mussolini; la escusa es que lo prohíben «para no perjudicar las relaciones internacionales», y de paso para que no tengamos las pruebas que hasta ahora no se han descubierto, que, como las aportadas en el libro de González Duro, son acusaciones sobre quienes proceden de ese pasado como fascistas.
Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», edita Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la memoria.
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