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La revolución democrática en Bolivia

Fuentes: Alai-amlatina

Bolivia es uno de los países más sufridos del continente, junto con Haití. Más allá de la masacre de la colonización -de la que todos los países fuimos víctimas-, Bolivia sufrió dos golpes complementarios: la Guerra del Pacífico, en 1879, cuando perdió la salida al mar ante Chile y la Guerra del Chaco, los años […]

Bolivia es uno de los países más sufridos del continente, junto con Haití. Más allá de la masacre de la colonización -de la que todos los países fuimos víctimas-, Bolivia sufrió dos golpes complementarios: la Guerra del Pacífico, en 1879, cuando perdió la salida al mar ante Chile y la Guerra del Chaco, los años 30 del siglo pasado, cuando perdió territorios ante Paraguay.

Esta última condena a muerte el sistema liberal existente hasta entonces. Declina la hegemonía de la oligaraquía minera, al mismo tiempo que, en los años cincuenta se desarrolla un proceso de formación de la conciencia nacional, que tiene en la revolución de 1952 su expresión más clara, con la nacionalización del estaño, la reforma agraria y la sustitución del Ejército por milicias populares. El agotamiento de ese impulso conlleva a la implementación de un radical programa neoliberal, justamente en el gobierno de quien había encabezado del movimiento de 1952 – Víctor Paz Estenssoro. El sistema democrático-liberal reestablecido en 1985 termina adoptando políticas neoliberales para dominar la hiper-inflación, incorporando la receta vendida por Jeffrey Sachs, que liquida la economía minera boliviana -con el remedio que mata al paciente, como suele acontecer en esos casos. Esta nueva derrota del movimiento popular termina prácticamente con el movimiento obrero minero, hasta entonces el corazón de las fuerzas populares de Bolivia.

Éstas sólo recobrarán fuerzas a partir del final de la década del 90 del siglo pasado, cuando los cocaleros consiguen impedir la implementación práctica del plan de los Estados Unidos de erradicación de las plantaciones de coca, en el gobierno de Hugo Bánzer -entonces electo presidente, luego de haber sido dictador-. Ese movimiento fue seguido de la gran movilización de los campesinos de la región de Cochabamba, en abril de 2000, que impidió la privatización del agua por una empresa francesa, proceso en cuyo transcurso se formó la Coordinadora del Agua y de la Vida, que se perpetuó como organización. En un país con la auto-estima tan baja, por la acumulación de derrotas, este movimiento representó el paso de la defensiva a la ofensiva por parte del movimiento social.

Ese movimiento fue seguido, en septiembre del mismo año, con ocupaciones territorial bajo la forma de bloqueos de caminos y cerco de las ciudades, protagonizados por el movimiento campesino. En julio de 2001 se lleva a cabo una nueva onda de bloqueos en un sector del altiplano, en la carretera que va de La Paz a Cochabamba, en la región occidental del país, la más politizada, donde se sitúan tradicionalmente los aymaras y los quéchuas , junto con organizaciones sindicales del Chapare -zona de los cocaleros- y de la Coordinadora del Agua.

Bajo este telón de fondo, se cumplen dos décadas de promesas neoliberales y Bolivia está más pobre y más desigual. En el campo, el número de trabajadores asalariados disminuyó de 73 mil a 64 mil. El número de unidades familiares que trabajan por cuenta propia -con economías básicamente de subsistencia- pasó de 43 mil a 447 mil. En las ciudades, el llamado sector informal, compuesto por unidades domésticas, artesanales, con relaciones familiares y no asalariadas, creció del 60 al 68% del total de la población ocupada. Así, el número de personas con contratos de trabajo disminuyó del 40 al 32% del total de la fuerza de trabajo.

Bolivia tiene pésimos índices de distribución de renta, sólo superados -negativamente- por Brasil. El 20% más ricos dispone de una renta 30 veces mayor que el 20% más pobre. El 60% de la población vive en la pobreza en el conjunto del país, pero ese índice llega al 90% en las áreas rurales. El desempleo oficialmente registrado triplicó en los últimos 17 años, desde que los planes de estabilización monetaria comenzaron a ser aplicados, llegando al 13,9%, mientras la proporción de personas del sector «informal» -es decir, de trabajo precario- aumentó del 58 al 68% en 15 años. La mortalidad infantil es de 60 por mil nacidos vivos, siendo que la media del continente es de 28. La expectativa de vida al nacer es de 63 años, mientras la media de América Latina y de Caribe es de 70 años.

Dos y medio millones de campesinos tienen como principal instrumento de trabajo el arado egipcio, de 3000 años atrás. La tecnología de punta sólo es utilizada en la extracción de petróleo y del gas, en las telecomunicaciones, en los bancos y en un 10% de la extracción minera y de la producción industrial. La prometida «modernidad» se reduce en Bolivia a los cibercafés, a los coches de lujo y a los bienes suntuarios consumidos por la élite, en las palabras de Álvaro Garcia Linera, el más importante intelectual boliviano, electo vicepresidente de la República en la boleta de Evo Morales.

No es sorprendente, entonces, que en un país así constituido, la tentativa de Sanchez de Losada -blanco, con acento estadounidense- fuera derrumbado en octubre de 2003 -con más de 50 muertos por el régimen-, así como Carlos Mesa, su vicepresidente, en junio de este año. Y que Evo Morales, a la cabeza del MAS -Movimiento Al Socialismo, partido constituido directamente por movimientos sociales- ganara las elecciones de este año con la mayor votación de la historia de Bolivia -que habría sido mayor aún, si no hubieran sido impedidos de votar más de un millón de personas, cuyos nombres fueron quitados de la lista, especialmente en el campo boliviano-.

Se abre el periodo más importante de la historia boliviana, cuando un líder indígena -aymara- asume, por primera vez, en 513 años desde la invasión de los territorios de América Latina y del Caribe por los colonizadores, la presidencia de Bolivia, prometiendo rescatar la identidad y el derecho a gobernarse por poblaciones indígenas -aymaras, quéchuas, guaranís-, con que se identifican más del 70% de la población del país. Una revolución democrática, como definen los candidatos triunfantes, que da paso a la construcción -con la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente- de una nación multicultural y multiétnica: la cara del pueblo boliviano.