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Reseña del libro Adiós, muchachos, de Sergio Ramírez

La revolución sandinista narrada por uno de sus dirigentes

Fuentes: Rebelión

El nicaragüense Sergio Ramírez (1942) es autor de una extensa obra narrativa y ensayística, y no desdeña tampoco ceñirse a la brevedad y urgencia del periodismo. En todas estas labores, brilla su voluntad de explorar los paisajes y personajes de nuestra América, y es maestro en el arte de sazonar el respeto a la historia con la libertad de la literatura.

Su biografía está marcada por una actividad política en su tierra natal que comenzó contra la dictadura de Anastasio Somoza. Con el triunfo de la revolución en 1979, formó parte del Gobierno sandinista, ejerciendo de vicepresidente del país entre 1984 y 1990, año en que el movimiento perdió las elecciones. Fue entonces cuando el ya famoso escritor lideró un intento de renovación en el partido, pero éste no obtuvo el éxito esperado en los comicios de 1996, con lo que decidió retirarse de la política en primera línea. Sus enfrentamientos con la cúpula sandinista se agudizaron tras el regreso de ésta al poder en 2007, y en 2021 se vio en la necesidad de pedir asilo en España, donde ha fijado su residencia.

De la extensa producción de Sergio Ramírez, me gustaría detenerme aquí en Adiós, muchachos (Aguilar, 1999), donde aporta su testimonio sobre la revolución vivida en su país y de la que fue protagonista. Reeditado varias veces y convertido en un clásico, este texto nos describe, vívida y fielmente, los diversos momentos del proceso, y tiene la virtud de mostrarnos en detalle el naufragio del fervor revolucionario en una lastimosa decadencia.

La pérdida de la inocencia

Sergio Ramírez confiesa en el comienzo del libro que el impulso de éste nace de ver unos acontecimientos históricos trascendentales en riesgo de ser olvidados, y de la necesidad de honrar la memoria de los que desde todos los rincones del mundo se volcaron en materializar el sueño emancipador de la pequeña Nicaragua. Allí amaneció, en aquel 1979 tan preñado de barruntos sombríos a nivel global, una utopía que hoy vemos como un estertor final de la era de Lumumba y el Che.

Durante los años 60 y 70, el autor vivió una sucesión de exilios en Costa Rica y Alemania, desde los cuales, con los ojos puestos en el martirio que sufría su país, participó en la organización de la resistencia y en los planes para la toma del poder, al tiempo que orquestaba campañas mediáticas y denuncias de la represión y rapacidad del régimen de Somoza en foros internacionales. Cuando al fin pudo establecerse en Managua con su familia tras el triunfo de la revolución, sus tres hijos llegaron extrañados a un país que desconocían, pero se integraron felices en las campañas de alfabetización y el mayor hizo el servicio militar, participando en acciones de guerra.

La obra nos acerca a episodios de represión durante la era de Somoza y recuerda los nombres de muchas víctimas. Era la de entonces la lucha desigual de un ejército bien pertrechado contra idealistas con raíces marxistas o cristianas, pero siempre profundamente humanistas, guerrilleros para los que “la muerte era una tarea a cumplir”, como escribió uno que además era poeta, o “sólo un ligero dolor, un tránsito”, en palabras del propio Sandino en 1933, poco antes de ser asesinado. Dar la vida era para ellos un ritual que abría las puertas del paraíso, para otros en la tierra.

Lo más doloroso de esta historia de heroísmo y sacrificio es comprobar que los supervivientes fueron muchas veces relegados después por el nuevo poder, encenagado de burocracia y privilegios. Olof Palme visitó el país en 1983, y emitió un consejo bien lúcido: “Cuídense, se están alejando del pueblo.” Para rematar, cuando se perdieron las elecciones en 1990, se vivió la célebre “piñata”, apropiación legalizada de bienes por parte de la burguesía sandinista.

Para que nadie nos cuente cómo fue aquello

Se rememoran momentos clave, como la ofensiva guerrillera de finales de 1977, comienzo del fin del régimen somocista, o el regreso de Ramírez a Nicaragua desde Costa Rica, en una avioneta en la que lo acompañaban Ernesto Cardenal y Violeta Chamorro, mientras aún se luchaba y tremían ser derribados. Fue poco después cuando se dio unidad política al Frente Sandinista, hasta entonces un conglomerado de guerrillas, optándose por una Dirección Nacional con nueve comandantes.

Llegó luego la eufórica entrada en Managua de los que sentían haber realizado el sueño de Sandino, un ejército de flacos jóvenes curtidos en cien combates. El rumbo de la revolución lo pilotaban los nueve de la dirección recién constituida, de una forma colegiada que paulatinamente devino autoritaria: “un caudillo con nueve cabezas en lugar de una”. El primer gobierno integraba ampliamente a otros partidos, pero en pocos meses se instauró una sólida hegemonía sandinista. Ramírez viajaba de aquella por todo el país, tratando de organizar la nueva vida, y reconoce que se cometieron errores, como un exceso de cautela en las expropiaciones y no repartir generosamente la tierra a los campesinos. Se produjeron además en algunas zonas lamentables episodios represivos que alimentaron a la Contra.

En aquel primer momento, la ayuda de México, Cuba, Venezuela, Panamá, Costa Rica y otros, resultó decisiva, mientras se vivían tensiones entre los que querían avanzar hacia la dictadura del proletariado y los partidarios de formas democráticas. El propio Fidel Castro aconsejó respetar el pluralismo político y la economía mixta, pero el choque con el imperialismo gringo que llevaba decenios saqueando Nicaragua era inevitable. Carter fue comprensivo, pero en la era Reagan los ataques de la Contra desangraron el país. Ramírez revela detalles de la irrupción de la trama Irán-Contra, que lo sorprendió durante un ciclo de conferencias por los Estados Unidos, y describe también el acercamiento a la Unión Soviética, que al principio suministró armamento, pero a partir de 1988 cerró puertas y exhortó a un entendimiento con Occidente.

Hay un recuerdo emocionado para los que llegaron a la vía revolucionaria tratando de ser fieles al evangelio, como Gaspar García Laviana, el cura-guerrillero asturiano muerto en combate en 1978. Él supo llevar hasta sus últimas consecuencias el compromiso por los pobres en una época en que la Iglesia, impulsada por el Vaticano II, colaboraba con los que luchaban por un mundo nuevo. Tras el acceso al papado de Juan Pablo II aquel mismo año, esto se hizo más difícil, y los tres sacerdotes que hacían política activa en el Gobierno nicaragüense fueron suspendidos a divinis en 1983. Se dan detalles de la tensa visita papal de ese año, en la que el pontífice reprendió públicamente a Ernesto Cardenal. La suspensión fue revocada recientemente por Francisco I.

El resumen de la historia es triste. Los idealistas se estrellaron a la hora de gestionar una economía capitalista en un contexto de guerra y tensión social, y el pueblo que les había recibido con esperanza, viendo que no salía de la pobreza, acabó haciendo presidenta a Violeta Chamorro en 1990.

Son demasiadas veces ya…

Sergio Ramírez retrata fielmente en Adiós, muchachos el paisaje humano que caracterizó las diversas etapas de la revolución nicaragüense. El proceso que discurre ante nosotros se mueve, de una forma que entristece pero no puede sorprender, del entusiasmo y heroísmo de los años de lucha contra la dictadura de Somoza, a la dañina y aparentemente ineluctable degeneración burocrática iniciada con el acceso al poder. Las dificultades impuestas a la economía y el hostigamiento de la Contra resultaron sin duda relevantes, pero también es cierto que otros se esforzaron en ayudar, con lo que en este caso parece demostrarse de nuevo que la inflación de liderazgos y la ausencia de una base popular bien trabada son suficientes para hacer descarrilar cualquier intento emancipador.

Otro atractivo de la obra es el testimonio que nos ofrece de un momento en el que Nicaragua devino pieza valiosa del equilibrio global. Las labores diplomáticas de Ramírez lo llevaron a tratar a los protagonistas de la política internacional, con lo que el texto registra abundantes cameos de personajes que van de Torrijos a Gadafi o Fidel Castro, pasando por Borís Yeltsin, Margaret Thatcher, Jimmy Carter, Carlos Andrés Pérez, José López Portillo o Gabriel García Márquez. De todos ellos hay anécdotas sabrosas en el libro.

Los sucesos de Nicaragua, narrados en Adiós, muchachos por quien fue actor principal de ellos, son un canto a la necesidad de una masa crítica social consciente y movilizada para garantizar el futuro de las revoluciones. Nos empeñamos en hacer éstas siempre de arriba a abajo, cuando la historia no se cansa de mostrar que sólo son posibles de abajo a arriba.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.