«American Theocracy» es el último libro de Kevin Phillips, un politólogo, en su juventud estratega del partido republicano que, poco a poco fue descubriendo lo que él llama la traición del dinero a la política, simbolizada en la ejecutoria de la familia Bush, que Phillips describe en sus libros anteriores, «La dinastía Americana» y «Riqueza […]
«American Theocracy» es el último libro de Kevin Phillips, un politólogo, en su juventud estratega del partido republicano que, poco a poco fue descubriendo lo que él llama la traición del dinero a la política, simbolizada en la ejecutoria de la familia Bush, que Phillips describe en sus libros anteriores, «La dinastía Americana» y «Riqueza y Democracia».
En su último libro explica la nueva estructura del poder, fruto de la coalición de los intereses del petróleo, el fundamentalismo religioso y el poder financiero que presentan un nuevo perfil de un partido republicano que se ha hecho con los mandos de un país al que está llevando a la catástrofe. Los datos que maneja documentan cómo las guerras del petróleo condicionan la política exterior, contribuyendo a un endeudamiento gravísimo del país y, todo ello, en nombre de una legitimación religiosa fundamentalista que empezó en los Estados del Suroeste y va contaminando progresivamente la política republicana . Esa fusión de fuerzas es para Phillips la peligrosa novedad.
El libro presenta una abundante colección de datos que no habían salido antes a la luz.
La censura gubernamental y la tácita cooperación de los poderes mediáticos han hecho posible que no sea la televisión ni siquiera los periódicos los que informen por vez primera de las cosas que están pasando sino, curiosamente, los libros. Hartos de acudir sin éxito a los medios, los periodistas que saben o se enteran de lo que pasa terminan escribiendo libros en donde recogen la información pertinente.
La manipulación mediática manejada desde la Casa Blanca se expresa estos días, entre otras formas, mediante la creación de una oficina de intoxicación, principalmente utilizada para la guerra de Irak, complementada con una brutal persecución de quienes puedan ofrecer otro tipo de noticias desde el Gobierno. Hace poco, una espía de la CIA, Valerie Plame Wilson, fue expuesta a la luz pública, y por tanto, truncada su carrera, cuando su marido, diplomático, informó que la pista del uranio enriquecido era una patraña. Y es que, como le dijo Karl Rowe, el principal asesor de Bush a Mike Wallace, de la CBS, «nosotros no damos información a quienes hablan mal de nosotros.»
Otros dos libros, «Cobra II», del periodista Michael Gordon y el general retirado Bernard Trainer y «The Secret Way to War», de Mark Danner, desvelan las mentiras que condujeron a una guerra que estaba ya decidida mucho antes de fabricarse las pruebas falsas para lanzarla. De hecho, y como se deduce de documentos secretos de la primera reunión entre Bush y Blair, de que lo se trataba principalmente no era tanto de planear la guerra y menos la ocupación sino, sobre todo, de manipular a los medios de comunicación, algo que hicieron con cierta eficacia hasta que la información relevante empezó a afluir y, sobre todo, la ocupación se convirtió en un desastre. Fueron los militaristas y no los militares los que decidieron el cómo y el cuando de la guerra.
«The Mision:Waging War and Keeping Peace with American Military» de Dana Priest, explica el desarrollo de la ocupación del Estado Mayor militar por los militaristas de Bush . Es la doctrina de ese grupo de ultraderecha que se ha apoderado de la voluntad de Bush y que ellos llaman el Nuevo Siglo Americano. Según su doctrina, el Gobierno de los Estados Unidos se autoadjudica la hegemonía mundial y la capacidad de intervenir allá donde lo estime conveniente y para las misiones que él decida, incluso antes de que se produzcan acontecimientos visibles, la llamada doctrina de la guerra preventiva. En «The Sorrows of Empire» , Chalmers Johnson documenta la progresiva instalación de bases americanas en todo el mundo, más de ochocientas actualmente, allá donde sus intereses deben ser defendidos. Es la consolidación de la política exterior militar que sustituye progresivamente a la diplomacia y un nuevo modelo de imperialismo, bases en vez de colonias.
Pero el libro de Phillips no es tan periodístico, contiene un notable estudio histórico acerca del proceso de creación de la aventura política del petróleo, sus implicaciones internacionales y su progresivo deterioro cuando el esfuerzo por garantizar el flujo de esa energía ya en disminución en el país conduce al militarismo exterior. De hecho, la ocupación de Irak debe desembocar en la creación de bases militares exclusivamente dedicadas a garantizar el flujo del petróleo.
Phillips está también escandalizado por el tremendo endeudamiento público producido por la guerra y su consecuencia principal, el creciente poder del sector financiero. Las fintas estratégicas de las corporaciones financieras para asaltar monedas, entrar y salir de los países están muy bien descritas en el libro y la conclusión es la subordinación creciente del poder político a una mafia internacional que no tiene patria. Pero el fisco americano está endeudado además con tantos países, Japón, China, que tienen la mayoría de sus reservas en valores americanos y podrían pasarse al euro o al franco suizo. Para Phillips este endeudamiento va contra la tradición de sobriedad fiscal republicana. Además, como consecuencia de ello, el gobierno está ahorrando en gastos sociales lo que dilapida en la guerra y la prueba es la impotencia para controlar a los contratistas amigos que, como Haliburton, están haciendo su agosto en Irak y Nueva Orleáns, con escasos resultados visibles.
La parte más importante de su libro la dedica a la ocupación por el fundamentalismo religioso del epicentro de la doctrina republicana. Comenzaron cuando la derecha religiosa protestante del Suroeste tomó la responsabilidad de promover la elección de Reagan y ha continuado sin cesar, en un viaje de Oeste a Este y de Sur a Norte de la mano de una nueva raza de clérigos conservadores, duchos en la predicación televisiva, capaces de reclutar clientelas escasamente ilustradas y ponerlas al servicio de un modelo de confesionalidad del Estado que no tiene tradición en América. Los neoconservadores representan básicamente el rechazo a la modernidad, crean enemigos, antes el comunismo, hoy el terrorismo y han aprovechado el once de Septiembre para justificar una especie de Armagedon, una lucha contra los traidores que recuerdan, mejorándolos, los tiempos del Mackartysmo.
Bush es la encarnación de esa mentalidad afirmando su peculiar relación con un Dios que le dicta prácticamente su discurso político.
Para terminar el capítulo de los libros críticos editados estos dos últimos años, me referiré al ultimo publicado por Noam Chomsky: «Failed States: The Abuse of Power and the Assault on Democracy», donde el conocido profesor sentencia que la única forma de que los Estados Unidos recuperen su carácter democrático y no desciendan a la condición de Estados terroristas, «Rogue States» es que acepten la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, firmen el Tratado de Kyoto, permitan que sean las Naciones Unidas las que gestionen las crisis internacionales, combatan al terrorismo con medidas diplomáticas y económicas, reduzcan el gasto militar y aumenten el social. Todo un inventario de imposibles para un grupo de políticos que han secuestrado la voluntad del partido republicano y, de paso, la gobernación del país.