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Reseña de la novela negra Carne de Carnaval (El Paseo, 2017) de David Monthiel

La trama del crimen sirve de excusa para un análisis social y político de la sociedad que lo genera

Fuentes: Rebelión

David Monthiel nos propone en Carne de Carnaval una inmersión profunda en la sociedad gaditana a través de su fiesta más característica. A través de los ojos de un detective retornado, Rafael Bechiarelli, que investiga el asesinato de un comparsista, el autor nos muestra el ambiente denso, las intrigas y la miseria de una ciudad […]

David Monthiel nos propone en Carne de Carnaval una inmersión profunda en la sociedad gaditana a través de su fiesta más característica. A través de los ojos de un detective retornado, Rafael Bechiarelli, que investiga el asesinato de un comparsista, el autor nos muestra el ambiente denso, las intrigas y la miseria de una ciudad volcada en un acontecimiento excepcional que resucita cada año; pero también la alegría y la dignidad que Bechiarelli revive con el lenguaje de las emociones ligadas a la memoria de la infancia.

La novela, como reconoce el propio autor en los agradecimientos, debe mucho al magisterio de Vázquez Montalbán. Bechiarelli es un Pepe Carvalho a la gaditana: la adaptación del arquetipo del detective a la realidad gaditana me parece un acierto extraordinario. Así, la afición de Carvalho a la alta cocina contrasta con la ruina de Bechiarelli, obligado a mendigarconviás en cada encuentro. Mientras que la cultura enciclopédica del barcelonés se forjó en la universidad y en la lucha comunista contra el franquismo, la del gaditano se mueve entre el imaginario carnavalesco y una afición a la lectura -muy ortodoxa- nacida del aburrimiento en un trabajo de vigilante nocturno. El cinismo con el que se protege Carvalho se transforma en Bechiarelli en una ironía más fresca, menos melancólica, aunque a veces cargante y casi obligada a la broma. Esto no es un defecto de estilo del autor; al contrario, es un rasgo fundamental de la ciudad que reconocerá cualquier gaditano o visitante asiduo y que se acentúa en el mundo del Carnaval. De la misma manera que en el ambiente de las élites culturales que frecuenta Carvalho en muchas de sus novelas aparece la permanente tensión para enunciar la palabra precisa, la respuesta perfecta, en los diálogos de Carne de Carnaval los personajes buscan constantemente la ocurrencia, la rima fácil o rebuscada, los sobreentendidos que llegan a ser una condición necesaria para habitar la ciudad.

El contraste entre los dos arquetipos detectivescos personifica un problema literario fundamental que plantea el autor en la novela. No es casual que las fugaces apariciones de su alter ego en la trama vayan acompañadas de reflexiones en este sentido. ¿Es el Carnaval un objeto digno de la «buena» literatura? ¿O está relegado a la esfera del localismo o elcostumbrismo? ¿Cómo se establecen estas jerarquías literarias? David Monthiel propone varios pactos literarios a sus lectores. Los más carnavaleros encontrarán una novela llena de guiños y referencias a la historia y a la actualidad del Carnaval, representado en una distopía que no parece tan lejana. Para quienes no lo sean, la edición viene acompañada de un índice de referencias al final. Esto, en mi opinión, no supone ningún problema práctico para la lectura, aunque sí interpela a los prejuicios ideológicos del lector. ¿En qué sentido? Cualquier buena novela adapta su estilo y referencias a los lugares que recorre. El lector o lectora que los conoce de primera mano es siempre una excepción; los demás solemos estar predispuestos a aceptar un pacto literario fundado en lenguajes ajenos si los entendemos como prestigiosos, propios de la literatura. Pero no hay nada que haga intrínsecamente más valiosa una trama de espionaje en la alta sociedad, una historia cuyo protagonista sea un escritor o un personaje exótico que se comporta como tal que la historia de un crimen en el Carnaval de Cádiz. Aquí David Monthiel sigue los dos axiomas que Flaubert afirmaba a propósito de Madame Bovary:

primero, que la poesía es puramente subjetiva, que no hay en literatura hermosos asuntos artísticos, y que Yvetot, por ende, vale tanto como Constantinopla; que, en consecuencia, puede escribirse cualquier cosa, es decir lo que sea. El artista debe elevarlo todo; es como una bomba, tiene un gran tubo que desciende a las entrañas de las cosas, a las capas profundas. Aspira y hace brotar al sol, en surtidores gigantescos, lo que estaba plano, bajo tierra, y no se veía.

¿Y qué es lo que brota en esta novela? No son las disputas bizantinas del Carnaval, como advierten a Bechiarelli quienes intentan convencerlo de que abandone la investigación. Como toda buena novela negra, la trama del crimen sirve de excusa para un análisis social y político de la sociedad que lo genera. Y en este caso aparecen tres ejes que atraviesan la ciudad y el Carnaval: la mercantilización (de la propia ciudad como objeto turístico y del concurso de agrupaciones), la especulación inmobiliaria y el tráfico de drogas. La forma en que aborda la novela los dos primeros puntos me parece muy acertada: son dinámicas estructurales que se imponen con la colaboración de poderosos agentes que las impulsan, la ambigua colaboración resignada de quienes se saben impotentes ante ellas y las resistencias individuales y dispersas de algunos que quedan al margen. La cuestión del tráfico de drogas me parece un poco más problemática: siendo una cuestión central en la novela, sorprende su banalización, en contraste con los otros dos ejes de dominación. Ningún personaje encarna la resistencia frente a este y aunque los efectos negativos del tráfico (cárcel, violencia, adicción, clientelismo…) se critican a nivel discursivo, la práctica del tráfico y el consumo se muestran completamente normalizadas, incluso en escenas especialmente cargadas de significado. Desde luego, la banalización del consumo y tráfico de drogas es una realidad en toda la costa gaditana, pero no sé si en mayor medida que el pelotazo urbanístico o la dependencia del turismo. Por eso me llama la atención que se le dé este tratamiento.

Por lo demás, el enfoque, el estilo y los personajes tienen un potencial que desborda a esta novela y promete continuar con futuras entregas. Para mi gusto, Carne de Carnaval está a la altura de los clásicos de la novela negra, al menos los que yo conozco. Le deseo mucha suerte al autor y a la serie que, espero, está por venir. Paseando por Cádiz estos días recordaba pasajes de la novela y miraba lugares, de sobra conocidos, de otra manera. Además de todo lo anterior, creo que Bechiarelli puede llegar a convertirse en un referente para una ciudad muy necesitada de este tipo de miradas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.