El Secretario de Estado Cordell Hull odiaba sentarse con representantes negros o mestizos de los países del sur. También detestaba la blanca Argentina, por otras razones. Consideraba que era un país arrogante, insolente―una molestia permanente en la política del Patio Trasero de Estados Unidos. A diferencia de los países latinoamericanos al norte de Capricornio, los países del Extremo Sur no abundan ni en “violenta sangre india” y ni en “corrupta sangre africana” y, lejos de la influencia, las intervenciones y los dictados de Washington, amenazan con desarrollarse por otras avenidas.
El 19 de mayo de 1945, convencido de que Dios lo ha hecho aterrizar en Argentina para corregir el peligroso camino que el país había tomado con la Revolución del 43, arribó el nuevo embajador de Estados Unidos, Spruille Braden. El ingeniero Braden era el heredero y, junto con la familia Guggenheim, uno de los accionistas de la empresa minera Braden Copper Company, la que dominaba la extracción de cobre en El Teniente, Chile. Como otros embajadores estadounidenses, Braden se destacaba por haber participado en diversos golpes de Estado en países ajenos y por defender la libertad de la sagrada corporación privada, como la Standard Oil en Paraguay o la United Fruit Company en el Trópico, para la cual trabajará cuando la compañía bananera y la CIA decidan derrocar al presidente electo de Guatemala, Jacobo Árbenz, nueve años más tarde. Todo en nombre de la libertad y el progreso económico.
En los escasos cuatro meses que permaneció en el país, Braden inventó el anti-peronismo antes que Evita inventase el peronismo. Su embajada participó en la campaña electoral como si fuese un partido político más, pero el enroque ocurrió cuando el vicepresidente Perón aprovechó la dicotomía electoral “Braden o Perón” y su esposa comenzó a construir el peronismo de izquierda, el primer peronismo, el peronismo más auténtico, corrompido más tarde por los López Rega, las Isabel Martínez y los Carlos Menem. Si el anti-peronismo nació antes que el peronismo, el peronismo que maduró en la clandestinidad argentina, lejos de su líder exiliado, fue más peronista que Perón-Perón.
Pero Argentina, país de contrastes, fue, con Uruguay, uno de los pioneros de la educación gratuita, centro de la cultura y de las editoriales latinoamericanas y epicentro de la revolución democratizadora de las universidades en 1918, también fue la Meca de la frivolidad. En Uruguay es un lugar común hablar de argentinización cada vez que se critica la frivolidad de la farándula en los medios. ¿Hay algo de verdad en esto? Entiendo que sí.
Actualmente, la política argentina, como otras neocolonias, es una copia de las taras del imperio estadounidense. Basta con considerar unos pocos ejemplos: Lilia Lemoine, tan bonita por fuera como vacía por dentro, posando al lado de Milei con gorras de béisbol que rezan “Make Argentina Great Again”; los partidarios de La Libertad Avanza ondeando banderas proesclavistas de la Confederación o, más frecuentemente, banderas amarillas de Gadsden, con la serpiente representando la unión de las Trece colonias esclavistas sobre el lema “No pases sobre mí” (primero yo, segundo yo, tercero yo); la negación preventiva de cualquier derrota electoral bajo acusación de fraude…
Pero cada colonia le ofrece a la metrópolis sus propias particularidades. Si algo lleva la marca argentina, que no se encuentra (no a ese nivel) ni en el fascismo europeo ni en el estadounidense, es la frivolidad y la obsesión de la imagen joven que creó la obsesión por la barbie hollywoodense. En Argentina, los insultos con la palabra negro (obsesión fundacional de Estados Unidos) no compite con la popular expresión gorrrrrda (con una larga y despreciativa ere) y una particular fobia a la vejez, no sin paradoja, unida a su necrofilia―no es la obsesión anglosajona por la sangre y el crimen; no es el vínculo íntimo del mexicano con los muertos, sino el atractivo espanto de la muerte precoz, vinculada a la obsesión de la belleza y de la juventud.
El problema es cuando la vieja cultura de la farándula, de las vedettes y la agresión del vacío de los nuevos influencers (creados por los algoritmos del mercado que premian los sentimientos ancestrales más destructivos) saltan de los teatros de revista y de los dormitorios de los youtubers a las tarimas políticas. Allí, la inexperiencia se convierte en un mérito y el servicio público un pecado de viejos.
Una de las traducciones de estas obsesiones, que antes realizaban su catarsis en el arte y en el espectáculo, es la acusación de viejos meados como arma retórica, lo cual equivale al absurdo de acusar a las mujeres en edad reproductiva de ser jóvenes menstruadas. Tengo malas noticias para los influencers políticos que basan su éxito mediático en su eternidad de un día: a partir de hoy todo eso que consideran importante comienza a empeorar. Todo lo que consideran importante, como la belleza de un rosto y de un cuerpo, empieza a apagarse. Si tienen suerte, pronto, muy pronto dejarán de ser jóvenes menstruadas para convertirse en mujeres meadas. Algunos compensarán toda esta natural decadencia física (si es que podemos considerarla decadencia, según el estándar cultural, y no una evolución natural y necesaria) con algo ganado a la experiencia, como un mejor entendimiento del mundo, un poco de paz interior y bastante más solidaridad con el prójimo, sea joven o viejo, gordo o flaco, judío o palestino, campesino, madre soltera o músico callejero. Esas cosas que los líderes de La Libertad Atrasa, de llegar al gobierno, se encargarán de dinamitar hasta que, naturalmente fracasen y se conviertan en viejos meados o afeados a fuerza a de operaciones estéticas que se realizarán para luchar contra el tiempo―batalla perdida, si las hay.
La novela de Bioy Casares Diario de la guerra del cerdo (1969) anticipó la radicalización de la gerontofobia actual. Treinta años antes, Bioy había publicado otra memorable novela La Invención de Morel. Bioy era un autor de la oligarquía argentina tratando de no mirar los problemas sociales del momento con una historia fantástica en una isla en medio del Pacífico. Todo tan político como la neutralidad de las iglesias. Si miramos con atención, también allí estaba la obsesión de la oligarquía argentina por la juventud eterna a través de la perpetuación de la apariencia vacía, de la libertad frívola.
Pero lo que en arte es una obra maestra, en política es un crimen. No hay que confundir deseo con realidad. Nacimos meados y nos vamos a morir meados. Eso es universal. Lo que importa, desde un punto de vista político y moral, es a la hora de la partida, cuánto pudimos aportar a reducir la violencia y el dolor en la especie humana.
Nada de esto es posible perpetuando el perverso dogma de los Adam Smith y los Friedrich Hayek: “mi egoísmo es la base del bienestar social”, perpetuando el neocolonialismo, el cipayismo imperial, la servidumbre a una oligarquía criolla que siempre encuentra mayordomos y gendarmes que protejan sus intereses.
Siempre en nombre de la Libertad. De su libertad.
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