Un conjunto de cuerdas, parecen guitarras, arpas y quizás mandolinas, dibujan un primer paisaje sonoro al que se sumarán las primeras imágenes, también sonoras, también visuales, de hormigas, abejas, aves, siendo y haciendo comunidad.
La voz de María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy para casi todos, Tía Chuy para algunos más cercanos, se escucha con ella diciendo: “Si la destrucción o muerte es el progreso, pues, estamos en contra, ¿verdad? ¿El progreso para quién?; el desarrollo, ¿pero para quién?”
Visionar el documental realizado por Luciana Kaplan me significa en lo personal una experiencia múltiple. Por una parte, se reactiva la memoria de haber participado en la recolección de firmas para buscar la precandidatura de Marichuy en 2018: la propuesta, en principio, como todas las iniciativas políticas del zapatismo a lo largo de estos años desde 1994, me desconcertó; pero, en la medida que fui entendiéndola (o que creí entenderla) me pareció tan deliciosa como provocadora: muy propia del zapatismo. Por otra parte, se activa el disfrute de una obra artística como lo es el filme producido por Carolina Coppel, Mónica Lozano y Eamon O’Farrill; porque, como se dice en tierras yucatecas, se gusta la película: la narrativa de las escenas escogidas, la composición de la fotografía, la edición del sonido y sus puentes musicales.
Es bueno, creo, que un documental sea así; que haga coincidir lo ideológico con lo estético. Que sea muy claro audiovisualmente en la historia que quiere contar, porque de ello depende que cumpla su cometido político; pero, al mismo tiempo, que no olvide su compromiso con lo artístico y, en este caso, al tratarse de cine, lo tecnológico: una buena película documental, realizada con cuidado y rigor, cuyo resultado sea bello no a pesar de, sino gracias también a su característica de documento, es, creo, un mejor instrumento para llevar a cabo la reflexión a la que nos invita.
¿A qué reflexión nos invita el filme La vocera? No creo que haya una sola respuesta a esta pregunta; la invitación es tan diversa como las reflexiones que propicia y las andanzas que provoca. Como dijera la compañera Yamili Chan Dzul, concejal del CIG-CNI en Yucatán, haciendo resonancia de las enseñanzas zapatistas: “Lo que nos va a hacer caminar en la vida son las preguntas y no las respuestas”. No obstante, creo que pone sobre la mesa la discusión en torno de lo que significa la construcción de una forma de hacer política distinta a la que dicta el sistema de partidos políticos; una forma que, pésele a quien le pese, está siendo protagonizada por los pueblos originarios guardianes de la tierra y de la vida, organizados en el Congreso Nacional Indígena, y por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, hermanas y hermanos mayores en este caminar.
Como dijera Marichuy: “Es la hora de los pueblos. De voltear a ver nuestras comunidades aunque sean de otro color, aunque piensen diferente de como pensamos (nosotros)”; porque es la hora de “hacernos fuertes al interior como pueblos”. Se equivocaron antes y se equivocan ahora quienes, ya desde su incomprensión (marcada por el desprecio: que quien no quiere entender, no puede entender), ya desde su perversidad, miran la propuesta de la precandidatura como un entrarle al juego electoral del poder, como dicen las y los zapatistas, de arriba. Quienes así lo miran a la propuesta no se cansaron de decir que la improbable candidatura de Marichuy dividiría el voto de una supuesta izquierda electoral; su argumentación es el refrito de un discurso ya usado en 2006, cuando el zapatismo llamó a organizar La Otra Campaña para dejar en claro que su apuesta no era ser un personaje más en el circo electoral que la clase política administra.
“Nosotros –dice Marichuy— anhelamos y pensamos que puede haber formas distintas, un poder donde quepamos todos; por eso nos toca decidir el rumbo de este México y lo vamos a diseñar juntos. Más allá de la firma, hay un compromiso más por este México que lo tienen secuestrado los de arriba; se lo vamos a quitar, junto con ustedes”. Pienso en un joven cuyo desconcierto quedó registrado por la fotografía de Ernesto Pardo; reconoce que todos estamos de acuerdo, que todos sentimos lo mismo (quizás se refiera a la urgencia de cambiar lo que está mal en este país); pero, pregunta: “¿Cómo lo vamos a hacer?” Y, allí es donde está la nuez de la propuesta zapatista respecto a la precandidatura que reduccionistamente decimos “de Marichuy”: no se trata de llegar a arriba, como lo dicta el sistema de partidos políticos; se trata de ir a abajo y retomar lo colectivo.
El proceso electoral está diseñado para que sea una persona la que asuma el poder. A pesar de que en toda su literatura la democracia electoral habla de que un gobernante lo es en tanto que recibe el mandato que demagógicamente llama popular; es decir: que lo es en tanto mandatario, no como mandante; a pesar de ello, decía, la clase política oscila entre la erección de gobernantes que son gerentes (cuando no títeres) de intereses privados que lesionan al país todo o gobernantes que parecen sufrir de amnesia y olvidan lo mucho que ha costado democratizar a la misma democracia y coquetean con el pasado autoritario de este mismo país tan lastimado entonces como ahora.
¿Cómo entender la propuesta zapatista detrás de la iniciativa de la precandidatura, no de Marichuy, sino del Concejo Indígena de Gobierno del CNI, si en nuestras cabezas no alcanzamos a imaginar que quien gobierna no debería ser un mandón, un capataz, sino un portador de la palabra de los pueblos (sí, en plural) a los que representa? Una posible respuesta, insisto, entre muchas, nos la da la escena donde las autoridades wixárikas van a un encuentro con autoridades teiwarixi (mestizas): un teiwari, más con vocación de cadenero de bar que de mediador político, impide el acceso a las autoridades tradicionales porque cree que 10, 20 ó 30 personas representan suficientemente a los pueblos que en asamblea ocuparon horas para elegir que más de 40 llevaran su palabra colectiva. El hombre mestizo de la puerta piensa en clave numérica, no democrática; su idea de democracia se reduce a pensar que una sola persona (el gobernante) puede portar la palabra de decenas de naciones, pueblos y comunidades en un Estado que por definición no les escucha ni les mira.
Ya desde la Primera Declaración de la Selva Lacandona el EZLN llamaba, no al criminal que despachaba desde Los Pinos, sino a los poderes Judicial y, fundamentalmente, Legislativo a restituirle su valor a la democracia deponiendo al usurpador de “La Silla del Águila”; llamaba al diálogo, pues, a quienes legal (aunque no legítimamente) representaban en colectivo a ese imaginario que algunos llaman “la nación mexicana”, no al hombre que en sí mismo concentraba todos los hilos del poder de arriba y sus miserias. Como ocurrió lo que se sabía de antemano que pasaría: que en realidad el Poder Legislativo no representa la palabra, el sentir y el pensar de quienes dice representar, en la Segunda Declaración de la Selva Lacandona el EZLN convocó a la celebración de una Convención Nacional Democrática en un escenario poderosamente teatral: Aguascalientes, Chiapas, para anunciar que su apuesta sería por la construcción de una forma de autogobernarse colectivizada, y que ellas y ellos, las y los zapatistas, no formarían parte de ese gobierno.
En la Tercera Declaración, la propuesta zapatista coqueteó con la posibilidad de hacer sinergia entre la CND y el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas; pero, mientras en la primera asomaban contradicciones y desviaciones que suelen acusar no pocos procesos organizativos desde las izquierdas, en el segundo se mostraban ya los rasgos de la traición que la izquierda electoral cocinaría para con el zapatismo más adelante. La Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, por su parte, sería la pauta que marcaría el sendero, por un lado, de una militancia civil zapatista que del FZLN pasó a La Otra Campaña y luego a La Sexta, para recoger lo que quedaba de ella en las Redes de Apoyo a Marichuy que más tarde serían las Redes de Rebeldía y Resistencia, y, por otro lado, del nacimiento del CNI; entendiendo que México no es uno solo, sino mucho méxicos, y que la tarea de autogobernarse pasaría necesariamente por el encuentro a futuro de esos dos espacios organizativos. Fue la IV Declaración donde el EZLN dijo con todas su letras que no aspiraban a la toma del poder, ello les ganó la burla y el desprecio de los teóricos de las ciencias políticas clásicas que tacharon a las y los zapatistas, cuando no de tontos, de ingenuos; fue allí donde se desmarcaron abiertamente del zapatismo quienes aún se resistían a hacerlo.
Para cuando el EZLN emitió la Quinta Declaración de la Selva Lacandona, el CNI se había fortalecido de la discusión nacional que había significado, primero, la firma de los “Acuerdos de San Andrés” y, después, la defensa por su cumplimiento. Por primera vez, comandantes y comandantas del Comité Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General del EZLN, arribarían a la capital del país para desde la tribuna fetichistamente más importante de eso que algunos insisten en llamar la Nación, hablarle al informe pueblo de México. No se trataba, como pensaron algunos, en hablarle a la ensordecida clase política que les despreciaba: la traición de la izquierda electoral su cumpliría, finalmente, en torno a esas fechas; se trataba, como con la iniciativa de la precandidatura del CIG-CNI, de ir al encuentro de aquellos méxicos que sí les escucharían y que se estaban organizando para autogobernarse desde abajo.
No sería extraño, entonces, que la Sexta Declaración de la Selva Lacandona significara la abierta distancia, cuando no franca ruptura, entre el zapatismo y la autonombrada izquierda electoral; esa izquierda que en su desmedida búsqueda por tomar el poder terminó por parecerse a la derecha también electoral, esa izquierda que al alcanzar el poder de arriba renunciando a la construcción del poder de abajo, de izquierda conservaría muy poco. Seguir a esa “izquierda” y a sus candidatos sería correr su misma suerte: abandonar la posibilidad de ser una opción real de contrapunto al sistema de muerte que dicta despojos individuales y colectivos; el zapatismo fue muy claro y contundente al decirlo. Arriba, la muerte se enseñorea tomada de la mano con la burla, la explotación, la represión y la miseria del modelo de producción económica capitalista y si alguien lo sabe son los pueblos originarios que lo han resistido cientos de años; de allí su negativa a megaproyectos como el mal llamado “Tren Maya”, el Corredor Transístmico, el PIM y todos aquellos proyectos que contaminan la tierra, el agua, el aire en nombre del desarrollo y del progreso, porque el desarrollo y el progreso así no lo son en verdad.
La vocera es una película documental que, de alguna manera, con retazos de luchas registradas en Yucatán, Sonora, Nayarit o la Ciudad de México, en particular Ciudad Universitaria (¿cómo no emocionarse hasta las lágrimas –sí, últimamente estoy muy chillón– cuando la compañera que da la bienvenida en la UNAM a Marichuy las concejalas del CIG-CNI les dice: “Bienvenidas a esta su universidad, la universidad del pueblo”?), da cuenta del andar, personal de Marichuy, colectivo de los pueblos originarios, histórico de este país, que alimenta la propuesta zapatista al CNI de proponer la precandidatura del CIG a la presidencia de este territorio que llamamos México; una propuesta, como se diría en la charla al día siguiente de su transmisión vía streaming por Ambulante, histórica en sí misma porque significa(ba) jaquear el sistema político: no se trataba de votar por Marichuy, se trataba de votar por un Concejo Indígena de Gobierno que a nivel nacional sería, a su modo, espejo de las experiencias que protagonizan las Juntas de Buen Gobierno en zona zapatista; un Concejo Indígena de Gobierno que hoy por hoy está defendiendo con sus propios cuerpos la vida de todes nosotres.
En uno de los archivos recogidos por Luciana Kaplan, integrados al filme por el trabajo de edición junto con Valentina Leduc, un personaje con ínfulas de analista político le dice a Marichuy (perdón por el spoiler): “No me gusta la etiqueta: indígena… ‘voten por mí por ser indígena’… cuando todos somos mexicanos”. Marichuy le contestará que justo por eso la propuesta es para todos. Lo que el hombre en cuestión no termina de entender, blandiendo el mismo discurso que se espetó al zapatismo en 1994 y que de tanto se desempolva: “¿por qué luchar por los pueblos indígenas si todos somos mexicanos?”, es que cualquier proyecto de nación que no visibilice a los pueblos originarios es un proyecto que perpetúa la condición de falsas democracia, justicia y libertad que todes, no nada más los pueblos originarios, hemos padecido.
México, el territorio, está habitado por muchas naciones; de todas esas naciones sólo una de ellas: la del pueblo mestizo, tiene Estado. Las demás naciones, todas ellas indígenas, teniendo sus propias prácticas culturales, sus propios sistemas de organización comunitaria, sus propios usos y costumbres, sus propios derechos consuetudinarios, no tienen Estado. Esas naciones sin Estado, en lugar de poder gozar de su derecho inalienable a la vida, están sobreviviendo el embate de un Estado-nación no-indígena que tras el discurso: “todos somos mexicanos”, las invisibiliza y amenaza. Esas naciones sin Estado son además, por si fuera poco, las que están defendiendo la vida, frente al uso y el abuso capitalista, tan criminal como indiscriminado, de los recursos naturales que son sustento de la existencia de todes les demás, seamos o no, nos reconozcamos o no, como indígenas.
“Nuestra propuesta –dice Marichuy— es colectiva; no es como ellos lo tienen diseñado: que una persona todo lo decide. Aquí no, somos en colectivo”. –¿Es comunismo?, pregunta un personaje de la televisión. –Es comunidades, responde Marichuy. Y, si Ambulante transmitió La vocera en el marco del Día Internacional de la Mujer es porque la iniciativa de que la precandidatura del CIG-CNI tuviera como portavoz a una persona indígena consistió en que además fuera también mujer y, también, una trabajadora de la salud; porque el zapatismo ha ido aprendiendo que la lucha contra el criminal modelo de producción capitalista debe ser también antipatriarcal y poner en el centro de los procesos organizativos una praxis de los cuidados: el cuidado de la tierra y sus recursos naturales es el cuidado de la salud; el cuidado de la salud, es el cuidado de la vida. Así, la lucha por la vida a la que nos convoca el zapatismo, y que en su más reciente declaración política ha quedado de manifiesto, pasa por la lucha hombro con hombro y codo con codo con quienes están cuidando la vida y la defienden con sus propios cuerpos: los pueblos originarios y las mujeres. “Los compañeros que entendieron –apunta Marichuy–: felicidades, y los que no, pues, es su tarea ir entendiendo.”
Entendiendo, ¿cómo?; entendiendo, ¿dónde?: en el andar de esta lucha por la vida. “Es fundamental –dice Marichuy— ir reconociendo la participación de la mujer, porque siempre fue un modelo patriarcal donde muchas consideran que no pueden; ahí va aprendiendo una en el camino”. Y, junto con ellas, los hombres todos, y muy especialmente quienes hemos sido generadores de violencia de género, de violencia machista, y militamos en las izquierdas, y caminamos junto al CNI y seguimos el paso de nuestroas votanes zapatistas, estamos obligados a irlo aprendiendo en el camino; un camino marcado por nuestras compañeras dentro y fuera de los pueblos originarios. Cuando otro de los personajes de los medios de comunicación le preguntó a Marichuy: “¿Cuál es la palabra que más se va a usar en esta campaña?”, ella contestó: La organización. Una organización que, como recuerda Marichuy misma, “cuando estamos todos juntos somos asamblea y cuando estamos separados somos una red”. Una organización que, por luchar por la vida, no puede tener cabida para con hombres que siga(n)mos apostando por prácticas de control, en lugar de prácticas de cuidados; seamos quienes seamos: simpatizantes, concejales o subcomandantes.
El conjunto de cuerdas, propuesta de la composición musical original de Alejandro Castaños y Federico Schmucler, suena de nuevo abrigado por el micrófono de Nicolás Aguilar Limenes y el diseño sonoro de Lena Esquenazi; la fotografía de Pardo se funde en negro y mientras los créditos van subiendo Mare Advertencia Lírika, Marlene Cruz Ramírez, Oveja Negra, Susana Molina Medina, Zara Monroy y Roxana Sarahí Romero Monroy hacen con sus voces y sus letras para la canción tema: “Falta lo que falta”, que la piel termine de desbordarse en las sensaciones que La vocera ha ido detonando: nostalgia por las luchas vividas, alegría por las pequeñas victoria alcanzadas, indignación por la injusticia que se sigue reproduciendo, tristeza al recordar a quienes hemos perdido en el camino, impotencia por la aparente imposibilidad de que algún día ganemos, admiración por el incansable ejemplo de todas las compañeras en pie de lucha, vergüenza por sentir que no se ha hecho lo suficiente… esperanza; porque, sí: “falta lo que falta”, y lo que falta es un chingo, pero nos queda aún una fuerte dosis de esperanza.