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«Las nieves del Kilimanjaro»

Fuentes: Rebelión

A veces sucede que una buena historia contada con sencillez y profundidad llega mucho más lejos que cualquier discurso político o sindical. En los tiempos que habitamos de confusión ideológica alcanzar o tocar la cima de la realidad social parece un imposible metafísico. Sin embargo, Robert Guédiguian consigue atrapar esa maraña de existencia evanescente en […]

A veces sucede que una buena historia contada con sencillez y profundidad llega mucho más lejos que cualquier discurso político o sindical. En los tiempos que habitamos de confusión ideológica alcanzar o tocar la cima de la realidad social parece un imposible metafísico.

Sin embargo, Robert Guédiguian consigue atrapar esa maraña de existencia evanescente en su película Las nieves del Kilimanjaro. Obra de arte sin paliativos, arma pacífica de destrucción masiva de falsos clichés y tópicos al uso bombardeados por el capitalismo a diestro y siniestro (léase la derecha de siempre y la izquierda apoltronada en el sentido común de la ya vieja posmodernidad). Obra maestra sin estridencias ni esteticismos vanos: la vida cotidiana tal cual en un barrio obrero de Marsella narrada a través de una prosa poética que expone las contradicciones de cada personaje sin trampa ni cartón, dentro de la compleja naturalidad del devenir diario por ganarse un lugar de dignidad en el universo vital de hoy mismo.

La conciencia de clase mancillada por tantos intelectuales orgánicos al servicio del capital es la protagonista subyacente de toda la película. A su alrededor se tejen situaciones, diálogos y secuencias que van desvelando la realidad interna de los personajes. Todos ellos resultan accesibles a la mirada de cualquier espectador atento: son palabras escuchadas en el bar del barrio, en la mesa con nuestros padres, en el trabajo con los compañeros… Ahí están el discurso sindical histórico, los prejuicios antisindicales, la mujer que se casa y deja sus estudios, la amistad nacida durante la edad infantil, el joven parado cubierto de deudas y sin futuro, la mujer a solas abandonada por la sociedad machista… y el enemigo invisible de la clase trabajadora del siglo XXI, el patrono que no da la cara, el empresario sin entidad física real escondido tras unas siglas transnacionales o una sociedad anónima fantasma.

La historia avanza de cumbre en cumbre hasta nunca pisar las nieves del legendario Kilimanjaro. ¿O sí? No de manera presencial desde luego, pero sí desde la inteligencia emocional y solidaria de los dos personajes centrales de la trama, Michel y Marie Claire, un prejubilado y una trabajadora que cuida ancianos. Ternura inteligente, devastadora, revolucionaria, de esa clase de amor que destruye cimientos teñidos de rosa bastardo y de lágrimas cobardes ataviadas de caridad clase media. La moral que trasluce la película es de proximidad, huele a piel mojada de rabiosa existencia. No hay buenos ni malos, solo personajes en contacto directo y dialéctico con la realidad que les mediatiza y que a su vez actualizan con sus actitudes y quehaceres habituales.

Muchas son las razones para hacer una cordada colectiva al Kilimanjaro de Guédiguian. Su apuesta conmueve desde un planteamiento sincero, crítico, valiente, dulce y amargo, abordando la realidad con la maestría de un hombre bueno comprometido con su tiempo y las gentes que construyen esa realidad desde abajo, allí donde los que solo son pura existencia se convierten sin escenarios fastuosos en héroes del silencio local, de la lucha por un trabajo decente, por un vivir que sea algo más que un sinvivir mísero en esta globalidad de mentira urdida por el ruido del consumo de últimas novedades y la farándula cosmética de la cultura de masas comecocos de las nuevas tecnologías del ocio pasivo.
Hoy, se ha perdido la costumbre de hablar con el compañero de viaje, con los hijos, con el vecino… Las nieves del Kilimanjaro nos recuperan ese hábito tan saludable de saber quiénes somos y adonde vamos en relación estrecha con el mundo que nos rodea: lo que tenemos más cerca, el hogar, el trabajo, el barrio. Desde ese mundo todos los otros mundos pueden ser posibles.

Palabra de Guédiguian

«Soy un obrero o soy un campesino quería decir pertenezco a este mundo y estoy orgulloso de ello, tanto como puede estarlo un aristócrata, tengo un oficio cuya visibilidad es clara para los demás. Se ha hecho sentir a la gente humillada y frustrada. La conciencia de clase, incluso cuando se reprime, es clandestina. No se pregona en la calle.»

«En la guerra de todos contra todos, la de los pobres contra los ricos, se han desplazado y fabricado oposiciones ficticias pero que funcionan. Se ha hecho todo lo posible para oponer a los trabajadores y los parados. Se ha creado la ilusión de que el conflicto se encuentra entre los activos y los parados. Esto esconde la oposición real, la verdadera, entre los parados y los trabajadores, por una parte, y los patronos, por la otra.»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.