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Las PASO, la izquierda y la construcción del poder popular: un debate necesario

Fuentes: ContrahegmoníaWeb

Sobre el resultado general de las recientes elecciones primarias en la Argentina no hay mucho más para decir que lo que ya se dijo: entre las tres primeras opciones, todas de la derecha conservadora, han obtenido el 90% de los votos emitidos, lo que no significa que un porcentaje similar del pueblo argentino adhiera a […]

Sobre el resultado general de las recientes elecciones primarias en la Argentina no hay mucho más para decir que lo que ya se dijo: entre las tres primeras opciones, todas de la derecha conservadora, han obtenido el 90% de los votos emitidos, lo que no significa que un porcentaje similar del pueblo argentino adhiera a esa ideología. Tres candidatos que si bien se diferencian en matices, tienen coincidencias tan importantes que no habilitan a suponer que alguno pueda desviarse del ajuste que viene exigiendo el «mercado», palabrita neutra tras la que se ocultan los poderosos grupos económicos. Quizás vale agregar que si el kirchnerismo termina su ciclo de doce años llamando a votar a Daniel Scioli, uno de estos candidatos de derecha, se debe a motivos más profundos que la imposibilidad constitucional de la reelección de Cristina. Es el propio kirchnerismo en el poder el que ha creado las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales para que sea un gobierno de ese signo el que lo suceda.

El candidato es el «proyecto»

A 12 años de su aplicación, el denominado «proyecto» resultó incapaz de transformar profundamente la estructura productiva legada por el neoliberalismo, profundizó la extranjerización, concentración y dependencia de la economía e incentivó el extractivismo sojero y minero, con sus nefastas consecuencias económicas, sociales y ambientales. Una política social activa le permitió recuperar la gobernabilidad perdida y ganar consenso tras la crisis.

Pero un Gobierno que hizo de la palabra «empoderar» un latiguillo de sus discursos, deja un pueblo en una relación de fuerzas más desfavorable que cuando asumió. Organizaciones populares fragmentadas, militantes juveniles que creían que la política se construye desde abajo encerrados en despachos estatales o a la sombra de sus recursos, ruptura de lazos solidarios entre sectores del pueblo trabajador, son saldo de la «década ganada». Y si tras la rebelión popular de fines del 2001 el pueblo aspiraba a cambiar las cosas de raíz y a tomar su destino en sus propias manos, hoy la alternativa que deja el kirchnerismo no va más allá que optar entre lo malo o lo peor.

No podemos dejar de nombrar una cuestión muy significativa, el triunfo como candidato a gobernador de la estratégica provincia de Buenos Aires de Aníbal Fernández, uno de los responsables de la Masacre de Avellaneda y de los asesinatos de Darío y Maxi. Y si consideramos también que el kircherismo colocó a un represor como Sergio Berni como secretario de Seguridad ¿puede extrañar que sectores masivos de la población se inclinen cada vez más por la aplicación de «mano dura» -típica solución mágica que enarbolan las derechas para cualquier problemática social- que siempre recae sobre pobres y quienes protestan? Sugestivo final de ciclo para quienes presumen de haber recuperado la «política»: el mismo secretario de Seguridad justificó haber reprimido a los trabajadores de la línea 60 diciendo que «están politizados».

Sin embargo, no creemos que el actual Gobierno sea lo mismo que un Menem o un De la Rúa. Se trata de que el «proyecto» sólo podía conducir a la falta de perspectivas actuales. La estrategia de «humanizar» al capitalismo, generando condiciones para que el «capital» invierta productivamente y se genere un «círculo virtuoso» de la economía conduce, más temprano que tarde, a la situación actual en que sólo un profundo ajuste complace al capital. El único «círculo» -para nada virtuoso- al que conduce el capitalismo es el mismo de siempre: los grupos empresarios, luego de «levantarla con pala» sólo aspiran a aumentar su tasa de ganancia a expensas de los salarios y de la disminución del gasto social. Un ejemplo entre muchos, Acindar en el 2014 facturó por 9993 millones de pesos. Sin embargo, este año despidió trabajadores para abaratar costos. En una sociedad dependiente como la nuestra -salvo algunas coyunturas excepcionales- del pueblo trabajador no pretenden que sea «consumidor» sino mano de obra barata y precarizada para la exportación y a beneficio de quienes sí consumen y derrochan.

Hace un tiempo, la presidenta afirmó que el «candidato es el proyecto». Y tiene razón, por eso su candidato hoy es Scioli. Ni él ni ninguno de los opositores de la derecha piensan en regresar a los 90, aunque todos ellos hayan sido parte del menemismo. La gran coincidencia es la profundización del extractivismo neodesarrollista y el abandono paulatino de la política social, según se lo permitan las relaciones de fuerza.

La lógica y necesidades de los grupos empresarios es el verdadero y único «cerco» que rodea y rodeará al candidato que triunfe. En el caso de Daniel Scioli, quien crea que un vicepresidente como Zanini o algunos muchachos de la Cámpora en puestos legislativos resultará un cerco más efectivo, pecan como mínimo de un grado importante de ingenuidad. Más aún, resultaría arriesgado descartar que Scioli -aun pretendiendo un ajuste paulatino- no termine aplicándolo en forma más feroz que un Macri, incitado por el empresariado a demostrar su confiabilidad. Si lo hace, tendrá el apoyo del PJ, las burocracias sindicales, los medios de comunicación y de las fuerzas represivas que desde la gobernación prohijó.

No se trata de una particularidad argentina. El reciente caso de Tsipras, en Grecia, ilustra en forma acelerada el fracaso a donde conduce la estrategia de conciliar con el «capital» para satisfacer las demandas populares. En América Latina, es el conjunto de los gobiernos neodesarrollistas el que ha tomado el camino del ajuste a sus pueblos. Brasil o Ecuador son ejemplo. La Argentina y el kirchnerismo no son la excepción.

El incierto resultado de octubre, en el que ni Scioli ni Macri tienen asegurado el triunfo, no disparará un debate serio sobre los problemas del país y de nuestro pueblo sino un nuevo acto de la comedia de enredos donde dirigentes y punteros saltan de aquí para allá con la única firme convicción de alcanzar o mantenerse en el poder. Una manifestación más de la crisis de la «democracia representativa» en que se funda nuestro régimen político, que el kirchnerismo se empeñó en recomponer tras su crisis del 2001.

¿Tiempo final?

Se debate si estamos ante la desaparición inminente del kirchnerismo. Creemos que es muy factible perdure ligado al aparato del PJ y a la gestión de los recursos estatales que consiga mantener. Y siga concitando expectativas «progresistas» y del ideario «nacional y popular». Pero se encuentra lejos de originar un fenómeno político duradero -encarnado en millones de trabajadores- a diferencia del primer peronismo. Más pertinente parece ser compararlo con el Alfonsinismo, que en los albores de la «democracia» concitó la movilización y adhesión de millones y del que poco después quedaba sólo el recuerdo.

Sin embargo, la continuidad del «progresismo», cuyo espacio ocupa hoy el kirchnerismo, aun agotadas sus posibilidades estructurales encuentra un sólido punto de apoyo en las derrotas de los trabajadores del último cuarto del siglo XX y en el fracaso de los Estados burocráticos denominados «socialismo real». El 90% del apoyo que obtuvieron entre las tres alternativas derechistas también encuentra un motivo en la falta de perspectivas independientes del pueblo trabajador. Esto constituye un desafío para la izquierda anticapitalista, que necesitará trascender las luchas y la resistencia librando una batalla ideológica, cultural y moral por otra sociedad, basada en valores solidarios y comunitarios.

No alcanzará entonces, para poner de pie una izquierda poderosa que abra nuevas perspectivas populares, con los imperiosos ejes de lucha como el trabajo, la vivienda, la educación o la salud, entre otros. Serán vitales para enfrentar los ajustes. Pero el tema de la crisis civilizatoria y el abismo al que conduce, la catástrofe ambiental que prepara el capitalismo, la degradación de la democracia, en suma, la cuestión de un ecosocialismo libertario, no podrá barrerse bajo la alfombra y deberá colocarse sobre la mesa. Con nuevas prácticas y estrategias de poder popular deberemos dar batalla recuperando las utopías y anhelos de las generaciones hoy faltantes y de las luchas populares de nuestra historia latinoamericana, que el «progresismo» kirchnerista banalizó hasta hacerlas irreconocibles.

La izquierda anticapitalista en las PASO y un resultado ¿sorpresivo?

La necesidad de luchar y organizarse para enfrentar lo que se viene tendrá un punto de apoyo en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), alternativa anticapitalista que estará presente en las elecciones nacionales de octubre próximo, al haber sorteado las PASO con el 3,3% de los votos, lo que abre la posibilidad de ampliar sus bancadas en varios distritos.

Como expresiones locales, en la CABA nuevamente Luis Zamora ha obtenido el 3% de los sufragios, y en la ciudad de Rosario Ciudad Futura obtuvo recientemente más del 16%. En La Plata, Tandil y Luján, lugares donde Patria Grande se mantuvo independiente del centro-izquierda (que ha sufrido una severa derrota), lograron también sortear la PASO, disputando en octubre candidaturas municipales. En Jujuy, en las elecciones de octubre aparecerá por primera vez el flamante Partido de la Dignidad, impulsado por el luchador y dirigente municipal Carlos «Perro» Santillán. Asimismo, también en la CABA y en la provincia de Buenos Aires, intervino por primera vez, como parte de una de las listas del FIT, Pueblo en Marcha.

Queda pendiente ampliar la unidad electoral anticapitalista que se canalizó a través del FIT y, sobre todo, trasladarla al terreno decisivo de las luchas y resistencias del pueblo trabajador. Esto no resultará sencillo ya que las tres fuerzas trotskistas que componen el FIT suelen intervenir enfrentadas. La nueva izquierda independiente puede hacer un aporte en este sentido, habiendo logrado con su iniciativa niveles de unidad que dieron lugar a algunos triunfos significativos, como los de las listas «Multicolor» en gremios docentes, en contraste con los casos en que las fuerzas del FIT actúan enfrentadas, como en las elecciones sindicales en el subte o la lucha de LEAR, entre otras.

El para muchos sorpresivo triunfo obtenido por la fórmula del PTS, compuesta por Nicolás del Caño y Miryam Bregman, por sobre Jorge Altamira (PO) y Juan Carlos Giordano (IS) permite sacar algunas conclusiones y valorar algunos elementos en la dimensión que tienen para la comprensión de los problemas que arrastra el FIT.

El resultado favorable a Del Caño creemos se debe principalmente a que sectores juveniles han visto en su figura una alternativa de renovación y combatividad, mientras a Altamira, que ya era candidato presidencial cuando Del Caño cursaba la escuela primaria, le costó diferenciarse de la vieja política. La insistencia del PO en postular como candidato a quien es su máximo dirigente y fundador le juega en contra, sobrevalorando lo electoral como ámbito de construcción política.

La elección por parte del PTS de Del Caño como candidato va acorde con lo que fue su eje de campaña: abrir las puertas del FIT a los trabajadores, las mujeres y la juventud. También apuntó a canalizar la bronca acumulada contra la casta política que se enriquece manejando el Estado cualquiera sea el gobierno, con la propuesta de que todo candidato electo gane lo mismo que una docente.

Su campaña buscó empalmar con la «crisis de representación», rechazo popular a la falsa «democracia liberal». Crisis que se manifestó vigorosamente durante la rebelión popular del 2001 y aún hoy permanece, latente. Nadie, ni siquiera la izquierda, puede permanecer ajena a ella.

Viene siendo muy difícil para los integrantes del FIT tomar a fondo en consideración estos elementos de crisis política de la democracia representativa. Se lo impide el que sus partidos comparten de fondo la prioridad dada a la disputa por la «dirección» y representación del pueblo trabajador. Suponen que un partido revolucionario encabezando al pueblo constituye la clave y garantía de todo cambio revolucionario. Se pierden así las posibilidades que los elementos de esta crisis abren para construir poder popular, poniendo un techo al fortalecimiento del FIT, así como desata constantes luchas fraticidas entre sus fuerzas, que aspiran a similar «dirección».

El Partido Obrero no logra advertir la existencia de esta crisis de representación que lo ha relegado al segundo lugar en la interna y se la adjudica a inventos «democratizantes» del PTS o Luis Zamora. El PTS, en cambio, lo advierte, pero entiende la apertura y renovación del FIT sólo a través de su propio partido. Valiosas iniciativas que ha tenido, como la creación del Instituto de Pensamiento Socialista, Izquierda Diario o el Encuentro Sindical Combativo (del que se alejó al no poder hegemonizarlo), termina por hacerlas desaparecer o degradar, encorsetadas por la regimentación partidaria.

Valorando que el PO e IS hayan abierto sus listas a agrupaciones no trotskistas, como a Pueblo en Marcha, vemos como necesaria una real y profunda apertura del FIT al pueblo trabajador, más allá de la incorporación de algunas organizaciones anticapitalistas de diferentes tradiciones o de la renovación generacional, opciones entre las que se desarrolló la interna.

No se trata de una cuestión organizativa, de generar alguna instancia que canalice apoyos externos, sino de la decisión política de constituirse en herramienta de autonomía y subjetivación del pueblo trabajador y de aportar a la construcción de su poder antes que a disputar su «representación». Abrir el FIT al pueblo trabajador significa que éste pueda intervenir, protagonizar e impulsarlo sin verse forzado a entrar a uno u otro partido, suplantando las prácticas que apuntan a ganar la «dirección» por otras que aporten a generar la autodeterminación y auto-actividad popular.

La fuerza orgánica, política, cultural del FIT podría multiplicarse si se abriera también, sin buscar condicionarlas, a las corrientes anticapitalistas que actúan en el feminismo, en los movimientos socio-ambientales, en la educación, en los pueblos originarios, en los medios alternativos de comunicación y en colectivos culturales. La mirada y valoración de este amplio espectro de lucha por el cambio social resulta diferente según se lo haga desde la perspectiva de la «disputa por la dirección» o desde la «construcción del poder popular».

Participación electoral sin aceptar sus reglas

El capitalismo ha hecho un arte del separar. Separa al ser humano del producto de su trabajo. Separa la ciencia en disciplinas escindidas. Separa a hombres y mujeres de su clase social y comunidad. Separa la vida económica y social cotidiana del ámbito de lo político, de quienes toman las decisiones en nuestro nombre.

Así domina. Al punto que se haya naturalizado que resulte inaceptable y se estigmatice con «hacen política», cuando son gente del pueblo, trabajadores, quienes demandan, elaboran proyectos y toman en sus manos lo que hace a la educación, la salud, el trabajo, la vivienda, el transporte, la relación con la naturaleza y todo lo que hace a la vida colectiva. Pero se considere aceptable y legítimo lo hagan los partidos políticos, en campañas electorales vaciadas de propuestas y de participación popular.

Se suele pensar que no hay otra forma de intervenir, de dar batalla en todos los terrenos, principalmente en el electoral, que bajo estas reglas. Cuando desde la izquierda independiente pasamos años sin dar batalla en este terreno, para no legitimarlo, de alguna manera aceptábamos la inamovilidad de sus reglas. Que no se puede denunciarlas, tensionar sus instituciones, impulsar desde allí el protagonismo popular, utilizarlas como punto de apoyo para sacar la política de los ámbitos aceptados por la «democracia representativa» para restituirla al pueblo.

Similar consideración sobre la inamovilidad de lo electoral se manifiesta también en quienes desde la izquierda ya se han lanzado a la batalla electoral. Hace pocos días, en un portal de noticias referenciado en la «izquierda popular» se asumía que «la consolidación del régimen democrático en nuestro país (…) ofrece la posibilidad de una acumulación de fuerzas y de espacios, a cambio de aceptar ciertos niveles de adaptación a las reglas de juego del sistema, propias de una etapa dominada por el reformismo». El resultado es que se termina buscando ser aceptado y legitimado por el sistema y se pierde todo carácter revulsivo, molesto, disruptivo.

Se disputan votos a base de figuras e imágenes, con pocos segundos para emitir mensajes siempre en una misma dirección, desde el candidato hacia los potenciales votantes, en una lógica reñida con las que rigen el aporte a la construcción del poder popular. El mensaje electoral, así sea revolucionario, corre el riesgo de legitimar al sistema por izquierda, si se lo enuncia aceptando sus reglas y espacios de enunciación.

Las clases populares, durante todo el siglo XX acumularon una gran experiencia en la lucha contra las dictaduras y la sumisión nacional. Las revoluciones rusa, china, cubana, argelina, vietnamita, nicaraguense y muchísimas más jalonaron ese aprendizaje. Pero no poseen la misma experiencia en la lucha contra una efectiva herramienta de dominación como lo es la «democracia representativa».

El proceso revolucionario venezolano, en boca de Hugo Chávez, brinda algunas pistas: «(…) Es decir, nosotros somos representantes, pero hemos jurado darle vida a una democracia, no representativa sino participativa, y más allá: protagónica. Vea que somos una contradicción nosotros, porque si de democracia vamos a hablar, habrá que recordar la democracia liberal que se le impuso a todo estos países y cuyo modelo fue horriblemente copiado y sigue siendo copiado y pretende seguir siendo copiado por las élites de estos países nuestros, democracia que al final no es tal, no es tal. Sobre esa gran contradicción tenemos que trabajar, cómo vencer las barreras que dificultan el surgimiento, el avance de la verdadera democracia, la participativa, la protagónica, para que sea revolucionaria. Porque la democracia de élites, representativa, no es revolucionaria, es antirrevolucionaria, es contrarrevolucionaria; una Asamblea Nacional encerrada en cuatro paredes, un Gobierno encerrado en cuatro paredes, tomando decisiones basado en la representación que un pueblo le dio, expropiándole al pueblo la soberanía, es contrarrevolucionaria…» (Javier Biardeau. El mejor homenaje a Chávez es no enterrar la crítica, el debate y la construcción del «nuevo socialismo del siglo XXI»)

La decisión de dar batalla en todos los terrenos por parte de los movimientos socio-políticos de la nueva izquierda -que surgió en la lucha contra el neoliberalismo y cobró impulso con la rebelión popular del 2001- es parte de su maduración. En los ensayos y debates sobre cómo librar esas batallas, tendrá mucho para aportar, desde sus prácticas no escindidas, su vocación de síntesis y su supeditación a la construcción del poder popular. Sin embargo, la fragmentación de este espacio que posee coordenadas identitarias y prácticas comunes impidió que su intervención electoral fuese más notoria e incidiera con mayor fortaleza en los rumbos de la izquierda de nuestro país.

Desde marcos amplios de articulación del conjunto de esta nueva izquierda y en las batallas por venir se irán construyendo las estrategias y las herramientas de liberación nacional y social, desde y para nuestro pueblo. Un pueblo que, sin dudas, como ya lo ha demostrado innumerables veces, no se dejará «ajustar» y abrirá nuevas oportunidades y rumbos de transformación.

 

Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/las-paso-la-izquierda-y-la-construccion-del-poder-popular-un-debate-necesario/