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Dependencia México-Estados Unidos

Las vicisitudes imperialistas del señor Trump (I)

Fuentes: Rebelión

Hasta ahora los diagnósticos, juicios, predicciones, análisis, deseos y proyecciones sobre el proceso electoral de Estados Unidos se han elaborado a nivel del discurso de campaña pronunciado principalmente por la señora Clinton y el señor Trump finalmente electo presidente por el Colegio Electoral de ese país ya que el sistema antidemocrático electoral vigente diferencia el […]

Hasta ahora los diagnósticos, juicios, predicciones, análisis, deseos y proyecciones sobre el proceso electoral de Estados Unidos se han elaborado a nivel del discurso de campaña pronunciado principalmente por la señora Clinton y el señor Trump finalmente electo presidente por el Colegio Electoral de ese país ya que el sistema antidemocrático electoral vigente diferencia el voto correspondiente al Colegio Electoral del «voto popular» que efectivamente corresponde a la ciudadanía. Este fue menor para el magnate Trump por cerca de 3 millones respecto al obtenido por la Dama de Hierro, la señora Clinton, quien perdió las elecciones en dicho Colegio Electoral y por ende la posibilidad de ser presidente del país.

En Estados Unidos el presidente es escogido, al igual que el vicepresidente, en el mes de noviembre, no por el pueblo, sino por 270 delegados que, mediante votación de la ciudadanía, integran el elitista College of Electors conformado por 538 miembros. Es decir, las elecciones son indirectas y no existe un sistema electoral basado en el voto universal, directo y secreto -como en otros países capitalistas- desde 1787 cuando los fundadores de ese país decidieron no confiar en sus ciudadanos, sino más bien depositar todo el peso de la elección en los Estados. Este sistema fue ratificado por la Duodécima Enmienda de la Constitución en 1804 y pervive hasta nuestros días, aunque desfasado de la realidad y sumergido en una crisis como lo muestra el hecho de que hoy se esté exigiendo recuento de votos en algunos Estados debido a las sospechas de que hubiera ocurrido en la pasada elección fraude electoral.

Un cúmulo de análisis, opiniones e informes, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, se han elaborado en función de los dichos y desdichos de los candidatos en diversos momentos e instancias de su intervención para tratar de «convencer a la ciudadanía de que voten por ellos y ganar su adhesión a sus campañas. Por ejemplo el discurso de la señora Clinton, por cierto de una enorme pobreza y vaciedad, enmarcado en el de los anteriores presidentes demócratas, tuvo como eje la política guerrerista y amenazante contra Rusia y China, mientras que el del xenófobo, racista y conservador Trump, principalmente se fue contra los indocumentados y en general contra los inmigrantes. Prometió «recuperar» el poderío de Estados Unidos -enmarcado en lo que se denomina «American Exceptionalism«, dixit Seymour Martin Lipset- mediante políticas proteccionistas ya rebasadas por el neoliberalismo de presunto «libre mercado» hoy en crisis. A tal grado de que Trump ha amenazado a su propia clase burguesa con aplicar impuestos compensatorios consistentes en la imposición de un arancel de 35% a todas aquéllas empresas y capitales que salgan de Estados Unidos, hecho ante el que los propios miembros de la Escuela Marginalista Austríaca bajo la figura emblemática del Premio Nobel de Economía, Friedrich Von Hayek -padre de las políticas de austeridad- se quedarían helados, siendo que para el capitalismo avanzado y dependiente esas políticas proteccionistas fueron funcionales en el entorno del «Welfare State» que hoy todo mundo las critica y repudia, en especial, los partidarios del «libre mercado» tipo FMI y BM. Pero debemos señalar que desde el punto de vista histórico y de la geopolítica imperialista ambas fracciones actúan como un solo hombre cuando sus intereses se ven amenazados en cualquier circunstancia. Así que no hay que hacerse ilusiones en la «benignidad» de alguna de estas fuerzas frente a los problemas y contradicciones del capitalismo que siempre se revertirán en contra de los trabajadores y de los pueblos.

El presidente electo también empeñó su palabra en impulsar un proceso de reindustrialización del país que, según él, fue fuertemente dañado por las dos administraciones anteriores. En una síntesis apretada podríamos decir que mientras que Clinton representa los intereses de la fracción imperialista del capital financiero especulativo (de tipo ficticio), Trump representa los de las fracciones del capital industrial que ciertamente ha perdido terreno en la competencia intercapitalista a nivel mundial, en particular, frente a competidores activos como China que ha expandido su radio de acción en los últimos años, por ejemplo, hacia América Latina y África.

Debido a que el elegido por el sistema político fue justamente el señor Trump para encabezar la Presidencia Imperial en los próximos cuatro años, centramos nuestro comentario analítico en torno a las perspectivas que se abren bajo su influjo, en especial, en la relación de subordinación de México con Estados Unidos.

Antes debemos dejar claro que Estados Unidos no es solamente un país, al igual como otros que se pudieran equiparar como México, Sudáfrica o Brasil; sino, además y a diferencia de éstos, es el principal representante y comandante del imperialismo en tanto sistema mundial capitalista a través de organismos económico-financieros como el FMI y el BM; diplomáticos, como la misma ONU; el ministerio de colonias, que es la OEA para Estados Unidos, y militares, como la OTAN. Esto a veces se olvida. Por lo que, coincidimos con los que afirman certeramente que cualquiera de los dos candidatos que hubiera quedado elegido por el College como presidente esencialmente no cambiaría ni la vocación ni las prácticas imperialistas de Estados Unidos: a lo sumo les imprimiría su peculiar manera de gobernar y de tomar decisiones, pero obviamente en el marco inalterable de su política imperialista en el mundo.

A raíz de que no fue elegida la señora Clinton, se desató toda una campaña, que raya en la histeria, en los medios de comunicación, entre los mismos intelectuales de izquierda y, aún, en los de la derecha, de que con Trump casi llegamos al «fin del mundo», al mefistofélico estadio de la «civilización humana» como si no estuviéramos ya en las inmediaciones de una hecatombe civilizatoria planetaria del capitalismo que amenaza la existencia misma de la humanidad. Ello ha sido muy elocuente en medios como CNN que apostaron todo a que su gallo, la señora Clinton, iba a ganar la presidencia imperial. Pero no fue así, y luego vinieron toda una serie de «explicaciones» para justificar el hecho. Lo cierto, esencialmente, es que se cumplió el rito y ahora el presidente electo es precisamente el magnate autoritario que ha prometido expulsar de su país a tres millones de indocumentados por ser ladrones, asesinos, viciosos y toda otra suerte de calificativos utilizados que remarcan su racismo y su profunda xenofobia.

Esto es lo primero: se trata de un sistema imperialista, tal como lo retrató Lenin y otros analistas marxistas, que con la llegada de Trump, o de cualquier otro que hubiera sido electo, no altera su esencia que lo retroalimenta y reafirma en el sistema capitalista mundial del cual, por cierto, es un protagonista activo aunque cada vez más con problemas y en relativa decadencia [1] como demuestran algunos autores ligados al world system analises y también de la teoría marxista de la dependencia. En segundo lugar el énfasis puesto en el magnate, ha ensombrecido el papel desempeñado por los anteriores gobernantes sucesivamente de los partidos demócrata y republicano, particularmente el gobierno de Obama, en materia de invasiones a países soberanos, guerras, deportaciones de miles de indocumentados y otras atrocidades propias del sistema imperialista de ninguna manera derivados del «peculiar modo de gobernar». Todo mundo encendió las velas para implorar a dios que no quedara ese señor y sí la señora Clinton a quien la construyeron los medios de comunicación hegemónicos bajo el patrocinio de Wall Street para presentarla como «defensora» de los derechos humanos, como quien iba «salvar» el «medicare» y a no deportar indocumentados, aunque su belicismo apuntara a acusar a potencias de corte nuclear como China y Rusia. ¡Nada nuevo bajo el sol! Solamente el diseño de un holograma de figuras diferente de una realidad perversa que amenaza, incluso, la existencia misma de la humanidad.

Envalentonado por la visita relámpago que, como candidato, hizo el señor Trump a México por invitación expresa de Peña y Videgaray (quién la aconsejó y con el absoluto silencio de los H. miembros del Congreso de la Unión) mostró sus fauces agresivas para reiterar que va a levantar un muro en la frontera entre Estados Unidos y México para detener el flujo de indocumentados y que el costo -«se los juro» advirtió sarcástico- lo van a pagar los mexicanos, incluso confiscándoles las remesas que, por cierto, ante la crisis estructural del capitalismo dependiente mexicano, ya constituyen la primera fuente de divisas del país, luego del boquete que en las finanzas públicas abrió la privatización del petróleo y la estrepitosa caída de sus precios en el mercado internacional bastando con señalar al respecto que, según la Secretaría de Economía del gobierno federal, el precio del barril de la mezcla mexicana de exportación cayó de 116 dólares en que se cotizaba al 16 de marzo de 2012 a 43.68 dólares por barril al 2 de diciembre de 2016, en parte, gracias a la acción positiva -reprobada por la derecha venezolana- del presidente Nicolás Maduro al haber alcanzado un acuerdo con países miembros y no miembros de la OPEP que terminó por beneficiar a México a pesar de que este no pertenece a esa organización. Hechos, por cierto, ante los que, por supuesto, el gobierno mexicano no ha dicho ni pío: más bien ha adoptado el discurso conciliador y entreguista para adaptarse a los designios del magnate. Lo mismo dijo éste respecto al famoso Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAM) que desde que entró en vigor, en enero de 1994 – en parte explicando la insurrección popular del EZLN – sólo ha beneficiado al gran capital nacional y extranjero y menos a los trabajadores mexicanos que han visto seriamente dañados sus salarios y sus condiciones de vida y de trabajo.

El hecho de que en la Presidencia Imperial hubiera quedado cualquiera de los dos candidatos -hay que aclarar: hubo más aspirantes que, sin embargo, para el sistema político y los medios de comunicación no cuentan- no cambia, de ninguna manera, la relación de dependencia estructural del capitalismo mexicano con la economía dominante norteamericana, a la cual se le envía más de 80% de las exportaciones – la mayoría de ellas propiedad de capitales extranjeros, principalmente norteamericanos – y de la que se le compra una proporción similar a empresarios y fabricantes norteamericanos sellando, de este modo, la dependencia estructural y neocolonial de nuestro país. Mucho más dependiente, por ejemplo, que otros como Brasil, Chile y Argentina que, por lo menos, tienen un poco más diversificado su comercio exterior por lo que se abre su abanico de maniobras frente a los vaivenes de la crisis del capitalismo mundial. El mexicano no: está atado al ciclo norteamericano de acumulación y valorización del capital y lo peor es que sus autoridades se congratulan de este hecho, como lo muestra cualquier informe de la Cámara de Diputados, de Hacienda o del Banco de México: su premisa siempre parte de lo que ocurre al otro lado de la frontera y de allí deriva toda una serie de explicaciones y «análisis» para «justificar» la crisis endógena y, por consiguiente, las «reformas estructurales» y las políticas neoliberales de reducción del gasto social, de aumento de los impuestos a la población, de los productos básicos como energía eléctrica, gasolinas, gas doméstico y de los alimentos, con cargo en los que consume la gran mayoría de la población y que conforman parte del valor social de la fuerza de trabajo y, por ende, del salario.

Como podemos observar la estructura de la dimensión problemática de México en la relación con la mayor economía del planeta corresponde a esta dependencia histórico-estructural que ha sido celosamente construida tanto por la lumpenburguesía mexicana y su Estado por décadas, como por la acción del capital y de la clase dominante norteamericana para obtener montos crecientes de plusvalía producida por millones de trabajadores en ambos lados de la frontera. Por supuesto, las siempre bien favorecidas han sido las grandes empresas multinacionales que se han desempeñado en el país antes, durante y después del proceso de industrialización que ocurrió en su fase más compleja y avanzada durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los años setenta del siglo pasado. En el neoliberalismo (1982-2016) no ha ocurrido otra cosa más que intensificar esta profunda relación de dependencia estructural que mantiene postrada a nuestra economía de la de Estados Unidos. Olvidar esa premisa marcada por la teoría de la dependencia es atribuir a factores coyunturales y secundarios tales como la elección de un candidato, las modalidades de su actuación, sus intenciones en relación con la toma de decisiones e, incluso, sus amenazas de cancelar un tratado como el TLC y confiscar las remesas como lo ha advertido amenazante el señor Trump, es no entender que los fenómenos sociales y humanos discurren y se constituyen en tanto productos globales que articulan múltiples relaciones que explican su naturaleza y su dinámica.

La campaña mediática que se desplegó luego del triunfo de Trump para remarcar las atrocidades y calamidades que se producirían tanto en la economía mundial, en los propios Estados Unidos, como en México y en otros países de América Latina, después de que, en enero de 2017, asuma la presidencia de Estados Unidos, no hace más que ocultar una evidente frustración ante el hecho de que la señora Clinton no haya sido ciertamente la favorecida por el colegio electoral, como indicaba la mayoría de las encuestas, y aun habiendo obtenido la mayoría de los votos populares frente a su contrincante que, en su momento, llegó a afirmar que en el caso de que perdiera la elección no reconocería los resultados. Atrocidades que, insistimos, son propias de un sistema imperialista independientemente de quien lo encabece. Lo más grave es que sectores de la izquierda han asumido estas tesis al grado de defender tratados ominosos y neo-panamericanistas como el de Libre Comercio de América del Norte; a presentar a personajes de la élite dominante como la señora Clinton o a Obama como «demócratas y defensores de los derechos humanos» y, lo que resulta más lamentable, como los únicos artífices para resolver la grave crisis del sistema capitalista global, no entendiendo que esta crisis es un producto genuino de sus contradicciones estructurales, sociales, políticas y militares que rebasan, per se, las acciones individuales y las buenas intenciones de los gobernantes.

No dudamos de que la toma de posesión y la posterior gestión presidencial de Trump con su equipo de multimillonarios blancos en el poder va a afectar al mundo con su peculiar manera de intervenir en el acontecer doméstico y global. Dos ejemplos bastan para ilustrar esta idea. Por un lado, el hecho de que, aún como presidente electo, Trump consiguió «convencer» a los dueños de la compañía norteamericana, Carrier, especializada en equipos de aire acondicionado, de no trasladar su fábrica al Estado de Nuevo León, México, supuestamente para «salvar» alrededor de mil empleos norteamericanos en Indiana. Los dueños de esta empresa, ¿mantendrán los salarios obreros 14 veces más altos que los que le pagarían a los mexicanos? Por otro lado, el presidente electo ya causó un primer incidente diplomático con China por entablar conversación telefónica con la presidenta de Taiwán, al grado de que el Ministerio de Relaciones Exteriores de China presentó una queja ante Estados Unidos por esa conversación entre ambos presidentes porque contravino un protocolo diplomático existente desde hacía décadas. Podemos agregar un tercer ejemplo: la irradiación racista y xenófoba de Trump y de su séquito de magnates de la casta blanca en el tejido social norteamericano a través de sus actos y palabras, intensificó el racismo e incentivó a que organizaciones fascistas y de ultraderecha militante, como el Ku Klux Klan, realizaran demostraciones de apoyo al presidente electo destapando de esta manera aún más las cloacas del racismo de vieja data histórica y social, así como la lucha de clases en Estados Unidos.

Estos hechos ponen de manifiesto la peculiar manera de comportarse de un gobernante, pero en el marco inalterable de la política imperialista a la que obedecen todos los representantes de Estados Unidos, tanto en su propio país, como en relación con las naciones del mundo. Las autoridades mexicanas desde el nivel presidencial han doblado dócilmente las manos, porque las tienen atadas y empeñadas, en torno de las amenazas de hacer pagar el muro de Trump de manera compulsiva al pueblo mexicano, condicionando esta acción a la revisión del TLC o, en su caso, bajo la amenaza del abandono del mismo por parte de Estados Unidos, lo que evidentemente causaría pérdida de empleos -la mayor parte de ellos precarios y mal remunerados- y, quizás, incrementaría la ya intensa crisis en curso del patrón capitalista neoliberal dependiente mexicano sustentado en la producción manufacturera-maquiladora de exportación que hasta ahora ha beneficiado sólo a las grandes empresas trasnacionales norteamericanas, sin que haya habido reacciones contundentes por parte de los personeros del régimen político mexicano que seguramente están esperando recibir las órdenes de Washington para actuar, es decir, para ajustarse a sus designios.

Nota

[1] Ilustra esta caída relativa de Estados Unidos, incluso, en el plano militar frente a potencias de la talla de Rusia y China, el libro de Jacques Sapir, El nuevo siglo XXI. Del siglo americano al retorno de las naciones, El Viejo Topo, Madrid, 2008.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.