El telón de fondo de la administración Obama cae como una pesada piedra sobre un gobierno que cosecha los resultados más negativos de las últimas décadas. No sólo porque, de acuerdo con el antidemocrático sistema electoral vigente en Estados Unidos desde el siglo XIX, la candidata demócrata perdió las elecciones en el Colegio Electoral en […]
El telón de fondo de la administración Obama cae como una pesada piedra sobre un gobierno que cosecha los resultados más negativos de las últimas décadas. No sólo porque, de acuerdo con el antidemocrático sistema electoral vigente en Estados Unidos desde el siglo XIX, la candidata demócrata perdió las elecciones en el Colegio Electoral en medio de una serie de críticas y después de haberse demostrado que contó con el apoyo de Wall Street y del capital financiero, sino, además, por haber perdido prácticamente la guerra en Siria, una vez que el gobierno legítimo de ese país, con el contundente apoyo militar del gobierno ruso, logró finalmente la liberación de la estratégica ciudad de Alepo al derrotar y expulsar a las fuerzas terroristas que pretendían dividir a ese país en favor de los intereses geopolíticos y estratégicos de occidente y de Estados Unidos.
Es de destacar que ante la falta de argumentos sólidos que explicaran la derrota de la señora Clinton y el triunfo del ahora presidente electo, Donald Trump, el discurso lacrimoso del presidente saliente, Obama, haya rayado prácticamente en la caricatura al acusar ante la opinión pública nacional e internacional al presidente ruso, Vladimir Putin, de haber sido el promotor de la candidatura de Trump, el artífice del triunfo de éste y el responsable de la derrota de Clinton mediante la práctica del (ciber) espionaje realizado a los demócratas y a su candidata presidencial, la cual, por cierto, hay que recordar, fue imputada y desprestigiada por el FBI, en una suerte de «golpe de Estado blando» a la gringa en relación con los polémicos correos electrónicos elaborados por ella y que la implicaban en problemas relativos a la puesta en peligro de la seguridad del Estado.
En su conferencia anual, el presidente ruso declaró que «La Administración del Presidente saliente de Estados Unidos, Barack Obama, dividió a la Nación debido al llamamiento a los electores para que no votaran por el Presidente electo (Donald Trump); es un paso hacia la división de la nación». Además recordó que el Partido Demócrata no sólo perdió los comicios presidenciales, sino también el Senado y el Congreso donde ahora los republicanos tienen la mayoría. E irónicamente se preguntó: «¿Acaso también esto es obra mía?», en alusión a las acusaciones que lo responsabilizan a él directamente. «Todo esto demuestra que la actual Administración sufre problemas estructurales y la élite del Partido Demócrata no entiende la situación real». Aprovechó para aseverar que «…valoro como muy positivo el dato acerca de que el 37% de los votantes del Partido Republicano simpatiza con el Presidente ruso…Eso significa que una gran parte del pueblo estadounidense tiene la misma idea (que nosotros) de cómo debería ser el mundo, nuestros problemas y peligros comunes» (Fuente: EFE y AP, Moscú, Rusia, 23de diciembre de 2016).
Otro acontecimiento reciente de indudable trascendencia fue la aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU, el 23 de diciembre de 2016, de una histórica resolución condenando los asentamientos israelitas en Cisjordania con 13 votos a favor de los miembros del Consejo de Seguridad y la sorprendente abstención de Estados Unidos. Para el gobierno palestino, este hecho representó un duro golpe asestado contra Israel. Sin embargo, se filtró que Trump, en coordinación con el gobierno de este último país, intentó, sin éxito, impedir la adopción de dicha resolución, lo que ya indica en qué sentido va a orientar su política exterior sobre el Medio Oriente en los próximos meses y también sobre otros continentes, como América Latina, especialmente en relación con Cuba y con la República Bolivariana de Venezuela.
Estos hechos marcan, en el contexto de la crisis del sistema capitalista internacional enmarañado en una profunda pendiente, un punto de inflexión en la historia mundial caracterizado por el declive relativo de la supremacía global de Estados Unidos, como comandante del sistema imperialista, en el contexto de la emergencia de nuevas potencias, incluso de indudable estatura militar, como Rusia, China, la India, Irán, Corea del Norte, entre las más importantes y con indudable capacidad nuclear como para destruir varias veces el planeta. No es casual, por tanto, que la retórica del presidente electo de Estados Unidos resucite las viejas políticas e ideologías proteccionistas y nacionalistas acompañadas de un racismo furibundo, de una xenofobia exacerbada y de la promesa, prácticamente irrealizable, de recuperar, para «el bien del pueblo estadunidense», el otrora llamado «excepcionalismo norteamericano» que, supuestamente, le devolverá a la nación de ese país el antiguo poder imperial de que gozó históricamente frente a prácticamente a todos los países del mundo, particularmente, en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Este «ideal» del magnate electo no hace sino recordar esta significativa frase impregnada de un profundo hedor racista, escrita por un Procurador del Estado de California en 1930: «… Sólo nosotros, los blancos, fundamos América primero y queremos protegernos en nuestro disfrute de ésta» (cit. por Chomsky, 2011: 4).
En la mente del presidente electo, Donald Trump, habita un peligroso holograma imperial que irradia rayos de luz en círculos opacos que paulatinamente se van disipando hasta prácticamente desvanecerse. Flanqueados por fronteras y muros que los divide, no sólo geográficamente, físicamente, territorialmente, culturalmente, Estados Unidos pretende «blindarse» utilizando, incluso para ello, sus poderosos destacamentos militares y grupos paramilitares antiinmigrantes (como la patrol de índole oficial) y racistas (como el Ku Klux Klan), frente a los «enemigos externos»: entre otros, las abultadas y «peligrosas» muchedumbres humanas, como los millones de trabajadores indocumentados mexicanos que para el nuevo gobierno se han convertido en el nuevo enemigo a vencer, tal vez en el mismo rango, o más, que el que actualmente representa el terrorismo -la mayor parte de las veces- apoyado y promovido por los propios Estados Unidos. Esto no hace más que retomar y potenciar por parte de Trump la «seguridad de la frontera» (border security) de Obama que implica, en otras palabras, su militarización (Chomsky, 2011: IX).
Más que una crisis de la globalidad, de la mundialización o de la economía de «libre mercado» identificada con las prácticas capitalistas del neoliberalismo fondomonetarista, la actual, sistémica y civilizatoria, se inscribe en un ciclo secular de decadencia no sólo del capitalismo en tanto forma de acumulación y de explotación de la fuerza de trabajo, sino como modo de producción y de vida, en cuyo seno prácticamente la humanidad ya no tiene ningún futuro o, si acaso lo tiene, es dentro de la perspectiva de la barbarie, en términos de su propia extinción.
Hasta ahora las autoridades mexicanas no han hecho otra cosa que esperar dócilmente a que asuma el nuevo gobierno estadunidense con la esperanza de «sentarse a negociar». Pero hay que aclarar que se negocia entre iguales, entre pares, y no entre entes subordinados como es el status histórico del gobierno de un país dependiente y subyugado como el mexicano, para el que no es de ninguna manera ajena la política migratoria del vecino del norte, ante la cual siempre ha permanecido sumiso y silencioso frente a deportaciones, asesinatos, masacres y la despiadada superexplotación de los trabajadores indocumentados que perciben uno de los salarios más bajos y deteriorados del mundo.
Hacerse ilusiones de que las cosas van a mejorar cuando las partes de ambos países se sienten a negociar, no es sólo una quimera, sino la manera de encubrir el comportamiento de lo que desde la década de los sesenta del siglo pasado ha sido una cruda realidad para millones de trabajadores que cruzan la frontera todos los días en busca del tan cacareado y ahora deteriorado «american way of life»: la superexplotación, la precariedad del trabajo y el desahucio de la vida social.
Una de las ventajas comparativas entre México y Estados Unidos, en materia de inmigración y del ciclo del capital, ha sido justamente la anexión económica del primero por el último país, lo que conllevó a que, históricamente al lado de la producción agrícola y manufacturera, basada ampliamente en las maquiladoras para la exportación, el sistema económico mexicano se haya especializado en la exportación masiva de fuerza de trabajo supernumeraria, barata, dócil y flexible que no cuenta prácticamente con derechos humanos y laborales y que ha nutrido las filas del ejército de trabajadores en Estados Unidos permitiéndole a los patrones de este país obtener cuantiosas y jugosas ganancias en la industria, en las rentables actividades agrícolas y en los servicios de toda índole. Por lo tanto, la actividad indocumentada no es, como piensa el presidente electo de Estados Unidos, algo nocivo para el ciclo económico y la reproducción del capital. Por el contrario, resulta ser la mayor ventaja que el capitalismo norteamericano tiene para obtener altas tasas de explotación y masas de plusvalía derivadas fundamentalmente de los mecanismos combinados del trabajo intensivo y extensivo y los bajísimos salarios que, incluso, en la actualidad, se ubican por debajo de los salarios de los trabajadores chinos y de otros países del llamado tercer mundo. Esta es una de las ventajas que explica el dinamismo histórico de la economía de Estados Unidos desde por lo menos la década de los sesenta del siglo pasado. Por eso decimos que las políticas proteccionistas que amenaza imponer el Presidente Donald Trump como parte de sus políticas en materia de seguridad y laboral en la práctica no sólo están condenadas al fracaso, sino que, más bien, tendrán que ser reelaboradas en función de la realidad competitiva de un capitalismo global en crisis secular en cuya dinámica interna de su funcionamiento se ha instalado el mecanismo de la superexplotación del trabajo como el mejor régimen de producción de plusvalía y de acumulación de capital sustentado en la flexibilidad del trabajo, la desregulación laboral, los bajos salarios, en la monumental precarización de los componentes del mundo del trabajo y en el desahucio salvaje de los derechos sociales y contractuales de los trabajadores prácticamente en todo el planeta.
Parte de los mitos y las falacias que motivaron que sectores del electorado, incluso hispano, votaran por el candidato republicano y que, de alguna manera, promovió a lo largo de su campaña electoral son los siguientes:
a) Los inmigrantes le quitan los trabajos a los estadounidenses.
b) En virtud de que existe un número muy limitado de empleos, por lo tanto, un mayor número de personas inmigrantes traerá consigo mayor competencia que, a la par, presionará a la baja los salarios.
c) Los trabajadores indocumentados, extranjeros, particularmente los mexicanos que constituyen la mayoría, son viciosos, violadores y criminales, por lo que se degrada la vida social de los norteamericanos.
d) Los sindicatos norteamericanos están en contra de la inmigración porque perjudica la clase trabajadora norteamericana y blanca.
e) Los inmigrantes no pagan impuestos.
f) Son una carga para la economía,
g) Envían remesas a sus países de origen «perjudicando» a Estados Unidos.
h) Son un «peligro» porque están invadiendo a este país, Estados Unidos.1
Todos estos argumentos-falacias-mitos promovidos masivamente por los medios dominantes de comunicación prendieron en las mentes y conciencias de una sociedad norteamericana envuelta en una profunda crisis -que, entre otras explicaciones, es la crisis del «american way of life» y del llamado Walfare State- y que es extremadamente maleable a la manipulación de los medios masivos de comunicación, electrónicos y de las redes sociales, que son quienes introyectan, como un evangelio pero carente del mensaje de la bona spe, estas ideas-fuerza que, al lado de la pobreza argumental que la candidata demócrata exhibió a lo largo de su campaña -puesto que se orientó por los lineamientos de las políticas implementadas por su partido y los marcados por los intereses de clase del capital financiero ficticio- configuran un espectro ideológico cuyo resultado, inesperado por cierto por la mayoría de las encuestas y de los expertos, fue justamente la elección para presidente del candidato del partido republicano por el Colegio Electoral integrado por 538 delegados, aunque el «voto popular» le haya otorgado la mayoría a la candidata demócrata frente a su contrincante por alrededor de tres millones de sufragios.
Evidentemente que este espectro ideológico irradiado por las clases dominantes norteamericanas y los medios de comunicación nacionales e internacionales, perjudica la relación México-Estados Unidos y, en particular, proyecta sombras de incertidumbre en las masas poblacionales de ambos países. Sobre todo, en México, si consideramos que actualmente frente a la crisis estructural, financiera y monetaria, son las remesas el elemento central de la obtención de divisas frente a la caída estrepitosa de las derivadas del petróleo y del turismo, en este último caso, entre otras razones, debido a la generalizada violación de los derechos humanos, a la violencia oficial de las prácticas represivas y contrainsurgentes del Estado mexicano y, por último, al clima de inseguridad generalizada existente en el país que «asusta» a los turistas.
Bajo el actual bloque de poder burgués integrado por las clases dominantes dependientes, sobre todo por sus fracciones monopólicas y financieras completamente comprometidas con la dinámica de acumulación de capital de Estados Unidos; por la partidocracia, las cúpulas del sindicalismo corporativo y bajo la influencia de grupos irregulares delictivos que operan a sus anchas a lo largo y ancho del país, es prácticamente imposible pensar que la anterior situación vaya a cambiar favorablemente para la población nacional e indocumentada, una vez que en enero del próximo año 2017 asuma el nuevo gobierno del país del norte. Por el contrario, bajo los auspicios de la crisis del actual patrón de acumulación y de reproducción del capital dependiente especializado en la producción manufacturera y maquiladora para el mercado mundial, en particular, para Estados Unidos, los procesos y las tendencias que se apuntalan en el mediano y largo plazos son los de profundizar la crisis estructural y financiera del capitalismo mundial que se hará más extensa y profunda, incluso en los propios Estados Unidos, con la implementación de sus políticas proteccionistas y restrictivas, aunado a los problemas derivados del necesario incremento, casi inminente, del gasto militar ya proclamado por el presidente electo con el fin de contrarrestar el creciente poderío de las potencias de verdadero porte nuclear encabezadas por Rusia y por China.
Insistimos en que todas estas problemáticas sociales, políticas, culturales, geoestratégicas y militares que envuelven las prácticas del imperialismo en escala global, de ningún modo dependen de la personalidad de quien asuma temporalmente el poder político de la hasta ahora todavía mayor potencia del planeta (Estados Unidos). Por el contrario, son las condiciones histórico-estructurales constituidas bajo una totalidad concreta que es unidad de múltiples relaciones y determinaciones -luchas de clases, crisis económicas y políticas, calamidades naturales y desastres ambientales; implementación de políticas económicas de signo neoliberal bajo los auspicios del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial; anexión de países y territorios, golpes de Estado, crisis de la democracia burguesa y otro sinfín de problemas cuya solución lejos está de ser encontrada- las que en el largo plazo determinan la acción de sus gobernantes y la peculiar manera como éstos inciden en el curso de su desarrollo.
Habrá que esperar, pues, a que asuma el poder del Estado el nuevo presidente de Estados Unidos en enero del próximo año, pero no para «saber» qué es lo que se propone hacer durante su mandato, o para descubrir cuáles son sus «verdaderas intenciones», como sugieren algunos desentendiéndose de las realidades constituidas durante la ya larga praxis económica, política y de dominación del sistema imperialista a lo largo del siglo XX y en lo que va del presente, sino para conocer la forma concreta que va a asumir su praxis imperialista tanto al interior de Estados Unidos, frente a su propia clase obrera, a sus ciudadanos, a los indocumentados, los inmigrantes, en materia de las políticas de salud, salariales, de educación y de bienestar social entre otras. De la misma manera para ubicar en el plano internacional la praxis de su política exterior frente a las grandes potencias del orbe y de regiones como América Latina.
Respecto a México es muy fácil: ¡ya están trazadas las coordenadas fundamentales -apoyadas por el empresariado y la partidocracia del país- de subyugación y de dependencia a la égida económica y política norteamericana con el apoyo incondicional del gobierno mexicano y de su clase dominante!
Nota
1 Cf. Aviva Chomsky, Nos quitan nuestros trabajos y 20 mitos más sobre la inmigración, Editorial Haymarket Brooks, Chicago, Illinois, 2011.
Adrián Sotelo Valencia. Sociólogo e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la FCPyS de la UNAM.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.