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Los garbanzos no dan la felicidad, pero ayudan

Fuentes: Rebelión

De cómo la industria farmacéutica y los psiquiatras convencieron a ateos y creyentes de que la depresión es el resultado de un desequilibrio químicoi. La mayoría de mis artículos relacionados con la ciencia versan más en atacar la mitología de las mal llamadas terapias alternativas que en analizar y criticar a la investigación biomédica, sea […]

De cómo la industria farmacéutica y los psiquiatras convencieron a ateos y creyentes de que la depresión es el resultado de un desequilibrio químicoi.

La mayoría de mis artículos relacionados con la ciencia versan más en atacar la mitología de las mal llamadas terapias alternativas que en analizar y criticar a la investigación biomédica, sea esta pública o privada. Pero algunos contactos en las redes sociales me dieron la oportunidad perfecta para poner en cuestión las dos caras de la misma moneda del anti-cientifismo.

Hay uno de esos artículos magufos circulando por ahí que dice que los garbanzos son tan buen antidepresivo como el Prozac porque, dicen, las legumbres contienen serotonina. Independientemente de que el artículo tiene afirmaciones que son directamente falsas, como que el Prozac contiene triptófano, sí me llamó la atención que utiliza una de esas teorías que todo el mundo asume como ciertas y que irónicamente vienen ¡de la industria farmacéutica! O sea, el artículo que afirma que los garbanzos son antidepresivos porque llevan serotonina igual que el prozac toman esa idea de un dogma científico: la depresión está causada por bajos niveles de serotonina.

Pero empecemos por el principio.

¿Qué es la depresión?

La wikipedia dice que la depresión es «uno de los trastornos psiquiátricos más antiguos de los que se tienen constancia». Ya Hipócrates lo llamaba melancolía. «Su origen y tratamientos, como el del resto de los trastornos mentales, oscilaban entre la magia y una terapia ambientalista de carácter empírico (dietas, paseos, música…).» Esto se dice en contraposición a la medicina moderna. Sin embargo, como veremos, en la actualidad los tratamientos contra la depresión son también empíricos, se basan en la prueba-error, ya que el sujeto experimental es el humano y sobre todo porque no se ha encontrado una causalidad clara. Los modelos experimentales se basan en ratones, difícilmente podemos comparar el estado de ánimo de un ratón de laboratorio a una persona occidental del siglo XXI.

Lo que está claro del concepto depresión como trastorno es su radical historicidad. O sea, que en cada momento histórico y cultura es algo distinto. Por tanto, también lo será su diagnóstico y tratamiento. Para muestra un botón, de la Wikipedia: » La medicina oficial moderna considera cualquier trastorno del humor que disminuya el rendimiento en el trabajo…» Evidentemente esto no es así, pero sí llama la atención que se resalte en la Wiki. Y es que esa es la principal preocupación de la ideología de nuestros tiempos, el trabajo. Cualquier cosa que nos aleje de nuestro principal cometido en la vida, trabajar, se cataloga como trastorno. El trabajo como lo entendemos ahora es algo muy reciente, como muestra César Renduelesii en Capitalismo canalla. De ahí la obsesión de las últimas décadas con la felicidad, cuando el resto de estados de ánimo son tan naturales y necesarios. Algo que en mi opinión se refleja muy bien en la película Del revés.

¿Tiene la depresión causas químicas?

Es evidente que existe el trastorno depresivo existe, y que eso genera mucho dolor y sufrimiento en millones de personas. Opino que la depresión tiene principalmente causas sociales (ambientales). Evidentemente con consecuencias biofísicas sobre el cerebro, pero complejas y por ahora desconocidas. No se puede descartar que en casos de depresión profunda, suicidios, etc; exista un componente genético, pero será multivariable.

Sin embargo, ciertas escuelas psicológicas, en línea con el reduccionismo científico en boga, en el intento de medicalizar y reducirlo todo a los genes y la química, se esforzó en encontrar los mecanismos biológicos o químicos detrás de ese trastorno, inventando lo del «desequilibrio químico.»

¿Y qué es eso del desequilibrio químico?

La neurobiología descubrió que las neuronas se comunican entre ellas mediante unas sustancias químicas llamadas neurotransmisores, dos de ellos son la dopamina y la serotonina. Ambas neurotransmisores y hormonas con funciones diveras. La primera, un derivado del aminoácido tirosina, está relacionada con la enfermedad de alzheimer, la segunda, derivada del triptófano tiene muchas funciones relacionadas con el comportamiento, sexualidad, etc.

Para entendernos, las neuronas son como autopistas, separadas unas de otras por peajes, llamadas sinapsis. No se tocan. La neurona suelta el neurotransmisor, que se une a la siguiente que recibe el mensaje. Es como una carrera de relevos, tal como se enseña de maravilla en la serie infantil de televisión Érase una vez la vida (ahí podéis ver un vídeo de las neuronas.)

En ese momento el neurotransmisor tiene que desaparecer, es internalizado en la neurona y reciclado, porque si no seguiría mandando la señal. Ese equilibrio entre liberación, acumulación y reciclaje (recaptación) es en el que se basa la psico-farmacología para postular la teoría del desequilibrio.

Todo empezaría cuando en los 50 se trataba la esquizofrenia con Torazine. Un fármaco que más tarde se vio en ratones que inhibía la recaptación de la dopamina. Otros fármacos similares vinieron y se aceleró la creencia de que las enfermedades mentales eran causadas por la falta o exceso de neurotransmisores químico en el cerebro.

Y así fue que un fármaco utilizado para tratar tuberculosis, el Iproniazid, se vio que mejoraba el estado de ánimo de los pacientes. Pero los pacientes se animaban «tanto» que lo tuvieron que retirar del mercado. Entonces se vio que el Iproniazid inhibía los recaptadores de la serotonina. Y aquí viene la lógica chapuzera: Los inhibidores de la recaptación de la serotonina (IRS de aquí en adelante) mejoran el estado de ánimo. Los IRS inhiben la recaptación de la serotonina en el cerebro. Eso me lleva a concluir que los IRS aumentan la serotonina en los espacios intersinápticos. Por tanto, bajos niveles de serotonina son la causa de la depresión. ¡Cha chan! De esta manera se puede culpar a la persona de su depresión y obviar la parte fundamental de la ecuación: su carácter socioeconómico. No estás deprimido porque la vida es una mierda, no tienes trabajo, te echan de tu casa, no puedes pagarle el dentista a tu hijo, no, es porque tienes un desequilibrio químico, así que solo la farmacología te puede ayudar iii .

Pero esto pierde agua por todas partes.

1- No se pueden medir los niveles de serotonina en el cerebro sin destruirlo.

Hay muy pocas evidencias concluyentes de que las personas con depresión tengan menos serotonina. Una es un artículo del ’81 donde analizan cerebros de personas fallecidas con depresión o suicidas. En ellos encontraron algo menos del producto del metabolismo de la serotonina que en cerebros «sanos». Pero hoy día es muy difícil medir en tiempo real la concentración de una sustancia en un espacio diminuto durante milisegundos en una persona.

Se ha intentado corroborar esta hipótesis en modelos animales, algo que considero absurdo, comparar los síntomas de depresión en ratones con los humanos. Sin embargo, la mayoría de los estudios muestran que en roedores, la «depresión iv » se asocia a mayores niveles de serotonina.

2- No se sabe si los IRS aumentan los niveles de serotonina. ¿Entonces cómo demonios se afirma que el Prozac (un IRS) cura la depresión aumentándolos? Pues la única manera de medirlo es haciendo punciones en la médula espinal (super guay). Los defensores del «desequilibrio químico» ponen como ejemplo algún artículo donde se ve que en pacientes tratados crónicamente con los IRS se ve más producto del metabolismo de la serotonina en el líquido de la médula espinal. Sin embargo, otros estudios mejor hechos, muestran lo contrario.

Pero, entonces, ¿por qué se sigue utilizando y todo el mundo dice que funciona?

Hoy, uno de cada 10 estadounidenses toma algún tipo de inhibidor selectivo de la recaptación de la serotonina. Es impepinable que en los países occidentales en las últimas décadas se ha disparado el uso de psicofármacos. Y funcionar, digamos, funciona. La gente que ha tomado antidepresivos lo corrobora, igual que los que hacen Shiatsu o Reiki.

Para entender cómo funciona esto, tenemos que hablar del placebo.

La wikipedia dice que es una sustancia farmacológicamente inerte que tiene un efecto positivo en el paciente. No es totalmente así, también puede ser cualquier otro procedimiento «inocuo» que tenga algún efecto y que no sea debido al procedimiento con el que se compara. Por ejemplo, existe la cirugía placebo , sí, gente a la que se le abre el pecho y cuando despierta de la anestesia se le dice que ha sido operada de corazón, y su dolencia cardiaca desaparece.

Evidentemente esto no se permite en la actualidad, salvo en algunas ocasiones experimentales. Lo más importante para mí es que el efecto placebo está basado en el engaño y en las expectativas del paciente sobre el tratamiento. En el engaño porque el paciente no puede saber que lo que está tomando no tiene actividad biológica, y en las expectativas porque cuanto más fe se tenga en ese tratamiento mayor es el efecto.

Así, los tratamientos funcionan diferente si van en pastilla o en inyección, o si te lo da un médico con o sin bata. Las pastillas estimulantes son de colores vivos, las relajantes de colores claros. Cuanto más grande sea la pastilla de paracetamol más efecto te hará.

¿No os lo creéis?

Hace unos días la revista Nature publicaba una noticia donde planteaba un serio problema para las farmacéuticas. No pueden aprobar los ensayos clínicos de nuevos analgésicos porque el efecto placebo ha aumentado tanto en los últimos años que en los 90 esos analgésicos eran un 27% más efectivos que el placebo, mientras que en el 2013 eran solo un 9%. El mismo compuesto, diferentes expectativas.

La cosa se agrava en otros fármacos: Alrededor de la mitad de los ensayos clínicos publicadosv de fármacos antidepresivos aprobados en EEUU no fueron mejores que el placebo. Un metaanálisis muestra que el 80% de la respuesta a 6 antidepresivos aprobados se debe al placebo vi El efecto placebo es aún más fuerte en los estudios hechos en zonas universitarias (con más formación, por tanto con más expectativas). Esto pone de relieve que los ensayos clínicos de muchísimos fármacos utilizados hoy en día no se hicieron adecuadamente para minimizar el efecto placebo.

Por eso, para que funcione el placebo es necesario que el paciente crea que está tomando la medicina y cuantas más expectativas tenga sobre la misma más potente será el efecto. Esto puede parecer positivo, pero no lo es, porque está basado en el engaño: el paciente, enfermería, médicos, etc, tienen que confiar plenamente en la efectividad y no saber que están dando una pastilla de azúcar, o un compuesto que no tiene el efecto que piensan.

¿Y por qué ha aumentado tanto este efecto placebo? Pues principalmente por lo que yo llamo el «fetichismo de la pastilla», muy relacionado con el fetichismo de la tecnología. Nuestras sociedades tienen una fe ciega en la ciencia y la tecnología, el nuevo Dios. Tanto, que en el caso que nos toca personas anti-farmacéuticas utilizan argumentos falsos creados por esas mismas compañías. Gente que no tomaría IRS por rechazo a la industria farmacéutica, se cree a pies juntilla la leyenda urbana de la serotonina para decir que como los garbanzos tienen mucho triptófano, precursor de la serotonina, y la depresión se debe a su déficit, entonces los garbanzos son «como el Prozac», antidepresivos. ¿Es o no ridículo? Lo es, porque comer más triptófano no va a aumentar los niveles de serotonina en las neuronas, suponiendo que eso tenga algo que ver con la depresión.

Esas expectativas las crea la industria y su publicidad, incluso sobre gente que se dice inmune a ella. Y no solo sobre los pacientes, sino sobre todo sobre médicos y psicólogos. Se han hecho estudios para ver si algún periodista o publicista sabe referenciar un artículo que demuestre que los IRS aumentan la serotonina en las sinapsis neuronales y que efectivamente son más potentes que el placebo: no sabían. Es un bulo, una leyenda urbana que crece como una bola de nieve, sin saber muy bien dónde empezó. La campaña propagandística ha sido brutal, y todo el mundo desde psiquiatras a magufos creen a pie juntillas que la depresión es debida a un déficit en serotonina.

¿Tiene esto consecuencias sobre la enfermedad y el tratamiento en sí?

Las consecuencias son dramáticas. Mientras es evidente que los trastornos psicológicos, especialmente la depresión y los suicidios tienen un componente social claro, agravado por la pobreza, la exclusión, la explotación…, los médicos e investigadores (que no solemos sufrir de esos males sociales) ponen la causa del mal en el paciente mismo, es más, en su biología.

Esto deja a la persona con la única opción del tratamiento farmacéutico o de los garbanzos. Ambos son un fraude, al menos los garbanzos son baratos y aunque no dan la felicidad, ayudan.

Conclusiones

-No hay pruebas de que un desequilibrio químico sea la causa de la depresión.

-No hay pruebas de que bajos niveles de serotonina sean la causa de la depresión.

-No hay pruebas concluyentes de que los IRS suban los niveles de serotonina, y ninguna de que lo haga en el espacio intersináptico.

-No hay pruebas de que los IRS curen la depresión. Sí de que al menos el 80% de su efecto es placebo.

-Los trastornos mentales se deberían abordar desde un punto de vista integral médico y sociológico: por tanto político y económico.

-Investigadores, médicos, pacientes y ciudadanos en general debemos ser críticos y «racionales» para combatir creencias no fundadas.


Notas

iBuena parte de este artículo está basado en este http://io9.com/the-most-popular-antidepressants-are-based-on-a-theory-1686163236

iihttp://www.rebeldemule.org/foro/biblioteca/tema8211.html

iiiAquí no podemos dejar de mencionar a todos esos profesionales médicos, psicólogos o terapeutas que trabajan contra la medicalización absoluta del trastorno mental.

ivUna de las formas de medir la depresión ratones es por el tiempo que el animal lucha contra el ahogamiento nadando.

vLa mitad de los ensayos clínicos no se publican nunca. Del libro Mala farma de Ben Goldacre.

vihttp://www.nature.com/npp/journal/v37/n13/full/npp2012153a.html

Publicado originalmente por Moncadista.org

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.