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Lost in La Mancha' relata el triste fracaso del director a la hora de llevar el Quijote al cine

Los molinos de viento de Terry Gilliam

Fuentes: El Períodico

LA FICHA‘Lost in La Mancha’Directores: Keith Fulton y Louis PepePaíses: Gran Bretaña / EEUUDuración: 93 minutosAño: 2002Estreno: 19 de noviembre En el año 2000, el director Terry Gilliam se embarcó en una aventura hermosa y colosal: la realización de una película sobre Don Quijote de La Mancha. El proyecto se derrumbó justo en el sexto […]

LA FICHA
‘Lost in La Mancha’
Directores: Keith Fulton y Louis Pepe
Países: Gran Bretaña / EEUU
Duración: 93 minutos
Año: 2002
Estreno: 19 de noviembre

En el año 2000, el director Terry Gilliam se embarcó en una aventura hermosa y colosal: la realización de una película sobre Don Quijote de La Mancha. El proyecto se derrumbó justo en el sexto día de rodaje. Toda suerte de desgracias cayeron sobre Gilliam y el equipo con insólita inquina y, hoy, el guión de The man who killed Don Quixote reposa en el despacho de una compañía aseguradora. Es de prever que esos mágicos folios nunca saldrán de ahí. El destino, caprichoso y antipático, nos privó probablemente de una obra maestra. Pocos directores hay como Gilliam, viajero en sus horas libres al otro lado del espejo, para dar cuerpo fílmico al fantástico universo del hidalgo cervantino.
Crónica tragicómica de un sueño quebrado, Lost in La Mancha es un espléndido documental sobre la preparación y el naufragio del proyecto de Gilliam. Keith Fulton y Louis Pepe habían hecho en 1996 The hamster factor and other tales of Twelve Monkeys, magnífico trabajo sobre el rodaje de 12 Monos. Gilliam volvió a contar con ellos para el making of de The man who killed Don Quixote, y su cámara al hombro acabó siendo testigo inesperado de una desdicha artística. Lost in La Mancha es una obra singular: el primer así se hizo sobre una película que no existe.
¿O sí existe? Claro que existe. Existe en la hirviente cabeza de Gilliam. No falta detalle. El director de Brazil trabajó durante 10 largos años en la preparación del filme y éste acabó cobrando vida en su interior. Gilliam conocía hasta el último de sus rincones: sus escenas, sus palabras, sus miradas. Todo estaba en su cabeza. Sólo faltaba el rodaje. Sólo faltaba, ay, estar a la altura de sus sueños.

FANTASÍA Y REALIDAD
Lost in La Mancha es el relato de una desgracia, pero también el viaje al inabordable genio creativo de Gilliam: la cámara de Fulton y Pepe se fija en sus ojos pequeños y vivarachos, y nos damos cuenta de que todo, este mundo y el otro, esta dentro de él. La risa aguda e infantil, el idealismo desbordante, el entusiasmo contagioso. Don Quijote, en verdad, está dentro de él. La creación artística –el arte como fuerza de vida– es una perpetua batalla con lanza y a caballo contra gigantes y molinos.
Hombre con frágiles tabiques entre este mundo y el otro, Gilliam habla en sus películas, sin excepción, de seres que, insatisfechos de la realidad, se refugian en un imaginario único y desbordante. Qué mejor personaje, por tanto, que Don Quijote para ser abordado por Gilliam. Fulton y Pepe juegan a menudo con la comparación entre Don Quijote y Gilliam (realidad y fantasía, locura y razón) rematada con una emocionante imagen en la que el propio director, consumado el desastre, dibuja en un folio al hidalgo asaeteado por lanzas procedentes de molinos voladores como si fueran helicópteros de guerra.

EL BARÓN MUNCHHAUSEN
El exmiembro de Monty Python acababa de rodar El rey pescador cuando se acercó al personaje de Cervantes. Leyó la novela en tres semanas y se puso a trabajar con el guión. Esto era en 1991. Durante toda una década, Gilliam se dejó el hígado buscando dinero. Finalmente, lo encontró en Europa.
El recuerdo de Las aventuras del barón Munchhausen (1988), grandioso desastre artístico y comercial de Gilliam, estuvo siempre omnipresente. Todo parecía listo, pero en realidad pendía de un hilo. El rodaje se inició en el verano del 2000 en Las Bardenas Reales (Navarra). Jean Rochefort iba a ser Don Quijote. Johnny Depp, su escudero. Vanessa Paradise, Dulcinea.
La historia de The man who killed Don Quixote es un delirio maravilloso: un publicista de nuestro tiempo (Depp) se ve transportado al siglo XVII. En aquella época, Don Quijote confunde al joven nada menos que con Sancho Panza.
Todo se fue al cuerno en seis días de rodaje. Aviones de la OTAN sobrevolaban la zona con el consiguiente estrépito. Inundaciones bíblicas (agua, viento, granizo) arrasaron el set en una zona meteorológicamente árida. Jean Rochefort, experto jinete que se había pasado siete meses estudiando inglés para la película, se lesionó y debió abandonar el rodaje.
El filme se detuvo. Las aseguradoras se quedaron con el guión. De verdad que entran ganas de llorar cuando sabemos que el asistente del director, Phil Patterson, informó a Gilliam de que se iba, de que ya no había nada que hacer, de que ya no había película. Los brazos detrás de la cabeza, los ojos a punto de estallar, la congoja. Un triunfo mezquino de la cruda realidad.
Quedan las pocas imágenes que rodó Gilliam. Cómo prometían.