Existen libros que conducen a nombrar y pensar en conceptos como proletariado, lucha de clases, comunismo, etc. que producen extrañas reacciones por considerarlos antiguallas de una historia que nunca fue. Y sin embargo, a pesar del abandono de la mayoría de los intelectuales en brazos de las empresas que dominan el mercado de las […]
Existen libros que conducen a nombrar y pensar en conceptos como proletariado, lucha de clases, comunismo, etc. que producen extrañas reacciones por considerarlos antiguallas de una historia que nunca fue. Y sin embargo, a pesar del abandono de la mayoría de los intelectuales en brazos de las empresas que dominan el mercado de las comunicaciones, la vida sigue estando ahí aprisionada y agostada por un capitalismo que quiere destruir cualquier elemento que lo cuestione y combata.
Uno de estos libros publicado en 1932, a pesar de la distancia en el tiempo,- conserva la misma frescura y lucidez que en el momento de su aparición. Nos estamos refiriendo a Los perros guardianes de Paul Nizan.
Este escritor francés nació en 1905 como su compañero en la Escuela Normal Superior Jean Paul Sartre. La celebración de sus centenarios hace dos años fue desigual, mientras el recuerdo del autor de La náusea mereció un reconocimiento amplio en los ámbitos intelectuales y mediáticos, Paul Nizan fue recordado con breves noticias y escasos artículos, aunque hay que reconocer que en ese año apareció el primer volumen – Artículos literarios y políticos 1923-1935 – de sus obras completas a cargo de Anne Mathieu.
Los perros guardianes es el segundo libro de Paul Nizan. En el año anterior había publicado Aden Arabia en el que recoge sus experiencias de un país dominado por la colonización, donde vio la máquina trituradora del capitalismo. A partir de este momento, como dice J. P. Sartre, será un aguafiestas: «Llamó a las armas, al odio: clase contra clase; con un enemigo paciente y mortal, no hay acompañamiento; matar o dejarse matar: no hay término medio.» Su rebelión ya no será nunca la fiebre de un joven incómodo con el mundo elitista de la Escuela Normal al que ajustará cuentas pocos años más tarde con argumentos enraizados en el marxismo. La especulación por la especulación era un lujo: «Seremos temporales hasta los huesos. No le pregunto a nadie lo que piensa, sino lo que hace o no hace,» Este tono vehemente no entra en colisión con los resortes de la paciencia que aprende de Marx: «No se puede abatir la fuerza material más que por la fuerza material, pero la teoría cuando penetra en las masas se transforma en fuerza material.» Y es desde esta convicción – «Nizan hizo del marxismo una segunda naturaleza, o si se prefiere , una Razón. Y su cabeza» – escribe Los perros guardianes, un panfleto -en el sentido de pequeña obra maestra- en el que desmonta la filosofía oficial y sus implicaciones con el poder y los valores morales de la burguesía de aquella época.
Hablar hoy de su actualidad es un contrasentido que traicionaría su metodología y su visión de la historia. Cuando se utiliza como valor «lo actual» para aplicarlo a una obra literaria no deja de ser inadecuado sino también un error histórico. «Lo actual» es el presente y es obvio que toda obra artística se realiza en un momento histórico concreto. Los perros guardianes la termina el autor cuando tiene veintisiete años, es decir en 1932. Entonces todavía perduraba la crisis económica que asoló los Estados Unidos, Alemania e Inglaterra. En Francia, la Tercera República, por ejemplo, ha perdido el empuje social de antaño, y la educación pública todavía es muy precaria en lo que respecta a la escolarización y a la promoción de la enseñanza primaria a la secundaria, aunque «la grandeur» se sustenta en celebraciones como la Exposición colonial de 1931. Frente a esta situación, el surrealismo es una rebelión en el campo literario que traspasa sus límites iconoclastas para enraizarse en el marxismo. Y en el campo político, el nazismo y el fascismo triunfan en Alemania e Italia mientras la República española -años más tarde Paul Nizan viajará a España y escribirá un lúcido reportaje sobre la situación social y política y los peligros que le acechan – se debate en un constante derribo por parte de las fuerzas reaccionarias.
Sin embargo, si hablamos de actualidad como razón instrumental, deberíamos preguntarnos con Nizan en un mundo donde la Ley es el mercado y el mercado es la Ley y la Historia quiere ser condenada al olvido: «¿Qué hacen en todo esto los hombres que han escogido por profesión hablar en nombre de la Inteligencia y del Espíritu? ¿Qué hacen los pensadores de oficio en medio de estos desequilibrios? Siguen guardando silencio. No advierten, ni denuncian. No han cambiado. Por momentos crece la distancia entre su pensamiento y el universo abocado a la catástrofe.»
Esta rabia inunda todos sus panfletos, críticas literarias y políticas, y sus novelas y reportajes. Tuvo siempre una consigna: «Invertir lo irreversible», es decir, destruir todo sistema de ilusiones que den paso a la verdadera experiencia humana y a sus problemas.
Es cierto que la filosofía en la actualidad ha sido arrinconada a los espacios universitarios y cercenada en los planes de estudio del bachillerato y que el oficio de filósofo ha perdido en el pragmatismo imperante su razón de ser y actuar. Pero el sistema ha buscado otra raza de perros guardianes que ahora sí hablan, sí pregonan, si advierten, si aclaman las excelencias de una economía globalizada, que se desentienden de la vida y apuestan por la destrucción en aras de beneficios e intereses. No denuncian. Por esto, la obra de Paul Nizan es el compromiso en la teoría y en la práctica contra la explotación y a favor de un nuevo humanismo en el que el hombre podrá aceptar su destino liberado de mensajes, consignas y programas para gritar con Epicuro que la carne ha sido salvada del hambre, de la sed y del frío.