Cat Stevens no sabe si reir o llorar. De regreso a casa, en Londres, confiesa que le va creciendo una ira interior incontenible pero también un sentimiento de extrañeza por lo ridículo de su caso. Lo acaban de expulsar de Estados Unidos por aparecer en una lista como sospechoso de terrrorista. No voy a abundar […]
Cat Stevens no sabe si reir o llorar. De regreso a casa, en Londres, confiesa que le va creciendo una ira interior incontenible pero también un sentimiento de extrañeza por lo ridículo de su caso. Lo acaban de expulsar de Estados Unidos por aparecer en una lista como sospechoso de terrrorista.
No voy a abundar en los detalles del caso pues las agencias de noticias han descrito cómo el otrora popular cantante británico de rock, en viaje hacia Estados Unidos el 22 de septiembre, fue obligado a descender en una zona de máxima seguridad del aeropuerto de Bangor, en el estado de Maine, interrogado por oficiales de inteligencia, conducido a Washington y deportado.
Tampoco me referiré a la desazón que se apoderó de los viajeros del vuelo 919 entre Londres y Washington al saber que la nave había sido desviada hacia Maine por autoridades federales norteamericanas, y al miedo que les invadió cuando se enteraron que ese desvío había sido causado por la detección de un presunto terrorista a bordo.
Quiero llamar la atención sobre cómo el caso Stevens ha puesto en evidencia la intolerancia, el odio y la soberbia de quienes desde el poder omnímodo quieren imponer un orden mundial excluyente e imperial, en el que cualquier parecido con la Roma decadente que calificó de bárbaros a os pueblos de la periferia o con la Alemania nazi que consideró a los arios seres superiores a los judíos y gitanos hasta exterminarlos, no es pura coincidencia.
Stevens fue un mito de la primera oleada del pop / rock. A fines de los 60 y principios de los 70 estuvo en la cresta de la ola por temas recordados como Wild world y Peace train, que exponían una cierta actitud contracorriente de la sociedad. Pero también consiguió éxitos con canciones que hablaban de amores logrados y frustrados y hasta de las pequeñas cosas que marcan la vida.
Pero un buen día se convirtió al islamismo, cambió su nombre por el de Yusuf Islam, y consagró parte de su tiempo a acciones humanitarias. Fundó la organización no gubernamental Small Kindness, con programas dedicados a los niños desfavorecidos social y económicamente, a las cuales, valiéndose de su brillante pasado rockero, atrajo como contribuyentes y colaboradores a colegas del espectáculo. Precisamente en su agenda para estos días en Estados Unidos figuraba un encuentro con la famosa cantante Dolly Parton.
Ser un musulmán famoso y un crítico de las felonías del tandem Bush-Blair en Irak bastó para ser un indeseable. La obcecación de las autoridades norteamericanas se hizo mucho más visible luego de que el canciller de Reino Unido, Jack Straw, conminado por una reacción de condena al abusivo acto que involucró no sólo a medios islamistas británicos sino a figuras intelectuales y de la farándula, le comunicara a su colega norteamericano que algo así no debió suceder.
El subsecretario para Asuntos de la Seguridad de las Fronteras y del Transporte, Asa Hutchinson, ratificó la medida y fue mucho más lejos en su arrogancia paranoide: «En cuanto nos enteramos de que este pasajero estaba en el vuelo, lo desviamos a un lugar seguro para que la seguridad aérea no se viera comprometida. (…) Nos hubiera gustado que la aerolínea hubiese frenado a tiempo a este individuo para que no abordara el vuelo, porque esa es la mejor medida de protección».
Hutchinson, quien refleja el pensamiento oficial norteamericano, ni siquiera puso en dudas la inclusión de Stevens en la lista negra.
Stevens no es el único sospechoso con fama. También en estos días el académico e islamista Tariq Ramadan, de nacionalidad suiza, fue vetado por el Departamento de Estado para ingresar a Estados Unidos, donde debía impartir un seminario en la Universidad de Notre Dame.
Los que conocen la obra de Ramadan saben que su labor intelectual está orientada hacia la conciliación de los presupuestos culturales árabes y occidentales. La revista Time lo consideró como una de las personalidades más influyentes del 2003, justo por la repercusión en Estados Unidos y países europeos de sus ensayos Ser un musulmán europeo y Musulmanes occidentales y el futuro del Islam.
Cuando se analiza el contenido de la declaración del Departamento de Estado en la que justifica el veto al académico bajo el acápite de la tristemente célebre Ley Patriota que prohibe el ingreso a extranjeros que «hayan usado una posición de relevancia para adherir o abrazar la actividad terrorista», se observa a las claras cómo para la cúpula de Washington todo aquel que profese el Islam es un presunto terrorista.
Un último detalle puede ilustrar la esquizofrenia sociocultural del imperio: los guardias que custodiaron a Stevens durante su detención y deportación se fueron a casa agradecidos con un autógrafo del ídolo musical.