Todo el poder para cimarronas y cimarrones de la Calle.
Cuando los países van peor la República Cimarrona de las Calles van mejor. Al decir del poeta Antonio Preciado: “son las vías más andadas”. El poema acierta para estos tiempos ecuatorianos y quizás de las Américas urbanas: “los ángeles se han perdido de las vías más andadas”1 y aparecen y reaparecen en las esquinas geográficas y de las redes sociales. La verba literaria habla de calentar calle o gastar suela con los pasos largos o cortos, según la métrica del descontento, de los caminantes históricos. Son los sindicatos, cuando eran aquello que fueron, la resistencia al poder atroz dominante por medios legales o legalistas. Ahora parecen vainas de museos, referentes arqueológicos de otras luchas que aún son las mismas. ¡Ah, los sindicatos! Vuelvo a esa frase controversial de otro poeta2: “la nostalgia es una actitud reaccionaria”. No sé, la respuesta (o quizás dos, tres o muchas) queda para quienes buscan el axê de las rebeldías en los detalles de las prolongadas resistencias políticas, civilizatorias y sentimentales de las comunidades urbanas y rurales. O en las apelaciones radicales y brechtianas: buenos, mejores e imprescindibles3 según su temporalidad callejera y geopolítica barrial. Este Cimarrón de las letras (si le hago caso a Javier Pabón por el tremendo elogio) es apenas bueno. Con las justas.
La Calle, el singular capitaliza el plural de significantes de todas las del planeta, es invención de los inconformes, mujeres y hombres, orillados a la perennidad de los padecimientos. Fue, es y será la prosapia de la gente de sangre roja. O negra, si se quiere simbolizar a quilombos, mocambos, palenkes o cumbes en las maniguas de cemento. Hay casi unanimidad en ciertas izquierdas: no son tiempos de revoluciones. (¿Cuándo lo fueron o lo serán?) Desde por allá, desde una calle olvidada Bertolt Brecht contradice: “las revoluciones se producen en los callejones sin salida”. O se están reproduciendo en las bocacalles de la desesperación de cuerpo entero o en los umbrales palenkeros de las barriadas de necesidades insatisfechas. Un día de estos…
Las metáforas de la Calle republicana esas son las duraderas, las que se llevan como el pasquín sonoro en los oídos del animo popular. Este jazzman sí que las ha escuchado. O leído. O interpretado los jeroglíficos del siglo XXI. Desde la parisina sesentera: “una barricada cierra una calle, pero abre un camino”. Hasta esta gritada en una ciudad argentina, por estos no tan felices días para corporatividad mediática: “si la prensa es canalla que hablen las murallas”. ¡Ja! La Calle, como toda república cimarrona tiene sus griots o sea sus instituciones de la oralidad más sabia y recorrida. Mujeres y hombres que, como dicen los jóvenes futboleros, “la rompen”. Y tiene su lírica fermentada barrio adentro y gritada en lo que parece un desierto por los resultados desesperanzadores, pero solo es una trampa mitológica los oídos de la gente están prestos a la palabra callejera y tienen sus tiempos para convertirse en multitud inconforme. Esos tiempos se difundieron como ‘condiciones objetivas’. ¡Cómo si la calle no sea y posea sus propias condiciones objetivas!
Mujeres y hombres de calle caliente al adquirir la veteranía creen haber escuchado todo, parecería que en paredes y murallas se escribió toda la lírica cimarrona (el White Power de las Américas aún suele llamarla ‘canalla’ y no solo por rima) y no es así, aunque los inicios se renuevan. “¡Este que ven aquí no soy yo, ya es un pueblo!” Ahora no recuerdo quién hizo esa recomponedora proclama callejera. O el cabreo de Malcolm X resumido en The Ballot or the Bullet!4 O el “Patria o muerte”, habanero para destrabar un jaque mate imperial agresivo y pronto. O escuchado una en esos días de los años ’70, ‘del siglo XX problemático y febril’, de insurgencia cimarrona en Esmeraldas, mi ciudad, “Así tenia que hacerse, candentemente, porque en frío no se forjan los metales”. Voz del Poeta A. Preciado en un sitio que hacía de barricada. O teólogos de la liberación: “¡Estamos aquí porque creemos que la voz del pueblo es la voz de Dios”. Esas palabras jamás serán amarradas a alguna arbitrariedad. Se dijeron, se dicen y se dirán con el sagrado criterio emancipatorio de los . Eran otros tiempos dirán los veteranos inconsolables. Nada más.
La calle valida a los desvalidos. Esta República Cimarrona de la Calle es ciudadanamente válida para aquellos desvalidos económicos. O sea ciudadanos incompletos. O ciudadanos y ciudadanas con ciudadanía condicionada. Frantz Fanon los describió como Les damnés y Nelson Maldonado-Torres preciso como la colonialidad del ser. El cimarronismo de calle es válido para quienes son amenazados con desvalijarlos sin la clásica advertencia de ‘la plata o la vida’ (se suaviza como aumento de impuestos sobre sus raquíticas economías) por esos grupos dominantes off shores; es válido para quienes son desvalijados hasta de sus breves optimismos en conseguir repúblicas de iguales en estas Américas. Disculpen, por favor, pero está rebeliónica jam session insiste en las denominaciones de las dominaciones de esos grupos retratados en la literatura de Calle: burguesía, sociedad hegemónica, babilonia, oligarquía o peluconería. Ese es el menú del slum cimarrónico y no culpen al mensajero. Elija según la cobija de sus lecturas, pasiones, acciones y reacciones. O su desaprender para reaprender, dicho por nuestros Ancestros. Amén.
Las Calles, no todas por ahora, son instituciones democráticas en dos sentidos y con apellidos verificables en su esencia: representativa y participativa. Es una República que se la busca por dentro de su naturaleza cimarrona. En la plenitud romántica de su realización y los probables alcances solidarios. Cada cimarrón o cimarrona que callejea, al grito o al escrito, su bendito derecho constitucional representa a millones que por razones mínimas o gigantes no está para calentar pavimento. Y participativa porque con esa diversidad en movimiento dialéctico nadie pregunta origen, semántica cultural, nobleza del ADN, pedigrí colonial o sexualidad satisfactoria. Todos son tambores, saxofones, violines, marimbas y voces; con sus colores sonoros, irreales y vívidos; y sus olores sandungueros, sabrosos, cantarinos. Las continuas recuperaciones de las Calles, cabreos republicanos como zarzales bíblicos, de las clases oprimidas fueron, son y serán historias colectivas e individuales. Unos simples caminares y andares apretando la palabra con la boca y más con los decires significativos. Andar y caminar. Cada verbo cumple su propia actividad en esta República de republicanos inauditos, ellas y ellos con sus nobles rabias asisten no por curiosidad y mucho más como testigos de una fracción de la otra historia. Sí, de la Otra Historia del Cimarronismo.
¡Alerta! Nos quieren corromper la Calle con sus paseos dinosáuricos. Sí el cimarronismo dice que las del pañuelo verde tienen razón y media en sus exigencias, nos salen con las estampitas de sus imágenes celestiales (o celestinas) a proclamar que sería pecado ponerle verde al verde de las decisiones de las mujeres. ¡Alerta! Nos quieren contaminar nuestra plenitud verde y callejera con venenosas mentiras de verde artificial y ya se sabe hay quien compra podrido y come infectado. ¡Alerta! Nos quieren privatizar cada metro cuadrado de Calle y cobrarnos aire y poesía por pisar el asfalto. ¡Y se las saben completas y un off shore más por alguna falla de memoria! ¿Y los nombretes? De los cojones para atrapar incautos, por ejemplo, ley humanitaria, pero es más despiadada que Jason Voorhees; ley creando oportunidades y las destruye como la bomba de neutrones (mata a las personas y deja sus bienes) y así nos va en estas Américas (y en este país ecuatorial) mal, pero peleando en el manigual de la Calle. Cabe, entonces, un axê para esa cimarronidad.
Notas:
1 Matábara del hombre bueno, del libro de sol a sol, Antonio Preciado, LIBRESA, Quito-Ecuador, 1998, p. 113.
2 Jorge Enrique Adoum (1926-2009).
3 Del poema Imprescindibles, del Bertolt Brecht.
4 ¡El voto o la bala!
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