“He analizado en este libro algunas tendencias del capitalismo americano que conducen a una sociedad cerrada, cerrada porque disciplina e integra todas las dimensiones de la existencia, privada o pública (…); los individuos y las clases reproducen la represión sufrida mucho mejor que en ninguna época anterior, pues el proceso tiene lugar, en lo esencial, sin un terror abierto”.
La reflexión fue escrita por el filósofo germano-americano Herbert Marcuse (1898-1979) en febrero de 1967, un año y pocos meses antes que se iniciaran las protestas del Mayo francés; forma parte del prefacio a la edición francesa de su obra –El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada-, que el autor de la Escuela de Francfort publicó en 1964 y de la que este año se cumple el 60 aniversario.
La argumentación continúa en los siguientes términos: “La democracia consolida la dominación más firmemente que el absolutismo, y libertad administrada y represión instintiva llegan a ser las fuentes renovadas sin cesar de la productividad”.
Algunas ideas del prefacio apuntan al contexto histórico de su redacción; Marcuse observa que domina en el mundo la agresión de la lucha por la supervivencia (“esta agresión determina el sistema de las necesidades”).
Por ello el autor de Razón y revolución (1941); Eros y civilización (1953), El marxismo soviético (1958) o La agresión en la sociedad industrial avanzada (1968) considera de capital importancia –más allá de las consecuencias inminentes- que el rechazo juvenil a la sociedad opulenta junte dos tipos de revuelta: instintiva y política.
De este modo, razona el filósofo crítico, “la lucha contra el sistema que no es llevada por ningún movimiento de masas, que no es impulsada por ninguna organización efectiva, que no es guiada por ninguna teoría positiva, gana con este enlace una dimensión profunda que tal vez compensará un día el carácter difuso y la debilidad numérica de esta oposición”.
El hombre unidimensional incluye capítulos dedicados a Las nuevas formas de control; también a La conquista de la conciencia desgraciada: Una desublimación represiva; o Del pensamiento negativo al positivo: la racionalidad tecnológica y la lógica de la dominación.
En la introducción, el sociólogo y teórico plantea el anquilosamiento del sentido crítico en una sociedad al borde del abismo, amenazada por una hecatombe nuclear (entre el Oeste y el Este); pero las causas no son identificadas ni atacadas por la opinión pública; de hecho, “nos sometemos a la producción pacífica de los medios de producción, al perfeccionamiento del despilfarro (…)”.
El autor de la segunda generación de la Escuela de Francfort, quien tuvo que exilarse con el ascenso de Hitler al poder (1933) y, en 1934, se trasladó con Max Horkheimer (Crítica de la razón instrumental) a la Universidad de Columbia (Nueva York), sitúa el foco de la crítica en la sociedad industrial avanzada; entre otras razones porque es “irracional como totalidad” y “su productividad destruye el libre desarrollo de las necesidades y facultades humanas”.
En la conclusión de El hombre unidimensional, Marcuse define el marco en el que se despliegan los grandes éxitos de la ciencia, la medicina y la tecnología: “Auschwitz sigue persiguiendo no la memoria, sino los logros del hombre; los vuelos espaciales, los cohetes y proyectiles, las hermosas plantas electrónicas, limpias, higiénicas y con macizos de flores, el gas venenoso (…), el sigilo con que todos participamos”.
En Crítica y Utopía: la Escuela de Francfort (Ed. Pedagógicas, 1994), la catedrática de Ética y Filosofía, Adela Cortina, coincide en que los autores del Instituto de Investigación Social de la Universidad Goethe de Francfort del Meno fundamentaron su crítica no sólo a la economía burguesa, sino principalmente a la sociedad industrializada, fuera liberal o socialista; ejemplo de este “cambio de rumbo” es la obra La dialéctica del iluminismo, por Theodor Adorno y Max Horkheimer en 1947.
Dentro de la Escuela puede constatarse, asimismo, la diversidad en la evolución política; así, mientras que Marcuse ejercía el liderazgo intelectual en la nueva izquierda de los movimientos estudiantiles sesentayochistas, Cortina subraya cómo Horkheimer, Adorno y Habermas mantuvieron diferencias con los sectores de la izquierda activista.
La filósofa y docente hace hincapié en las aportaciones de Herbert Marcuse: la ciencia y la técnica actúan como ideología en el capitalismo contemporáneo; además, el teórico crítico de la razón instrumental (porque ésta conduce a la cosificación del individuo y las relaciones personales) señalaba que el pragmatismo “es el modo de pensar que funciona en la filosofía y en las ciencias, sea a través del neotomismo o del positivismo cientificista”.
En una entrevista publicada en 1973 en la revista de izquierdas Triunfo, titulada El último Marcuse, el filósofo aclara algunos de sus puntos de vista a los periodistas Jean Daniel y Michel Bosquet.
-JD/MB: Ese rechazo y esa subversión del modo de vida capitalista que, en El hombre unidimensional,usted esperaba sobre todo de las minorías y de las capas perseguidas o marginadas por la sociedad capitalista.
-HM: Pero yo no he dicho nunca que la clase obrera pudiera ser sustituida por minorías marginadas como sujeto final y agente de la revolución. Esto es imposible. Mientras que la clase obrera siga siendo mayoría no habrá, no podrá haber revolución de la que la clase obrera no sea portadora (…).
En todo caso, sobre El gran rechazo de Marcuse, el profesor de Sociología en la Universidad de California (Santa Bárbara), Kevin B. Anderson, introdujo la siguiente explicación en el artículo Resistencia vs. Emancipación: Foucault, Marcuse, Marx y la actualidad (revista Viento Sur, mayo 2020, traducción José Saraví):
“Está claro que la visión revolucionaria de Marcuse incluía la necesidad de una completa abolición de las relaciones capitalistas, de la clase social sobre las que se basan y sus nocivos subproductos, desde el militarismo hasta el embrutecedor conformismo de la sociedad de consumo”.
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