A una semana de oficializar la compra de la compañía, el magnate Elon Musk anunció la puesta en marcha de un plan de despidos masivos para «reducir» la fuerza laboral de Twitter. Se estima que quedarán sin trabajo al menos 3.738 personas, más de la mitad del total de empleados.
Hoy, la realidad de Twitter invita a reflexionar en torno a la idoneidad de dejar las redes sociales a merced de las fuerzas y los caprichos del mercado. Todos son conscientes de que estas plataformas digitales son mucho más que simples fuentes de lucro, son herramientas de manipulación.
Estas plataformas y redes son los espacios en que se forma la opinión pública, en los que se decide qué información llega a los ciudadanos y cuál es invisibilizada, en los que se da o se niega legitimidad a los discursos e ideologías en pugna.
Grupos estadounidenses de derechos civiles expresaron su preocupación de que Musk abra la red social a discursos de odio e información errónea sin control y que restablezca cuentas bloqueadas, incluida la del expresidente estadounidense Donald Trump, expulsado poco después del asalto por parte de sus simpatizantes al Capitolio, el 6 de enero de 2021.
Luego de que Elon Musk asumiera el papel de moderador en jefe de Twitter a una semana de las elecciones legislativas en Estados Unidos, la Casa Blanca retiró este miércoles un tuit por falta de «contexto». Fue la propia red social la que le había añadido contexto al mensaje, por lo que relativizaba el alcance de una información proporcionada por el servicio de comunicación del presidente Joe Biden.
«Las personas mayores han obtenido el mayor aumento en sus pensiones en 10 años por el liderazgo del presidente Biden», tuiteó la cuenta oficial de la Casa Blanca. Pero Twitter agregó una mención al mensaje, especificando que las pensiones están indexadas con la tasa de inflación, según una ley de 1972 ratificada por Richard Nixon (presidente republicano).
El 27 de octubre, un día antes de la fecha límite determinada por la justicia para concretar la operación y luego de seis meses de idas y vueltas, Musk formalizó la compra de Twitter por 44 mil millones de dólares. Tres días después, disolvió el consejo de administración, despidió al director general y a otros altos ejecutivos.
Musk se hizo con el control de la empresa y la privatizó, es decir, la retiró de la bolsa de valores, con lo cual ahora no debe responder a los accionistas y goza de licencia para actuar a su arbitrio. Llevó a personal de otras de sus firmas para hacerse cargo de puestos claves e implementar una reorientación completa en sólo una semana.
Algunos medios estadounidenses, entre ellos The Washington Post y el New York Times, no ocultaron sus críticas al proceso iniciado por Musk, un ingeniero de 51 años nacido en Sudáfrica, con ciudadanía estadounidense y canadiense y fundador de las empresas de vehículos eléctricos Tesla y de ingeniería espacial SpaceX.
«El proceso de despidos actual es una farsa y una vergüenza. Los esbirros de Tesla están tomando decisiones sobre personas de las que no saben nada (…) Es completamente absurdo», tuiteó Taylor Leese, director de un equipo de ingenieros que fueron despedidos.
A última hora del jueves, un grupo de cinco empleados de Twitter que ya fueron despedidos presentaron una demanda colectiva contra la empresa alegando que no se les había dado el período de aviso de 60 días requerido por la ley federal de Estados Unidos y la estatal de California, según el texto del reclamo. También reclama al tribunal que impida que Twitter pida a los empleados que firmen documentos para renunciar a sus derechos.
Musk dijo que quiere aumentar los ingresos de Twitter de 5.000 millones de dólares en 2021 a más de 26.000 millones de dólares en 2028. Grandes empresas, como General Motors y Volkswagen, suspendieron su publicidad en Twitter tras la adquisición. Los avisos publicitarios son la principal fuente de ingresos de Twitter y Musk trató de calmar los ánimos asegurando que plataforma no se convertirá en un «infierno para todos».
¿Y la libertad de expresión?
No se puede olvidar que Musk es un personaje por demás inquietante, que llegó a defender públicamente el derecho a dar golpes de Estado para hacerse con los recursos naturales que requiere su empresa de automóviles eléctricos.
El martes 2 de noviembre, comunicó un cambio importante que tendrá su red social: las personas con cuentas verificadas y aquellas que deseen certificar la autenticidad de su perfil deberán pagar una membresía mensual de 8 dólares.
Según el Wall Street Journal, la junta directiva no va a ser reemplazada por otra nueva, ya que Musk pretende quedarse como único director de la red. En un comunicado, argumentó que ponía en marcha ese plan de despidos porque es «importante para el futuro de la civilización tener un espacio donde una gran variedad de opiniones puedan debatirse de manera saludable, sin recurrir a la violencia».
Y, como era de esperarse, uno de los temas más comentados desde el jueves 4 en Twitter es el despido de miles de empleados de la propia red social en el transcurso de unas horas. De acuerdo con trabajadores de Twitter, Musk dio un giro drástico en la cultura laboral, con la sustitución de las dinámicas típicas de Silicon Valley por un culto a la sobrecarga de trabajo y a la persona del magnate.
Este proceder el magnate lo justificó por la necesidad de rentabilizar una compañía que hace años se quedó atrás frente a sus rivales en la captación de usuarios. Pero desde hace ujn semestre, cuando se anunció la compra de Twitter por el hombre más rico del mundo, se levantaron toda índole de dudas, controversias y especulaciones.
El tema central sigue siendo la libertad de expresión, un valor por el que Musk muestra muy poco aprecio en su conducta personal: varios de sus ex empleados denunciaron que el único motivo de despido fue efectuar críticas al dueño de Tesla.
La gran preocupación de los analistas y defensores de la libertad de expresión es que si bien Musk no tolera ningún cuestionamiento a sus órdenes, puede dar visibilidad a los discursos de odio que con tanta facilidad aparecen en la plataforma, lo que ya causó una estampida de clientes corporativos que buscan desmarcarse de este tipo de expresiones.
La libertad de expresión también está desaparecida de otras grandes redes sociales, las cuales han apostado por la creación de ambientes seguros en detrimento de este derecho. Hasta ahora Twitter se ha movido en la delgada línea entre mantener la libertad al máximo y contener el desbordamiento de discursos ciertamente inadmisibles, como aquellos que promueven o normalizan la violencia racista y sexista.
Pero al mismo tiempo permite la actividad de cuentas automatizadas creadas con el propósito de atacar a determinadas personalidades o ideologías e instalar percepciones favorables a otras. Negocios son negocios. Nada se ha visto aún sobre la promesa de medidas para la moderación de las publicaciones, pero el aumento súbito de mensajes racistas en cuanto se dio el cambio de propietarios es un mal precedente.
Esta permisividad sirve para explicar que Twitter es el medio de comunicación preferido por las clases políticas para con la sociedad, y el epicentro digital de las conversaciones ciudadanas acerca de los asuntos públicos. Pero la imparcialidad de la red ante la diversidad de posturas está muy lejos de estar garantizada y muchos creen que se trata de un nuevo ataque a la libertad de expresión.
*Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)