Jonathan Swift, escritor satírico como pocos, sacerdote protestón, fue enviado por la monarquía inglesa a Irlanda para que se perdiese y, estando lejos y en lugares ruinosos, les dejase de molestar con su matraca crítica por las condiciones sociales en las que vivía la población. Escribió entre otros artefactos «El cuento del tonel». «El cuento […]
Jonathan Swift, escritor satírico como pocos, sacerdote protestón, fue enviado por la monarquía inglesa a Irlanda para que se perdiese y, estando lejos y en lugares ruinosos, les dejase de molestar con su matraca crítica por las condiciones sociales en las que vivía la población. Escribió entre otros artefactos «El cuento del tonel». «El cuento del tonel» toma como excusa para la sátira literaria lo acontecido a tres hermanos con un testamento. Sin embargo, lo que viene a poner sobre la mesa el autor es cómo ese elemento denominado «digresión», tan mal visto por los vigilantes de las letras, puede cumplir un servicio impagable a quienes roban a los trabajadores; si conducen adecuadamente el recurso literario obtendrán distracción en los afectados, retrasos, disoluciones de lo que esperan, …
Jonathan Swift, con el sarcasmo zumbón que le caracteriza, advierte de los peligros de su época para la Iglesia y el Estado, los escritores afilan sus plumas y se ponen en línea con los contrarios a sus majestades y cohorte. ¿Y qué hacen éstos?: proyectan y ultiman un plan, ante la dificultad bien sirve la imaginación, y así, entre los reunidos, en ayuda de sotanas y coronas uno expuso «un procedimiento importante perfeccionado por los marinos: éstos acostumbran, al dar con una ballena, echarle un tonel vacío para que le sirva de solaz y le haga abandonar la idea de atacar al navío». Traducido: cómo apartar la atención del pueblo sobre el sistema con el que nos gobiernan, y, de este modo, preservarlo y preservarse. El modo de hacerlo ya lo conocen: mediante «el cuento del tonel».
Swift nos adelanta: «se me ha confiado este trabajo» y es por lo cual escribe el tratado que debe servir para entretener a aquellos que alteran. Del plan se nos dice que partirá de la creación de «una vasta academia dividida en numerosas escuelas especializadas con el fin de agrupar en cada escuela a los interesados por cada uno de los temas. Es cosa de dividir y lanzar numerosos toneles. Nos dice que entre las escuelas principales estarán las siguientes: Escuela de Pederastas; Escuela de Ortografía; Escuela de Espejos de Bolsillo; Escuela de los Juramentos; Escuela de los críticos; Escuela de la salivación; Escuela de los Caballos de Madera; Escuela de la Poesía; Escuela de las Peonzas; Escuela del Hastío; Escuela de las Casas de Juego, y muchas otras que sería enojoso enumerar.»
Siguiendo su ejercicio digresor explica el trabajo que le lleva el prefacio e indica la necesidad de poner cuidado en la
tarea: «Algunas cosas son extremadamente ingeniosas,…, pero cualquiera de ellas, apenas se la desplaza o se la transforma, queda completamente aniquilada.» Y si ya desde mucho antes venía indicando cómo éste es un procedimiento que los modernos trataban de dilucidar, él recomienda atenerse a una regla general: «quien quiera que desee comprender perfectamente el pensamiento de un autor no puede emplear mejor método que ponerse exactamente en la misma actitud y condiciones propias del autor en el momento en que escribía cada uno de los pasajes importantes salidos de su pluma. Pues sólo esto puede establecer una paridad y una estricta correspondencia de ideas entre el lector y el autor». Después nos asegura que aquél que no se ponga en su lugar no podrá entenderlo, y con burlas y más digresiones alcanza a decirnos que se acoge a un privilegio de los escritores: «allí donde no se me comprende, tengo el derecho a afirmar que por debajo de la superficie hay cosas muy útiles y profundas o incluso más: que toda frase o toda palabra impresa en caracteres distintos deben ser consideradas como que contienen algo extraordinario en punto a ingenio o sublimidad».
Ya ves, amigo lector, donde habíamos empezado y por donde estamos, todo está volcado a la distracción, nos han echado el tonel.
Pero abra el libro y verá la estructura que emplea para tal propósito: después de seis sistemas de acceso diferentes a la obra: Tabla analítica; Defensa del autor; La dedicatoria del librero al…; El librero al lector; Epístola Dedicatoria a su Alteza…; y, Prefacio del autor, lo que ocupa una tercera parte del conjunto de la obra, el resto del libro aparece dividido en 11 secciones y una conclusión. Ya sabe, la historia de los tres hermanos y el testamento como hilo conductor ¿se acuerda de ello? se va a ver saboteada desde el primer momento; ahora bien, si se alternan la historia y las digresiones, también las digresiones serán tema y por tanto se filtrarán más digresiones. Burla burlando los paratextos van deshaciendo cualquier posible avance. Como había empezado marcándose el objetivo de poner en claro lo que le interesa a la Iglesia y a la Monarquía: distraer a los críticos y conseguir que se disuelvan, nos hace el ejercicio literario de la digresión y nos muestra su valor: hacer que las crisis no conduzcan a la gente hasta los culpables, que el pueblo se pierda en medio de una barahunta, que se nos echen toneles y toneles vacíos, asuntos pasajeros magnificados, enemigos lejanos, ajenos, aprenda a decir cosas que no atañen al conflicto principal, hable sin decir nada de interés.
¿Sería necesario aclarar por qué Swift y su » Cuento del tonel» eran tan odiados por la monarquía?
Empiecen a pensar en cuántos toneles nos echan, pero no se quede de brazos cruzados después.
Título: El cuento del tonel.
Autor: Jonathan Swift.
Editoriales: Cátedra, y, Olañeta.