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Reflexiones a partir del libro ’Resistencias’ de Daniel Bensaïd

México en la discordancia de los tiempos

Fuentes: Revolta Global

1. México fue inventando en la época moderna, entrando a los tiempos turbulentos y dislocados, heterogéneos y discontinuos, siempre entre el cosmos y el caos, de una Modernidad dinamizadora y desgarrada por las dos tendencias que la definen: la de la razón dominadora capitalista y la de la razón crítica y emancipadora. 2. De hecho, […]

1. México fue inventando en la época moderna, entrando a los tiempos turbulentos y dislocados, heterogéneos y discontinuos, siempre entre el cosmos y el caos, de una Modernidad dinamizadora y desgarrada por las dos tendencias que la definen: la de la razón dominadora capitalista y la de la razón crítica y emancipadora.

2. De hecho, México es creado rompiendo el cosmos virreinal y su tiempo estanco y homogéneo con la revolución de la independencia (1810), ingresando a la historia -a su historia, que no ha sido otra cosa que la constante «disputa de la nación», sumergiéndose en el caos provocado por aquellos que deseaban regresarlo al pasado (conservadores), proyectarlo al futuro (liberals decimonónicos) o apropiarse de él (colonialismos), hasta alcanzar un precario cosmos con la «paz» porfirista. Como se sabe, ese orden y ese tiempo fueron quebrados por otro acontecimiento revolucionario (1910)que trajo el caos destructor (del Estado oligárquico liberal) pero también creador de nuevas instituciones -de cierto Estado benefactor, populista y bonapartista-, logrando un relativo cosmos con la «estabilidad» priísta,que es nuevamente fracturado por la crisis política abierta a partir de la fuerte impugnación social de 1968.

3. Los «tiempos modernos» se rigen por los «ciclos infernales del Capital»(esa fuerza económica enajenada y enajenante que estudió el Marx intempestivo que rescató Daniel Bensaïd), por las transformaciones que éstos imponen al mundo y las resistencias que suscitan. En una oleada de expansión de esa potencia enajenada se levanta un sistema colonial y en otro impulso de ideas y luchas libertarias (Hidalgo lee a Rousseau) se desmonta parcialmente; en un ciclo se industrializa la producción y al mismo tiempo se constituye el movimiento obrero, cobrando forma elimaginario socialista y anticapitalista; en un amplia rotación el Capital se transforma en imperialismo, abriendo una época de guerras y revoluciones (Lenin, Trotsky, Luxemburgo leen a Marx). Entre conflagraciones mundiales y revueltas se levanta el México contemporáneo, jaloneado hacia atrás (cristeros) y hacia delante (cardenismo) pero girando ya en la órbita imperial, en disputa permanente entre la derecha conservadora y la izquierda emancipadora, hasta estancarse en un presente político autoritario que asfixia sus tendencias democratizadoras y sus reclamos de justicia. Un presente cargado de un futuro posible -el del bien común y el servicio público- encarnado en significativas conquistas sociales (salud, educación), que están siendo desmanteladas desde un pasado conservador que hoy día ejerce directamente el poder.

4. Hemos vivido estos últimos años, largos y oscuros, una derechización del planeta entero. La «época del conformismo generalizado» es la de la restauración neoliberal de un capitalismo salvaje que ha intentado hacer retroceder el tiempo hacia un horizonte resignado y conservador, en el que el futuro se disipa. Por eso se construyó el imaginario social del término de las Ideologías, el hundimiento de las Utopías, el Fin de la misma Historia. Se intentó volver sentido común el vivir en un mundo sin alternativas, con un pensamiento único, en el que el tiempo se había congelado. La caída del pseudosocialismo (de una sociedad burocrática y totalitaria), que rompía otro tiempo petrificado y abría nuevos futuros posibles, se tomó como el triunfo definitivo del capitalismo y la entrada de la humanidad a un tiempo homogéneo, con algunas disonancias (¡el mundo oriental!), mientras se fomentaba la cultura de lo fugaz y la desmemoria, así como «los discursos consolatorios de una ética despolitizada».

En ese contexto, cierta izquierda abandonó sus utopías igualitarias y justicieras (sus propios signos de identidad), retrocedió al centro, se volvió liberal y, sin problemas, se convirtió al neoliberalismo, se derechizó. Pero, si la Derecha no tiene izquierda, ¿la derecha de la Izquierda es todavía de izquierda? En todo caso, algunas burocracias de partidos carentes ya de principios y de proyectos alternativos al «capitalismo realmente existente» decidieron subsistir usando la franquicia de la izquierda para jugar a las elecciones (siempre quejándose de que les hacen trampas) y entrar al reparto del poder (de las migajas que les dejen), pero sin atreverse ya a cuestionar el poder de las oligarquías. De la crítica a la «revolución interrumpida» pasaron a una declarativa «revolución democrática», añorando en realidad una mera «transición democrática» reducida al juego electoral y los espacios burocráticos.

5. En el mundo moderno no hay una temporalidad que tienda, teleológicamente, hacia el socialismo, la democracia, el desarrollo o la paz mundial. Si el presente y el futuro son encrucijadas inciertas, existe la certeza de que los ciclos del Capital sobredeterminan nuestros tiempos desgarrados, aprovechando cualquier oportunidad para acelerar su acumulación: reestructurando el proceso productivo (imponiendo la flexibilización y precarización laboral), desregularizando para su circulación a través de la mundialización de las mercancías, privatizando los bienes y servicios públicos en su reproducción ampliada. México, como casi todo el planeta, entró abruptamente a una nueva era, la de la restauración neoliberal de un capitalismo sin contrapesos. Tal vez no la «etapa final del capitalismo», pero sin duda la de un «capitalismo senil».

6. El Capital tiene sus «personificaciones» que, enajenadas también, le sirven desde empresas, gobiernos, organismos internacionales, como gerentes, políticos, periodistas, intelectuales, etc., que obedecen a sus impulsos productivistas y a su sed de ganancias, a sus rotaciones y exigencias. Un reducido grupo de estas «personificaciones» del Capital logró imponer en México el neoliberalismo con una revolución política, pasiva y conservadora, desde arriba, como solución a la crisis política abierta por el 68. Se vivió en esos días el ocaso del «nacionalismo revolucionario», del Estado benefactor (populista) y del bonapartismo mexicano. En ese momento crepuscular cierta izquierda pasó del socialismo anticapitalista y antiestalinista a la nostalgia cardenista, hundiéndose en el lento y largo naufragio de la renovación de un PRI anclado en el pasado y sin futuro.

7. Con otro fraude electoral (1988), reprimiendo ferozmente a la disidencia mientras decía no verlos ni oírlos, imponiendo una severa derrota a un movimiento sindical democratizador emergente, el nuevo régimen buscó legitimarse desde el poder imponiendo su verdad, su discurso, su «política general de verdad» (¿Salinas leyó a Foucault?). Esa «verdad» la han repetido hasta la fecha los personeros del régimen: se trata del relato de un desastre nacional provocado por los populistas, pero superado gracias a la salvación neoliberal que puede llevar a un México modernizado al Primer Mundo. En la producción, legalización, circulación y funcionamiento de tal «verdad» del poder, jugaron un papel central los medios, que a partir de entonces son un componente esencial del poder.

8. El régimen neoliberal se consolida y hace un último ajuste con el asalto de los restos de la lumpenburguesía nacional al poder (2006), sin la intención de dejarlo por métodos electorales. Después de hacer un cínico y enorme fraude electoral, que no tuvo una verdadera respuesta política que lo evitara, la derecha comandada por la ultraderecha mexicana no busca legitimarse sino ejercer el poder, respondiendo a las exigencies del Capital y sus personificaciones.

Los signos son transparentes: pese a la legitimidad política dislocada, las fuerzas conservadoras nos dicen que gobernarán con el apoyo del ejército, la compra de priístas y un torcido Estado de Derecho que apunta a un Estado policíaco que reprime y criminaliza ya protestas, recortando garantías individuales. No se avizora una Reforma del Estado democratizadora ni una «oleda de reformas democráticas» porque el grupo que ejerce el poder no busca legitimidad ni acuerdos sino mantenerse en el poder y llevar a cabo su programa: acabar con todo lo que esté a su izquierda (Arnaldo Córdova recientemente advirtió de ello) e imponer las «reformas estructurales», es decir, la desmantelación de los bienes y servicios públicos y su privatización, como lo hicieron al imponer una política tan regresiva y antipopular como la Reforma a la Ley del ISSSTE. A ese ejercicio del poder algunos le han llamado «fascistización», pero tiene que ver más con la falta de compromiso de la oligarquía dominante con la democracia y las libertades (individuales o sociales).

9. Con todo, en plena discordancia de los tiempos, México padece un gobierno de derecha arcaica al mismo tiempo que se desarrolla una insurrección social y ciudadana, crítica e impugnadora, inédita, que va más allá de un partido con la franquicia de izquierda que sólo quiere jugar a las elecciones (aunque le hagan trampa…). Una movilización en la que, si nos fijamos bien, se logra entrever «la sonrisa del fantasma» que asusta al Capital. En estos tiempos fracturados, en donde la fuerza social y ciudadana tensa la superficie de la temporalidad que nos envuelve con la posibilidad de abrir otro futuro alternativo al diseñado desde el poder, se siente la necesidad de otra izquierda, de una izquierda de la izquierda, de una izquierda anticapitalista, ecologista, feminista, democratizadora;

10. Más que nunca, en estos tiempos desgarrados es necesaria una izquierda que resista y rasgue, enfrente y rompa. El momento requiere una izquierda que fracture el poder instituido (en lo político y lo social, en lo ideológico, en el propio imaginario simbólico), que desgarre a la nación entera para, entonces, volverse un partido en lucha, un movimiento social enfrentado a la lógica del Capital, capaz de dar batalla a una ultraderecha que desea exterminarla. Y sí, ese partido o fuerza social real, al que la izquierda de la izquierda debe ligarse y entregarse, debe ser de los trabajadores y los marginados, diversos y heterogéneos, cuya identidad común puede ser la de la lucha contra el Capital y su mundo de explotación, exclusiones y enajenaciones. Ya existe, no ha dejado de existir, una izquierda social que, con todo en contra, resiste y lucha: por sus salarios y condiciones laborales, contra el desafuero y el fraude, contra gobernadores represivos y por la liberación de sus presos políticos, contra la reforma a la Ley del ISSSTE… Esta izquierda aguanta y da batalla, es cierto, pero carente de horizontes históricos, de proyectos globales, de utopías estratégicas y de una izquierda política que se comprometa con sus peleas.

Por eso, nuestro tiempo necesita una izquierda social y política que resista y enfrente todo lo que venga para que pueda ayudar, en una coyuntura de movilización de masas, a romper este tiempo que quiere borrar futuros posibles, este cosmos en vías de ser carcelario, abriendo otro tiempo posible, el de un México, justo, igualitario, plenamente democrático, ecologista. Nuestros tiempos violentos demandan una izquierda que se vuelva un verdadero contratiempo a un régimen que desearía congelar la época actual. Una izquierda que con la lenta impaciencia del viejo topo socave y trabaje para construir un poder colectivo y democrático que transforme al mundo y cambie la vida. Para ello no es necesario recurrir a la Esperanza (que es, a final de cuentas, pasiva espera) ni a la Ira (que puede implicar odio y delirio), sino a las intransigentes Resistencias.

11. Resistencias se llama el libro que sacó Daniel Bensaïd en 2001, reciente y obligatoriamente publicado por El viejo topo en España porque ese es, justamente, el personaje central de este libro que sigue renovando al marxismo crítico y descreído del nuevo milenio. El texto se ubica en estos tiempos de restauración que son, también, los de las políticas de resistencia, «lejos de las grandes ilusiones líricas; un tiempo de paciencia y de anonimato, de arreglos y composturas, de reparaciones y refuerzos, donde se recomienza a tejer de nuevo con lo viejo.» En toda su primera parte recorre las galerías y subterráneos con las que un Viejo topo paciente y obstinado socava al mundo establecido: desde un discurso político de la resistencia -«Resisto, entonces existo»- hasta las «resurgencias» de las utopías estratégicas y la alerta profética. Pero Bensaïd sabe que esa «cultura de la resistencia» es un síntoma de un estrechamente del horizonte temporal, del hundimiento del porvenir. Por eso no bastan las resistencias. La segunda parte de este libro dedicado a un viejo topo revolucionario y profético trata de las políticas del acontecimiento, las que siempre de manera intempestiva y a contratiempo, significan una «revolución de los tiempos». Más allá de determinismos y fatalismos, terrenalmente situadas en el terreno donde sólo el conflicto y la lucha son previsibles (pero no su desenlace), estas políticas descreídas ejercen una libertad trágica en una coyuntura incierta y cambiante, de crisis social, en la que es posible que el momento de ruptura y cambio llegue demasiado temprano o demasiado tarde. Ciertamente la crisis no es el acontecimiento que rompe la temporalidad que un régimen desea homogénea y fija, pero sí es su «posibilidad concreta». ¿Y no son los nuestros tiempos de crisis?

12. Sin embargo, los tiempos de la izquierda son -siempre lo serán- de resistencias: se trata de que con lucidez, generosidad y justicia, resista y defienda el bien común, la lógica del servicio público y el sentido de la ayuda solidaria, los derechos conquistados, la ampliación de libertades, para que desde ahí vuelva a plantear un horizonte político -afirmando también que Otro Tiempo es posible-, que bien puede ser el de la utopia racional y razonable del socialismo democrático y humanizador, el de una sociedad autónoma -pero dejando atrás la utopía imposible, ilusoria o evasiva de la realidad, trabajando una utopía estratégica, como proyecto de otra sociedad posible, apoyado en razones y hechos, que se proponga radicalizar la democracia y las autonomías, trascendiendo la lógica devastadora, en lo social y en la propia naturaleza, del capitalismo.

13. Porque este presente en crisis que es «efecto de las rotaciones endiabladas del Capital», también es el de la política. Pero no el de la política maquiavélica como pugna mezquina por el poder (para ejercerlo al servicio del Capital), sino el de la política en su sentido originario: entendida como el ocuparse colectivamente de los asuntos públicos de la polis, lo que lleva necesariamente a una política de izquierda: al pensar y actuar estratégicamente para, bajo circunstancias dadas, intervenir en la historia y hacer historia. «La política es el modo de ese hacer. El sentido práctico de lo posible y el conjuro de la utopía arrastrada en la fuga de un futuro indeterminado.» (Bensaïd) Por eso, con conocimiento y riesgo, con deseo y cálculo, la política de una izquierda de la izquierda debería hacer su «apuesta aventurada» por otro tiempo, en el que otro mundo sea posible;y también para dar sentido al presente y no enloquecer, para no abandonarse a la morbidez de la crisis, para dejar de soñar y escapar de la pesadilla del Capital.

14. Una izquierda requerida en estos tiempos discordantes se ubicaría en este presente jaloneado entre el cosmos y el caos, entre el pasado y el futuro, pero siempre preñado de posibilidades, y (como Benjamín recomendaba) rememoraría a las víctimas del pasado mientras esperaría activamente, políticamente (socavando, partiendo, resistiendo), su redención en un futuro mesiánico que recupere el sentido de sus luchas. Esta izquierda volvería a Marx y a Benajamin, a Bensaïd, autores que le otorgan prioridad a la política sobre la historia porque profetizaban la ruptura del tiempo lineal por el acontecimiento necesariamente intempestivo e inactual de la Revolución. Comprendería que sólo así, politizando la historia, ésta «se vuelve inteligible para quien quiera actuar para cambiar el mundo.»

15. En ese sentido, esta izquierda de la izquierda exigida en estos tiempos no recurriría a la Ira (Gilly) o a la Esperanza perredista pasiva(«¡nos quitarán todo, pero nunca la esperanza!») mientras lucha y resiste, sino a la profecía revolucionaria, como anticipación condicional que apuesta a un futuro posible para conjurar lo peor. Apostaría, por ejemplo, a la caída de Calderón (CND), de Ulises Ruíz (APPO), de los consejeros del IFE (PRD), de la Reforma a la Ley del ISSSTE (CNTE), al estallido revolucionario en el 2010 (EZLN), a la lucha permanente por ello.

16. Según Daniel Bensaïd, hay algo de profecía en toda gran aventura humana, amorosa, estética o revolucionaria. Rechazando tanto la illusion mitificadora (la revolución a la vuelta de la esquina) como el realismo conformista (el capitalismo es irrebasable), la Otra Izquierda haría su profecía revolucionaria no como una predicción apocalíptica, sino como una apuesta histórica, condicional y carente de seguridad en la victoria, sustentada en esta realidad social que se desmorona por todos lados, buscando romper los ciclos infernales del Capital, resistiendo, oponiéndose, luchando, impulsando grandes Frentes de combate sin perder su identidad, reafirmándola en cada momento.

17. Si el Capital es el dominio de la Cosa sobre el ser humano, la Izquierda sigue siendo el fantasma de la insurrección. La Derecha es real, tiene intereses y el poder; en cambio, la izquierda es fantasmal, es un deber ser, sólo tiene sus valores y sus proyectos;y si los pierde abandona lo que la hace existir, sus señas de identidad. La izquierda no es una doctrina ideológica, es una práctica orientada a cambiar el mundo (Villoro), por ello mismo no se le puede pedir que abandone su intransigencia: el no transigir con los valores que la definen, con su deseo y necesidad de cambiar el mundo. Otra cosa es que sea autocrítica, flexible, unitaria y prudente.

18. Si la izquierda apuesta a cambiar el mundo, Bensaïd nos recuerda que se trata de hacer una apuesta melancólica. Y esto es así porque la izquierda que exige este presente desgarrado, es una izquierda descreída que encarna la conciencia del peligro, sabe de la derrota o del desastre probable, y comprende además que no verá la victoria, que la revolución es permanente. Por eso, la izquierda de la izquierda debe situarse ante el Abismo de la historia indeterminada, negando tanto al optimismo de un futuro radiante que necesariamente llegará como al pesimismo paralizante, apostando con melancolía y lucidez, luchando y resistiéndose a la derrota, al desastre, a este mundo atroz. Pero lo hace desde este presente único, con la conciencia de que desde el pleno «tiempo-actual», «en el que están dispersas astillas del tiempo mesiánico» (redentor y libertario), siempre es posible hacer saltar el continuum de la historia, hacer un «salto dialéctico» «bajo el cielo libre de la historia» (Benjamín). «Transformar el mundo, cambiar la vida». Acabar con el Capital, desenajenar la economía y la política para ponerlas al servicio de las mayorías, liberar la existencia de opresiones y dominios para desarrollar nuestras potencialidades humanas, para gozar la vida, para reconciliarnos con nuestros hermanos y con la Naturaleza, para sobrevivir a la catástrofe que está en marcha y seguir construyendo una imperfecta, conflictiva y plural civilización humanizadora. Sin duda, es una gran Apuesta la que la izquierda de la izquierda hace y debe hacer, pero ¿acaso hay algo más digno y más pleno de sentido que el comprometerse con esa Apuesta?