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Presencia de un pasado colonial

México en la era Trump

Fuentes: Rebelión

Dependencia y neocolonialismo Los países que en el pasado tuvieron un status colonial, como los de América Latina, con los procesos de la independencia política de la Península Ibérica desplegados entre principios y la primera mitad del siglo XIX, consiguieron forjar un perfil político propio al constituir sus Estados nacionales al calor de la expansión […]

Dependencia y neocolonialismo

Los países que en el pasado tuvieron un status colonial, como los de América Latina, con los procesos de la independencia política de la Península Ibérica desplegados entre principios y la primera mitad del siglo XIX, consiguieron forjar un perfil político propio al constituir sus Estados nacionales al calor de la expansión del capitalismo mundial. Con ello si bien se logró una independencia política de las metrópolis (española, portuguesa, francesa y británica) a la par que se mantuvo cierta continuidad del período colonial, éste trocó su configuración en estructuras de dependencia que correspondieron a la nueva configuración de las formaciones sociales capitalistas en la periferia que, a la par que se integraron a la economía mundial, lo hicieron pero en un status subordinado a las principales potencias expansivas durante ese período histórico que concluye en lo básico a mediados de ese siglo con el arribo de Estados Unidos como un nuevo centro de dominio y de poder bajo el «excepcionalismo norteamericano» (LIPSET, 2000) que sellará uno de sus más importantes slogans publicitarios.

Marini distingue la categoría colonia de la de dependencia en el contexto de los países que orbitan en la periferia del sistema capitalista internacional gobernado por las grandes potencias del orbe: «…la situación colonial no es lo mismo que la situación de dependencia. Aunque se dé una continuidad entre ambas, no son homogéneas» (MARINI, 1973: 19). Con la independencia y la constitución de los Estados nacionales, América Latina en torno a Inglaterra y, más tarde de Estados Unidos, cumplirá un conjunto de funciones, como se advierte en seguida:

«Forjada al calor de la expansión comercial promovida, en el siglo XVI, por el capitalismo naciente, América Latina se desarrolla en estrecha consonancia con la dinámica del capital internacional. Colonia productora de metales preciosos y géneros exóticos, en un principio contribuyó al aumento del flujo de mercancías y a la expansión de los medios de pago, que, al tiempo que permitían el desarrollo del capital comercial y bancario en Europa, apuntalaron el sistema manufacturero europeo y allanaron el camino a la creación de la gran industria. La revolución industrial, que dará inicio a ésta, corresponde en América Latina a la independencia política que, conquistada en las primeras décadas del siglo XIX, hará surgir, con base en la nervadura demográfica y administrativa tejida durante la colonia, a un conjunto de países que entran a gravitar en torno a Inglaterra. Los flujos de mercancías y, posteriormente, de capitales, tienen en ésta su punto de entroncamiento: ignorándose los unos a los otros, los nuevos países se articularán directamente con la metrópoli inglesa y, en función de los requerimientos de ésta, entrarán a producir y a exportar bienes primarios, a cambio de manufacturas de consumo y -cuando la exportación supera sus importaciones- de deudas (MARINI, 1973: 16-17).

Es sobre la base de las relaciones de dependencia, construidas desde el período colonial, que las economías de América Latina proseguirán su desarrollo sin menoscabo de superación de dichas relaciones y, más bien, reproduciéndolas en torno a sus límites marcados por los centros desarrollados del capitalismo avanzado. De esta forma,

«Es a partir de este momento que las relaciones de América Latina con los centros capitalistas europeos se insertan en una estructura definida: la división internacional del trabajo, que determinará el curso del desarrollo ulterior de la región. En otros términos, es a partir de entonces que se configura la dependencia, entendida como una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia. El fruto de la dependencia no puede ser por ende sino más dependencia, y su liquidación supone necesariamente la supresión de las relaciones de producción que ella involucra» (MARINI, 1973: 18).

¿Esta situación histórico-estructural de México y de los países latinoamericanos ha cambiado en lo que va del siglo XXI? La respuesta es negativa porque más bien se ha profundizado sobre todo en aquéllos países más estrechamente dependientes como México cuyos regímenes políticos han venido «cediendo soberanía» al imperialismo norteamericano y a los organismos monetarios y financieros internacionales, en los últimos años. La dependencia estructural la reanima y renueva día a día el gobierno y el empresariado nacional y extranjero mediante sus políticas económicas centradas en la sempiterna «corrección del déficit fiscal», en la austeridad social, la privatización económica, la manutención de salarios paupérrimos para los trabajadores: todo ello encaminado a garantizar altas tasas de ganancia para el gran capital nacional y extranjero.

Ausencia total de un proyecto alternativo frente a la crisis capitalista del país

Bajo el actual bloque de poder lumpenburgués (FRANK, 1971) -constituido por las clases dominantes dependientes y colonizadas, por sus fracciones monopólicas y financieras integradas a la dinámica de acumulación de capital de Estados Unidos, por la partidocracia (principalmente los partidos alineados francamente a la derecha y ultraderecha); las cúpulas del sindicalismo corporativo y charril; el sector corporativo del campesinado y las mafias delictivas que operan a lo largo y ancho del país- en México es impensable que, bajo el cobijo del gobierno norteamericano del presidente Trump y el actual de México encabezado por el PRI y la partidocracia, en 2018 y durante el nuevo sexenio presidencial que se abre entre 2018-2024, la dependencia, la crisis estructural del capitalismo y la problemática social vayan a superase y a cambiar en un sentido favorable para las mayorías que integran la población del país, a no ser que éstas pudieran conquistar el poder modificando la correlación de fuerzas. No siendo así, la crisis del patrón de acumulación y de reproducción del capital dependiente especializado en la producción manufacturera-maquiladora para el mercado mundial fuertemente dependiente de Estados Unidos, proyecta procesos y tendencias, en el mediano y largo plazos, que implican profundizarla aún más, no sólo en el ámbito nacional, sino del capitalismo mundial que se hará más extensa y profunda, incluso en los propios Estados Unidos, con la implementación de sus políticas proteccionistas y restrictivas, aunado a los problemas derivados del necesario incremento, casi inminente, del gasto militar con el fin de contrarrestar el creciente poderío de potencias de verdadero porte nuclear como Rusia, China, Corea del Norte, Irán, India o Paquistán.

Ante estos hechos completamente adversos para México, en tanto país dependiente y subdesarrollado, el gobierno en turno, al igual que las dos administraciones panistas que lo antecedieron durante la docena   trágica (2000-2012) carece completamente de un proyecto nacional alternativo que no sea, si es que así lo entienden como tal, el neoliberal-dependiente-neocolonial-corporativo-conservador en crisis gobernado desde Estados Unidos y por el FMI y en el que las autoridades mexicanas colonizadas son sólo empleados del Poder Imperial del gobierno de Donald Trump. Lo grave de esta situación vergonzosa no lo es tanto para el régimen priista y sus personeros quienes perciben multimillonarias ingresos por hacer su trabajo de gazapo a favor del imperialismo, sino para los millones de trabajadores y ciudadanos

mexicanos que tendrán que enfrentar un recrudecimiento de la crisis económica, de la inflación y del desempleo que, por supuesto, acarreará la construcción de un muro que divida ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos, en el caso de que se complemente (1), cuando se vean forzados a retornar miles de trabajadores indocumentados que presionaran aún más los ya raquíticos y precarios mercados de trabajo y salarios nacionales en un México inhóspito, repleto de injusticia social, impunidad, pobreza y corrupción.

En segundo lugar, se verán también afectados más de 11 millones de trabajadores indocumentados que ya han sido amenazados con confiscarles, mediante impuestos, parte de sus salarios que reciben por la impiedosa superexplotación de su trabajo por parte de la patronal estadunidense con la consiguiente disminución de los envíos de remesas que hacen a sus familiares en México para medio sobrevivir ante la falta de recursos y la crisis económica del país, la prevalencia de un régimen de bajos salarios, altísimo desempleo y subempleo, pobreza, miseria extrema e inseguridad galopante. Realidad impía que pasa desapercibida para el gobierno mexicano que prefiere mantener un cómplice silencio frente a las agresivas acciones del gobierno norteamericano, como la deportación masiva de trabajadores indocumentados, la construcción del muro de la ignominia y la imposición de negociaciones leoninas del TLC bajo la actitud dócil y pasiva de las autoridades mexicanas.

A pesar de todo, percibimos en lo anterior una muy buena noticia por varias razones. En primer lugar, porque desde una perspectiva libertaria y crítica que, por supuesto, no es la de las clases dominantes, de ninguna manera vamos a defender a las empresas trasnacionales cuya única raison d’être es la de obtener enormes beneficios y transferirlos a sus centros de origen a costa de la superexplotación del trabajo y el despojo de sus derechos como ha venido ocurriendo desde la entrada en vigor del TLC en enero de 1994. En segundo lugar, por el hecho de que las decisiones tomadas desde los altos círculos oficiales y privados de Estados Unidos -como la amenaza de Trump contra empresas como General Motors de imponerles impuestos si siguen fabricando sus vehículos en México- afecten y sacudan de esta manera a un país subdesarrollado como México no hace más que poner al desnudo la perniciosa dependencia histórico-estructural y su vertiente neocolonial respecto a Estados Unidos. Por último, se descubre, de este modo, la imperante necesidad de desarrollar un proyecto nacional alternativo de desarrollo, no capitalista, democrático y humano que por primera vez en la historia de México ponga en su centro los intereses y necesidades populares y de los trabajadores y resuelva de raíz los grandes y graves problemas sociales y humanos. Sólo que para que esto ocurra y sea viable en el mediano y largo plazos es imprescindible deponer al actual gobierno pro-imperialista y antinacional cuyo horizonte no mira más allá de los intereses de la burocracia y partidocracia que lo detentan encuadrados en la estrategia norteamericana de dominación continental. En el marco de esta estrategia geopolítica el gobierno norteamericano, a través del National Intelligence Council, percibe el desgaste del régimen de gobierno priista y en general de la derecha a tal grado que ha llegado a sustentar que la «izquierda» -que no refiere quién es, ni la identifica como tal, a no ser que sea toda aquella fuerza política que identifique como «antiamericana» no importando, incluso, que sea efectivamente parte de la derecha nacional – puede ganar las elecciones presidenciales de 2018: «With presidential elections in 2018 and Peña Nieto limited to one term, voters may lean toward a more leftist opposition that pushes to roll back reforms and trade deals if reforms do not reduce Mexico’s stark economic divide» (NATIONAL INTELLIGENCE COUNCIL, enero de 2017: 137).

En una franca intromisión en los asuntos mexicanos completamente violatoria de las leyes mexicanas, el secretario de Seguridad Interna de Estados Unidos, John KELLY (EL UNIVERSAL, 06 de abril de 2017) declaró que: «En ese momento hay mucho sentimiento antiestadounidense en México. Si las elecciones fueran mañana México, probablemente tendría un presidente de izquierda, antiamericano. Eso no puede ser bueno para Estados Unidos » (negritas y cursivas nuestras).

Ante esta grosera e impúdica intromisión del representante imperial, ni las autoridades mexicanas ni el suculento Congreso dijeron una sola palabra al respecto, más bien permanecieron en su mutismo vergonzante que caracteriza al régimen político mexicano cuando se trata de defender los intereses nacionales y a los trabajadores. La buena noticia es que esta injerencia desnudó las profundas relaciones de desigualdad y de dependencia de un país subdesarrollado como México cuyo comercio exterior depende en más de 80% de la dinámica económica de la potencia del norte mientras que ésta se da el lujo de imponer su política cuando lo considere conveniente a sus intereses estratégicos.

A pesar de los buenos oficios y señales que el gobierno mexicano le envió al de Estados Unidos en el sentido de «negociar» nuevas condiciones para «modernizar» la relación México-Estados Unidos a través del TLC, en este nuevo escenario antimexicano de proteccionismo, cerrazón, xenofobia, racismo y misoginia del Presidente Trump y su gabinete blanco, la respuesta contundente y envalentonada que de éste recibió el gobierno mexicano y su presidente, Peña Nieto, fue la contundente ratificación de la construcción del muro de la ignominia (Le Mur de la Honte) que, además, tendrá que ser pagado por México – es decir, por el pueblo mexicano – so pena de imponerle impuestos compensatorios de hasta 20% a nuestras exportaciones que se envían a ese país en el caso de negarse a cumplir con los caprichos y designios del presidente norteamericano. Esto a pesar de que el 4 de enero de 2017, seguramente por indicaciones de Donald Trump quien de este modo hizo su primer nombramiento en México, Peña eligió a su amigo Luis Videgaray -ex-ministro de Hacienda, responsable del desastre económico-financiero, del incendiario gasolinazo que sacudió hasta las entrañas del país- como el nuevo Canciller el cual, como un auténtico aprendiz de brujo, en su «toma de posesión» declaró sin tapujos: «Yo no conozco la Secre­taría de Relaciones Exte­riores, no soy un diplomático; nunca he tenido más allá de los encargos pro­pios de la Secre­taría de Hacienda en su actividad internacional…vengo a aprender…» (Subrayados míos). En los momentos en que el país requiere una política exterior digna y contundente frente a los embates anti-mexicanos y xenófobos del magnate norteamericano, la pregunta que cabe hacer inocentemente es ¿por qué elegir a alguien que confiesa abiertamente su ignorancia y su inclinación condicionar el hacia la potencia del norte? Seguramente la respuesta la tiene el mismo Trump. El flamante canciller, además, fraguó la «visita» injerencista del magnate a México el 31 de agosto de 2016 cuando éste era candidato a la presidencia de su país y, aun así, se le dio trato como si fuera Jefe de Estado.

Quizás con excepción del general Lázaro Cárdenas, las autoridades mexicanas desde el nivel presidencial hacia abajo han doblado dócilmente las manos, porque las tienen atadas y empeñadas, en torno de las amenazas de hacer pagar el muro de Trump de manera compulsiva al pueblo mexicano, condicionando esta acción a la revisión-modernización del TLC o, en su caso, bajo la amenaza del abandono del mismo por parte de Estados Unidos.

La actitud lacrimosa, timorata y tibia del gobierno mexicano, a través de su aprendiz de ministro de Relaciones Exteriores, Videgaray, frente a las contundentes decisiones de Washington, además de tardía y carente de contenido, simplemente consistió en decir que «no se iba pagar el muro», pero sin plantear, ni agenda, ni mecanismos concretos para no hacerle frente a una decisión tomada de antemano desde la Casa Blanca. Obviamente el gobierno tampoco ofreció explicaciones, ni mucho menos, alternativas viables y concretas a los millones de indocumentados que trabajan en Estados Unidos y cuya deportación pende de un hilo, como tampoco al pueblo mexicano que ya padece los efectos lacerantes de la crisis estructural del país exacerbada por los infames gasolinazos decretados por el gobierno en turno y que han incendiado la inflación, el desempleo, la carestía de la vida y todo tipo de calamidades sociales y humanas. Brilla por su ausencia un proyecto alternativo de nación por parte de la actual administración gubernamental, de las clases dominantes, de los partidos políticos oficiales y del lumpen-empresariado debido no únicamente a la fuerte dependencia que mantienen no sólo del ciclo económico de Estados Unidos, de sus procesos de concentración y centralización de capital y de las grandes trasnacionales como, además, de su estrategia geopolítica consistente en mantener el status de México como su «patio trasero» que, afortunadamente en otras experiencias como las ocurridas en Cuba, Venezuela, Bolivia o Ecuador, ha sido superado a pesar de desenvolverse todavía en los carcomidos rieles del capitalismo dependiente y subdesarrollado.

El régimen aferrado a los dogmas del neoliberalismo desgastado

Frente al neoproteccionismo que está impulsando la nueva administración estadounidense, el gobierno mexicano se aferra al viejo y desgastado ultraneoliberalismo conservador en crisis lacerado por las profundas contradicciones abiertas en su economía, en la sociedad y en el régimen político, y que han conducido a deteriorar inusitadamente lo que los medios corporativos de comunicación llaman la «popularidad» o «índice de aprobación» del presidente, de su gabinete y de su partido que han sumergido a nuestro país en la mayor crisis de su historia, sólo solventada en determinadas coyunturas por las luchas populares y de los trabajadores en la defensa de sus intereses, de la nación y de sus condiciones de vida y de trabajo.

La aguda problemática que va enfrentar el capitalismo mexicano es la agudización y aceleración de la crisis del patrón de acumulación dependiente exportador fundado en la producción-exportación de manufacturas cuyo eje es la actividad maquiladora, la cual tiene como núcleo duro justamente la industria automotriz transnacional y que, por órdenes del magnate, va a agudizar dicha crisis al paralizar las nuevas inversiones en México y retornar sus plantas a los propios Estados Unidos como ya está ocurriendo con la Ford, la General Motors y con otras empresas como Carrier productora de equipos de aire acondicionado que canceló sus actividades en México. Aferrado al carcomido fondomonetarismo neoliberal, el gobierno mexicano ha centrado toda su estrategia de crecimiento – que no de desarrollo – en la apertura externa de inversiones extranjeras y de los mercados, en el subsidio al gran capital privado nacional y extranjero, en la privatización dio un remate de las empresas públicas propiedad de la nación, en la política de bajos salarios, estancados prácticamente desde la década de los setenta del siglo pasado en relación con la inflación inducida por el Estado y los empresarios, en la crisis de la agricultura de temporal y campesina en beneficio del agronegocio de exportación, en las llamadas reformas estructurales energética, laboral, de las telecomunicaciones, educativa y fiscal en entero beneficio del empresariado nacional y extranjero, entre otras medidas neoliberales impulsadas desde el poder federal por los gobiernos del PRI y del PAN en los últimos 35 años y en algunos estados de la República, así como en la Ciudad de México, por los gobiernos de pseudo-izquierda del PRD.

En la lógica de los intereses del Fondo Internacional y del Banco Mundial, la «apertura» de México comenzó con su ingreso al GATT en julio de 1986, continuó con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) el 17 de diciembre de 1992 con Estados Unidos y Canadá y su entrada en vigor el 01 de enero de 1994. Unos meses después, en mayo de este año, con el ingreso a la OCDE y culminó con la entrada en el TTP en febrero de 2016 que terminó por abandonar su principal impulsor, Estados Unidos. Durante todo este período la tasa de crecimiento del país ha sido estacionaria al arrojar un promedio no mayor a 2%, contra 6,5% del «desarrollo estabilizador» a partir de mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado hasta la entrada formal -y como régimen- del neoliberalismo en 1982 bajo los auspicios del gobierno priista de Miguel de la Madrid.

La integración conservadora

Los supuestos beneficios de la integración conservadora de México bajo los lineamientos de Estados Unidos y de los organismos monetarios y financieros internacionales, han sido completamente nulos para la mayoría de los trabajadores mexicanos en ambos lados de la frontera. En el espacio nacional, porque éstos siempre han sido marginados de los presuntos beneficios de dicha integración y de los tratados firmados entre sus élites y los gobiernos al amparo de los intereses de las grandes empresas trasnacionales y del capital internacional, quienes efectivamente han salido completamente beneficiados mediante la obtención de enormes y jugosas ganancias extraídas de la superexplotación de la fuerza de trabajo, de la poca o nula organización sindical y de la imposición de estatutos laborales discriminatorios, flexibles y excluyentes de sus derechos y demandas.

Del otro lado de la frontera, los trabajadores, que han emigrado hacia ese país debido a las pocas o nulas oportunidades de empleo existentes en el suyo, además de percibir salarios muy por debajo del promedio de los que reciben los trabajadores norteamericanos en el campo y en el servicio doméstico, son humillados y discriminados por la patronal que los contrata, víctimas de los traficantes de personas (los llamados «polleros»), de las arbitrariedades constantes que cometen contra ellos incluso ciudadanos que los discriminan y bajo la constante amenaza, por parte de las autoridades norteamericanas -y, en algunos casos, de sus propios «empleadores» que los denuncian- de ser expulsados en cualquier momento debido a su estatus de ser trabajadores indocumentados.

Con la entrada en vigor del proteccionismo a ultranza sustentado en un nacionalismo burgués profundamente conservador y racista, todos los neoliberales de izquierda y derecha han puesto el grito en el cielo y no saben cómo ajustar sus evangelios ultra neoliberales pendientes de la dinámica de las mal llamadas «fuerzas del mercado» al carecer de un proyecto alternativo fuera de los cánones del neoliberalismo, del proteccionismo y la integración dependiente.

Hay que aclarar y subrayar con fuerza que no solamente la crisis del mundo capitalista se circunscribe a estas políticas del Estado y el capital, sino en profundidad ¡al mismo capitalismo!, lo que coloca la problemática contemporánea de la crisis en una perspectiva distinta a la planteada mayoritariamente por los enfoques neoclásicos y keynesianos (para la crisis del capitalismo véase SOTELO, 2010, HUSSON, junio de 2016 y CHESNAIS, marzo de 2017).

Servilismo lumpen-burgués al servicio de Washington

Ante el humillante espaldarazo que le propinó el magnate norteamericano al gobierno mexicano en relación con su decisión de construir el muro de la ignominia -que dígase de paso p ara el capital no existen muros ni obstáculos, para eso existen las transacciones financieras por medios electrónicos- de abandonar el TTP y ordenar la revisión o, en su caso, anulación del TLC, el canciller Videgaray y Peña Nieto no sólo no tienen propuestas frente a estas decisiones imperiales, sino que han permanecido completamente a expensas de los dictámenes presentes y futuros del Congreso y presidente norteamericanos. En este escenario, que como dice el slogan «a río revuelto ganancia de pescadores» no han faltado los agoreros que se erigen como portadores de soluciones mágicas, por supuesto, encuadradas en los marcos del capitalismo del subdesarrollo y del sistema político de dominación vigente en el país. Los espectros del pasado hacen nuevamente su aparición: desde un Ernesto Zedillo, priista, ex-presidente de México y privatizador de los ferrocarriles nacionales que vendió a Estados Unidos, pasando por «nacionalistas revolucionarios» como Cuauhtémoc Cárdenas, ex-priista, fundador y «líder moral» del PRD, ex- Jefe de Gobierno del Distrito Federal, ahora ex-perredista y «políticamente independiente», hasta uno de los más consentidos lumpen empresarios del régimen de todos los tiempos, el señor Carlos Slim quien, con su acaudalada y millonaria riqueza, se convirtió en uno de los individuos más ricos del mundo, ha salido a la palestra mediática para proponer supuestas «salidas inteligentes» a la tensión entre México y Estados Unidos. A pesar de tener una gran parte de sus inversiones en este último país, el «neodesarrollista» Carlos Slim -previa cena que tuvo con el magnate y uno de los beneficiarios de la privatización energética dispuesta por las reformas estructurales del gobierno y, por supuesto, del gasolinazo- ha intentado rebajar la problemática de la crisis económica de México, exacerbada por los efectos reales y mediáticos de la toma de decisiones del magnate norteamericano, para presentar supuestas «alternativas» bajo el paraguas de una -inexistente- «unidad nacional» que sólo existe en sus bolsillos y en su mente de lumpen-empresario. En una Conferencia de Prensa (27 de enero de 2017), después de afirmar con sapiencia y profundidad que Trump «No es Terminator, es Negotiator», propuso «…la necesidad de volcarnos de nuevo y por completo al desarrollo del mercado interno y a consumir lo producido en el país, porque la mejor barda son las inversiones, la actividad económica y el empleo en México. La gente se va porque no encuentra oportunidades aquí, no se va a turistear». Pero en esta frase no dice que México depende de la producción y de los insumos básicos que importa de Estados Unidos lo que limita enormemente ese mercado interno. El magnate mexicano descubre el anillo de la espiral en una vuelta también al pasado para sustentar el desarrollo de México en el impulso del otrora caduco y superado «neodesarrollismo» capitalista, pero en el capitalismo al fin. No dice que el mercado interno se dinamiza con ingresos que obtienen los distintos sectores de la sociedad, es decir, las distintas clases sociales antagónicas que la constituyen, a partir de su peculiar lugar que desempeñan tanto en dicha estructura como en el sistema productivo y, por ende, en el espacio del mercado en la esfera de la circulación y en la distribución de los ingresos. Éstos se obtienen de tres fuentes que son el salario -que produce el mismo trabajador como un equivalente del valor de su fuerza de trabajo y percibe la mayoría de los trabajadores asalariados explotados por el capital-; la ganancia derivada de la plusvalía que producen millones de trabajadores y se apropian los capitalistas; por último, la renta de la tierra que es una parte alícuota que se deriva de la ganancia de empresario con destino al bolsillo de la oligarquía terrateniente propietaria de las grandes extensiones y fortunas territoriales tan abundantes en nuestro país.

En esta estructura del capitalismo en general no existe otra «fuente» de ingresos distinta a estas tres y que, además, se derive de otra categoría que no sea la plusvalía producida mediante la explotación y superexplotación del trabajo por el capital. Por lo tanto, recordando a tres clásicos del estructuralismo de la CEPAL (Raúl Prebich, Celso Furtado, Aníbal Pinto) para reactivar y hacer crecer el mercado interno se requiere aumentar los ingresos de la población, empezando por los salarios que, en México, prácticamente vienen en picada desde mediados de la década de los setenta del siglo pasado, cuestión sobre la cual el señor Slim no dice, por supuesto, una sola palabra.

En relación con la otra propuesta del magnate mexicano respecto a «consumir lo producido en el país», ignora completamente que lo que se produce y se consume en el país tiene un alto contenido de valor importado, particularmente de Estados Unidos y que es justamente lo que explica el constante déficit en la cuenta corriente de la balanza comercial y, por ende, de pagos, la cual es deficitaria desde mediados de la década de los treinta del siglo pasado, registrando sólo cinco superávits durante la década de los ochenta del siglo anterior hasta la fecha.

Las inversiones provienen del capital privado nacional y extranjero que desde hace 30 años se destinan a enriquecer más a los más ricos y empobrecer más a los más pobres. La actividad económica ha entrado en un cuasi estancamiento productivo derivado de las políticas capitalistas del Estado mexicano impulsadas e impuestas en las últimas tres décadas, mientras que el empleo ha sido completamente insuficiente para satisfacer las necesidades de la mayoría de la población y los empleos creados en su mayoría son precarios, de baja productividad e ingresos frente a un crecimiento inusitado de la tasa de desempleo abierto, del subempleo (léase informalidad que cubre el 60% de la población económicamente activa); de la pobreza «normal» y de la pobreza extrema, cuestiones sobre las que, por supuesto, el sapiente magnate mexicano, al igual que la mayoría de los personeros del gabinete de gobierno en turno, no dicen una sola palabra.

Al pontificar las «alternativas del desarrollo» para México frente a la dependencia de Estados Unidos, el homólogo de Trump lo ponderó:

«Trump es un gran negociador. Hay que conocer su libro para no espantarnos. Me parece que está tocando para saber si tenemos alguna debilidad. Lo peor para tratar con él es enojarse. A lo mejor está provocando para negociar…El presidente estadunidense, quien tiene una gran estimación por México, representa un gran cambio en la forma de hacer política y de gobernar». (LA JORNADA, 28 de enero de 2017).

El señor Slim ignora la sentencia de John Foster Dulles, secretario de Estado de Dwight Eisenhower, cuando afirmó que «Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses» que deberían además de recordar todos aquéllos que todavía confían en la «buena voluntad» de Estados Unidos para resolver nuestros problemas. Cuando el magnate mexicano sugiere que alguien que cataloga a los inmigrantes mexicanos como «criminales y violadores» «tiene una gran estimación por México», sería bueno interrogarse qué pasaría si el xenófobo presidente norteamericano no nos estimara: ¡seguramente tendríamos a los marines listos para recibir la orden para invadir al país para recordarnos su «buena amistad».

El efecto Trump y el descontento popular

Estas notas permiten confirmar que el gobierno mexicano, cómplice de la construcción del muro de la ignominia ya en su primera etapa y de las políticas agresivas contra los trabajadores indocumentados en Estados Unidos, está atrapado entre su neoliberalismo a ultranza, sin proyecto y agotado y el (neo) proteccionismo imperialista que actualmente comanda el presidente Trump.

El «efecto Trump» se ha utilizado como un distractor por parte de autoridades, empresarios y políticos mexicanos para intentar frenar y desmovilizar el enorme descontento social de la población que antes y después de la designación del magnate, se viene expresando mediante marchas, mítines, toma de instalaciones y de recintos gubernamentales, bloques carreteros contra la política antipopular y antiobrera del gobierno de Peña Nieto que ha agudizado la crisis económica mediante los gasolinazos y las amenazas de liberar los precios de los energéticos para cumplir con sus compromisos con las empresas trasnacionales y los organismos internacionales que son los nuevos dueños de los energéticos mexicanos gracias a las «reformas estructurales». En el fondo lo anterior obedece a las demandas que estas empresas, entre ellas las norteamericanas, reclaman como condición previa para invertir: la liberalización -léase aumento- de los precios que les reditúen altos beneficios que incrementen sus procesos de acumulación y centralización de capital.

Ante esto el gobierno de Peña y el empresariado dependiente tendrán que resignarse a esperar dócilmente las instrucciones de la Presidencia Imperial mientras se agudiza la crisis económica en el país y sus efectos lacerantes se echan sobre las espaldas de la sociedad y de los trabajadores, como viene ocurriendo sistemáticamente hace ya más de tres décadas a golpe de gasolinazos contra la población, de incremento de impuestos y de los precios de los productos básicos y de contención salarial.

Mientras tanto, los de siempre: los empresarios, los políticos de todos los colores de partido y el gobierno, impulsan un risible simulacro de «unidad nacional» -que recuerda la proclamada por el presidente Ávila Camacho (1940-1946) luego del estallido de la segunda guerra mundial- que en el fondo tiene el objetivo de sembrar la ilusión mediática en la sociedad de que se está enfrentando con «patriotismo» y «nacionalismo» a un «enemigo» que ha autorizado la edificación del muro de la ignominia, ordenado revisar o, en su caso, cancelar el pro-empresarial y trasnacional TLC y deportar a millones de trabajadores indocumentados que en México no tendrían otro destino más que el hambre, la miseria, el desempleo, el abandono gubernamental y la desilusión.

Solamente la movilización popular podrá frenar esta nueva embestida del imperialismo en México.

Nota:

(1) Hay que recordar que ya están construidos alrededor de mil 050 kilómetros de muros y vallas, cuya edificación comenzó a inicios de 1994 durante el gobierno de Bill Clinton en regiones de California primero y, más tarde en Arizona y Nuevo México.

Referencias

Adrián Sotelo Valencia es sociólogo e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la FCPyS de la UNAM.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.