Recomiendo:
0

El asesino confeso de Ortega Peña llega al país y hay muchos interesados en hacerlo callar

Mi encuentro con Rodolfo Almirón, jefe operativo de la Triple A y su confesión

Fuentes: Izquierda.info

«Contale lo que decía Ortega Peña cuando lo quemamos»- dijo dirigiéndose al oficial y luego, remedando burlonamente la voz de Ortega Peña y haciendo gestos con las manos dijo – «No tiren, no tiren, soy diputado nacional.» Para terminar: «Mas vale que toques el pianito sino vas a terminar igual que el.»- Subcomisario de la […]


«Contale lo que decía Ortega Peña cuando lo quemamos»- dijo dirigiéndose al oficial y luego, remedando burlonamente la voz de Ortega Peña y haciendo gestos con las manos dijo – «No tiren, no tiren, soy diputado nacional.» Para terminar: «Mas vale que toques el pianito sino vas a terminar igual que el.»- Subcomisario de la Policía Federal Rodolfo Almirón, 1ro.de agosto, 1974

Esas fueron las palabras, esa fue la escena personificada por ese hombre de apariencia mediocre pero con ojos intensos, vestido como un oficinista, de traje y corbata, pero con ropa de calidad.
 
No me dio miedo, sino mucha bronca. Acababa de decirme que había asesinado el día anterior a un hombre al que yo admiraba políticamente.
 
El lugar, una comisaría de la Policía Federal, una de las tres donde habían sido concentrados los 381 detenidos de ese día del PST, el ERP, Peronistas de Base, obreros gráficos, de FAL, FAP, ERP22 y otras organizaciones.
 
Ortega Peña no era de los «míos», sino un quasi independiente, ligado al Peronismo de Base y a las FAP, asesor de mi gremio, los gráficos, y uno de los peronistas de izquierda que más había hecho para que trabajaran juntos la izquierda marxista y la izquierda clasista del peronismo.
 
Historiador, polemista, defensor de presos políticos sin distinciones de banderías, dirigente de la izquierda peronista, solidario en las huelgas, no le temía al dialogo ni a los acuerdos con la izquierda revolucionaria.
 
Todos los detenidos, lo habían sido durante su sepelio en un operativo dirigido personalmente por el Comisario General Alberto Villar, superior de Almirón en mas de una forma: el también pertenecía a la cúpula de la organización terrorista estatal «Triple A.»
 
Dos meses antes de que la Triple A comandada, entre otros, por Almirón, asesinara a Ortega Peña, este había asistido al acto por los tres militantes del PST asesinados en la llamada «Masacre de Pacheco», donde fueron victimas los obreros Oscar Dalmacio Meza, Mario Zidda y Antonio Moses. Se habían defendido como pudieron del ataque al local en el que se encontraban, pero el número de atacantes y la sorpresa habían prevalecido.
 
La noche del 29 de mayo de 1974, en el quinto aniversario del Cordobazo, el local del Partido Socialista de los Trabajadores en Gral. Pacheco fue asaltado por una banda de la Triple A como parte de una ofensiva terrorista contra nuestro partido que incluyo el asesinato del obrero Inocencio Fernández, cuatro voladuras de locales, los tres atentados contra mi vida y la «Masacre de Pacheco», todo acontecido en el mismo mes.
 
Obviamente, el estado había extendido su lista de blancos a eliminar a un amplio espectro de la izquierda que incluía a los grupos guerrilleros, las organizaciones de superficie del Peronismo de izquierda, el PC, el PCR, el PST… actores, intelectuales, cantantes y hasta dirigentes radicales y peronistas que no podían ser tildados de izquierdistas.
 
Así relato el periódico Avanzada Socialista, del PST, el ataque contra el local de Pacheco:
 
«Sonó primero un silbato, similar a los que usa la policía. Luego un disparo y tras un diminuto intervalo, una ensordecedora ráfaga de ametralladora. De inmediato, violentando la puerta y saltando desde los techos y la terraza, 15 matones asesinos, provistos de armas largas, entraron a golpes e insultos. Los 6 compañeros que se hallaban reunidos fueron arrojados al suelo y pateados, mientras los otros entraban a las salas y quemaban y destruían todo a su paso. Luego, con la cabeza llena de sangre por los golpes, los 6 compañeros fueron obligados a entrar a los autos. A pocas cuadras del lugar, las tres compañeras fueron bajadas del auto y obligadas a retirarse. Los coches prosiguieron viaje con rumbo desconocido, llevando a los compañeros en sus baúles. El 30 a la mañana, los cadáveres de Meza, Zidda y Moses, aparecieron en Pilar, acribillados a balazos. Tres compañeros pudieron escaparse por los fondos» (Avanzada Socialista 4/6/74).
 
El día del entierro de los camaradas, Ortega Peña electrizó al país diciendo «que estos asesinatos tienen un responsable, con nombre y apellido, y ese es el General Perón». Fue la primera vez que un Diputado Nacional, elegido por el Frente Justicialista que llevo a Perón como Presidente lo hacia responsable por la creciente ola de violencia de la derecha contra activistas sindicales, militantes de la izquierda Peronista y los marxistas. Esas palabras le valieron la condena a muerte que ejecuto Almirón sesenta días después.
 
Rodolfo Almirón Sena vino hacia donde yo estaba, en la oficina de entrada de la comisaría, adonde había sido trasladado desde los calabozos comunes del fondo. Era el atardecer o el anochecer del 1ro de Agosto. Lo había convocado un oficial a cargo de fichar y fotografiar a todos los detenidos ese día.
 
Actuando bajo directivas acordadas en nuestra organización desde mayo de ese año, yo me negaba a dar información sobre mi persona, no me dejaba fotografiar ni tomar las huellas digitales, rehusaba dar mi domicilio y reclamaba el derecho a que se comunicara a los abogados de mi partido mi situación y la de otros camaradas. Aducía para ello que pertenecía a una organización legal, el PST. Verdad a medias.
 
Lo era formalmente, aunque en los hechos estaba proscripta, sus locales cerrados y sus militantes en la clandestinidad por los incesantes ataques contra la izquierda de la Triple A, con ayuda y complicidad de la policía y las FFAA.
 
El gobierno de Isabel Perón, aunque el producto de un hecho constitucional, ya no era un gobierno ni «democrático» ni «Constitucional»: gobernaba manejado por el Estado Mayor Conjunto de las FFAA, «bordaberrizado», y al amparo de las bandas asesinas del estado y la burocracia sindical dirigida por Lorenzo Miguel.
 
La idea de negarse a colaborar no encerraba ninguna confianza en que nuestra integridad, una vez detenidos, seria respetada.
 
Era simplemente un subterfugio para ganar tiempo para que nuestra situación se conociera y el partido pudiera actuar en consecuencia.
 
Una vez dado un domicilio, este no debía ser el verdadero, sino uno en el que conserváramos algunos efectos personales y ropa con el objetivo de no ser fácilmente ubicables con posterioridad a nuestro arresto.
 
Demorar la entrega de esta información ofrecía la posibilidad de que el domicilio no fuera allanado a tiempo para comprobar su naturaleza ficticia.
 
En ese momento, unas cuantas horas después de mi detención, presumía que pronto nos darían la salida y que no valía la pena seguir negándose a dar lo que, por otro lado, eran datos falsos.
 
Había en esto un resto de cierta ingenuidad. No cabía en mi cabeza que por asistir al entierro de un Diputado Nacional como parte de una delegación de mi partido, podría tener más consecuencia que unas cuantas horas en el calabozo.
Supe bastante después que la lista confeccionada en esa redada era utilizada por la Triple A para asesinar a todos los que en ella se encontraban. La lista fue luego engrosada por otras detenciones, en otros velatorios, como el de Silvio Frondizi.
 
El domicilio falso que di fue allanado tres veces en el siguiente ano. Por lo menos uno de los camaradas de mi frente, sobrenombre Nico, de apellido Nicotera, posteriormente secuestrado y asesinado. Otro encontro su departamento en ruinas, volado en pedazos por una bomba de la Triple A.
 
Tampoco sabia el nombre de ese ser arrogante que ahora me repetía lentamente la frase:«Lo que-ma-mos. ¿En-ten-des?» Lo supe después, cuando lo vi en fotografías, siempre alrededor de Isabel Perón, Juan Perón y López Rega. Ese hombre por lo demás vulgar, me había confesado ser el autor del asesinato de Ortega Peña.
 
Marcelo Duhalde narra así los hechos de ese asesinato:
 
«Alrededor de las 8 de la noche de ese mismo día, sonó el teléfono en el despacho de Rodolfo de la Cámara de Diputados, era un supuesto periodista que preguntó si se iba a quedar mucho tiempo más porque quería verlo para hacerle unas preguntas. Luego comprobamos que el llamado era para confirmar que él todavía no hubiera salido porque lo estaban esperando en la calle.»
 
«Un rato después, Rodolfo salió caminando del Congreso con su compañera Helena Villagra. Fueron caminando por Callao, desde Rivadavia hasta Santa Fe, y allí doblaron media cuadra hacia Riobamba donde entraron en una pizzería, de la que salieron aproximadamente a las 22.15.»
 
«Con la misma confianza con la que se manejaba, Rodolfo se subió a un taxi que estaba libre parado en la puerta, aparentemente desde hacía un tiempo, y le dio la dirección adonde iban.»
 
«El taxista repitió en voz alta y de manera notoria «Carlos Pellegrini y Juncal». Pocas cuadras más adelante, Rodolfo le pidió que apagara la luz interior del coche que el chofer había dejado encendida. Estos y otros datos conocidos con posterioridad nos confirmaron la participación del taxista en el operativo para asesinar a Rodolfo.»
 
«Al llegar a la calle Carlos Pellegrini y Santa Fe, el taxi dobló y otro vehículo que venía detrás, sin que los pasajeros lo notaran, se atravesó e impidió que los otros automóviles que venían pudieran avanzar por Pellegrini. Al cruzar Juncal el taxi paró y un coche que venía casi a la par se le atravesó. Bajó de él un hombre con una media de mujer en la cabeza y una ametralladora en la mano con la que disparó 23 tiros o más, 8 de los cuales fueron en la cabeza, que hicieron blanco en Rodolfo. Esto nos hizo comprobar que estaban al tanto de las conversaciones mantenidas en su despacho intentando que Rodolfo usara el chaleco antibalas que le había ofrecido el compañero Ricardo Beltrán.»
 
«En 1975, ya camino a la dictadura, cuando José López Rega había terminado su trabajo siniestro de sangre y de muerte partió hacia Madrid acompañado de sus dos principales cómplices. Ellos eran Morales y Almirón.»
 
«Pasados algunos meses, el subcomisario de la Policía Federal Rodolfo Eduardo Almirón frecuentaba un local de moda en Madrid en la calle Fuencarral que se llamaba Drugstore, a pocos metros de la Glorieta de Bilbao. Allí se ufanaba de haber sido ejecutor del asesinato de Ortega Peña. A quien lo quisiera escuchar, decía sin temor que él lo había matado.»
 
«Cuando comenzó a llegar el exilio provocado por la dictadura militar de 1976, Almirón desapareció de los lugares públicos. Hasta que fue descubierto y denunciado en 1981, como jefe de la custodia del ex ministro de Franco Manuel Fraga Iribarne.»
 
Como tal, según denuncian muchas fuentes en España, Almirón participó en el asesinato de algunos opositores Carlistas del gobierno de Fraga.
 
Cuando Almirón dijo aquellas palabras brutales, en ese atardecer tardío o ese anochecer temprano de agosto de 1974 yo no conocía la extensión de la responsabilidad de ese individuo en la matanza.
 
Yo había llegado hacia pocas semanas de la ciudad de Mar del Plata, y estaba aun convaleciendo del último atentado contra mi vida, que me dejo herido de consideración, por parte de la Triple A. Su banda, la de la CNU, la de la burocracia sindical, la de los policías de la Federal en horas de franco, de los militares, del Ministro López Rega, de la Presidencia de la Nación…
 
Acusado de cometer delitos de lesa humanidad y genocidio como miembro de la organización terrorista estatal Triple A durante los gobiernos peronistas (1973-1976), el ex subcomisario de la Policía Federal Rodolfo Eduardo Almirón Sena, detenido en España, llegará ahora a la Argentina para ser juzgado. Está acusado por los asesinatos de Rodolfo Ortega Peña, Carlos Múgica, Julio Troxler y Silvio Frondizi, entre los cientos de crímenes, asesinatos, secuestros y desapariciones que se le adjudican.
 
Solicitare al juez Oyarbide, a cargo de la causa Triple A, que se efectivice la prisión preventiva de Almirón en una cárcel de encausados común y que no goce del beneficio de la prisión domiciliaria o ningún tratamiento especial. Para mí, el hecho de que la Cámara Federal aun no se haya pronunciado sobre la calificación del juez Oyarbide de los crímenes de la Triple A como crímenes de lesa humanidad es inadmisible y podría concluir en la libertad de este asesino ni bien llegue de España. O muerto como Febres, ya que hay muchos interesados en que no hable.
 
El juicio a la Triple A abrirá una caja de Pandora. De ella pueden salir nombres insospechados como participes de sus crímenes de lesa humanidad. Es necesario detener las influencias que, desde dentro y fuera del gobierno, quieren detener la causa para evitar el juzgamiento de todos los responsables.
 
Es una obligación de las organizaciones de DDHH, democráticas, de izquierda, el movilizarse para evitar que esto ocurra. La inminente llegada al país del asesino Almirón es una oportunidad para ello. No la desperdiciemos.
 
————-

(*) Carlos Petroni Editor de Izquierda Punto Info, querellante y testigo en la «Causa Triple A»