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Presentación del álbum homenaje "37 canciones de Noel Nicola"

Mi hermano Noel Nicola

Fuentes: Prensa Latina

Hace unos días Isabel Parra me contó que Noel Nicola, Sergio Vitier, Argelia Domínguez y yo le hicimos compañía en un sueño. Cuenta la amiga chilena que de pronto se vio sola con Noel, que estaba vivo y sonriente, mientras ella pensaba que lo que veía era imposible. Chabela además dice que, en el sueño, […]

Hace unos días Isabel Parra me contó que Noel Nicola, Sergio Vitier, Argelia Domínguez y yo le hicimos compañía en un sueño. Cuenta la amiga chilena que de pronto se vio sola con Noel, que estaba vivo y sonriente, mientras ella pensaba que lo que veía era imposible.

Chabela además dice que, en el sueño, yo trataba de explicarle que todo lo que sucedía era normal, que nuestro amigo nos visitaba a menudo. Pero de pronto Noel anunció que ya tenía que marcharse. Entonces, al escucharle anunciar su despedida, mi madre le pidió, dulcemente, que no fuera a desaparecer sin antes rociarnos con lo que él sabía. Isabel, aún más sorprendida, le preguntó a mi mamá de qué hablaba. Y fue cuando Noel, sonriendo con sus dientecillos draculentos, se limitó a extraer una lata de spray y nos bañó generosamente con el misterioso líquido.

No sé por qué imaginé que lo que narra este sueño sucedía en el cuartico de la calle de San Nicolás, donde Noel vivió años fundamentales. Esta suposición me hace recordar que debo escribir al gobierno de La Habana, en nombre de los que amamos la obra del trovador, para que ponga allí una tarja que recuerde que en aquel rincón de la ciudad fueron alumbradas canciones que trascenderán los tiempos.

Mi hermano Noel nació en octubre de 1946, un mes antes que yo, y resultó el hijo único de una familia de músicos notables. Su padre fue Isaac Nicola, paradigma del magisterio guitarrístico cubano. Su amorosa madre fue la destacada violinista Eva Reyes, un día concertino de la Orquesta Filarmónica. Su tía, Cuqui Nicola, insigne profesora de guitarra.

Aunque parezca increíble, yo supe que Noel existía algunos años antes de conocerlo. Su propio padre me lo presentó de referencia. Esto fue así porque en 1963, loco por estudiar música, me presenté en el conservatorio Amadeo Roldán, que por entonces dirigía el maestro Nicola, quien tuvo a bien recibirme y explicarme, con mucha delicadeza, por qué razones el piano no se podía empezar a los 16 años. Debo haber puesto cara de abandono, porque me apretó un hombro y con una solidaria sonrisa me dijo: «Yo tengo un hijo como tú, que ahora está en una unidad de la defensa antiaérea».

Unos meses después me parecería más al hijo mencionado, cuando entré al servicio militar y me vestí de verde olivo. Pero no sería hasta 1967, salidos ya del ejército, cuando vendríamos a encontrarnos mi hipotético hermano Noel y yo, en un legendario estudio de la radio, una mañana en que el combo de Senén Suárez le grababa un bolero titulado «El Tiempo y Yo».

Pudiera decirse que la primera en darse cuenta de que a Noel y a mí nos unía un vínculo filial, fue mi hermanita Anabel, que por entonces tenía 4 años. Cierto día, mirándonos fijamente, dijo desde el suelo: «Noel usa el mismo maquillaje que mi hermano».

Pero todavía pasaría tiempo antes que mi amigo me contara quien era su papá; así que demoré en comprender que aquel «hijo en una unidad de la defensa antiaérea» era mi cotidiano compañero de trova. Cuando lo supe, no podía creer que mi elíptico hermano no hubiera recibido una clase de guitarra de su padre, siendo aquel, como se sabía, un brillante profesor del instrumento. Pero tiempo después Noel me explicó que el viejo Nicola tenía una larga reglita que descargaba velozmente sobre las manos mal colocadas. Y me contó que, viendo aquello, un día se dijo: «Que le den a otro esa lección».

A pesar de aquello, de mi generación de trovadores, Noel siempre tuvo uno de los sonidos más depurados. Usaba uñas y yemas a la vez; coloreaba, combinando diversos sonidos, llenando sus canciones de contrastes. Más tarde tuvimos la suerte de estar cerca de Leo Brouwer, uno de los compositores que más aportes ha hecho a las posibilidades tímbricas de la guitarra, quien hacía gestos aprobatorios escuchando tocar a Noel. Respecto a su voz, Nicola podía cantar tan fuerte y sostenido que siempre le pedíamos que diera las notas altas de los coros, como fue el caso del la agudo, en la muy sonada «Cuba Va». Y siempre fue, como lo demuestran las grabaciones de aquellos años, uno de los más afinados y certeros intérpretes de nuestro grupo.

A principios de 1968, Pablo Milanés me comunicó que Haydeé Santamaría nos invitaba a hacer un concierto en el marco del Centro de la Canción Protesta, en Casa de las Américas. Entonces nos pusimos a contar y comprendimos que entre los dos no teníamos suficientes canciones políticas para completar un programa.

Pero resultó que también eran los tiempos en que Noel y yo empezábamos a vernos y a mostrarnos canciones. Yo le había escuchado muy buenos temas de los que nos faltaban para completar el listado y por eso me tocó proponer que le invitáramos. De esa forma casi fortuita nació la trinidad que la noche del 18 de febrero de 1968, en esta sala Che Guevara de Casa de las Américas, hizo el concierto inaugural de lo que después sería llamado nueva trova.

En los años siguientes, Noel y yo anduvimos juntos la mar de cosas. Cantamos en actos, en centros de trabajo y de estudios, en casas de amigos y de amigas, integramos el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, fundamos el MNT. También viajamos a Chile, a España y varias veces a México, donde hicimos largas giras y muchos conciertos.

En 1974 estuvimos juntos en la República Dominicana, en el festival «7 Días con el Pueblo». Para llegar a ese país, que queda al lado del nuestro, tuvimos que ir primero hasta Puerto España, al sur de las antillas, donde pasamos varios días esperando una visa norteamericana para poder hacer tránsito en el aeropuerto de San Juan Puerto Rico. En Puerto España íbamos todos los días al cine para ver las películas de Bruce Lee, que no se pasaban en La Habana. Llegamos a Santo Domingo un día tarde, pero vivimos allí jornadas inolvidables.

La mañana siguiente de la clausura de «7 Días con el Pueblo», un coronel de la policía secreta nos invitó, muy cortésmente, a desaparecer de su territorio antes de 24 horas. Con esa urgencia fuimos a dar a Venezuela, con quien Cuba no tenía relaciones, y nos quedamos un mes. Una noche, en un cine del centro de la capital, vimos «El Ultimo Tango en París».

Recuerdo que a Noel le gustó tanto que se quedó para la segunda función, mientras yo daba una vuelta por los alrededores, buscando la estatua de Bolívar de la que habló Martí. Otra noche nos aparecimos sin invitación en casa del maestro Antonio Lauro, quien nos firmó unos discos y se puso contento de saludar a un hijo del maestro Isaac Nicola. Días después, en las afueras de San Fernando de Apure, tuvimos otro privilegio: un almuerzo en la finquita del Indio Figueredo, leyenda viva que nos agasajó con su arpa llanera, acompañado al cuatro por un hijo y a las maracas por un nieto.

Entre nuestros viajes más interesantes hubo uno, en 1976, a la República Popular de Angola, que entonces se defendía de la agresión neocolonial. Allí Noel, en las trincheras, cantaba con un AKA-47 colgado al hombro. La delgada imagen de este trovador con un fusil podría resultar sorprendente para quien no le conoció. Pero, a pesar de su apariencia frágil, Noel tenía una tremenda fuerza de carácter.

Cuando nuestro grupito de trovadores jóvenes, inicialmente cuestionado, llegó a transformarse en una corriente de proporciones nacionales, las convicciones de Noel, su sentido de la responsabilidad lo llevaron a sacrificar su actividad como cantor y pasó años organizando y dirigiendo la organización que se creó, el Movimiento de la Nueva Trova. Y cuando la mayoría de sus compañeros nos dedicábamos a componer, a ensayar y a cantar, Noel trasnochaba elaborando reglamentos y estatutos, yendo de un sitio a otro coordinando encuentros y festivales. De aquellos tiempos, en la prensa se pueden encontrar artículos y análisis de su autoría, de una afilada lucidez.

Todos tenemos manías y, desde esta perspectiva, las de Noel me resultan entrañables. Cómo olvidar su poca paciencia con los insistentes picadores de cigarrillos… En el Grupo de Experimentación Sonora las broncas entre Noel y Sara González llegaron a ser un evento periódico, que empezó como un show montado por Sara y acabó como un esperado Pas de Deux.

Llegaron a sobrar las palabras. Bastaba que La Gorda se parqueara junto al Drácula y le encajara la V de la victoria en las narices. Aquel gesto de pedigüeña displicente desencadenaba llamaradas históricas. A la segunda solicitud de Sara, Nicola arqueaba las cejas y entornaba los ojos. A la tercera, le recordaba que en la bodega de la esquina los vendían. A la cuarta se hacía el sordo y a la quinta su delgadez se inflamaba para estallar en lenguas indescifrables, que suponíamos aprendidas en sus años de estudio en el Instituto de Etnología y Folclor.

Puede que algún día cuente de la exquisita pulcritud de este amigo perpetuo; o de cuando padecía cólicos nefríticos y mi madre iba a inyectarlo de madrugada; o lo que le dijo a un director de televisión que pretendió manipularlo; o sobre la reacción que hubo en un colegio de señoritas de Caracas, cuando Noel cantó: «Por ahí viene un batallón de mujeres/con un ajustador de bandera»â€¦ Pero ahora nos reúne la presentación del disco que le prometimos, la antología para la que el propio autor escogió los 20 primeros temas, sólo unos días antes de dejarnos.

Lo cierto es que cuando supimos que Noel estaba enfermo y quizá sin remedio, empezamos a buscar pretextos para ayudarlo. Y es que nuestro amigo tenía un sentido del decoro muy estricto y no era dado a aceptar obsequios. Sin embargo sabíamos que su situación económica no era holgada y comprendíamos que por su estado de salud debía tener completamente resuelta una buena alimentación. Así que pensamos en una fórmula que fuera inobjetable a las exigencias de su pundonor.

Como diría Don Corleone, se trataba de hacerle una oferta a la que no pudiera negarse. Y la propuesta resultó ser que sus compañeros grabáramos sus canciones e invitáramos a la SGAE a apoyarnos, lo que garantizaría unas inobjetables entradas por concepto de derechos de autor.

Noel no sólo aceptó, sino que lleno de entusiasmo hizo la lista de las primeras 20 canciones. Recuerdo que cuando me la dictaba por teléfono, con su modestia irreducible me decía: «Â¿No serán demasiadas? Si te parece quita alguna…»

El solidario Teddy Bautista aprobó el proyecto. Los viejos amigos participamos con el alma y los más jóvenes, colectores de su legado, exigieron su espacio. Músicos de diversas latitudes y variadas tendencias desearon dejar su impronta de homenaje, con el desinterés que inspira la humanidad de una obra y el mérito artístico. Ana Lourdes Martínez podría contarles mejor que yo estos detalles, por su proeza de coordinar tanta concurrencia entusiasta…

Pero llegó un día en que tuvimos que decir: «hasta aquí es este disco». Comprendimos que aquellas -estas- 37 canciones eran una suerte de provocación inicial, para después continuar estudiando la obra del artista. El hermano, narrador y músico Germán Piniella, en la nota del disco nos anuncia: «Sin temor a exagerar, puedo decir que este álbum, el legado de un hombre de su tiempo que hizo todo lo que pudo y más con las herramientas que tenía a mano, su talento y su guitarra, será considerado una de las obras más hermosas de la canción cubana».

Por mi parte considero que estas versiones son un digno acercamiento a una obra artística ejemplarmente diversa y personal. Y espero que sobre todo sirva para urgir el deseo de escuchar las magníficas y poco divulgadas interpretaciones del propio Noel.

En este disco, sin duda, escucharán canciones que les seguirán hasta los sueños; canciones que les esperarán cuando abran los ojos y que andarán con ustedes cuando vayan camino a sus quehaceres. Aquí verán a un hombre amando con intensidad y al mismo hombre combatiendo la muerte, el machismo, la burocracia, el oportunismo, la indolencia.

Aquí tendrán un atisbo del artista que descubrió a César Vallejo y lo cantó como nadie. Aquí conocerán a un practicante de todos los estilos de la música cubana y a un explorador de muchos aires universales. Aquí sabrán de elegías, preguntas, deseos; de compromisos a veces directos y otras sutiles, y de un sentido ético de profundo calado revolucionario.

Cierta vez Dulce María Loynaz escribió: «He aprendido que no puedo hacer que alguien me ame, sólo convertirme en alguien a quien se puede amar. El resto depende de los otros». Con ese mismo descontento, aunque con más esperanza, en estas canciones hay un hombre pidiendo que lo amen como es y no como se espera que sea. Aquí, en resumen, verán a un niño tiernamente asustado de las dimensiones del amor que asume.

Mi hermano Noel Nicola Reyes, en un instante de inspiración chaplinesca, se autodenominó «trovador sin suerte». Por fortuna, en la misma canción, dejó muy clara su intención irónica. Ante la altura de su obra cualquiera hubiera descubierto que, en tal afirmación, estaba felizmente equivocado.