Si algo caracteriza a la economía global de nuestros días es el poco significado que asume la tradición. Las fuerzas liberadas del mercado no admiten rezago de ninguna especie, aún cuando éste venga representado por quienes se eregían en sus máximos exponentes Tomemos los casos de General Motors, Ford o AT&T. Mientras los dos primeros […]
Si algo caracteriza a la economía global de nuestros días es el poco significado que asume la tradición. Las fuerzas liberadas del mercado no admiten rezago de ninguna especie, aún cuando éste venga representado por quienes se eregían en sus máximos exponentes Tomemos los casos de General Motors, Ford o AT&T. Mientras los dos primeros no supieron adaptarse con rapidez suficiente a los gustos cambiantes de los consumidores y a los menores costos de producción de sus competidores asiáticos y europeos, AT&T no tuvo la velocidad necesaria para asimilar la convergencia entre las comunicaciones y la computación o la flexibilidad para responder al nuevo ambiente de desregulaciones. Mientras GM y Ford sobreviven por los pelos gracias a la ayuda federal, AT&T que por largos años detentó el liderazgo planetario en telecomunicaciones, se vio tragada por su antigua filial SBC.
Sin embargo, esto no sólo ocurre en el caso de empresas venerables como las anteriores. También, y de manera particular, ocurre con las corporaciones de alta tecnología. Quien se distrae es avasallado por quienes vienen detrás. Como bien señalaba Andy Grove, antiguo presidente de Intel: «En este mundo sólo el paranoico sobrevive». Más contundente aún es Bill Gates: «En este negocio cuando se cae en cuenta de que se está en problemas, es por que ya es demasiado tarde para salvarse. A menos de que se corra como desesperado todo el tiempo, uno está perdido…La gente subestima lo efectivo que resulta el capitalismo para mantener hasta a las compañías más exitosas siempre al borde del abismo» (citado por Cynthia Crossen, The Rich and How they Got There, London, 2001). En definitiva, la presión competitiva que se ejerce sobre las empresas es tal que la vigencia y supervivencia de éstas depende de su capacidad para hacer obsoletos sus propios productos antes de que la competencia lo haga.
Así las cosas, no son ya empresas tradicionales como GM, Ford o AT&T quienes pueden quedar fuera de competencia, sino también quien hasta poco tiempo se presentaba como el más rugiente, poderoso y despiadado de los leones jóvenes: Microsoft. Por doquiera que se mire esta última empresa se ha ido quedando rezagada frente a sus competidores. Apple creó iPod, las tiendas iTunes e iPhone. Google domina la búsqueda de información por Internet, opera el mejor sistema de comunicación electrónica (gmail) y asciende a toda velocidad en el área de los celulares con Android. Amazon domina el comercio electrónico y se ha lanzado en otras áreas conexas como los lectores electrónicos. Por su parte, una nueva camada de recién llegados presiona con fuerza con sus nuevas visiones de la Internet: Facebook, Twitter, Hulu o YouTube. Mientras todo lo anterior ocurre, y los espacios son copados por quienes llegaron primero, Microsoft no logra dar con un producto que capture la imaginación de los consumidores y se ve atrapado por las glorias de su pasado. Más aún, su cacareado programa Vista ha resultado un claro salto atrás en simplicidad de manejo. No en balde, mientras las acciones de Apple han aumentado en 700% y las de Google en 400%, desde 2004, las de Microsoft han caido en 50% en los últimos diez años (ver Newweek, 9 noviembre, 2009).
Luego de haber sido el más implacable de los guerreros en una lucha que no toma prisioneros, Micosoft podría ser la próxima víctima. Es la suerte inevitable de quienes no saben correr como desesperados.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.