Luego de navegar la cuota diaria de horas obligatorias en el ciberespacio, y recorrer los pantanosos fondeaderos de la comunicación digital (léase redes sociales, portales noticiosos etc.), (mal) hábito que penosamente desarrollé -no sin heroica resistencia- tras el estallido del movimiento cientotreintaydosino, forzado además por el alto costo de la exótica usanza de la tinta […]
Luego de navegar la cuota diaria de horas obligatorias en el ciberespacio, y recorrer los pantanosos fondeaderos de la comunicación digital (léase redes sociales, portales noticiosos etc.), (mal) hábito que penosamente desarrollé -no sin heroica resistencia- tras el estallido del movimiento cientotreintaydosino, forzado además por el alto costo de la exótica usanza de la tinta impresa, asaltóme un sentimiento oscilante de abatimiento, desconsuelo y amargura, con una extraña proximidad al encabronamiento simple y llano. Y es que -pese al extraordinario volumen de escritos inestimables que circulan en la web- la depravación opinomaniaca que campea en los foros de discusión es un signo apenas demostrativo de una ignorancia desenfrenada, un analfabetismo político que a nuestro juicio cabe denunciar, condenar enérgicamente, aunque no con recordatorios de madre, más bien, con una contra argumentación que, sin conceder demasiada importancia a la incontinencia verborreica, arroje luz sobre la creciente emergencia de mitos, opiniones e ideas manipuladas que nublan la inteligencia del ciudadano común.
Mito #1: Sin capitalismo no hay trabajos; la riqueza y la prosperidad son corolarios de la inversión privada.
El criterio material toral del capitalismo es el aumento ininterrumpido de la tasa de ganancia. Hasta el economista más modesto sabe que este fin se consigue mediante la reducción de costos, especialmente, la mano de obra; lo que supone inexorablemente una pauperización del trabajo (disminución por decreto del salario real, abolición de prestaciones) y un aumento en la tasa de desocupación, a fin de conservar la nutrida disponibilidad de la mano de obra a precios módicos. Como se ve, la inversión particular privatiza los beneficios y socializa la privación e indigencia.
Mito #2: La crisis económica mundial precisa políticas de austeridad para recuperarse del «bache».
La austeridad, como los méritos, sólo se les exige a los pobres. La decisión de implementar medidas de austeridad es naturalmente política, nunca neutral, y responde a la lógica de acumulación congénita al capital. Bien dicen en España: «No es crisis, es estafa».
Mito #3: Las rebeliones juveniles son utópicas e idealistas.
Utopía e idealismo es pretender que el mundo se puede sostener a partir de los criterios materiales e inmateriales vigentes. Un mundo postcapitalista no es una utopía, es una condición sine qua non para la conservación de la vida, máxime en esta era de producción a gran escala de tecnología destructiva. Un sistema donde los márgenes agrupan al grueso de la población es un sistema que requiere, objetivamente, un cambio fundamental.
Mito #4: La ‘guerra contra las drogas’ involucra una confrontación entre los gobiernos del mundo y el crimen organizado transnacional.
En Drugstore Cowboy (1989), película estadunidense dirigida por Gus Van Sant, el personaje que interpreta William S. Burroughs profetiza amargamente: «Los narcóticos han sido sistemáticamente satanizados y utilizados como chivos expiatorios. La idea de que cualquiera puede usar drogas y escapar un destino sombrío es el método de estos idiotas. Auguro que un futuro próximo la derecha va a utilizar la histeria de las drogas como pretexto para configurar un aparato policiaco internacional».
Mito #5: Cada pueblo tiene el gobierno que se merece.
Axioma pequeñoburgués conservador que ignora las intrincadas relaciones de poder. Más que un enunciado veraz, es una declaración inequívoca de frustración, impotencia y, a menudo, misantropía con tintes malinchistas o admiración oculta por la autoridad en turno.
Mito #6: Asistimos al adelgazamiento del Estado.
Sueño húmedo de neoliberales recalcitrantes, el «adelgazamiento» del Estado es la expresión eufemística de la consolidación del poder corporativo, y el telón ideológico tras el cual se oculta un proceso exactamente opuesto al anunciado: el robustecimiento del Estado, fincado en una creciente asignación de recursos a los ejércitos y cuerpos policiales (seguridad pública, defensa nacional), y en la depuración de las funciones estatales primarias, a saber: el control, la vigilancia, la represión. Si bien la aplicación de la violencia a gran escala es un síntoma de salud deficitaria, cabe apuntar que la configuración de esta modalidad de Estado «mínimo», que reemplaza el asistencialismo con militarismo, es el proyecto de una clase social que preconiza la guerra nuclear como salida a los problemas que encara la sociedad, sugiriendo, acaso subrepticiamente, que prefiere el apocalipsis, la autodestrucción, que la abdicación al poder. En este designio, el Estado es su personero más firme. Adviértase, no sin alarma, que la inversión en ciencia militar ha arrojado resultados positivos para la causa de las élites: actualmente cuentan con un arsenal suficiente para la aniquilación de la especie.
Mito # 7: El Estado -un lastre para los circuitos económicos- interviene cada vez menos en la vida del individuo y el cuerpo social.
Este mito va de la mano con el anterior. Hemos dicho que el Estado más que reducir sus funciones a una mínima expresión, sencillamente mudó el acento de su intervención a las áreas prioritarias de un poder anónimo -el capital multinacional. Este capital, no obstante, atraviesa por una crisis estructural en donde debe valerse de los Estados para resarcir los desequilibrios y restaurar el comportamiento ascendente de la tasa de ganancia. Aquí la función del Estado es clave, determinante para la vida de los individuos y el cuerpo social. Véase la fórmula truculenta de atraco discrecional: El capital responde al requerimiento de la ganancia irrestricta. Precisa un consumo masivo para una producción igualmente masiva. El consumo a gran escala sólo puede sostenerse con base en deuda; esto es, mediante la creación de dinero ficticio-diferido (créditos). Se inicia el tránsito de una economía basada en la producción e industria a una economía controlada por las esferas financieras. El capital especula con estos créditos, creando una economía de casino, altamente volátil. Cuando gana, se apropia de los beneficios; cuando pierde, pasa la factura al Estado (recuérdese FOBAPROA). El Estado instrumenta una política de conversión de deuda privada en deuda pública. La situación económica nacional se precariza. El Estado solicita línea de crédito a los organismos financieros internacionales -actores centrales en la trama de la crisis- sólo para contribuir al pago de la deuda que estos mismos provocaron. Este «préstamo», no obstante, está condicionado. Le llaman ajustes estructurales. Consiste en renunciar a la vocación asistencial del Estado e implementar una política de «austeridad», a fin de reorientar estos recursos para el subsidio del capital multinacional. ¡Sí, el mismo que provoca la crisis! El Estado aplica recortes presupuestales a la asistencia social, educación, salud, extermina organizaciones obreras, desmantela la industria nacional (recuérdese Luz y Fuerza del Centro, Mexicana de Aviación) y cede recursos por partida doble al capital -vía monetaria y patrimonial. La sociedad se indigna, asiste a las urnas; se organiza, toma las calles. El Estado responde, violenta las urnas; frena el cambio, militariza las calles…
Fuente: http://lavoznet.blogspot.com/2012/08/mitos-y-opinomania_11.html