Aquellos años ochenta del pasado siglo fueron extraños tiempos. Cierto grado de bienestar permeaba la vida cotidiana y para los beneficiarios del sistema de educación los proyectos de vida se inscribían en caminos bien trazados. Cierto acomodamiento contrastaba con el aliento épico de los sesenta, cuando dominaban los paradigmas de un austero igualitarismo. Todos dependíamos […]
Aquellos años ochenta del pasado siglo fueron extraños tiempos. Cierto grado de bienestar permeaba la vida cotidiana y para los beneficiarios del sistema de educación los proyectos de vida se inscribían en caminos bien trazados.
Cierto acomodamiento contrastaba con el aliento épico de los sesenta, cuando dominaban los paradigmas de un austero igualitarismo. Todos dependíamos de la misma cuota de alimentos, mientras se extendía el uso del pantalón de mezclilla y las botas de trabajo productivo. Los jóvenes transitaban por el sistema de becas.
Cumplido, en gran medida, el gran proyecto de justicia social dejaba, sin embargo, fisuras en el necesario reconocimiento de la diferencia. Impregnada de los valores morales implícitos en el espíritu de la Revolución, quienes entonces emergían de las escuelas advertían el contraste entre una axiología planteada en términos absolutos y su relativización en la práctica social concreta.
Todos habíamos entonado con Silvio Rodríguez «la era está pariendo un corazón». Unicornio se convertía en uno de los grandes éxitos de los ochenta. La aparente sencillez de la anécdota se abría a múltiples lecturas. La noción de pérdida trascendía el acontecimiento banal.
Pocos conocían quizás el significado del blanco animal mítico de las antiguas tapicerías. Evocaba un misterio con el inmenso poder de sugerencia de la poesía y desplazaba la referencia al objeto material hacia el plano de la ilimitada región del espíritu. No resultaba imprescindible saber que el unicornio simbolizaba, en términos absolutos, un sistema de valores fundado en la pureza, para reconocer en las palabras y en la melodía la nostalgia arraigada en un sentimiento de pérdida.
Los narradores que publicaron sus primeros textos por aquel entonces, desde poéticas diferentes, se remitían a sus experiencias de infancia y juventud como fuente originaria de una visión del mundo y de valores en pugna. En ese contexto irrumpe Senel Paz, quien se impone, más allá de los tanteos iniciales del oficio, con una mirada inconfundible, forjada en la hiperbolización de su raíz campesina.
Afirma de ese modo, en términos simbólicos, el salto vertiginoso de la era premoderna a la modernidad urbana, de la absoluta y solitaria precariedad material a otra forma de soledad, la de la convivencia en la beca, con sus reglas de juego bien establecidas.
La asunción del punto de vista de la inocencia subvierte las convenciones aceptadas y apela al reconocimiento de la diferencia. El poder de la inocencia justiciera toma la palabra a través de David, nombre también cargado de referencias simbólicas, que acompañará al autor hasta nuestros días.
Aparecida al cabo de un largo silencio literario, En el cielo con diamantes, la más reciente novela de Senel Paz, entreteje una complejísima urdimbre bajo la mansedumbre aparente de aguas tranquilas en un relato lineal.
Con jóvenes procedentes de la más extensa geografía del país, la beca configura el paisaje de la nación. El anacronismo intencional en el empleo de expresiones del habla popular cotidiana y la referencia a circunstancias de nuestro presente inmediato multiplican los planos temporales. David es ahora el portador de la diferencia, en tanto escritor en cierne, lector omnívoro y empecinado perseguidor de valores absolutos cristalizados en el proyecto utópico de construcción humana.
En el cielo con diamantes puede leerse como una novela de aprendizaje. El relato constituye también -y tal parece ser una de las intenciones explicitas del autor- el testimonio de una generación alentada en su crecimiento por la perspectiva de forjarse un destino a través del debate íntimo entre el ideal y los reclamos de la subjetividad individual.
La ambivalencia espacio-temporal, sugerida por la beca, instancia convergente de la nación, y por los anacronismos del lenguaje y de ciertas situaciones, desplazan a David de los días de la adolescencia para colocarlo en medio de los conflictos de la contemporaneidad, entre la fidelidad a los valores morales y el pacto con los apremios de la realidad.
En este sentido, un guiño cómplice remite al lector a El vuelo del gato, novela de Abel Prieto, coetáneo de Paz. Prieto inscribe en el denso barro de la identidad cultural la contraposición entre los valores morales absolutos y la mentalidad del pícaro, instalada en los bordes de la supervivencia individual. La posible síntesis de tan extrema polarización se proyecta hacia el porvenir con el nacimiento de un hijo. En la obra de Paz, en cambio, el debate entre utopía y compromiso con la realidad transcurre en la conciencia de su protagonista David.
El juego con una memoria literaria implícita y el distanciamiento derivado del empleo del humor despojan el cielo con diamantes de tintes dramáticos. El personaje de David está construido en diálogo con la mirada de los otros. La vida se asume como desenfadada aventura de aprendizaje, aunque circunscrita al ámbito concreto del común de los mortales.
De manera sutil, el narrador se apropia de los procedimientos cervantinos. Las armas del caballero son de utilería, los gigantes, molinos de viento y Dulcinea del Toboso tiene los rasgos de Aldonza Lorenzo. En el cielo con diamantes, la frágil doncella de dorada cabellera se releva como muchacha pragmática y experimentada. El ser palpable de la realidad concreta subvierte el deber ser de los límpidos valores morales.
La iniciación a la sexualidad es metáfora del acceso a la madurez signado por la aceptación del mundo posible con sus destellos de plenitud y sus recodos sórdidos.
La prosa tersa de Senel Paz invita al lector al abandono en el placer de la lectura. Pero el verdadero disfrute consiste en explorar las aguas profundas ocultas bajo la superficie de un lago en días de sosiego. En el cielo con diamantes incita a una intensa reflexión que involucra cuarenta años de historia atravesados por la búsqueda del sentido de la vida, ese indispensable alimento terrestre.