La mayor parte de los comentaristas del proceso electoral de México, centran sus afirmaciones y análisis en cuestiones absolutamente superficiales, generalmente relativas a los resultados de las encuestas, a las características, «virtudes», hábitos, costumbres, historias de vida, los defectos de los candidatos, el comportamiento de los partidos políticos, etc. Difícilmente consiguen profundizar sobre algún aspecto […]
La mayor parte de los comentaristas del proceso electoral de México, centran sus afirmaciones y análisis en cuestiones absolutamente superficiales, generalmente relativas a los resultados de las encuestas, a las características, «virtudes», hábitos, costumbres, historias de vida, los defectos de los candidatos, el comportamiento de los partidos políticos, etc. Difícilmente consiguen profundizar sobre algún aspecto de las propuestas para valorar su pertinencia en la coyuntura actual inserta en la crisis del capitalismo mundial. Mucho menos les interesa vislumbrar si, dentro de los supuestos proyectos de los partidos y sus candidatos, existen siquiera intenciones de transformar al país, en qué sentido y cómo se alcanzaría ese objetivo.
Evidentemente ignoran, desestiman o refutan, que el proceso electoral se inscribe en el contexto de un país capitalista históricamente subdesarrollado y dependiente, como es México, con toda su secuela de atraso, desempleo, miseria y precariedad social en que están inmersas las mayorías del país y que son estas últimas determinaciones las que hegemonizan la contienda electoral y lo condicionan en todas sus etapas.
Con campañas millonarias que despliegan sin miramientos y apoyadas oficialmente por el Estado, a la partidocracia sólo le interesa el marketing, despertar el morbo entre la población y lo que se venda; las nimiedades, los temas de moda (similares a los argumentos chatarra de las telenovelas); la superficialidad de planteamientos que no comprometen. Es esta dimensión la que distingue a los partidos políticos que contienden por la presidencia de la República, siendo que lo que verdaderamente los hermana, esencialmente, es su identidad y compromiso con las políticas neoliberales, aunque éstas se presenten bajo distintos ropajes y perspectivas ideológicas.
La realidad es que a los partidos y sus miembros sólo les interesa el show mediático, las prebendas, los dineros y asegurar su futuro una vez que son «elegidos» como «representantes populares». Dice el refrán popular que una vez pasadas las elecciones jamás se les vuelve a ver a los susodichos representantes, los cuales, eso sí, toman las decisiones al margen y a las espaldas del pueblo y los ciudadanos.
Que si tal o cual candidato va a combatir la corrupción, si va a crear más empleos, atender y resolver los problemas de seguridad o combatir el narcotráfico; que si se van a crear más instituciones gubernamentales para atender determinados asuntos; que si se van a privatizar las empresas del sector público y en qué medida se haría, etc. Temas que las más de las veces sólo gravitan en el interés de quienes los esgrimen y sirven para justificar su presencia en las elecciones y garantizar, de este modo, sus clientelas políticas para -y he aquí el máximo objetivo perseguido- en el futuro asegurar sus prebendas y beneficios que les otorga el sistema político mexicano, uno de cuyos tentáculos es justamente la partidocracia que se articula bien -y retroalimenta- dentro de la estructura del poder del Estado capitalista.
La prensa oficial y los medios privados de comunicación han consagrado la supuesta existencia de una «izquierda» mexicana, que así se ha autoproclamado, para «demostrar» que existe un régimen político presuntamente «democrático» en México, a pesar de la marcada marginalidad política y social que padece la mayoría de los ciudadanos sujetos al sistema de dominación que los mantiene alejados de la toma de decisiones estratégicas relativas a los asuntos fundamentales y de la vida pública del país.
Como se sabe, el mando político del Estado lo tiene la burguesía y las facciones oligárquicas del gran capital nacional y extranjero, que lideran el proceso económico y político de la nación. Generalmente, los partidos políticos hacen el papel de bisagra entre esas fracciones y la población, la cual queda a merced de las decisiones y efectos de la toma de decisiones estratégicas que realizan las autoridades de los tres niveles del Estado y del poder legislativo. Incluso conviene al sistema mantener a la población sumida en la ignorancia funcional respecto a las problemáticas del país que afectan y determinan su existencia.
Asuntos vitales como salud, vivienda, educación, alimentación, bienestar social, desempleo, inflación, etc. están completamente alejados de las necesidades de las mayorías de la población, y ya no se diga de los problemas histórico-estructurales como la dependencia, el subdesarrollo, el atraso y la subordinación al sistema imperialista de Estados Unidos. Todos estos asuntos y problemáticas son dejados al libre arbitrio de las burocracias políticas del Estado y la partidocracia, quienes los usufructúan a su capricho y de acuerdo con sus intereses partidarios e individuales.
Frente a la privatización de la principal empresa estatal del país, Petróleos Mexicanos (PEMEX), que ha venido ocurriendo en los hechos, y que se ha intensificado durante el último decenio por los dos gobiernos neoliberales de la derecha, el candidato de las autoproclamadas «izquierdas» recientemente declaró públicamente que, de llegar a la presidencia de la República, respetaría los contratos privados ya existentes concesionados al capital privado nacional y extranjero en ese sector. Nada más agradable para el capital internacional que este mensaje que le envía las señales suficientes para garantizar que continuaría con la ejecución de las políticas neoliberales que se han aplicado en México en las últimas tres décadas. Y es obvio suponer que este sería el mismo destino de las otras empresas y sectores estratégicos todavía en manos del sector público.
De esta forma, si un candidato proclama una privatización a ultranza, el otro, más «mesurado», pero igualmente comprometido con las políticas neoliberales, lo haría de manera silenciosa, y con una cierta dosis de demagogia para que no le desvalorice, en público, sus bonos que lo acreditan como un presidente de «izquierda» que «cumple» con sus «compromisos» de campaña.
Entre otras, es esta la razón por la cual distintos voceros y autoridades del Estado norteamericano han reiterado que estarían dispuestos a «trabajar» con cualquiera de los tres candidatos que resulte triunfador. Lo que significa que, desde la perspectiva estratégica de Estados Unidos y de su tradicional ubicación de México como su patio trasero, consideran que de ningún modo se pondría en tela de juicio el proyecto de dominación imperialista que mantiene a México postrado como uno de los países dependientes más subordinados a Estados Unidos en materia económica, financiera, comercial, tecnológica y militar.
Los partidos tradicionales (PRI y PAN) hacen bien su labor de manera congruente al apoyar el proyecto neoliberal y cuando se comprometen a continuar en la misma senda que los gobiernos precedentes. Esta ha sido la tónica de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos una vez que atraviesan por sus respectivos procesos electorales y son electos sus candidatos como presidentes de la república. A diferencia de gobiernos que se pueden caracterizar como progresistas, particularmente los de Bolivia y Venezuela que, sin romper con el capitalismo y con sus prácticas de explotación, dominación clasista y prevalencia de la propiedad privada de los medios de producción, se han dado a la tarea de desarrollar un proyecto más a tono con los intereses de la población. Sin embargo, es evidente que, a largo plazo, estas políticas de contenido populista y nacionalista, más tarde que temprano, chocan con los intereses capitalistas de la oligarquía y el imperialismo.
Con motivo de las próximas elecciones presidenciales en México intelectuales, simpatizantes y partidarios identificados con el candidato de las llamadas izquierdas, sostienen que hay que acudir a las urnas a depositar el voto a favor del candidato de aquéllas y no abstenerse porque de lo contrario se le hace el «juego a la derecha», como si esa fuera la solución a los graves y grandes problemas nacionales que afectan a las clases trabajadoras y a las mayorías de la nación.
Consideramos que esta es la salida más fácil para justificar una actitud que no encara frontalmente, y en esencia, las problemáticas estructurales y ancestrales que mantienen al país sumergido en el sistema centro-periferia que reproduce las relaciones de dependencia. No obstante que esta postura política resulta atractiva para quienes reducen la práctica política al simple ejercicio del voto, sin embargo, en el fondo termina por legitimar un sistema político que representa los intereses de las clases dominantes y perpetúa las relaciones sociales de explotación y miseria que son constituyentes del capitalismo dependiente mexicano.
Sin embargo sobre este último punto volveremos en otra oportunidad.
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