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Un mes un libro

No de Max Aub

Fuentes: Mundo Obrero

En octubre de 1969, Max Aub comentaba en una entrevista que no fue el exilio el que influyó en su literatura, sino la guerra que la cambió del todo en todo, para subrayar a continuación que hubiese sucedido igual en España, de la que de hecho no salió nunca. A estas afirmaciones habría que añadir […]

En octubre de 1969, Max Aub comentaba en una entrevista que no fue el exilio el que influyó en su literatura, sino la guerra que la cambió del todo en todo, para subrayar a continuación que hubiese sucedido igual en España, de la que de hecho no salió nunca. A estas afirmaciones habría que añadir que la guerra está muy presente en su biografía. A la edad de once años, cuando comienza la Primera Guerra Mundial tiene que abandonar Francia en compañía de sus padres para instalarse en España donde reside hasta el final de la Guerra civil. Esta impronta del exilio junto a la guerra influirá de un modo decisivo en su obra literaria. No hay que olvidar que antes de llegar a México como último destino, tendrá que conocer la situación del refugiado en campos de prisioneros, primero, en Francia; después, en Djelfa (Argelia).

Todos estos avatares unidos a su actividad intelectual y política en defensa de la República conformarán una obra literaria (novela, teatro, ensayo, poesía, etc.) enraizada en un nítido compromiso donde la historia es tema y reflexión. Max Aub no comparte la actitud del intelectual que no se sumerge en las vicisitudes de los pueblos y se mantiene en la ambigüedad del pacifismo o en un humanismo que enmascara la realidad. Para él, un intelectual debe empeñarse en ser un hombre de su tiempo y erigirse en conciencia crítica pero aislado de las servidumbres de las ideologías dominantes. Es esta posición desde donde ataca a los escritores norteamericanos que permanecen en silencio frente al «fascismo redivivo» de la persecución los artistas, cineastas y escritores comunistas por parte del senador McCarthy.

Este compromiso ya había sido esbozado en el prólogo de su Teatro de Circunstancias (1938): «Se pudo defender en algún tiempo pasado que el mantenerse alejado de las luchas sociales o internacionales era una posición moral activa y en consonancia con ciertas teorías que reivindican muy alto el espíritu; el tiempo es otro, nuestros años son de lucha, y el que no lucha muere o está muerto sin saberlo,» que se concretará, ya en el exilio, en su obra literaria.

Es cierto que Max Aub es más conocido por su trayectoria como novelista que como dramaturgo, pero su teatro es un referente ineludible en la historia por sus planteamientos temáticos y búsquedas formales y que alcanza su madurez en el llamado «teatro mayor» escrito en su exilio mexicano. A esta categoría pertenecen la siguientes obras La vida conyugal (1942), San Juan (1942), El rapto de Europa o Siempre se pude hacer algo (1943), Morir por cerrar los ojos (1944), Cara y cruz (1944) y No (1949) en las que la historia no es mero telón de fondo, sino el escenario donde aparece la descripción viva del tiempo que le ha tocado vivir con la voluntad de dar cuenta de los sucesos y de las tragedias que lo destruyen. Ahí se dan cita la Guerra Civil española, el conflicto bélico mundial, la guerra fría, la guerrilla en Latinoamérica. Son, `por lo tanto, la crónica de un testigo y protagonista a la vez que reivindica la nobleza de la condición humana frente a la barbarie que la destruye. Entre estas obras, No, posiblemente sea la más representativa de este periodo donde abundan más las concomitancias que las diferencias.

No, por su carácter de tragedia coral, en la que los conflictos individuales se sintetizan para ofrecernos la dimensión trágica de un momento en el que el mundo occidental había sobrevivido al fascismo, al nazismo y a dos guerras mundiales, se convierte en un documento y en una crónica articulada por los afanes, contradicciones y enajenaciones de sus protagonistas. Ahora no se trataba de elaborar temas de carácter existencial cuando la hecatombe se cernía sobre la propia vida, sino ofrecer un fresco en blanco y negro de una de las etapas -la guerra fría- más turbulentas e inseguras de la humanidad.

Su acción situada en dos campos de refugiados fronterizos que, en su día, se podía pensar que estaban situados en el Berlín sectorializado de mediados de los años cuarenta, hoy día esta fijación superada por el devenir histórico, podemos ubicarla en muchos lugares del planeta. Allí, vigilados por guardianes norteamericanos y soviéticos, los prisioneros intentan salir y encontrar la libertad que se les ha negado en aras de ciegas razones burocráticas. De ahí que la intención de arranque del autor quede explicitada al comienzo: «Si quisieran saber por qué no comulgo con los actuales sistemas de gobierno de los estados más poderosos de nuestros días, empezaría diciendo: ¿Por qué son estados policíacos…,» y que en el transcurso de la tragedia se quede sólo como leit motiv estructural al ser superados por las imbricaciones de las secuencias que la configuran.

En este entramado de las secuencias -roto el esquema tradicional de unidad de tiempo y acción- sólo se mantiene la de lugar. Los personajes en su deseo de ir a una zona u otra, en sus enfrentamientos con la policía que los vigila, discuten y analizan la realidad política y social que les ha conducido a un mundo en que la incomunicación no se fundamenta en la irracionalidad del absurdo, sino en lo «racional» de los sistemas que se distribuyen en una simetría que no comprenden y, por lo tanto, difícil de analizar. De ahí, que el lector, tenga que realizar un esfuerzo para situar las diversas intervenciones de los personajes basadas más en la urgencia de su situación que en sus propias conciencias, pero que sin embargo permite vislumbrar el pensamiento de su autor que no queda atrapado en el pensamiento del humanismo burgués.

No sigue siendo una tragedia de nuestro tiempo. Y si toda tragedia esencialmente se fundamenta en la obligación de elegir, Hermann y María, como en San Juan otros, no ven más camino que la acción para huir, unos de un barco a la deriva al que no dejan atracar en ningún puerto, y estos, de las pesadillas de un campo de concentración.