Sí hay una película que pueda ayudarnos para un necesario debate sobre el pragmatismo en política, entorno a «fenómenos» como el de Podemos, esa es No, de Pablo Larrain (Chile, 2012), una buena muestra del resurgir de una política de izquierda en el cine en la mejor tradición del cine italiano de los tiempos de […]
Sí hay una película que pueda ayudarnos para un necesario debate sobre el pragmatismo en política, entorno a «fenómenos» como el de Podemos, esa es No, de Pablo Larrain (Chile, 2012), una buena muestra del resurgir de una política de izquierda en el cine en la mejor tradición del cine italiano de los tiempos de Francesco Rosi y tantos otros.
No creo que esté demás insistir en las oportunidades formativas que permite un cine-forum, la posibilidad de un encuentro amplio para discutir de formas y de fondos. Antaño, durante la República, el cineclubismo dejó una profunda huella mientras que, bajo la dictadura, resultó un instrumento precioso siempre al borde de la legalidad. Actualmente solamente se requiere una sala, un proyector. Es más, incluso se puede ver en casa en sistema on line, para luego escenificar un debate.
«No» ilustra sobre la manera como ganar una cita electoral en la que todos los pronósticos, todos los elementos, juegan a favor del sistema. También ilustra sobre el hecho de que dicha victoria era lo más importante, el hecho que podía permitir dar un paso hacia delante más allá de las derrotas, de la ira y sobre todo, de las respuestas que anteponen la «corrección» ideológica por delante de los hechos…De hecho este era el sentimiento predominante de la oposición al principio.
Recordemos: la película se inicia en los días previos a la convocatoria del referéndum de 1988 en Chile. Se trata de una maniobra, de un «lavado de cara» de la dictadura que lo controla todo, que juega con todas sus armas. Con su total falta de escrúpulos, el régimen pinochetista se mostraba dispuesta a garantizar su victoria, y empleó todos sus medios, desde la represión hasta el dominio descarado de los medios de comunicación. Sobre todo estaba dispuesto a sacar partido de la depresión de los derrotados, detalles que quedan perfectamente dibujados en la trama.
En cambio, la oposición sólo dispuso de un espacio irrisorio de antena, en franjas de horarios de baja audiencia, apenas si contaba con dinero para las demás campañas de propaganda, nada que ver con los medios de la dictadura apoyada por los resortes del «pensamiento único» (no estaría mal que alguien aportara datos de la hemeroteca). En un segundo momento, la oposición se plantea el dilema de participar o no, detalle que se obvia en la película que va al grano. La alianza mayoritaria de la oposición, la Concertación, decidió participar. Después se da otro debate no menos importante sobre los contenidos y los objetivos. Fue el «ala derecha» de la oposición, la Democracia Cristiana, la se decidió consultar con un joven publicista de éxito, hijo de exiliados, afín políticamente a la oposición, un personaje hecho a la medida de Gael García Bernal, que antes había sido el joven Che Guevara. Este se plantea la cuestión con una combinación de convicción, escepticismo, y de lucidez en base a la observación de las respuestas que encuentra en el pueblo llano. En la gente llana que va determinar la mayoría en un sentido u otro.
Ya de entrada, en la primera reunión con la Concertación, el publicista René Saavedra, el publicista, les hace la pregunta clave: «¿Ustedes quieren ganar?». Querrían sí, pero lo ven imposible. Insisten con razón: la consulta era una farsa organizada por Pinochet para asegurarse su continuidad. Solamente quedaba pues aprovechar el tiempo de antena, las posibilidades de difusión para denunciar los crímenes de la dictadura y honrar a sus víctimas. Pero René entiende que la mejor manera de hacer es otra y responde: «Pues vamos a ganar». Había que cambiar el panorama, lograr que la gente llana creyera, se ilusionara con un cambio que le han quitado de la cabeza. Para logar tal propósito es necesario concebir la campaña con criterios de comunicación, cambiar el lenguaje. Había que presentar el «No» como un producto posible y deseable. Animar el estado de ánimo sepultado en la sociedad chilena, que, a pesar de todo, estaba dispuesta a pasar página de la dictadura, pero que seguía temerosa ante la memoria del horror. Saavedra utilizará un logo de esos que quedan bonitos en camisetas y un lema de oposición muy suave: «La alegría ya viene», es la alegría lo que más les puede fastidiar.
Y así fue, con un contundente 56% frente al 44% del «Sí» que dio la vuelta a la situación por más que la dictadura siguió golpeando. Pinochet y sus sicarios que habían reproducido el argumentario de los reformistas del franquismo -la dictadura fue necesaria para dejar atrás la amenaza revolucionaria, para crear una clase media «centrista»- prolongaron su mandato todavía durante un año más. Este detalle no fue ajeno al hecho de que un año más tarde la Democracia Cristiana menos comprometida con el golpe, ganara las elecciones. La imagen del novio de la Thatcher, rodeado de los jefes de la banda armada oficial, entregando el bastón de mando a Patricio Aylwin, el mismo que tanto había contribuido al ce4rco contra Allende, era un símbolo a «la española» de una «transición» controlada desde arriba. Pero el escalón más grande ya se había saltado.
Con No, Larraín proseguía trazando el mejor retrato posible de la historia de su país en el siglo XX, pero en No incorpora otros elementos otras dialécticas. En Tony Mañero (2008), su segundo largometraje, se centró en las disquisiciones de un joven chileno obsesionado con imitar al Travolta de Fiebre del sábado noche. En Post-morten (2010), el tercero, mostró el golpe de estado y la caída de Allende utilizando el cadáver del presidente…Este retrato goyesco de Chile ha quedado ampliado con El Club (Chile, 2014), que ha causado, un filme sobre como la Iglesia «resuelve» el asunto de los clérigos pederastas que ha sido premiada en Berlinale.
No es un film político en el sentido más penetrante del término. Aborda el inicio de la caída de dictadura mimada de la Trilateral y deja constancia de las manipulaciones ejercidas desde el poder sobre todos los estamentos del país. También lo es por la manera que tiene de plantear los dilemas: el del personaje central, un exiliado sin aparente conciencia política que cumple un trabajo de la mejor manera que sabe y lo hace desde una agencia, abiertamente vinculado al gobierno militar, a la que también se le encarga la campaña del sí. Pero en la medida en que ambos trabajan en consecuencia, resulta el reflejo de todo lo que está en juego. De haber un buen debate, se abordarían las tomas de posición de los grupos más radicales, y por lo mismo, más determinado por su odio hacia la dictadura que por la reflexión sobre lo que era más importante.
Otro detalle es que t oda la campaña televisiva fue rodada en U-matic, el primer formato comercializado de videocasete. Desde finales de los años sesenta hasta la irrupción del Betacam a principios de los ochenta, el sistema U-matic fue el habitual en los reportajes televisivos dada su relativamente cómoda manejabilidad -la cámara al hombro conectada con un magnetoscopio portátil- y la amplitud visual que brindaba, ya que la cinta para registrar tenía fl de pulgada de ancho. La aportación estética fue menor, pero no olvidable: imagen electrónica, colores generalmente saturados, contraluces exagerados, un sentido distinto de la inmediatez…Lo que le da a la película una impronta de veracidad, como sí se tratara de un reportaje bien trabado.
En resumen, no creo que existan muchas otras maneras más adecuadas de debatir estas cosas fuera de un cine-forum. Normalmente, una buena conferencia especializada tiene a acallar a los presentes, que quedan desbordados por el discurso analítico, mientras que con esta película se hace posible la mayor participación. El tema no es desde luego baladí, sobre todo considerando que la «casta» domina en contra del sentir y de la opinión de la inmensa mayoría, aquí, en Santiago de chile o en Nueva York.
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