1. Recuerdo firmemente que en enero de 1959, después de triunfar la revolución cubana contra la sangrienta dictadura de Batista mucha gente, muy apasionada por el arribo de los revolucionarios de Sierra Maestra a La Habana, repetía emocionada: «Necesitamos un líder como Fidel Castro en México…yo estoy dispuesto a agarrar las armas, […]
1. Recuerdo firmemente que en enero de 1959, después de triunfar la revolución cubana contra la sangrienta dictadura de Batista mucha gente, muy apasionada por el arribo de los revolucionarios de Sierra Maestra a La Habana, repetía emocionada: «Necesitamos un líder como Fidel Castro en México…yo estoy dispuesto a agarrar las armas, irme a la sierra, pero es necesario un líder tan convencido y valiente como Castro». En México el líder más importante en aquel año era Demetrio Vallejo, el que con un «comunicado» paralizaba (día tras día) el sistema ferrocarrilero; el que en una elección logró 50 mil votos contra tres del candidato de gobierno. Pero Vallejo no se había propuesto más que la democracia y la independencia sindicales. Para nosotros, los muy jóvenes, que nos concientizamos con la revolución cubana y las grandes luchas ferrocarrileras, la revolución no era asunto de un líder o caudillo, sino de un liderazgo comprometido.
2. Pensando en ello, ahora que movimientos campesinos, obreros y populares están en la calle, se ha repetido la idea de un liderazgo firme que permita dar continuidad y más coherencia a la lucha de los trabajadores del campo y la ciudad. Ese liderazgo, en los momentos actuales, sólo podría asumirlo una organización (no partido) con visión política de masas que coordine la lucha social y evite que los acuerdos entre bambalinas (entre líderes que mediaticen nuevamente la batalla y el gobierno que les ofrezca prebendas individuales) hagan morir el movimiento. En todo México, además de existir las condiciones objetivas maduras para un cambio revolucionario, se registra un enorme descontento que no se ha podido coordinar. Si más de la mitad de la población sufre explotación y miseria y, al mismo tiempo, busca liberarse de las condiciones en que vive, lo que realmente le falta al país es encontrar ideas y formas de organización.
3. Ayer se realizaron grandes movilizaciones de campesinos, obreros, maestros y organizaciones populares en la Ciudad de México, aunque también las hubo menos concurridas en varios estados de la República para exigir la renegociación del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) Estas concentraciones enseñaron el enorme descontento campesino y de los sectores más castigados del país por una política económica empresarial, privatizadora y productora de pobreza extrema masiva y de riqueza, también extrema, para unos cuantos. Ayer no sólo se expresó con contundencia el descontento social por la entrada en vigor de la desregulación a las importaciones de maíz, frijol, leche en polvo y azúcar, apertura que viene a dar el tiro de gracia a las perspectivas de vida de millones de campesinos; también se puso de manifiesto la cerrazón, la insensibilidad y la ceguera del PAN, pero también del PRI, quienes controlan el poder político, económico y mediático.
4. Según La Jornada, las cúpulas empresariales -el Consejo Coordinador Empresarial, la Confederación Patronal de la República Mexicana, el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado- expresaron por enésima ocasión su sorpresa ante una indignación social contra un instrumento comercial que, desde su entrada en vigor, ha permitido al país incrementar en forma exponencial su captación de divisas. El TLCAN ha aportado a México muchos cientos de miles de millones de dólares, pero esas sumas no han servido para atenuar la escandalosa desigualdad social ni la pobreza de la mayor parte de la población. En el campo, el tratado comercial ha sido extremadamente benéfico para unos cuantos agroexportadores como Vicente Fox, su familia y su ex secretario de Agricultura, Javier Usabiaga, pero ha representado la ruina de millones de pequeños agricultores que han determinado: emigrar a la marginalidad informal y miserable de los centros urbanos nacionales, aventurarse al cruce fronterizo con rumbo a Estados Unidos, incorporarse al negocio ilícito de las drogas o morirse de hambre.
5. Aunque los grandes empresarios y la clase política (PAN, PRI y otros partidos) expresen su satisfacción porque les ha ido muy bien en sus negocios e ingresos, no hay duda de que más del 80 por ciento del país, integrado por indígenas, campesinos, obreros, sectores populares, están muy indignados porque cada día su situación de vida empeora. No solo carecen de medios económicos para comprar alimentación y para arreglar su vivienda, sino que los servicios de salud como el IMSS, el ISSSTE, o la SSA no tienen los médicos, las medicinas, los hospitales y los servicios indispensables para atenderlos. Al imponerse la economía urbana al campo, así como un tipo de vida y alimentación distinta, las enfermedades se extendieron y los servicios de salud se hicieron insuficientes. La realidad es que ahora tanto la falta de alimentación como la multiplicación de las enfermedades han agudizado el descontento de la población.
6. Las batallas de hoy contra el TLCAN, la carestía de los artículos de primera necesidad, contra la privatización del petróleo y la electricidad, así como el combate contra la reforma de la ley del trabajo, no son otra cosa que la lucha por la defensa de los derechos de los explotados. En todos los casos los trabajadores sólo tienen un enemigo: el sistema capitalista representado por los gobiernos del PAN y del PRI, por los grandes empresarios y por los intereses yanquis en México. Aunque las clases dominantes y los teóricos a su servicio quieran esconderlo, la realidad es que es claramente una lucha de clases en la que los de abajo (los pobres y miserables) han crecido numéricamente al mismo ritmo en que los de arriba han concentrado sus riquezas en menor cantidad de familias. Es obvio que ante esta situación el liderazgo debe estar muy bien definido, debe ponerse al servicio de los oprimidos.
7. Por lo que se ha visto, el gobierno y los empresarios continuarán imponiéndose con todas sus mañas, engaños y su dinero ante liderazgos campesinos y de asalariados débiles y muy divididos. Los negociadores gubernamentales saben que ofreciendo soluciones particulares a cada organismo se pueden hacer a un lado las demandas profundas como la revisión del TLC, la privatización de empresas básicas o la reforma de la ley del trabajo. No se vislumbra poner un freno en seco y total, a las medidas del gobierno contra los trabajadores. Los líderes y sus asesores conocen bien la problemática del campo pero no tienen unidad para defender a fondo la misma propuesta. Hace algunos años el gobierno «ignorante e incapaz» de Fox logró dividirlos y mandarlos a su casa sin nada y todas las promesas de los líderes de reorganizarse y volver a las calles no se cumplieron «por angas o por mangas».
8. López Obrador, quien logró reunir a millón y medio de personas en la mejor marcha durante su desafuero, parece interesado solamente en asuntos electorales, y Marcos, quien encabeza el movimiento indígena del EZLN, parece solo preocupado por sus Caracoles de Chiapas. Ninguno de los dos participó o envió contingentes para fortalecer la gran marcha campesina de 200 mil participantes cuyas demandas fueron fundamentales para el momento. Con los campesinos marcharon los electricistas, telefonistas, la APPO, la CNTE y los del nuevo FNCR, así como otras organizaciones menos conocidas. Seguramente en los próximos meses López Obrador y Marcos citarán por su lado a sus fuerzas políticas y pedirán apoyo y solidaridad a otras fuerzas, pero a partir de sus particulares intereses muy localizados. Eso es precisamente lo que aplaude la clase en el poder, que las fuerzas de los trabajadores no se unifiquen.