Todo lo sólido se desvanece en el aire.
Marshall Berman
Con resultados preliminares a la vista de las elecciones federales y locales del 6 de junio, éstas se presentan como las más complejas en muchos años, refractarias al análisis simplista
y a la simplificación argumentativa. Ni las expectativas del oficialismo morenista de refrendar su contundente dominio del 2018, ni las de la oposición coaligada de arrebatar la mayoría de la Cámara de Diputados para “frenar” al presidente López Obrador se cumplieron. Desde luego, ambos polos encuentran en las reveladas estadísticas argumentos para legitimar sus respectivas posiciones; y en uno y otro caso también es posible presentar elementos para diluir los discursos triunfalistas.
Lo notable del proceso, a través de sus resultados visibles, es que el sufragio no se orientó por las visiones simplificadoras y maximalistas que los contendientes esgrimieron. Los votantes no atendieron a la visión de que lo que estaba en juego era el rescate de la democracia frente a un régimen autoritario, virtualmente dictatorial, como lo presentó el bloque de derechas, ni a la del oficialismo de que votar por la oposición implicaría el regreso de la corrupción. En realidad, los votos proactivos y de castigo fueron a la formación PAN-PRI-PRD casi en la misma medida que a la coalición Morena-PT-Verde.
Morena no perdió el control de la mayoría en la Cámara Baja del Congreso, lo que le permitirá la aprobación sin mayores problemas de reformas y nuevas leyes secundarias, y también el Presupuesto de Egresos de la Federación, pero sólo contando con sus aliados de PT y PVEM. A los 200 diputados que el partido del Presidente podría estar obteniendo al ratificarse los resultados, entre los de mayoría y los de representación proporcional, se tendrán que agregar unos 35 del PT y, sobre todo, 44 que, al parecer, acumulará el Partido Verde. El retroceso de los morenistas no fue catastrófico en esta elección, pero sí evidente, cuando en la legislatura anterior, tenían por sí mismos la mayoría absoluta de 251 legisladores. Y entrados en la circunstancia de las sumas parlamentarias, los más gananciosos —y sobrerrepresentados en relación con su votación efectiva—, los “verdes”, habrán de fijar el precio de sus votos.
Por su parte, la probablemente inestable alianza de los de enfrente no consiguió arrebatar la mayoría cameral, como se proponía, y ahora presenta como un “logro” el que la coalición oficialista no obtuviera la mayoría calificada, necesaria para realizar reformas constitucionales. Pero sí tuvo un avance legislativo y, sobre todo, infligió significativas derrotas en el bastión morenista de Ciudad de México, casi empató en el congreso de esta entidad y ganó mayorías en Estados como Michoacán. Pero la condición para traducir esos avances en eficacia opositora será mantener un compromiso legislativo; es decir, que el PAN como fuerza dominante de la oposición no pierda votos de priistas y perredistas, y sume en momentos decisivos los de Movimiento Ciudadano, la corriente tercerista entre ambos bloques.
El decir del presidente López Obrador de que por no prever cambios constitucionales sólo requería la mayoría legislativa para garantizar los presupuestos de ingresos del próximo trienio, y no la calificada, se vio desmentido por él mismo al afirmar que su partido y su bloque legislativo podrían buscar “acuerdos” con el PRI o “con cualquier otro partido”, pues no requeriría agregar muchos votos a los que ya tendrá la coalición oficialista. Desaparecida ya la otrora famosa “mafia del poder” y beneficiados sus miembros con contratos y apapachos por el Ejecutivo federal, ahora seremos espectadores del mutis del no menos funcionalmente aborrecido “Prian”, algunos de cuyos integrantes serían incorporados al tren del oficialismo obradorista, como otros ya lo fueron, de hecho, a través de las candidaturas del Morena.
Pero si bien el presidente y su partido pueden respirar con cierta tranquilidad en el Congreso, dejará de preocuparles que han aumentado su dependencia con respecto de sus aliados, seguros o potenciales, a costa de mayores concesiones políticas en el propio poder Legislativo (presidencias de las comisiones) o en otros espacios de poder. Se engañan, pues —y quieren engañar a otros—, quienes plantean y difunden que la mayoría simple de curules obtenida por el Morena es un éxito, un triunfo haiga sido como haiga sido. ¿Cómo omitir que una oposición que había sido barrida por la oleada inédita de 2018 ahora no sólo esté de pie sino infligiendo importantes derrotas al oficialismo en las elecciones federales y en las locales de muchas entidades del país?
El retroceso de la alianza encabezada por el Morena en la elección legislativa federal es inocultable. En 2018 le coalición Juntos Haremos Historia se levantó con la victoria en 221 distritos uninominales, más de dos tercios de las demarcaciones; en el 2021, el bloque oficialista Morena-PT-PVEM ha obtenido 183 diputaciones de mayoría, 38 menos en sólo tres años (o 43, si se consideran los cinco que el Partido Verde, integrado a la coalición posteriormente, ganó por sí mismo en 2018). Esto es, casi un 20 % de los distritos obtenidos en 2018 se perdieron tres años después.
Un estudio pormenorizado de las actas mostraría hasta qué punto funcionó, o no funcionó, la consigna morenista del “voto parejo” o “total” por sus candidatos. Una primera impresión es que el electorado como conjunto sufragó de manera diferenciada, dando triunfos a algunos de sus candidatos y llevando a la derrota a otros. El mismo Morena lo propició —y de ahí su esfuerzo por vincular todas las elecciones a la falsa premisa de que estaba en juego en cada una el futuro del gobierno de López Obrador y de la “4T”— con candidatos acoplados desde las fuerzas enemigas, impresentables y aborrecibles y con el engaño de las inexistentes encuestas para maquillar los dedazos. La falta de trabajo en las bases y en la sociedad y la marginación de quienes sí lo realizan, y también la confianza en que la muy elevada popularidad del presidente y el clientelismo de los programas asistenciales harían todo, terminaron por descomponer el cuadro para el partido del gobierno.
Comparar los resultados de 2021 con los de las elecciones intermedias de otros sexenios tiene poco sentido; hay experiencias en sentidos opuestos, no siempre contra el desempeño de los gobiernos. El ejemplo sería el de las elecciones legislativas de 1991, en las que el PRI de Carlos Salinas tuvo una recuperación extraordinaria con respecto de 1988.
Como es obvio, las elecciones locales tienen que ser analizadas de manera particular en cada caso; pero son un dato más para pensar en la votación diferenciada. Es cierto que el Morena tuvo un avance sustancial y triunfos resonantes en gobiernos estatales: Baja California, Baja California Sur, Guerrero, Sonora, Tlaxcala, Colima, Sinaloa y Zacatecas. Obtuvo, según datos preliminares, victorias apretadas en Campeche (con un 33 % de la votación) y en Michoacán; perdió una entidad muy significativa como Chihuahua y, sobre todo, el gobierno estatal más importante en juego, Nuevo León, en donde su candidata quedó en cuarto lugar.
Pero la derrota más grave para el Morena es, sin discusión, la sufrida en Ciudad de México, bastión de los partidos de izquierda desde la primera elección de jefe de gobierno en 1997, donde la oposición PAN-PRI-PRD se adjudicó nueve de las 16 alcaldías. Es la reversión de una tendencia histórica, de la que Andrés Manuel López Obrador fue protagonista y beneficiario cuando ganó el gobierno de la capital en el 2000.
La explicación de esa derrota ofrecida tanto por el presidente como por la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum es simplemente inaceptable. Aducir que su descalabro obedeció a la manipulación de los medios y a las “campañas negras” que éstos hicieron para desacreditar a los candidatos morenistas; o señalar que la información de los medios “confunde y aturde”, como lo afirmó el presidente, es buscar salidas en falso. La capital del país es, y ha sido reconocida desde 1997, por no ir más atrás, como la entidad en la que la población tiene acceso a información más libre y diversificadamente, y en donde los ciudadanos han elegido desde entonces de manera más crítica a sus gobernantes.
Influyeron en ese retroceso, sin duda, factores coyunturales como el accidente en la línea 12 del Metro y la crisis económica y sanitaria. Muchos piensan que ésta podría haber sido mejor manejada por las autoridades del país y de la capital. Pero, encuadradas estas derrotas en la ciudad de México con las que el oficialismo sufrió también en las megalópolis de Monterrey y Guadalajara, y en la mayoría de las ciudades medias del país, como lo ha señalado oportunamente Luis Hernández Navarro (“Elecciones intermedias y Cuarta Transformación”, La Jornada, 8 de junio), parece tratarse de un fenómeno sociopolítico más trascendente: el divorcio entre los sectores medios urbanos, que en 2018 votaron por AMLO, y el gobierno de éste y su partido.
En esos sectores se encuentran los afectados por la cancelación o reducción de presupuestos y la liquidación de los fideicomisos, como las organizaciones de la sociedad civil, becarios, creadores artísticos, docentes e investigadores; por la crisis financiera de la educación superior; por la inestabilidad laboral; por la insuficiencia de los apoyos frente a la crisis pandémica y económica y por otros factores vinculados con la llamada austeridad republicana, aplicada como achicamiento del Estado y reorientación del gasto. Es muy probable que el examen de la votación por municipio, distrito y sección demostraría que el Morena se afirmó en las zonas donde se concentra el mayor porcentaje de beneficiarios de los programas sociales, pero no donde esos grupos medios urbanos fueron determinantes del resultado de la elección.
¿Funcionó, entonces el consorcio de la oposición de derechas? En el nivel estatal no, y menos aún donde los gobernadores actuales tienen un claro rechazo de la población y se buscó el cambio. En los distritos para la elección legislativa, parcialmente; si bien los coaligados no lograron su objetivo de arrebatar al Morena y sus aliados la mayoría cameral, sí les permitió avanzar en un número importante de demarcaciones electorales. En el nivel municipal parece haber funcionado mucho mejor, y especialmente en las áreas urbanas del país, donde los sectores medios fueron más decisivos en la votación. Ésta se emitió en buena medida como un sufragio diferenciado que, en bien de una cultura política más analítica y opinada, evaluó, sí a los gobernantes en funciones, pero también a las candidaturas y ofertas partidarias.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH.