En Bolivia reina la incertidumbre, por no decir el caos, luego del golpe de Estado que derrocó al Gobierno legítimo y democrático de Evo Morales. La ola de violencia desatada por orden de la autoproclamada presidente, Jeanine Áñez, impide cualquier posibilidad del diálogo, pues intenta apagar el descontento popular mediante la matanza del pueblo y […]
En Bolivia reina la incertidumbre, por no decir el caos, luego del golpe de Estado que derrocó al Gobierno legítimo y democrático de Evo Morales. La ola de violencia desatada por orden de la autoproclamada presidente, Jeanine Áñez, impide cualquier posibilidad del diálogo, pues intenta apagar el descontento popular mediante la matanza del pueblo y no da muestras de sensatez y responsabilidad, que permitan una salida constitucional a la crisis política creada por la oligarquía, que siempre fue gobierno, y por el Presidente Trump, que así pisotea su propia promesa, gobernar sin que se den estas aberraciones en la política exterior estadounidense.
Mientras, desde el exilio, Evo Morales pide a la Policía y al Ejército de Bolivia parar la masacre, desde la ilegalidad, la impostora Jeanine Áñez intenta establecer la paz, se supone que la de los cementerios, por medio de eliminar los derechos del pueblo boliviano. Al mismo tiempo, los mal llamados gobiernos democráticos de Occidente se hacen de la vista gorda ante las atrocidades que en Bolivia cometen los golpistas.
Asombra que tanto delito se pretenda justificar sobre la base de dogmas ideológicos de la derecha. No, señores golpistas, ustedes no son de derecha, ustedes simplemente son entreguistas que han traiciona do los más sagrados principios de toda nación. Si ustedes fueran de derecha, deberían defender las riquezas de su país y no negociarlas por un plato de lentejas. El General De Gaulle, que sí era de derecha, era capaz de ofrendar su vida por su patria.
Cuando Francia, su amada cuna, se rindió ante Alemania y el Mariscal Petain creó la República de Vichy, De Gaulle dirigió durante toda la guerra las acciones de la resistencia francesa, fundamentales para que los estadounidenses pudieran liberar Francia. De Gaulle fue electo para encabezar la IV República. Después, mediante el golpe de Estado de 1958, la derrocó y gobernó la V República.
Luego de la creación de la OTAN, Francia fue sede de su cuartel general. El 7 de marzo de 1966, De Gaulle sacó a Francia de la OTAN y la expulsó del territorio francés. Estados Unidos nunca le perdonó ese paso, más que nada porque De Gaulle anuló, luego de denunciar como una violación de la soberanía nacional, los acuerdos secretos contra la subversión comunista, firmados entre Washington y París.
En mayo de 1968 comenzó la revuelta de París, De Gaulle anunció elecciones anticipadas para terminar las protestas. Tras las elecciones emprendió una política de reformas profundas para hacer frente al malestar social existente. Para el referéndum de abril de 1969, De Gaulle amenazó con dejar la presidencia si no triunfaba el SÍ; triunfó el NO. De Gaulle, que murió un año después, pensaba que el Estado francés se hallaba bajo el asedio de fuerzas ocultas y él mismo fue objeto de numerosos intentos de asesinato, lo que le motivó a desconfiar de la CIA, sospechosa de esas operaciones clandestinas. Lo que interesa es que De Gaulle, militar de derecha, nunca fue esbirro de ninguna potencia extranjera.
La derecha y la izquierda se diferencian en la manera de dirigir una sociedad, la primera prioriza la propiedad privada sobre los medios de producción y la segunda, exige un mayor control del Estado sobre los mismos. Pero ambas ideologías defienden a raja tabla la soberanía nacional. Stalin, que era comunista, en este punto se entendía muy bien con De Gaulle, que era anticomunista.
Un aspecto importante de la actual problemática boliviana son los justificativos que se esgrimen para explicarla. En la prensa amarilla se habla de que durante el Gobierno de Evo Morales hubo falta de democracia, fraude electoral, ilegalidades de todo tipo y la mar en coche, pero no se dice una sola palabra del asunto racial y del litio, que son las verdaderas razones de su derrocamiento.
Todo estuvo planificado con antelación. Por eso, cuando el 20 de octubre Evo Morales ganó las elecciones con más del 10% de diferencia sobre el segundo, aunque con menos del 60% de los votos con que antes ganaba, comenzaron a movilizarse los golpistas, hasta entonces agazapados: Meza, candidato perdedor; Camacho, oligarca de Santa Cruz, afectado por la nacionalización del gas; las demás fuerzas reaccionarias, compuesta por una amalgama de sectores sociales conservadores, todos apoyados por la OEA, apéndice de EEUU.
Meza no aceptó la derrota y la OEA, pese a que reconoció «elecciones limpias», recomendó una segunda vuelta, lo que está contra la Constitución de Bolivia, que legaliza la elección del candidato que saque más del 40% de los votos y obtenga una ventaja de más de 10% de votos sobre el segundo contrincante.
Evo Morales, que nunca reprimió las manifestaciones en su contra, aceptó ir a una segunda vuelta, pero los perdedores comenzaron a quemar los recintos electorales, con las papeletas de sufragio incluidas; a acosar las instituciones del Estado; a destruir las sedes sindicales y los domicilios de los candidatos y líderes políticos del Movimiento al Socialismo; a los hijos de ellos les amenazaron con ser flagelados y quemados si sus padres no renunciaban a sus cargos; Cochabamba, Santa Cruz y La Paz decretaron un paro cívico; los indios comenzaron a ser caza dos por paramilitares, sin que les protegieran los órganos de seguridad, que se habían amotinado.
Actualmente, la Policía y las Fuerzas Armadas de Bolivia, que consumaron el golpe de Estado, han militarizado las ciudades, torturan, disparan a mansalva y asesinan a los manifestantes que combaten al gobierno espurio, porque cuentan con el decreto de protección, firmado por Jeanine Áñez, que les libera de responsabilidad penal y les autoriza emplear «todos sus medios disponibles para la defensa de la sociedad y la conservación del orden público» si reprimen las manifestaciones en contra de la dictadura fascista. El odio racial y de clase, esto es, el nazi-fascismo, dictadura de ultraderecha que oprime a obreros, campesinos e intelectuales, se instauró como régimen cívico-militar en Bolivia.
La pregunta sin respuesta es ¿por qué tanto odio contra el indio por parte de quienes por sus venas corre, en lo fundamental, esa sangre? Porque si a Jeanine Áñez, que quisiera tener tipo europeo, le devuelven el color natural de su cabello, le eliminan las joyas y los tintes faciales que adornan su rostro, le ponen ropa y adornos indígenas, obtendrán de resultado una coya sin mucho chisgo. ¿Qué es, entonces, lo que con tanto euforia rechazan? Tal vez, las conquistas sociales que se dieron bajo el Gobierno de Evo Morales: reducción de la extrema pobreza, del 38% al 15%; el acceso universal a la salud y la educación; la superación social del indio, más del 50% de los funcionarios de la administración pública son indígenas; la reducción de las desigualdades económicas, o sea, una distribución más equitativa de la riqueza nacional, que creció de 9.000 a 42.000 millones de dólares al año, lo que permitió a la población tener un mayor acceso a los bienes públicos, comprar casa propia y tener mejores oportunidades de progreso. En fin, parecería que el odio racial boliviano merece más un estudio psicológico que social.
Otro aspecto importante del problema boliviano es el litio, considerado el mineral del futuro por ser sustancial para la fabricación de las baterías de automóviles eléctricos. Bolivia tiene en el Salar de Uyuni reservas estimadas en 21 millones de toneladas de litio, una de las mayores del mundo, pero carece del capital y la tecnología para explotarlo. La complejidad de su procesamiento implica la imposibilidad de que Bolivia desarrolle esta industria por sí misma.
Evo Morales exigía que la explotación del litio debía hacerse con la COMIBOL, la Compañía Minera Nacional, y con Yacimientos de Litio Bolivianos, como socios paritarios, y dijo que estaba «decidido a industrializar Bolivia» e hizo inversiones grandes para «garantizar que el litio se procese dentro del país para exportarlo sólo en forma de valor agregado, como en baterías».
Evo Morales canceló el convenio alcanzado con la empresa alemana ACISystems y llegó a acuerdos con las empresas chinas TBEA Group y China Machinery Engineering. Tanto las inversiones chinas como la Compañía Boliviana de Litio experimentaban nuevas formas de extraer el litio y de compartir las ganancias, idea inaceptable para las compañías mineras internacionales. ACISystems declaró a DW de Alemania, que la compañía estaba «segura de que nuestro proyecto de litio se reanudará después de una fase de calma política y aclaración». Ya se verá lo que va a pasar ahora que Evo Morales no es presidente, pero hay que imaginar el meollo del problema, ya que, según Einstein: «La imaginación es más importante que el conocimiento».
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