Para que el complejo militar industrial, y por tanto, el actual capitalismo de la guerra permanente funcione, como bien apunta Arcadi Oliveres en la cita que aparece en el libro reciente del Colectivo Gasteizkoak, titulado «Estas guerras son muy nuestras», es necesario que se den cinco elementos: «la partida presupuestaria destinada a armamento, la existencia […]
Para que el complejo militar industrial, y por tanto, el actual capitalismo de la guerra permanente funcione, como bien apunta Arcadi Oliveres en la cita que aparece en el libro reciente del Colectivo Gasteizkoak, titulado «Estas guerras son muy nuestras», es necesario que se den cinco elementos: «la partida presupuestaria destinada a armamento, la existencia de ejércitos, la investiga-ción científica con finalidades militares, la industria de armamentos y el come-rcio de armas».
Ni qué decir tiene que las empresas de armamentos, también en Euskal Herria, son parte de este entramado del comercio de la muerte y matan dos pájaros de un tiro: se apropian de los recursos naturales de los países en los que intervienen y, a la vez, obtienen beneficios multimillonarios organizando las guerras y masacres colectivas. Cómplices necesarios de ello son los partidos que aprueban anualmente los presupuestos para financiar estas empresas, los sindicatos que no denuncian la macabra finalidad a la que se destina esta producción y las empresas mediáticas que no televisan, y por el contrario, ocultan las consecuencias brutales de los bombardeos, tiroteos y demás prácticas bélicas que han asesinado a un incalculable número de personas gracias a la producción armamentística Made In «Euskadi, un país en marcha, por el bien común».
Uno de los más perversos argumentos de algunas patronales, sindicatos y representantes de la Administración Autonómica Vasca, ha sido argüir que, si se cierran las empresas que fabrican armamentos, o se limitan sus tareas eliminando en ellas toda la investigación y producción con fines militares, «mucha gente» se quedaría en paro. Este tópico infame, fue recientemente bien rebatido en Markina, en un acto de «Ongi etorri Errefuxiatuak» cuando conversando con antiguos trabajadores de la fábrica que tanto tiempo manufacturo minas antipersonales y que han regado de criaturas mutiladas diversos países del planeta, explicaban cómo los empresarios cuando no obtienen rentabilidad, cierran sus empresas y, al igual que no reparan en las consecuencias genocidas y terroríficas de su actividades, menos aún les importa el destino de las personas que despiden. Nos explotan, pero no nos confunden.