O la democracia de la urnas previene la violencia, o la violencia de la derecha desencadena la democracia.
Volver a la «normalidad» no será igual de fácil para nadie, ni para los candidatos, ya que todos debemos respondernos a preguntas fundamentales: ¿tendremos empleos y salarios dignos?, ¿cómo se recuperarán los retrasos educativos?, ¿qué será de la vida cotidiana de los pueblos indígenas que sin vender sus productos, han visto empeorar su realidad?, ¿quiénes pagarán la deuda externa asumida por los golpistas?, ¿el retorno a la “normalidad” significará priorizar las ganancias de las grandes empresas o, por el contrario, interesarse por la salud del pueblo?, ¿los candidatos tendrán la voluntad de pensar en solucionar los problemas urgentes del pueblo o buscarán volver a la normalidad que existía antes de la cuarentena?, ¿el pueblo boliviano estará dispuesto a seguir sacrificándose cuatro años con un gobierno neoliberal?
No debemos olvidar que antes de la pandemia había protestas masivas en muchos países contra las desigualdades sociales, la corrupción y la falta de protección social, y lo más probable es que regresen esas protestas porque la pobreza, el desempleo, la recesión económica se agudizará.
Si antes de la pandemia la región recibía por exportaciones 100 dólares, hoy ese valor se redujo a 88 dólares, debido a la reducción de los precios del 11.6% de los productos que exportamos, además de la caída del 6% de la cantidad de mercancías exportadas. Caída de exportaciones, caída de precios y caída de mercancías exportadas van a causar que la tasa de desempleo sea del 11.5%, o sea la región tendrá 37 millones de desempleados. Sin olvidarnos que el PIB de la región caerá a -5.3%, el peor en toda su historia, tasa negativa que solo se produjo en la gran depresión 1930 con -5% y en 1914 con -4.9%.[1]
Esta realidad regional exige debatir y cuestionar sobre el sentido de la democracia, además de vincular ese debate a la exigencia de las luchas, de saber por qué peleamos, con quiénes y cómo. Hoy en día el capitalismo vive en contradicción con la democracia, ansía quitarse de encima al pueblo para seguir aplicando medidas económicas que protejan al gran capital; pero al mismo tiempo convoca al pueblo a las urnas para lograr legitimidad. De esta manera, la democracia está cruzada por complejas contradicciones: los políticos quieren hacernos creer que deciden y lo hacen en nombre del pueblo; los ricos mienten cuando dicen que sus capitales son para crear empleos; y, los gobiernos engañan al afirmar que cuidan de todos los ciudadanos.
Pero la realidad es otra, la deuda externa en la región ha tenido un crecimiento entre el 2010 y 2019 del 0.9%; mientras que el gasto en salud ha crecido en el mismo periodo en 0.4%. Esto significa que los gobiernos por pagar más la deuda externa, han dejado menos protegido en salud a la población.
Al ver esta realidad económica, la pregunta concreta es: ¿por qué gobiernos democráticos nos conducen a esta situación crítica? El asunto a resolver es que la democracia es el problema político de primer orden, y la democracia hoy está amenazada porque solo es una forma pura y dura de ejercicio de un gobierno, en este caso así asume el gobierno la derecha. En el caso de Bolivia, el gobierno reaccionario usa la política no para mediar entre su ideología y las necesidades y aspiraciones del pueblo, ha renunciado a esta función; lo único que hizo como mediación fue precautelar las necesidades, los intereses y aspiraciones de los ricos, en concreto de los agroindustriales, ciudadanos extraños a la realidad boliviana que solo tienen derechos y ningún deber. Explicamos este asunto. Durante mucho tiempo los agroempresarios han cultivado en el imaginario colectivo que su modelo agrícola es exitoso porque exporta y garantiza la seguridad alimentaria del país; mediante esta narrativa han logrado con el gobierno golpista la legalización del cultivo de cinco transgénicos; la confederación que agrupa a los agroindustriales ha reconocido públicamente que tiene deudas por 3.500 millones de dólares; ante esta situación el gobierno ha aprobado el plan de rehabilitación del sector agropecuario de 873 millones de dólares, de los cuales 600 son para pagar sus deudas, con intereses bajos y 12 largos años para pagar. En otras palabras, Añez y toda la derecha van al rescate de los agroempresarios con dinero del pueblo.
La derecha dice que gobierna en nombre del pueblo, pero nos condena a la represión, a la estigmatización (salvajes, ignorantes, terroristas, narcotraficantes), nos condena al sálvese quien pueda en plena pandemia y con 500 bolivianos; además no asume sus errores: cuando se conoció en enero la pandemia, Añez y sus “científicos” lo asumieron con autocomplacencia, sin tomar las medidas adecuadas, y, desde una supina xenofobia anticomunista, no aceptaron la ayuda cubana y venezolana. Y entonces qué nos queda ahora, que el pueblo siga curándose a sí mismo y un manojo de respuestas incoherentes y con frecuencia lleno de pánico.
Añez y sus caporales Murillo y López repiten el discurso del desastre: “se aproxima el pico de la pandemia”, “mucha gente se está muriendo por simple ignorancia”. Pero esto no es cierto, son prejuicios, cálculos políticos, mala fe, porque lo que interesa al pueblo es la forma de salir de esta crisis económica social sanitaria que tendrá efectos negativos en el empleo, en el combate a la pobreza y reducción de la desigualdad.
Vayamos por partes. La CEPAL ha anunciado para Bolivia, un panorama negro, tendremos un crecimiento negativo del PIB de -3%. El 2005 la deuda externa llegaba a 5 mil millones de dólares, el 2019 era de 10 mil millones de dólares, esta deuda representaba el 24.6% del PIB; ahora en 9 meses Añez se endeuda en más de 2 mil millones de dólares, así la relación deuda-PIB sube al 32%, lo que significa que el pueblo boliviano tendrá que pagar más por la deuda externa, postergando sus necesidades más urgentes, solo este año se debe pagar 822 millones de dólares, 454 por capital y 367 por intereses. Un dato curioso, hasta el 2019 no le debíamos ni un dólar al FMI y ahora le debemos 327 millones de dólares. En síntesis la economía no crecerá, y solo nos dedicaremos a pagar intereses y capitales de la deuda.
Entonces, la pregunta que hacemos es: ¿de dónde saldrá el dinero para pagar esa deuda si nuestra economía no crece? La derecha y el empresariado han comenzado a ahorrar echando a la calle a miles de trabajadores y empleados, lo cual tendrá impactos irreversibles en la estructura laboral, el empleo y el bienestar; además de un efecto negativo directo en el ingreso de los hogares, ya que muchas familias no tienen los recursos para satisfacer sus necesidades básicas, asimismo que la tasa de pobreza crecerá. Antes de la pandemia un escenario bajo mostraba un 12.9% de extrema pobreza, pos pandemia crecerá al 16.8%, o sea, cerca de 2 millones de personas pasarán a la extrema pobreza; lo mismo sucede con la pobreza moderada que crecerá a 36.1%, lo que significa aproximadamente 4 millones de personas.
Según la CEPAL de toda la población económicamente activa, un 8.5% no ha sido afectada en sus ingresos, un 38.2% dejó de percibir ingresos y un 52.1% redujo sus ingresos; dentro del grupo de personas que disminuyeron sus ingresos, está la clase media que ha tenido que recurrir a la liquidación de sus activos o al endeudamiento en el corto plazo para vivir, deteriorando sus condiciones de vida. Ante esta situación, la derecha que ha traicionado a sus bases pequeño burguesas se enfrenta a un dilema: o da una vuelta de tuerca más para reducirle sus ingresos a esa clase media o le pide a los agroempresarios que devuelvan los 600 millones de dólares. La respuesta será apretar los cinturones, porque la derecha no ajustará los cinturones de los ricos, y lo único que le queda es endurecer su aparente democracia, porque no están seguros de poder garantizar el orden y la gobernabilidad en este volcán social marcado por el desempleo, el hambre y la pobreza.
Vivimos extraños momentos, la institucionalidad ayer quemada por las hordas paramilitares, hoy se cae a pedazos por culpa de esta derecha que nunca valoró el sentido y significado de la democracia. Hoy los poderes mediáticos le siguen haciendo el juego al golpismo con sus titulares que develan que el verdadero objeto del golpe de Estado era y es la democracia. Porque este golpe de Estado nunca se propuso, como lo hicieron Banzer, Natusch Busch, García Meza, exterminar militarmente a una parte de la población; su objetivo es declarar la inexistencia del pueblo demócrata, o sea, la definitiva aniquilación política del pueblo como tal, lo que implica un genocidio político de proporciones inusitadas.
Mientras a los agroempresarios el gobierno les rescata con 600 millones de dólares, el ciudadano de a pie, las amas de casa de hogares populares ven como adecuados los bonos en un 26.3%, y como insuficiente un 63.9%; ese mismo pueblo postergado por la derecha quiere en un 17.2% que los servicios públicos y recursos naturales estén en manos privadas, mientras que el 70.7% está en contra de la privatización. El 74.5% de la población apoya que el Estado debe liderar el desarrollo económico, mientras que el 19.6% piensa que la economía de mercado sin Estado debe predominar.
Estos números, nos machacan recordándonos que el problema a resolver se denomina democracia, y no se trata de resolver las reglas formales de la democracia, sino cuál va a ser el objetivo de la democracia que elijamos el 18 de octubre; en otras palabras, si el pueblo quiere ser gobernado por Luis Arce o Carlos Mesa, esto es, decidir cuál de los dos es capaz de proporcionar bienestar, dignidad, libertad, soberanía, estabilidad. Imaginemos un gobierno de Mesa apoyado por toda la derecha, los militares y policías, la empresa privada, los medios de comunicación social y la clase media alta y el otro gobierno de Luis Arce apoyado por los movimientos indígenas, los sectores populares, los movimientos obreros, la clase media baja. La diferencia no es solo objetiva, es decir, que en el caso de Mesa sus votantes pertenezcan a sectores reaccionarios y racistas, y que Arce se apoye en la mayoría de gente que siempre estuvo olvidada, ninguneada; sino que también la diferencia es «subjetiva», en el sentido exacto y estricto de la pasión política.
Y la pasión política tiene que ver con la opción preferencial que Arce o Mesa tengan por temas fundamentales. El pueblo boliviano ha manifestado que en un 17% quiere pagar la deuda; un 20.6% no pagar y 20.6% suspender y renegociarla, Luis Arce se ha manifestado y propone suspender y renegociar la deuda, Mesa se mantiene en un silencio sepulcral. Bolivia en un 64.1% quiere que las grandes fortunas paguen más impuestos y un 29.4% está en desacuerdo, Arce Catacora se ha definido por gravar con más impuestos a los ricos, Mesa Gisbert se define en un mutismo cómplice. Y si discutimos qué modelo económico será dominante, el MAS opta por un rol protagónico del Estado para luchar contra desigualdad y CC apoya a la empresa privada como eje principal.
Cuando Mesa en su página oficial afirma: “Yo siempre he puesto a Bolivia por encima de la política”, no expresa pasión ni por el país ni por las grandes mayorías sociales, porque a Bolivia se la transforma con actos concretos, mediante los sujetos sociales que tienen nombre y apellido, donde la política, mediante la democracia, es fundamental para la protección social que permita disminuir las desigualdades y avanzar hacia la inclusión social; para lograr el crecimiento inclusivo que permita la cohesión social con salud universal, empleo, mejores condiciones de vida, que beneficien a trabajadores informales, grupos etarios vulnerables, habitantes de zonas rurales, pueblos indígenas, trabajadores, clases medias, mujeres.
Si queremos construir un país digno, la única solución que puede darnos la democracia es el reparto de la riqueza, algo que la derecha no hará; hoy la derecha piensa que el mundo que venga cuando esta crisis sanitaria se supere va a ser igual, pero es mentira. Hay que profundizar la democracia y esto requiere la pasión de cualquier partido político por atender las necesidades de las grandes mayorías sociales; hay que apostar definitivamente a la radicalización de la democracia, mediante políticas sociales que combatan el hambre, el desempleo, la falta de salud y educación, incentive la demanda popular, porque no habrá un “retorno a la normalidad”. Añez que peroraba que su candidatura era la única que podía vencer al MAS, se ha retirado de la carrera electoral sin rendir cuentas de los cientos de millones donados y de los préstamos para luchar contra el Covid-19; Mesa quiere tomar la posta consciente que no ganará y solo le quedan dos caminos, junto a la derecha, montar un gran fraude o crear un clima de violencia y caos para alcanzar su estrategia de perdición: excluir y aplastar al MAS. Y esta es la pregunta que debe hacerse cada boliviano: ¿cuánto el pueblo puede soportar a esta derecha antipopular? En realidad, cuanto más dure esa estrategia, mayor será la resistencia popular, porque o la democracia de la urnas previene la violencia, o la violencia de la derecha desencadena la democracia radical.
Jhonny Peralta Espinoza. Exmilitante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka.