En los tres años que restan al sexenio de López Obrador es mucho lo que el gobierno puede realizar. Y no hay duda de que ese mucho por hacer será hecho. Eso está muy claro tanto para el obradorismo como para el conservadurismo.
Y por lo pronto cada uno de dedica a su tarea: el obradorismo a consolidar lo realizado y a seguir avanzando, y el conservadurismo a seguir entorpeciendo y obstaculizando los trabajos de la Cuarta Transformación. Pero cada quien haciendo su tarea, todos tienen la vista puesta en la elección presidencial de 2024.
Hasta el momento es muy claro el panorama. Todas las encuestas sobre preferencias electorales dan al obradorismo una ventaja de 2 a 1. Algunas dan al gobierno el 60 por ciento, en tanto que en otras ese apoyo llega a más del 70 por ciento.
Podría decirse que quizá se repita el fenómeno de 2018 tanto en la correlación de fuerzas como en las alianzas políticas y electorales. De modo que el obradorismo deberá enfrentar a la coalición de los partidos de derecha: PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano (MC).
Y también tendrá en contra al Instituto Nacional Electoral (INE) y al Tribunal Electoral (TEPJF), hoy como ayer dominados por el panismo. Y hay que sumar en esa alianza al poderoso pero muy desprestigiado conglomerado mediático. Y también, como ya se está viendo, a fuerzas ultraconservadoras extranjeras, como la Organización de Estados Americanos (OEA), a la más rancia derecha española y a los gobiernos latinoamericanos herederos del golpismo y del neoliberalismo.
Por su parte, el obradorismo cuenta con un innegable respaldo ciudadano y una inmensamente positiva obra de gobierno. Con estos activos, desde luego, basta para ganar la elección presidencial del 24. Y con mayor razón si se observan las carencias, deficiencias e insuficiencias del bloque conservador.
Frente a este panorama, es claro que el conservadurismo no aspira a ganar la Presidencia. Pretende nada más aumentar sus cuotas de poder para obstaculizar el programa de gobierno obradorista del próximo sexenio.
Y no son poca cosa aliados o vasallos como el INE y el Tribunal Electoral. Es por eso que al obradorismo le urge la reforma electoral que elimine el dominio de la derecha sobre estas dos pervertidas instituciones y les asigne el carácter democrático que nunca han tenido. Esto es, finalmente, lo que se juega en el resto del sexenio obradorista.