Grito y Realidad, que lleva el subtítulo de Poemas bárbaros, del autor madrileño Matías Escalera, está editado en la editorial independiente canaria Baile del Sol. Empezaremos diciendo que Grito y Realidad es un libro que solicita relecturas, que pide volver a él. No es frecuente en este tiempo de verso chato y ligerito de peso, […]
Grito y Realidad, que lleva el subtítulo de Poemas bárbaros, del autor madrileño Matías Escalera, está editado en la editorial independiente canaria Baile del Sol.
Empezaremos diciendo que Grito y Realidad es un libro que solicita relecturas, que pide volver a él. No es frecuente en este tiempo de verso chato y ligerito de peso, de trivialidades más o menos cantarinas, de celofanes envolviendo nada.
Grito y Realidad es un poemario extenso (180 páginas), denso en planteamientos y contenidos, profuso en versos memorables y en hallazgos de interés e intenso en la expresión de los conflictos del vivir, y, más concretamente, en el conflicto de vivir en el modo de producción capitalista. Recientemente Jorge Riechmann, en un poema llamado «Propuesta estética» (está en Poesía desabrigada, en la colección Atlántica de Ediciones Idea), instaba a los creadores, a la gente de la literatura, de las artes, a escribir, a hacer arte de cualquier tipo, de vez en cuando al menos / como si el capitalismo / existiera. En la poesía de Grito y Realidad se siente el mundo que de veras habitamos, este que sufrimos y que gozamos cuando nos dejan o cuando nos merecemos. Matías escribe, pues, sin olvidarse de en qué sistema (de producción, de relaciones…) vivimos, de cómo todos somos de alguna forma víctimas de él, de cómo estamos implicados (nos implican), y debemos estar vigilantes para no ser parte activa del mismo, agentes conductores del virus llamado mercantilización, llamado usura, exclusión, individualismo y competitividad, destrucción del planeta.
Así dice un poema de Grito y Realidad :
DE VITA BREVE
Si tenemos el desastre ahí delante de nosotros
Por qué no lo vemos.
Matías (y aquí recuerdo un verso del poeta Juan Antonio Bermúdez, de su libro Compañero enemigo) ha vivido y ha visto, y el lector siente que el autor ha vivido y ha visto. Testigo directo, corporal, de la frustración de muchas construcciones ideáticas que chocaron contra el voraz, gigantesco, muro del Capital, contra la avalancha violenta, genocida, sistemática del Capital, Matías sabe tanto de sueños y de esperanzas como de derrotas. Y está decidido: no quiere callar su verdad. Sabe que paga un precio por ello (el precio del que quiere ver, y ve y dice, y va y dice que el emperador está desnudo, que su traje es mentira), pero no quiere callar su verdad. Hay que señalar la herida. El pueblo respira por la herida. No podemos escondernos ni engañarnos. La herida sangra: hurguemos en la herida. Busquemos los certeros nombres de la herida. No escondamos la herida (bajo otros nombres que nos impidan verla), no escondamos los ojos para no ver la herida.
Grito y realidad nos trae pesadumbres y decepciones, nos trae el amargo reconocimiento del estado de la cuestión. Es preciso, para convocar a la reflexión y a la acción consciente, a la acción apropiada, tener buenas fotos del terreno, un mapeado preciso, una brújula que funcione, bien actualizada, bien comprobada. No podemos dejarnos engañar. Los mecanismos de la propaganda capitalista se perfeccionan, llegan a inocularse en cada rincón del espacio-tiempo, en nuestra propia miseria civil. Estemos atentos -nos dicen los poemas de este libro- para recordar siempre intentar VER, ver de veras, a pesar de esta desoladora máquina de niebla y putrefacción permanentemente encendida.
Sólo así podemos convocar a la esperanza: desde este entendimiento del conflicto como algo complejo, sin reducirlo ni acudir a esa peligrosa forma de simplificación que es el dogmatismo, y así podremos buscar la palabra que mejor diga de la herida, para poder compartirla, para ayudarnos los unos a los otros a VER, a ver de veras, y así procurar el mejor hacer. Hoy más que nunca es necesario escupir la verdad / toda la verdad/ y dar fe de la vida de lo insignificante / de lo que permanece oculto a los hacedores de los mundos.
Pero hay veces que Las palabras entonces no sirven: son palabras, nos decía Rafael Alberti.
Pero hay veces en que la pregunta esencial es ¿Con qué voz callar?, como nos decía César Vallejo. De estas limitaciones da cuenta Grito y realidad.
El asunto del lenguaje es así, a nuestro juicio, uno de los elementos centrales de este libro. El lenguaje: su puesta en juego, su crisis. El lenguaje: la tensión entre las palabras que nombran y lo nombrado. El lenguaje: su ductilidad, su condición propicia al fraude, a la impostura, a la manipulación; su precariedad como herramienta de comunicación plena (pero en ella confiamos: somos poetas: confiamos en el lenguaje, en la escritura, en el lector: A pesar de todo: a pesar del poeta, de las trampas del lenguaje y de la escritura, de las trampas en la cabeza del lector). El lenguaje: ese tantear en lo oscuro para encontrarnos.
¿Cómo conseguir que nuestro lenguaje no sea el de los amos, el de la dominación? ¿Cómo conseguir la palabra que nos haga VER, que nos haga hacer? Ay, la inacabable búsqueda de la palabra exacta: ese sueño tan delirante como fértil, ese juego con barro ciego en las manos, esa modelación del aire, esa modulación de la impotencia y del ansia, ese consuelo. Dice Matías: Bienvenidos a la palabra -o a la mentira- / piadosa -mentira- sin embargo. Dice también: Enunciar el verbo que nos justifica.
Hay que encontrar, pues, las palabras que alcancen a bien nombrar, las palabras compartidas, el paso primero de la transformación. Pero no es fácil nombrar. Me permitirán que les comparta algunos versos del poema que cierra este libro, «El nombre que espera»:
Se agotaría la suma infinita de los nombres, de las metáforas, de las imágenes –lógicas e ilógicas-; y no daríamos con el único auténtico nombre (que aún no ha sido dicho: que nos espera).
Entre tanto no queda más elección que la experiencia (quien haya visto ese cielo lo comprenderá)
Con el sufrimiento y con la tenacidad de los esclavos, sucede lo mismo (con sus sueños: con sus luchas). Quienes lo hayan compartido lo comprenderán.
Y, fíjense (creo que son dos textos que están cosidos con el mismo hilo) en lo que dice el poeta sevillano Pedro del Pozo (está en su libro Todas las puertas abiertas) en un poema que se llama «Habrá una palabra» (curioso: uno se llama «El nombre que espera», este se llama, como digo, «Habrá una palabra»):
Huimos hacia la casa / para seguir construyendo /con nuestra habitual inconstancia / la palabra más hermosa / jamás construida / la palabra más tranquila /con todos los poros abiertos / en posición fetal
/sobre el papel en blanco. (…) y así /leve / una mañana /la palabra estará ahí / nos mirará / nos protegerá /de lo malo /la palabra más tranquila / esa palabra nunca fabricada /y que es tarea nuestra /nosotros /
somos los encargados de construirla.
Hay palabras cuya búsqueda nos justifica, hay palabras que hacen y conducen al hacer, y nosotros / somos los encargados de construirlas. Y, como se canta en un verso de Grito y Realidad, No están todas las combinaciones establecidas. Hay por tanto que seguir intentándolo. Y es una responsabilidad, una obligación moral, una decisión necesaria para la supervivencia, para la justicia, para la dignidad. Y lo es para todos.
Decir yo quiero
No supone que de verdad quieras o decir sentido
No previene la locura.
Saber quién se es poco importa (tampoco que alguien sepa
Que lo sabes: a quién le importa).
Hacer nos define y crea.
Pero claro: el miedo, siempre el miedo, y las violencias que nos administran sistemáticamente para que se encarne el miedo en nosotros. Dice el poeta canario Daniel Bellón: Señales del miedo tengo por todo el cuerpo. Aunque no se vean.
Matías Escalera nos trae en este estupendo libro de poemas su grito, su rabia, su pena, sus derrotas… como soldado de la guerra del tiempo, como testigo activo de la lucha de clases, como resistente. Y nos trae también sus celebraciones, sus recuerdos, sus conjuros, sus ganas de vivir y luchar por la vida a pesar de todo.
Los poemas de este libro tratan de combatir con belleza, con inteligencia analítica, con concienzuda pasión, contra la sensación de frustración: hay mucho por hacer. Derrota no es rendición. Derrota es aprendizaje, es exigencia de mayor atención y cuidado, es confianza en que imprevisibles cadenas son nuestros actos, como nos dice el autor.
Nuestros actos nos pueden conducir no sólo por las avenidas del capital y sus flujos tóxicos y huecos a un tiempo. Nuestros actos también nos pueden llevar y traer por las sencillas calles de la ternura, de la compañía, de la aventura conjunta por un mundo mejor.
En ellos, en estos actos decisivos, está cifrada la oportunidad de vivir la verdadera vida.
Sólo a nosotros nos tememos: nuestro miedo (nuestro coraje: también la pertinaz resistencia), Nuestros actos son -aun sin quererlo- semilleros de universos [tal vez]