La fortaleza del lenguaje de Max Aub es sorprendente en todos y en cada uno de los títulos de la serie «El laberinto mágico»; en «Campo de sangre», el tercero de ellos, utiliza términos antiguos de sonoridad admirable, imágenes y metáforas que aun en medio de la maldita guerra le hacen disfrutar al lector, y […]
La fortaleza del lenguaje de Max Aub es sorprendente en todos y en cada uno de los títulos de la serie «El laberinto mágico»; en «Campo de sangre», el tercero de ellos, utiliza términos antiguos de sonoridad admirable, imágenes y metáforas que aun en medio de la maldita guerra le hacen disfrutar al lector, y se le pasan los renglones impresionado, lleno de admiración por la capacidad creativa del autor, su singularidad artística, tan y tan sorprendente, mostrándonos la vida de la gente en la calle, en las ferias, en familia, entre amigos, con los dimes y diretes, las aseveraciones, las ideas y los juegos al exponerlas. Su lenguaje, su estrategia narrativa y su horizonte temático es una madera compacta alimentada en las voces que alimentaron a Don Quijote y a Sancho Panza, es ficción de vida verdadera, es vida verdadera hecha ficción.
Una de las cuestiones más tratadas por Max Aub es la de las opiniones contrarias dentro del campo republicano, la falta de homogeneidad, y aquí discuten anarquistas, comunistas, republicanos liberales, socialistas,…, sale el problema de la disciplina, la entrega de los comunistas, el aprecio por el trabajo y el conocimiento, el aire de libertad y la no prestancia a nadie, la creencia religiosa individual, el análisis concreto o el ideal incardinado en la persona, son elementos que se desarrollan por mil vericuetos de acción dramática en los que los personajes buscan afirmarse o negar al otro. También se reflexiona sobre el arte de narrar, su relación con el teatro y con el cine. A través de las discusiones, entre amigos, conocidos, prostitutas, familias, gentes que dirigen, gentes que se desentienden, se infiltran las orejas de los espías, las manos de los espías.
En la segunda parte, «Teruel», se ve el enfrentamiento entre los dos bandos, republicanos y fascistas, por la ciudad, y la reflexión sobre la necesaria disciplina, el entrenamiento, el aprendizaje militar del Ejército Popular de la República. Detrás se vislumbra su falta de armas y munición. La pérdida de Toledo fue en ese sentido un aviso que se escuchó con claridad, y se critica que los errores solo se vean en los contrarios, que se obedece, que no se obedece, y la mirada del narrador salta de una escena a otra, de un objeto a otro, y recorre los alrededores, por el paisaje, las mentes y los órganos humanos y sus funciones, y la poesía rauda en el lenguaje ondeando y ondeando en los combates. La escritura de Max Aub sale de esas fiebres y se mete en las bocas de los hombres que mezclan siglos, batallas y guerras, matanzas, y todo se apaga en el fuego.
«Para luchar contra algo: no soportarlo», declara un personaje. ¿Le ocurría eso al pueblo trabajador?
Alcanzamos la tercera parte. Con el estallido de la guerra se pone un problema actual sobre la mesa: ¿tienen derecho los pueblos a decidir su futuro?, y otro más que es consecuencia de la situación planteada desde el principio: ¿para qué sirven o deben servir las democracias si los fascistas buscan hacerlas inútiles?.
Max Aub narra en esta tercera parte cómo en Guipúzcoa los mandos militares prometen que están con el gobierno democrático, y, cuando las columnas de trabajadores van a Eibar a hacerse cargo del armamento, los militares toman la calle. La traición lleva a los trabajadores a defenderse con escopetas y pistolas; a los tres días solo les queda una caja de quinientas balas. Aún así, vencieron, como dice la voz narrativa: «Pesaron más los pechos que las ametralladoras». Y, también, como en el resto de los libros que forman «El laberinto mágico», pone ante nuestros ojos el machismo existente entre los trabajadores, sus conversaciones, sus reflexiones sobre la mujer son las mismas, prácticamente, que las que hoy forman la base del maltrato, y resultan por su presencia en primer plano, un encuentro con la peor lacra por lo que supone de vejación de un ser humano.
Entre las páginas de la novela vemos pasear a buena parte de los intelectuales del momento, gentes que reunían el pensamiento más adelantado: Díez-Canedo, Corpus Barga, Gil Albert, el mismo Max Aub, Malraux, Gaya, Altolaguirre, Herrera Petere, María Zambrano, León Felipe. Discusiones sobre diferencias políticas, moralidad y guerra corren por las venas de la novela. Max Aub introduce diálogos teatrales con el nombre de cada interviniente, además de exposiciones sobre la obra de arte y su creación sobre los pilares de la memoria, la función de la forma, las ideas, la descripción. Y entre tanto una batalla de tanques, los bombardeos sobre Barcelona, Negrín de aquí para allá, la gente en las calles desescombrando, sacando a las víctimas del fascismo, la gente en las calles de Barcelona gritando espontáneamente a resistir: «¡Pasarán por arriba, pero no por abajo!», el pueblo trabajador en las calles se une ante el crimen cometido y leemos: «¡No queremos rendición! ¡No queremos cobardes! ¡No queremos traidores!. Sancho pierde la noción de quién es. De pronto tiene cien brazos, mil bocas, diez mil voces. Se siente masa. Hay que luchar.»
Título: Campo de sangre. (Tercera entrega de «El laberinto mágico»).
Autor: Max Aub.
Editorial: Alfaguara. Punto de lectura.