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Reseña de "Ética ecológica. Propuestas para una reorientación" de Jorge Riechmann (coord).

Para percibir el auténtico poder de la armonía

Fuentes: Salvador López Arnal

Jorge Riechmann (coord), Ética ecológica. Propuestas para una reorientación. Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo 2004, 247 páginas. El origen de este ensayo coordinado por Jorge Riechmann se encuentra en el Primer Congreso Iberoamericano de Ética y Filosofía Política celebrado en Alcalá de Henares entre el 16 y 20 de septiembre de 2002. El volumen se ha confeccionado […]

Jorge Riechmann (coord), Ética ecológica.
Propuestas para una reorientación.
Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo 2004, 247 páginas.

El origen de este ensayo coordinado por Jorge Riechmann se encuentra en el Primer Congreso Iberoamericano de Ética y Filosofía Política celebrado en Alcalá de Henares entre el 16 y 20 de septiembre de 2002. El volumen se ha confeccionado con una estricta selección de los trabajos allí presentados, complementados con algún texto adicional. Ética ecológica «aspira a dar una idea de la riqueza y fecundidad que exhibe, a ambos lados del Atlántico, una filosofía que quiere hacerse cargo de los gravísimos problemas ecosociales a los que hacemos frente». Por ello, en él se incluyen diversos textos, unidos por el citado hilo conductor ecosocial, que versan sobre justicia ambiental (Henri Acselrad), sobre el debate en torno a la representación de las generaciones futuras (M. Teresa La Valle), sobre la aplicación de la teoría de juegos al análisis del conflicto de la central térmica de Andorra-Teruel (Ricardo Parellada), sobre los derechos de animales no humanos (Carmen Velayos Castelo, Oscar Horta, Ana Cristina Ramírez Barreto), sobre agroética (Jorge Riechmann), sobre ética-estética desde una perspectiva ambiental (Ana Patricia Noguera), sobre ecofeminismo (María José Guerra Palmero), además de un magnífico análisis del problema de la extensión de la comunidad de justicia en el liberalismo verde rawlsiano (Joaquín Valdivielso Navarro). Cierra el volumen un sentido epílogo del coordinador: «Una comunidad que incluya a los muertos, las encinas y las abejas».

Las páginas iniciales de Ética ecológica se abren con la declaración final de este Primer Congreso de Filosofía moral y política, encuentro que se inscribe en el proyecto de creación de una comunidad filosófica iberoamericana que aspira a tener una voz propia en el concierto mundial del pensamiento, sin olvidar que, como señala Luis Villoro, «la marca de originalidad que una comunidad filosófica determinada imprime en una producción filosófica no consiste, desde luego, en el tratamiento de temas que le fueran exclusivos o en la formulación de problemas peculiares sino en la importancia que concede a unos y otros siguiendo deseos colectivos; se traduce entonces en un estilo, un enfoque, un modo específico de tratar problemas universales, que expresa necesidades y supuestos culturales propios» (p. 11) [el énfasis es mío]. Esta voz propia de la comunidad iberoamericana se caracteriza en la declaración como una voz crítica y abierta, que cree que Iberoamérica es impensable sin Europa y Europa sin Iberoamérica, afirmación que adquiere especial relevancia en el caso de dos países europeos: de Portugal y de España.

Las siguientes páginas de Ética ecológica incluyen un manifiesto de 54 puntos -«Una ética para la sustentabilidad. Manifiesto por la vida», pp. 15-28, que demanda adhesiones que pueden remitirse a www.rolac.unep.mx/educamb/esp/matexto.htm-, aprobado, en Bogotá, en el simposio sobre ética ambiental y desarrollo sustentable, reunido a instancias de la XIII reunión del Foro de Ministros de Medio Ambiente de América Latina y el Caribe. Lo mínimo que debería decirse -y acaso lo esencial- de ese manifiesto es que está tan lleno de sugerencias, de nuevas líneas de reflexión y de argumentación que debería figurar como texto de lectura obligatoria para su comentario, crítica y posible ampliación, y para guía no olvidada de actuaciones, en toda instancia cultural y política que se preciara por su sensibilidad ante los acuciantes, y nada especulativos, problemas medioambientales a los que se enfrenta, a los que nos enfrentamos, la Humanidad presente y futura. Acaso no sea exagerado afirmar que se trata de una propuesta para una futura declaración de los deberes y derechos humanos medioambientales. No logro concebir que ninguna fuerza, organización o colectivo de izquierdas tenga reparos en suscribir cada uno de sus puntos.

Todo en él es sustantivo. Baste citar, a título de ejemplo, dos de sus tesis. La primera: la crisis ambiental es una crisis de civilización, es decir, la crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural que ha depredado a la naturaleza, ha subyugado las culturas alternas, ha menospreciado la diversidad cultural, discrimina al Otro -al indígena, al pobre, a la mujer, al negro, al Sur- mientras privilegia un modo de producción explotador, generador de un estilo de vida desmesuradamente consumista, que han devenido netamente hegemónicos en el actual proceso globalizador.

La penúltima tesis: la ética de la sustentabilidad es una ética del bien común. El Manifiesto ha sido realizado en común para convertirse él mismo en bien comunitario; por ello, busca inspirar principios y valores, promover razones y sentimientos y orientar procedimientos, acciones y conductas hacia la construcción de sociedades sustentables.

El coordinador del volumen finaliza sus consideraciones sobre ética ecológica y actividad agropecuaria, recordando que, entre 1923 y 1946, Diego Rivera pintó en ciudad de México, en la sede de la Escuela Nacional de Agricultura, una serie de murales que nacieron bajo el lema «Aquí se enseña a explotar la tierra, no al hombre», y apunta Riechmann que a comienzos del siglo XXI, lo que está a la orden del día, es aprender a labrar, pastorear, plantar, pescar sin explotar ni la tierra ni al ser humano. Esta es, sin duda, una de las cruciales tareas de nuestra hora. Ética ecológica nos ilustra y ayuda describiendo un razonado y documentado panorama de la urgencia de nuestros haceres y de la decisiva importancia de los mismos. Aquí, como en tantos otras ocasiones, de lo que se trata no es sólo de interpretar el mundo -que también- sino de transformarlo y, por ello, también aquí la mejor forma de decir es hacer y vivir (ya) de otro modo.