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Eduardo Saman, Director General Titular del Servicio Autónomo de la Propiedad Intelectual de Venezuela

«Para que el Software Libre sea tal, tenemos que romper con las relaciones de explotación»

Fuentes: Encontrarte

Eduardo Samán, farmacéutico de profesión egresado de la UCV, amplio conocedor del área informática, actual Director General (E) del Servicio Autónomo Nacional de Normalización, Calidad, Metrología y Reglamentos Técnicos -SENCAMER- y Director General Titular del Servicio Autónomo de la Propiedad Intelectual -SAPI-, es un amplio conocedor de estos temas e importante referente a nivel nacional […]

Eduardo Samán, farmacéutico de profesión egresado de la UCV, amplio conocedor del área informática, actual Director General (E) del Servicio Autónomo Nacional de Normalización, Calidad, Metrología y Reglamentos Técnicos -SENCAMER- y Director General Titular del Servicio Autónomo de la Propiedad Intelectual -SAPI-, es un amplio conocedor de estos temas e importante referente a nivel nacional para el tema de la propiedad intelectual, los derechos de autor y las alternativas al respecto.


El software libre, posición que va ganando cada vez más espacio en el mundo de las tecnologías de la información, puede ser un paso adelante en la construcción de un mundo más justo; pero es necesario hacer algunas puntualizaciones sobre el mismo para ver de qué manera, en tanto instrumento tecnológico, puede ponerse efectivamente al servicio de la construcción de una nueva sociedad más justa y solidaria.


ENcontrARTE habló con él abordando diversos temas que tienen que ver con el software libre así como con las nociones de derechos de autor, propiedad privada y alternativas afines.

ENcontrARTE: Eduardo, estamos invadidos del término «piratería» para referirnos a la circulación de innumerables bienes culturales como copias de programas de computación, discos de música, películas, etc. ¿Por qué hablar de piratería? ¿Qué significa ésto? ¿Es correcto plantearlo en estos términos?

E. S: El término es incorrecto. Desde el punto de vista jurídico la «piratería» está definida como un delito de alta mar consistente en el asalto a barcos. La acción que vemos todos los días de vendedores informales que venden copias por la calle, en realidad son copias no autorizadas de todos estos productos culturales, de estas obras intelectuales. La propiedad intelectual tiene dos grandes ramas: el derecho de autor y la propiedad industrial. Esta última se ocupa de las marcas y patentes de invención. El derecho de autor es una legislación que regula las así llamadas obras del intelecto. Y esas están definidas por la ley: son obras del intelecto las obras literarias, las obras audiovisuales -las sonoras o cualquier tipo de película-, las obras plásticas y los programas de computadora, el software.

El derecho de autor, a diferencia de la propiedad industrial, tiene orígenes históricos diferentes. La propiedad industrial se desarrolla a partir de la revolución industrial y tiene que ver con las patentes de invención. Es decir, inventos susceptibles de aplicación industrial y marcas. Por otro lado los derechos de autor tienen sus orígenes con la invención de la imprenta y están consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su Artículo 27. Ahí se dice que toda persona tiene derecho a integrarse a la vida artística y cultural, y a gozar de los avances científicos de la humanidad, y además toda persona tiene derecho a recibir una protección moral y material de su producción intelectual. Ese artículo resume el derecho de autor como un equilibrio entre la protección que debe recibir el autor y el beneficio social o derecho del usuario.

Entendemos entonces que así como un compositor musical, por ejemplo, tiene derecho a recibir una remuneración por su trabajo, igualmente todos los usuarios tenemos derecho a disfrutar de esa obra. El equilibrio entre ambas cosas es lo que se conoce como derecho de autor. Lo que pasa es que ese derecho se ha convertido en sinónimo de protección del autor, y eso no es así. Por medio de ese artículo estamos hablando de derechos culturales, pero no de forma de propiedad. La misma Declaración, en su artículo 17, da el derecho a la propiedad. Pero hay que ser enfático en esto: el derecho de autor no significa una forma de propiedad. Sin embargo se ha convertido una cosa en la otra, se ha utilizado ese derecho para mercantilizar el proceso y favorecer los intereses mercantiles en juego. Más bien nos han hecho creer que ese derecho es una forma de propiedad para poder traficar con el mismo, para lucrar. ¿Qué significa entonces hacer una copia no autorizada, como venden los buhoneros por la calle? Ese derecho nace con el autor, en el momento de creación de la obra; cuando alguien escribe un libro, ahí nace su derecho como autor a diferencia de una patente de invención. Si alguien inventa un artefacto, el inventor, en el momento de la creación, no tiene el derecho de la patente sino que tiene que someterlo a la consideración del Estado, y es el Estado el que firma una suerte de contrato social, una concesión. Eso es la patente de invención, que le otorga al inventor un derecho monopólico para que pueda recuperar su inversión. Qué hace después el inventor con esa patente no es competencia del Estado: si alguien la explota, se hace rico con ese invento, o no, eso ya no es competencia del Estado. Con este contrato se busca que el inventor revele la nueva tecnología inventada, la haga pública, la haga patente. Eso significa hacer patente una cosa: hacerla evidente, ponerla delante de todos. El Estado le asegura que sólo el inventor podrá explotar comercialmente ese invento impidiéndoselo a terceros. Pero no se puede impedir que terceros reproduzcan el invento con fines de investigación o docencia. En fin, es un contrato que trata de proteger al inventor, pero también a la sociedad. Si, por ejemplo, el inventor no desarrolla comercialmente su invento por tres años, el Estado puede fijar su comercialización por medio de terceros. O puede hacer uso de esa licencia para desarrollar el invento en caso de fuerza mayor, por ejemplo con un medicamento ante un caso de epidemia o una emergencia sanitaria.

En el caso de las patentes industriales el derecho que da el Estado es territorial; en el caso del derecho de autor, el derecho es de carácter universal. En el caso de los derechos de autor, eso rige mientras el autor esté vivo, y luego pasa a los herederos. En el caso de Venezuela está estipulado 60 años después de la muerte del autor; luego la obra entra en el dominio público, es decir que puede ser reproducida de forma libre. Podemos reproducir una obra de Arturo Michelena porque tiene más de 60 años de muerto. Ese tiempo varía de un país a otro; hay una tendencia de las corporaciones transnacionales de alargar ese período. Como ese derecho no lo tienen los autores ni los herederos sino que se han cedido a las editoriales o a las disqueras, ellas son las que fijan tiempos más largos. En Estados Unidos, por ejemplo, cada vez que se acercaba el vencimiento de los derechos de autor del ratón Mickey, de Walt Disney, modificaban la ley y alargaban el período. Ahora está en 90 años. Y en México está en 100 años. El autor, si lo desea, puede registrar la obra para constituir una prueba de su autoría. Como esto es algo del ámbito del derecho privado, si hay un plagio de una obra es el mismo autor el que debe presentar la denuncia. Lo primero que los tribunales van a pedirle es que demuestre la autoría; por eso es importante registrar la obra una vez producida. Aunque esa prueba puede ser también la presentación de la obra en un festival que esté documentado, o testigos. Es decir, cualquier prueba que tenga valor ante un juez.

El derecho de autor impide que un libro sea copiado por alguien que no es el autor. Es lo que en Estados Unidos se llama copyright, es decir: el derecho a la copia. Existen excepciones; se pueden hacer copias parciales de un libro, por ejemplo, en las bibliotecas, cuando están destinadas a fines educativos. Y si ese libro fuera copia única y se corre el riesgo de que pudiera perderse, la biblioteca puede hacer una copia total del mismo y conservarlo en su acervo. En la nueva legislación europea se han eliminado esas excepciones; se pueden sacar copias a un libro en una biblioteca pública, pero hay que pagar un derecho que va a la editorial. Esos derechos casi nunca los cobra el autor, porque los mismos, para ser publicados, habitualmente los ceden a las casas editoriales. Así que ahora, en Europa, se ha vuelto prohibitivo hacer una fotocopia de unas páginas de un libro en una biblioteca.

ENcontrARTE: Y desde el punto de vista moral, esto de las copias, de la mal llamada «piratería», que es un fenómeno no sólo venezolano sino mundial, ¿cómo lo asumimos? ¿Qué hacemos al respecto?

E. S: Hay diferentes sectores involucrados: el del libro, el del disco, el del software. Lo que a veces es válido para uno no es válido para el otro. En el sector del software son las mismas empresas productoras las que promovieron las copias no autorizadas como una forma de difusión. Eso fue una forma de publicidad a bajo costo, que vivimos especialmente en los años 80 y 90. Eran las mismas empresas que no ejercían ningún control de las copias y dejaban que se hicieran; más bien hasta la promovían. Era toda una estrategia: permitían que se copiaran los programas, no tomaban ninguna previsión tecnológica para impedir que eso sucediera, lo cual daba que pensar; y tampoco ejercían ninguna acción legal contra quienes copiaban. Sabiendo que el grueso de la población no tenía acceso económico a pagar un software caro, programas de 500, 800, 1.000 dólares, y más: un programa de diseño por computadora puede llegar a costar hasta 5.000 dólares, ante eso dejaron que se dieran estas copias no autorizadas. Las empresas saben que quien circula por el centro de la ciudad de Caracas no tiene 5.000 dólares para pagar una licencia; pero sí tiene lo que vale una copia de un dólar. Si la compras, aprendes a usar ese programa. ¿Qué hicieron? En los 90 desplegaron toda una estrategia mediática. No hay que olvidarse que un tiempo atrás había copias no autorizadas hasta en empresas privadas, en bancos, en corporaciones gigantes, en empresas de consultoría, constructoras, proyectistas. Luego, a través de la Business Software Alliance -BSA-, que es una asociación civil tras la que, según se dice, está Microsoft, y está mantenida por los distintos productores de software, se desplegaron acciones legales para determinar que una determinada empresa estaba usando copias no autorizadas. De esa manera, sin que iniciaran un juicio propiamente dicho, haciendo auditorías para pescar a los infractores, llegaban a un acuerdo con la empresa que utilizaba estas copias obligándoles a comprar las licencias respectivas. Eso lo hicieron con un apoyo mediático fuerte, con mucha propaganda, y así lograron poner a derecho a las empresas más grandes. Luego quedaba el gobierno, que usaba copias no autorizadas, y que por supuesto puede pagar. Para todo ello hicieron un gran lobby a través de las unidades de informática de los distintos ministerios. Esto que cuento ahora sucedió en Venezuela, pero el modo de actuar fue similar en toda Latinoamérica. Compraron a todos los jefes de las unidades de informática a través de regalos, viajes y ese tipo de cosas, y así lograron regularizar a todos los gobiernos, haciéndoles comprar las licencias. Luego de esto quienes quedaban con copias no autorizadas eran los pequeños comerciantes y pequeñas empresas, con cinco o seis máquinas, y los usuarios que tienen software no autorizado en sus casas. En Colombia, por ejemplo, llegaron a sacar una ley que transforma el uso de software pirata en un delito fiscal, con lo que el mismo Estado tenía que perseguir de oficio a quienes usaban copias no autorizadas. Es decir que se convirtió un derecho de acción privada en un derecho de acción pública. Y cuando te fuerzan a comprar las licencias uno irremediablemente queda enganchado con la empresa fabricante del software. Con esto se fuerza a que todos los pequeños empresarios tienen que trabajar para el señor más rico del mundo.

ENcontrARTE: El pez grande se come al chico; es la estructura del mundo dividido en clases sociales. Hoy, desde la revolución industrial en adelante, todo es marca registrada y por cada cosa que consumimos debemos pagar una patente. Con los bienes culturales es otro tanto. Ahora bien: ¿qué hacer ante esto? ¿Es la «piratería» una opción, o qué otra alternativa podemos construir? Desde la Revolución Bolivariana, que está intentado proponer otros modelos, ¿qué podemos decir y hacer ante este fenómeno de los derechos de propiedad privada de las grandes multinacionales?

E. S: Obviamente el gran mal se llama capitalismo. El capitalismo privatizó todas las formas de propiedad. Si empezamos a ver la historia del ser humano, la propiedad privada es algo muy reciente. En toda la historia del ser humano, que hoy día se considera en tres millones de años, la noción de propiedad privada aparece hace no más de diez mil años. Es un segmento muy pequeño, casi insignificante, pero nos han hecho creer que la propiedad privada nació con el ser humano, que es innata. Y eso es falso. Igualmente nos han hecho creer que ir contra la propiedad privada es algo terrible, algo peor que una violación. En una violación, la persona violada tiene que denunciar, a no ser que sea un menor, en cuyo caso el Estado tiene que actuar de oficio. Y lo mismo pasa con la mal llamada «piratería» de obras intelectuales: tiene que haber un denunciante. Pero veamos: en el caso de la música, por ejemplo, no hay ni una sola denuncia por copias no autorizadas contra los vendedores informales, contra los buhoneros. ¿Y por qué? ¿Por qué no se siguen los procesos judiciales? ¿Por qué las empresas discográficas jamás presentan una denuncia? Se podría pensar que las casas disqueras, igual que los productores de software, también se benefician con todo este circuito de la piratería. Ellas saben lo que puede pagar cada segmento del público, y saben que los sectores más humildes no pueden pagar el valor de un disco, que es similar en Estados Unidos que aquí, sin tener en cuenta las diferencias de ingreso de la gente.

Los que, por otro lado, se benefician de esta distribución de copias no autorizadas, son los mismos músicos. De las disqueras ellos reciben muy poco, del 3 al 5 % de lo que declaran haber vendido las disqueras, pero a través de este tipo de ventas de copias no autorizadas los creadores se pueden hacer famosos, y después pueden ganar mucho más con presentaciones en vivo. Los artistas, en realidad, son los que menos se molestan por ser copiados. Al contrario: así su música se difunde sin tener que invertir nada. Podría pensarse que toda la estrategia mediática de lucha contra la piratería es, en definitiva, una forma de propaganda. Y la forma en que se presenta esta piratería, criminalizándola, sirve también para vincular el país con el terrorismo internacional. De esta forma las empresas transnacionales pueden imponer mejor sus condiciones a la hora de negociar cualquier contrato elevando los niveles de protección a sus productos, es decir: a sus ganancias. Así se desequilibra la balanza entre lo que decíamos hace un rato, entre los derechos del autor y los beneficios sociales; pero se desequilibra en beneficio de las grandes corporaciones que manejan el negocio. Hay países donde hacer una copia no autorizada de un disco es más grave que, por ejemplo, romperle la cara a alguien.

Las grandes ganancias que obtiene Estados Unidos vienen de tres fuentes fundamentales, basados todos en lo que llaman la propiedad intelectual. El primer sector es el químico-farmacéutico y de la biotecnología. No es el negocio que mueve más dinero; seguramente lo es el energético, o el de las armas; pero sin dudas es millonario. El segundo sector es el del software. Y el tercer sector es el del entretenimiento, el que llaman la industria del entretenimiento o industria cultural. Ahí está Hollywood, la televisión por cable, los videojuegos. Los tres sectores están basados en la propiedad intelectual; por eso Estados Unidos despliega muchísimos recursos para hacer lobby en función de aumentar la protección de su industria. Ellos son dueños de la mayoría de patentes, son dueños de la mayoría de derechos de autor de importancia comercial. Por eso hacen tanta protección de los derechos de autor.

ENcontrARTE: Entonces, contrariamente a lo que dice la gran empresa con aquello de «dile no a al piratería», ¿habría que afirmar «dile sí a la piratería» como forma de rebelión política, de alternativa?

E. S: No. No podemos decirle sí a la piratería porque, ante todo, no debemos usar el término piratería por las razones que explicábamos antes. Por otro lado, la llamada piratería es provocada por las mismas corporaciones, y las beneficia. Beneficia a los poderosos en todos los sentidos: desde económico hasta político, y también en términos estratégico-militares. Cuando quieren nos criminalizan y nos vinculan al terrorismo. Debemos decir no a esto de la piratería porque en todo esto hay un efecto de transculturalización. ¿Qué se copia? Pues la música de ellos, el software de ellos. Al hacer eso, al copiar y usar su software nos crea una dependencia tecnológica que, tarde o temprano, hay que pagar. Es toda una cadena: te compras una copia por la calle a un dólar, pero luego recomiendas en tu institución ese software, que hay que pagar. Con cada copia estamos contribuyendo a la transculturalización de los pueblos; con cada copia no autorizada estamos facilitando ese proceso. A la larga eso nos perjudica, por eso no estamos de acuerdo con esa práctica.

Entonces ¿qué opciones podemos tener dentro del capitalismo, o dentro de esta etapa de transición como la que estamos atravesando ahora en Venezuela? En el caso del software tenemos la opción del software libre. Y con la misma filosofía que lo alienta surgieron también la música libre, o la literatura libre, o el cine libre. El derecho de autor nace con la creación de la obra, pero el autor puede permitir, si lo desea, la difusión de su obra sin pago de derechos, de forma libre. En ese caso las copias pasan a ser legales. Y así también obtiene beneficios, porque se da a conocer; y si después da un concierto, gana con las entradas. Todo esto del arte libre lo inicia un abogado estadounidense llamado Laurence Lessing. El es el autor de un libro que se llama «Cultura libre», al cual autoriza a copiar. Se puede bajar de internet y copiar legalmente, dado que el autor lo permite. Y si el libro está también en las librerías, el que quiere irá a comprarlo. Como sucede igualmente con la música libre. Si los discos que se autorizan copiar también están en un negocio, el que quiera comprarlo lo podrá hacer, para un regalo por ejemplo. Estas alternativas del arte libre se han desarrollado bastante en algunos países; incluso algunos gobiernos han adoptado esta modalidad, como en Brasil o en Chile. Todos los movimientos que están bajo esta modalidad han sido exitosos, porque es una buena forma de darse a conocer, y también de romper los monopolios.

ENcontrARTE: Hablemos un poco del software libre. ¿Cómo es esto del software libre? ¿Qué beneficios aporta a la población? ¿Es una alternativa válida?

E. S: Como ya lo dijimos, el software es considerado una obra del intelecto. Por tanto, el software propietario tiene sus derechos de autor, se rige por esos mecanismos, conocidos en Estados Unidos como copyright. Cuando una persona adquiere un programa, está comprando una licencia. Esa licencia, ese contrato, es algo muy restrictivo. La empresa que nos lo vende nos autoriza a usar ese software solamente en una computadora; no lo podemos copiar y distribuir, ni podemos ver el código fuente, ni podemos hacer modificaciones, lo que en derechos de autor se conoce como obras derivadas. Esa licencia me restringe todo eso: copiar, modificar, hacer obras derivadas o, eventualmente, distribuir esas nuevas obras. Ahora bien: el software libre es también una obra del intelecto y también está protegido por los derechos de autor o copyright. Pero la diferencia está en que el autor hace una licencia en la que permite esas cuatro nuevas libertades: 1) la libertad de usarlo, 2) la libertad de copiarlo y distribuirlo, 3) la libertad de modificarlo y 4) la libertad de distribuir las nuevas versiones, las obras derivadas. Los dos: tanto software propietario como software libre, tienen derechos de autor que nacen en el momento mismo en que el programa es concebido por su autor, igual que una obra literaria. El software no se patenta en Venezuela, ni tampoco en Europa; sólo se patenta en Estados Unidos. Las patentes de software son muy restrictivas, dado que se patentan los elementos, el botón, el doble clic, la barra de avance, los algoritmos con que se elaboran los programas. Todo se patenta. Pero ¿qué pasa con el software libre? La diferencia con el software propietario está en la licencia, que en este caso permite las cuatro libertades de que recién hablábamos. Pero el software libre no cuestiona el status quo, el derecho de autor. En ese sentido, el software libre no es del todo revolucionario porque la diferencia está sólo en una capa, que es la licencia. Todo esto ha provocado una serie de fenómenos interesantes. Estas cuatro libertades han creado una suerte de propiedad colectiva del conocimiento, lo cual, sin dudas, es un avance. Alguien hizo un sistema operativo, lo liberó, y al estar libre la gente puede tomarlo, modificarlo, y esas modificaciones retornan al dominio público. Hoy día el 65 % de los servidores del mundo en internet funcionan sobre Linux. Cuando los sistemas propietarios tienen modificaciones cada año, o cada seis meses, con estos sistemas públicos hay modificaciones y mejoras constantes. Aquí hay miles de miles, millones de personas trabajando para modificarlo al mismo tiempo. Eso va a una velocidad exponencial, y en un tiempo lineal corto crece de una manera vertiginosa. Hace poco tiempo no había en software libre programas de manejo de sonido de video, y ahora hay cantidades increíbles, y óptimos. Todos libres. Desde el punto de visto tecnológico, el software libre es muy poderoso, más que el software propietario. Tiene mucho menos restricciones. Sin piratear, en forma gratuita, uno tiene acceso a una cantidad increíble de opciones de primerísimo calidad.

La pregunta es: ¿de qué viven estos programadores? ¿De qué vive alguien que hace un software libre? Por supuesto que en el ámbito de la empresa privada el que desarrolla un software cobra por su servicio. En el software libre el programador va a la red, busca algo y luego lo modifica. Ese trabajo se paga una sola vez, porque el producto luego queda en el dominio público y cualquiera puede beneficiarse del mismo. En software libre no queremos decir que el trabajo sea gratis; no, hay que pagarlo. Pero se paga una sola vez. Por el contrario en el software propietario las horas de trabajo del programador se pagan millones de veces. Por eso Bill Gates es el hombre más rico del planeta, porque las horas de trabajo que se utilizaron en desarrollar el software que él vende, se pagan infinitas veces. Las capacidades que da el software libre las han aprovechado las corporaciones, y de ahí que surgió una tendencia del software libre corporativo, donde se inscriben grandes empresas como IBM, Sun Microsystems, HP, etc., basados en tres principios: 1) el software libre es antimonopólico, 2) que es solidario y 3) que es libertario. Basados en el principio antimonopólico han querido destronar a Microsoft, y por eso el software libre les conviene: pero le han quitado el nombre de «libre» y le pusieron open source, código abierto. De esa manera le quitan cualquier vestigio que haga pensar en gratuito, en solidario, en libertad. Pero como decíamos recién: el software libre no es completamente revolucionario. Estas grandes corporaciones que se han pasado al software libre hacen también su negocio con todo esto: te permiten usar el software, pero no la marca. La marca sigue siendo propietaria.

Hay otra corriente en esto, que es la reformista. Ahí consideran sólo tres principios: por un lado, es antimonopólica. Eso, en sí mismo, no la hace anticapitalista ni revolucionaria. El capitalismo, dentro de su hipocresía, de su doble moral, llega a condenar el monopolio. Ven a Microsoft como el malo de la película porque interfiere en el libre juego de la oferta y la demanda. Pero el capitalismo puede ser compatible con el software libre. Esta corriente tiene como otro principio el hecho de ser de producción solidaria. Pero esto sólo, por sí mismo, no es anticapitalista. Por ejemplo las cooperativas son estructuras de producción solidaria, pero eso no significa socialismo. Son más democráticas en la distribución de las riquezas que una sociedad anónima, eso sin dudas; pero aún no son socialistas en sentido estricto. El tercer principio es el ser libertario. Eso hace alusión a la libertad que confiere para copiarlo, distribuirlo; es decir, la libertad de disposición del software. Pero eso es la libertad de la estatua de la Libertad y no es la libertad que nosotros entendemos que debe construir la revolución.

Ahora bien, para que el software libre sea verdaderamente revolucionario debe incorporar un cuarto principio, y es que debe ser anti explotador. Para ser revolucionario el software libre debe romper con las relaciones productivas de explotación. Es decir: quien produce el software es el que tiene que quedarse con la plusvalía. Tener software libre sólo un instrumento tecnológico, eso sólo no es revolucionario. Lo sería si realmente contribuyera a romper las relaciones de explotación. Cabe la pregunta entonces: como instrumento tecnológico el software libre ¿qué ideología tiene? ¿Es capitalista o socialista? Ningún instrumento en sí tiene ideología; ella está asociada a la forma como se produce. Internet, en sí mismo, no tiene ideología; pero se la puede usar para alienar o para democratizar la información. Una ametralladora se la puede usar para liberar un pueblo, o para defender la soberanía; pero también se puede usar para asaltar un banco. De igual modo, el software libre no tiene una ideología determinada, pero depende de cómo se lo produce y para qué se lo usa. Si se produce bajo una relación de explotación es igual que el software propietario. Por eso el software libre tiene que dar ese paso para transformarse en un instrumento que sirva a la liberación, saltar sus versiones corporativas o socialdemócrata, que no pasa de un reformismo que siempre sigue en el ámbito del mercado. También el anarquismo se ha inscripto en el software libre; pero eso podría homologarse a los hippies del software. No pasan de ser islas en el campo de la informática que, a lo sumo, regalan su trabajo; pero esas islas perdidas no alcanzan para un cuestionamiento de fondo. Lo importante es cómo romper las relaciones de explotación establecidas en la sociedad. ¿Qué estamos proponiendo ahora, en el Estado, dentro de este período de transición hacia el socialismo? Pues que las contrataciones que tengan que ver con software libre se hagan con cooperativas de programadores. Al menos que así la plusvalía quede distribuida de una manera más democrática, y no contratar con empresas capitalistas. Para que el software libre sea verdaderamente libre tenemos que romper con las relaciones de explotación. La única manera para que exista equidad en la sociedad es que no exista explotación.