Es un lugar común considerar que la escuela ha fracasado en su misión, sobre todo si es vista como un espacio hecho para la generación de capital humano, o mejor dicho: mano de obra calificada y barata. Desde ese punto de vista muchas cosas están fracasando en la economía mundial y la escuela tiene una función mucho más relevante.
Inicio la reflexión aclarando que, aunque no soy especialista en la materia, cerca de 20 años de experiencia docente, tampoco me vuelven ajeno. Así mismo desde hace seis años he tenido la oportunidad de impartir la cátedra de Cultura Política en México, dentro de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UNAM, un tema muy relacionado con lo que pretendo exponer.
Es común que se considere que la historia de bronce (en referencia a las estatuas y monumentos), es una historia que suele estar llena de imprecisiones, exageraciones y manipulaciones. Como consecuencia de ello, hoy muchos pensadores de derecha se aprovechan de dicha situación para promover una visión conservadora que pareciera ser rebelde y desafiante del statu quo.
Sí, es probable que los “niños héroes” como los hemos conocido en libros de texto no hayan existido, pero son la expresión de un hecho que sí existió: el sacrificio de jóvenes, casi niños, para defender la soberanía de una patria tan joven como ellos.
Así también encontramos vulgares simplificaciones de procesos históricos como las pugnas entre liberales y conservadores que privaron en buena parte del siglo XIX. El fenómeno se repite con las facciones revolucionarias, que se meten muy a fuerza en los mismos monumentos, billetes y celebraciones.
Desde esa perspectiva, la escuela en su carácter de catecismo secular trata de enseñar antes que nada a los niños a ser mexicanos. Y así como en la vida de los santos nos enseñaron que son personajes intachables, o que si alguna vez fueron presa del pecado, llegaron a través de la epifanía a una nueva vida de virtud la cual ya nunca abandonaron.
Así mismo, la nación no puede enseñar que su santoral está integrado por personas llenas de contradicciones, de errores y aciertos, como cualquier ser humano.
Juárez, por ejemplo, pudo no haber llegado a la presidencia por un proceso democrático-electoral, pero eso no significó que utilizara el puesto como patrimonio personal, por el contrario, entregó su vida a la patria, a veces sobreviviendo a la peor de las precariedades, como funcionario o como un civil más.
Y así se pueden señalar múltiples casos. Dimensionar el grado de sacrificio que hicieron nuestros contradictorios héroes nacionales puede ser difícil en una educación básica, que más allá de buscar exactitud en el conocimiento histórico-social, busca poner ejemplos y explicar de manera sencilla a los más jóvenes, cuál es la directriz para seguir en esta vida.
Hoy que México vive crisis económicas y hasta civilizatorias, cuando parece que todo vale en aras de lograr el éxito individual, que en los medios masivos de comunicación se celebra la narcocultura, el gandallismo, la violencia exacerbada como modelo de masculinidad, tal vez esas enseñanzas escolares, por deficientes y propagandísticas que puedan ser, son un asidero o una brújula.
Sí, definitivamente vivimos -desde hace varios años- un momento en que la educación no es garantía de éxito económico, en una era en la que ese parece ser el único éxito válido. Pero el éxito económico individual a costa de lo que sea, está convirtiéndose en la ruina de la nación.
Si bien el neoliberalismo como doctrina del individualismo salvaje, hoy está siendo ampliamente cuestionado por personas de todas las generaciones. Su marca ideológica sigue estando presente en el inconsciente de la mayoría, sino es que en todos.
La escuela debe seguir teniendo un papel determinante en la posibilidad de forjar nuevas generaciones que sean capaces de imaginar un mundo mejor y encontrar -primero de forma muy básica y después con mayor profundidad- inspiración en quienes nos han precedido para reconocer que es posible. Para eso debe servir la escuela en este momento.
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