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Novedad editorial

«Paul de Épinettes o la mixomatosis panóptica» de Jann-Marc Rouillan

Fuentes:

[pepitas de calabaza ed. & llaüt] · ISBN : 978-84-936367-1-5 · 176 páginas · 12 x 17 cm · 12 euros · Logroño-Barcelona, mayo de 2008 · www.pepitas.net Esta novela -inspirada en experiencias vividas y personajes reales- es una descarnada denuncia del actual sistema penitenciario, un sistema que mantiene suspendidos en el vacío a miles […]

[pepitas de calabaza ed. & llaüt] · ISBN : 978-84-936367-1-5 · 176 páginas · 12 x 17 cm · 12 euros · Logroño-Barcelona, mayo de 2008 · www.pepitas.net

Esta novela -inspirada en experiencias vividas y personajes reales- es una descarnada denuncia del actual sistema penitenciario, un sistema que mantiene suspendidos en el vacío a miles y miles de seres humanos, apartándolos para no incomodar la mirada de la ciudadanía biempensante. En ella se cuenta la trepidante historia de Paul de Épinettes, llamado así por el barrio parisino de Épinettes, donde, después de la Segunda Guerra Mundial, se construyó una «célebre» cárcel de menores. Robos, atracos, amistad, camaradería, amor y traición urden esta historia que bosqueja el ascenso y la caída de la vida en rebeldía.

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Jann-Marc Rouillan (antes Jean-Marc) nació en 1952 en Auch (Francia). Su activismo le ha llevado a pasar media vida en la cárcel, por lo que conoce de primera mano todo aquello de lo que habla en este libro. En la actualidad trabaja en la editorial marsellesa Agone, y ha escrito Prolétarie précaire. Notes & réflexions sur le nouveau sujet de classe; Glucksamschlipszig: Le Roman du GLUK; Lettre à Jules; La Part des loups; Le capital Humain; De mémoire (1); Chroniques carcérales; además de Odio las mañanas.

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[…] Paul odiaba pensar en porcentajes. Salario, impuestos y duplicar el polvo a base de corte con laxantes. Odiaba las facturas falsas y lo falso, sin más, incluso lo más jugoso.
Le gustaba pillar la pasta pipa en mano. El dinero de los bancos, de correos, del estado, del sistema. Seguía impregnado de las ideas de los años sesenta y setenta. No se veía ni como comerciante ni ladrón de otra gente que no fueran los ricos o lo instituido.
Un acto colectivo. En equipo.
Y después juntarse con los colegas para repartir.
Todos juntos.
A partes iguales.
Siempre a partes iguales.
Era el mejor momento, incluso cuando no había mucho que repartir. […]

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[…] Qué importa si morimos allí bajo el peso de penas incompresibles y decenios otorgados como si fueran caricias destinadas a la bestia del orden, tendremos nuestro «hogar».
Nuestro «dulce hogar».
Hemos pasado de la época de la fosa común a la de la tumba en la que el sujeto numerado, marcado, al vacío, duerme solo.
Solo.
Y en nombre del progreso carcelario, la vida cotidiana se consume en la epidermis de la celda: la mesa, la silla y el tigre, la tele y también la ducha, pronto el teletrabajo…
Lo cotidiano adquiere aquí una resonancia de catedral.
El prisionero está aún más solo.
Solo.

Solo cuando cocina, cuando bebe a sorbitos su café soluble, cuando se lava, cuando espera sentado en una silla de plástico gris, cuando enjuaga la colada, cuando sueña. Esa intimidad contaminada es una forma de control sobre el aislado. Se convierte en el pretexto para destruir cualquier ápice de sociabilidad, de relación con los demás, de entender que se es un protagonista múltiple. […]