En la educación, en la vida, en la esfera pública democrática, el diálogo es un factor civilizador imprescindible. También es una manera de volvernos sujetos, de aparecer para ser quien somos y así negar la opresión. El mejor diálogo es el igualitario, que busca el bien común: el que debe darse en la comunidad de […]
En la educación, en la vida, en la esfera pública democrática, el diálogo es un factor civilizador imprescindible. También es una manera de volvernos sujetos, de aparecer para ser quien somos y así negar la opresión. El mejor diálogo es el igualitario, que busca el bien común: el que debe darse en la comunidad de los oprimidos para dar forma a la Utopía posible y factible que necesitamos para cambiar la vida y transformar el mundo. En esa comunidad siempre por venir, ahora nos urge dialogar sobre lo que ocurre con la educación pública.
La dinámica del Capital de «valorizar el valor», de maximizar sus beneficios y minimizar sus costos, determina de uno o de otro modo las esferas llamadas superestructurales del capitalismo, entre ellas la esfera educativa. A través de las personificaciones del Capital, de los burócratas estatales que se ocupan de regular la esfera de la educación pública, se busca oprimir, negar, cosificar, minimizar a los sujetos de la educación para empobrecerla e impedir que florezca en ella la conciencia crítica y transformativa. Una forma de hacerlo, según Freire, es promover la educación bancaria, en donde se niega la subjetividad de los estudiantes al volverlos meros recipientes de lo que los maestros depositan en ellos.
Pero este tipo de educación bancaria ya no le basta al Capital y al Estado a su servivio para oprimir y empobrecer el acto educativo en la era neoliberal que vivimos. Tal parece que esta educación bancaria se extrema y extiende hacia los maestros. La mal llamada reforma educativa que elimina los derechos de los maestros se hace para volverlos meros autómatas que reciban instrucciones (órdenes) que obedientemente deben traducir en conductas observables (medibles, evaluables). El estímulo es la amenaza de despido y la respuesta que se desea será producto del temor. En ese rancio conductismo de la SEP, la subjetividad de los maestros es una «caja negra» que no importa. A esto le han llamado, eufemísticamente, recuperar la rectoría del Estado en la educación. Se pretende imponer la rectoría de un Estado enajenado, ajeno al control social y vuelto contra la sociedad, y enajenante, que vuelve ajeno lo común y lo público, lo nuestro, como, entre otras cosas, la educación.
Para los sujetos negados y oprimidos, la mal llamada reforma educativa es una contra-reforma administrativa y laboral. Sin estabilidad ni derechos laborales, con la amenaza del despido, los maestros no sólo deben sujetarse a lo que se señale como idóneo del desempeño docente que será evaluado, sino que deberán limitarse a transmitir los contenidos educativos definidos desde arriba de ellos, de cierta forma (con didácticas impuestas), como autómatas carentes de subjetividad.
Para los opresores, también enajenados de su humanidad al volverse personificaciones del Capital, eliminar derechos laborales e imponer una estructura administrativa que vigila y controla a los maestros (evaluación educativa) sí es una reforma educativa porque a tales burócratas (cuyo símbolo perfecto es el muñeco Aurelio Nuño) no les importan los contenidos académicos pero sí reforzar la opresión.
Se trata, entonces, de empobrecer las subjetividades de maestros y estudiantes, así como de reducir la esfera educativa -que es un campo de batalla fundamental en la hegemonía cultural e ideológica de una sociedad- a un aparato ideológico del Capital y volverla mercancía, privatizando este bien común.
Esta pedagogía del opresor quiere eliminar la subjetividad del magisterio, su proyecto educativo (que tienen muchos y muy buenos), su condición de intelectuales transformativos, su capacidad de ponerse como sujeto crítico que defiende, con los pueblos y comunidades del país, una racionalidad democrática, axiológica y ambiental. Los opresores pretenden volverlos objetos de una racionalidad instrumental al servicio del Capital. Buscan cosificar las subjetividades de maestros y alumnos, eliminando el encuentro ético-político que supone la verdadera educación. Intentan realizar el sueño neoliberal de eliminar a los sujetos educativos con las TIC’s y un más amplio ejercito industrial de reserva.
La esfera educativa es fundamental en toda sociedad porque es una estructura de acogida que permite socializar, empalabrar, situar y guiar en el mundo, a las nuevas generaciones que llegan a renovar la sociedad con utopías ético-políticas. La educación puede, en efecto, transformar la sociedad y hacer florecer sujetos, a los docentes y a los estudiantes, pero en el capitalismo la educación quiere mantener los privilegios de unos cuantos y mutilar las potencialidades humanas de las mayorías.
Por cierto, el magisterio mexicano defiende en sus proyectos educativos el pleno desarrolo de las facultades humanas mientras que el Capital pretende, a través de sus personificaciones, volver a la educación mera capacitación laboral que reproduce las desigualdades sociales y la exclusión.
Pero como el magisterio mexicano tiene una subjetividad rebelde que se afirma cuando se ataca su dignidad, para reforzar esta pedagogía del opresor el Estado al servicio del Capital ha recorrido al método educativo más antiguo que se sintetiza en el célebre dictum: «la letra con sangre entra». El burócrata de la educación, personificado en Aurelio Nuño, como cualquier otra personificación del Capital, naturaliza la violencia y pretende instituir las vidas que no merecen ser lloradas, vividas ni reconocidas.
Esta posibilidad de que los burócratas en el poder sigan recurriendo al terrorismo de Estado (Ayotzinapa, Nochixtlán) sólo puede ser frenada si nosotros, los negados y oprimidos, dialogamos como iguales entre nosotros y nos unimos. Si dialogamos sobre cómo formar una Coordinadora de coordinadoras, una Asamblea de asambleas, un Consejo de consejos que sea nuestro poder politico, colectivo y democratizador, que nos permita desenajenarnos del Capital y del Estado, y realizar nuestra utopía de una sociedad más libre, igualitaria y justa donde la educación sea para todos, para hacernos sujetos, para florecer humanamente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.